4

Robert aferraba el volante del Toyota con fuerza. Solía almorzar en la oficina o regresar a su casa, pero ese mediodía no haría ni lo uno ni lo otro. Permanecer en su oficina le había resultado una idea insoportable, e ir a su casa ni siquiera se le cruzó por la cabeza. Encendió la radio y sintonizó una emisora de noticias. Procuró seguir con atención la voz radial sin entender lo que decía, concentrándose en cada palabra y repitiéndola para sí. El truco funcionó… durante dos minutos; luego otra vez se alzó la voz anónima interior; el presentador de radio que todos llevamos dentro y que se encarga de traernos las malas noticias.

Cuando le hacías el amor a tu esposa, ¡ella marcaba el libro con el dedo! ¿No es asombroso?

Y además te engaña

¡TODO EL MUNDO LO SABE!

Mientras el coche se desplazaba a una velocidad superior a la permitida, el mensaje hallado en el interior de su agenda electrónica retumbaba una y otra vez en su cabeza, como el latido de un corazón gigante, remarcando cada palabra, tal y como lo había hecho desde que sus dedos desdoblaron el papel y sus ojos recorrieron una a una las palabras, sin poder dar crédito a ellas. Aún no podía hacerlo.

Había guardado el mensaje en el bolsillo trasero de su pantalón. No lo había destruido, o quemado, simplemente lo había guardado allí mientras un centenar de preguntas estallaban en su cabeza. Lo primero que había hecho después de leerlo fue mirar en todas direcciones, como si el responsable estuviera allí, agazapado en algún lugar a la espera de su reacción. Ése es, después de todo, el objetivo de un bromista, ¿no? Observar la reacción de su víctima.

Aunque Robert tenía la horrorosa sensación de que ésta no era la obra de un bromista.

Lo primero que comprendió fue que su autor, quienquiera que fuese, no lo había colocado dentro de su agenda electrónica mientras él estaba en la redacción. Al menos no ese día. Había repasado sus movimientos de esa mañana, que se limitaban a una minuciosa observación del grupo de boys scouts desde la ventana, con lo cual no había posibilidad alguna de que alguien lo dejara allí sin que él lo notara. Las únicas personas que habían estado esa mañana en su oficina eran Liz y Ed, y ninguno de ellos se había acercado a su agenda. Estaba seguro. Además, la idea de cualquiera de ellos escribiendo un anónimo de ese tipo le daba risa. Por otro lado, suponer que alguien había logrado introducirse en su oficina mientras él miraba por la ventana de espaldas a la puerta, y que hubiera podido dejar el mensaje y luego salir sin que él se diera cuenta, también era difícil de creer.

El mensaje debió de haber sido colocado en otro momento. No recordaba haber utilizado su agenda desde hacía unos días, por lo que el anónimo podría llevar algún tiempo allí. Durante los últimos días había dejado la agenda sobre el escritorio más de una vez cuando salía de la oficina, con lo cual el abanico de sospechosos se ampliaba a casi cualquier persona; no tenía sentido detenerse en cada una de ellas. Incluso un extraño podría habérselas ingeniado para llegar hasta su oficina. Era improbable, pero posible.

¿En quién debía pensar? Estaba claro que el mensaje no era bienintencionado; su autor buscaba inquietarlo.

¡Todo el mundo lo sabe!

¿Quién lo sabía?

¿QUIÉN?

No importaba mucho. Al menos no importaba tanto como lo otro. Como el mensaje en sí. El contenido. Al diablo quién lo había escrito, lo verdaderamente importante era qué había escrito. Robert lo sabía, y era la razón por la que conducía como un poseso sin un rumbo fijo (aunque interiormente empezaba a entender adónde se dirigía).

Tu mujer te engaña.

¿Era cierto?

Conocía a Danna. Sabía de su carácter fuerte, su ego del tamaño de un rascacielos; sabía que perdía los estribos con facilidad, a veces pasaban días sin hablarse…, podía enumerar defectos a montones, una jodida lista de la compra con dos mil artículos…, pero no lo engañaba. Estaba seguro. En los años que llevaban de casados no había habido un solo incidente que a Robert le despertara sospechas de que Danna veía a otro hombre. Ni uno solo. Quienquiera que hubiera escrito el mensaje sin duda no conocía ese hecho; podría haber utilizado cualquier argumento para atacarlo. Cualquiera.

Pero no ése.

Robert estaba tranquilo al respecto. Muy tranquilo.

Por eso conduces como un chiflado, ¿eh? Por eso no destruiste el mensaje en la trituradora para papel. Ha sido por eso, ¿verdad? Estás taaaan seguro que has guardado el mensaje en tu bolsillo trasero y ahora te lanzas en tu coche a meditar sobre un asunto del que estás MUY seguro. ¿Así es la historia?

Sí, así era precisamente.

Mierda. No estás seguro de nada. ¿Qué está haciendo Danna AHORA, por ejemplo?

Robert sintió un escalofrío. Nunca había pensado en la infidelidad de su esposa como una posibilidad. Ahora la idea lo sorprendía como a un científico que súbitamente descubre que la gravedad ha cambiado de dirección. Una válvula que siempre había creído cerrada se abrió y viejos recuerdos fueron bañados por un líquido nuevo, un líquido que los hacía ver diferentes. Danna era una mujer independiente, siempre lo había sido; iba al gimnasio dos o tres veces por semana, asistía a clases de pintura, tenía su vida. Robert no conocía a todas las personas con las que se relacionaba. De hecho no conocía a casi ninguna.

Observa cómo su dedo índice marca la página en que interrumpió la lectura, para retomarla tan pronto termine… aquello.

—¿Quién es, Danna? —le preguntó a la cabina del Toyota.

El sonido de su propia voz lo alarmó. Hablar solo no era precisamente un signo de cordura. Debía tranquilizarse. El mensaje lo había alterado, era cierto, y hasta lógico; entendía que era lógico. Pero también debía entender que ese mensaje anónimo no probaba nada. No había recibido una foto comprometedora, ni un nombre; nada. Sólo un mensaje de alguien que probablemente no tenía otra intención más que fastidiarlo.

Y que por cierto lo había logrado.

Lo que debía hacer era pensar con calma las cosas. Debía dar crédito a los años de convivencia con Danna, al hecho de que nunca le había dado motivos para que sospechara una cosa así. Debía partir de allí, y si lo deseaba podía utilizar el incidente para estar más atento en el futuro. No debía volverse paranoico, porque eso era seguramente lo que pretendía el lunático que le había dejado aquel mensaje. Actuar con naturalidad (no como lo estaba haciendo ahora), eso era lo que debía hacer. Ser inteligente.

Ordenar sus ideas lo ayudó. No mitigó por completo la voz de radio dentro de su cabeza, que se empecinaba en dar crédito a la noticia de último momento, pero logró convencerse de que no había motivos reales para volverse loco. Lo comprendió en el preciso instante en que su Toyota se detenía en el camino de acceso de la vieja planta de distribución de agua en Union Lake.

Benjamín
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
primera.xhtml
capit1.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
capit2.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
capit3.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
segunda.xhtml
capit4.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
capit5.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
capit6.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
capit7.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
capit8.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
capit9.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
capit10.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
capit11.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
Section0107.xhtml
Section0108.xhtml
Section0109.xhtml
Section0110.xhtml
Section0111.xhtml
tercera.xhtml
capit12.xhtml
Section0112.xhtml
Section0113.xhtml
Section0114.xhtml
Section0115.xhtml
Section0116.xhtml
Section0117.xhtml
Section0118.xhtml
capit13.xhtml
Section0119.xhtml
Section0120.xhtml
Section0121.xhtml
Section0122.xhtml
Section0123.xhtml
Section0124.xhtml
Section0125.xhtml
Section0126.xhtml
epilogo.xhtml
autor.xhtml