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La casa dormía. Ben estaba de pie en el baño, frente al espejo oval. Vio reflejada apenas parte de su torso desnudo. No era alto para su edad; otros niños de nueve años lo aventajan en media cabeza.
La última ficha de dominó en pie.
Intentó sonreír, pero no logró más que esbozar una mueca desganada.
La visita a casa de Patterson había sido un pésimo comienzo del día. Tenía que reconocer que las confrontaciones con Danna, si bien no eran nuevas, seguían perturbándolo enormemente. Creía haberse acostumbrado a cómo era su madre, pero al parecer no lo suficiente para aceptarlo, al menos de momento. La fiesta de Will no había sido gran cosa después de todo. Amy Kite no había ido, y ni siquiera Lisa De Luca, su mejor amiga, había sabido explicar la razón. Además, saber que sus abuelos irían a recogerlo hizo que Ben no pudiera pensar en otra cosa mientras permaneció en casa de su amigo. Ahora, mientras repasaba los sucesos del día, incluido el viaje de regreso a casa y el incidente entre Ralph y Marcia, se preguntó si había valido la pena oponerse a la voluntad de Danna.
Había una cuestión que daba vueltas en su cabeza como un insecto. En ocasiones odiaba a su madre. Ocasiones como la de ese día, cuando ella buscaba la manera de salirse con la suya a cualquier precio. ¿Pero qué ocurría el resto del tiempo? Ben no era un niño que sintiera odio por las personas, excepto por su madre. No podía ser juzgado por lo que pudiera sentir en un arrebato de furia; como cuando un adulto reacciona irracionalmente ante una situación extrema. Era lo que se conocía como emoción violenta. Incluso Ben sabía esto. Sin embargo, habían pasado unas horas desde el viaje en el Chevrolet de Ralph —había logrado tomar distancia de los acontecimientos del día—. ¿Entonces por qué los sentimientos hacia su madre no desaparecían? ¿Significaba que la odiaba siempre? ¿Que la odiaba por ser orgullosa y poner sus intereses por encima de los demás, en especial cuando dentro de los demás estaban sus propios hijos?
Dio media vuelta y caminó en dirección al retrete. Se inclinó y vio su rostro reflejado en el agua acumulada en el fondo. Se bajó el pantalón del pijama y permaneció allí de pie, pero no logró que cayera ni una mísera gota de orina para desdibujar su rostro líquido.
No podía odiarla. Era inadmisible.
Volvió a subirse los pantalones y se sentó en el retrete. Siguió con la mirada los encuentros de los azulejos en la pared.
Fue entonces cuando supo que debía hacer algo; hablar con alguien. Podría despertar a Andrea e intentar hablar con ella, se dijo, pero descartó la idea. Andrea no lo entendería, o eso creyó en ese momento. El nombre que surgió en su cabeza fue el de Mike Dawson. Mike era su padrino, y además de conocer a Robert desde la infancia, había estado siempre cerca de la familia. Mike lo entendería. Con Mike podría hablar abiertamente de lo que sentía por su madre.
Por primera vez sintió que sus planes eran los correctos. Además podría ponerlos en práctica en ese momento. Podría tomar su bicicleta e ir a ver a Mike. Conocía el camino a la perfección, y en menos de diez minutos podría estar en su casa. Era de noche, cierto, y si su madre descubría que se había marchado a esas horas le esperaría un castigo inimaginable. Pero no estaba dispuesto a pensar las cosas en función de su madre. No esta noche.