5

Las fichas de dominó caen unas sobre otras, sin interrupción. Cada una arrastra a la siguiente…, resulta inevitable.

¡Y aquí no colocamos barreras protectoras!

Cuando Danna se aproximó a Ben, sentado en el patio trasero con su bate en el regazo, él supo lo que ocurriría: alzaría su rostro y ella le tendería tres billetes. Doce dólares, le diría, y luego agregaría que Patterson sabía lo que debía entregarle. Ben tomaría el dinero sin decir nada e iría en busca de una revista. Un ejemplar de Spiderman. Luego caminaría las siete manzanas que separaban la casa de Patterson de la suya, agobiado por el calor de la tarde. Patterson lo recibiría con un cigarrillo envuelto en sus gruesos labios y lo conduciría hasta su almacén. Allí lo esperaría, evitando en todo momento mirar hacia la oficina de Patterson…

¿Acaso no sabía lo que vería?

¿Quieres ser mi osito?

Regresaría a casa y hablaría con su padre. Le pediría que intercediera con Danna respecto a la fiesta de Will Sbarge, aunque sabía que nunca asistiría. No lo haría porque más tarde, en el jardín trasero, aún con los recuerdos de la visita a Patterson en su mente, la sombra de Danna se proyectaría sobre él y le tendería otra vez los doce dólares cerrando así un ciclo infinito del que no podría salir jamás.

Danna se acercó.

¿Cuántas veces había pasado ya por eso?

Alzó la vista y fue un alivio descubrir que su madre no le tendía los doce dólares. De hecho tenía los brazos en jarras. En cierto sentido fue un alivio descubrir que su fantasía cíclica no había sido más que eso.

—He hablado con tu padre —dijo Danna.

Ben la observó sin decir nada. Lo que ella añadió a continuación lo dejó atónito. De las mil frases que su cerebro había ensayado en esos segundos, ninguna se aproximaba a la que escuchó de boca de Danna.

—Veo que tienes mucho interés en acudir a la dichosa fiesta de tu amigo… Tu padre te llevará.

Ben se sintió aturdido.

—Gracias —respondió sin ser demasiado consciente.

¿Eso era todo? ¿Robert había hablado con Danna y ella aceptaba las cosas así, sin más? Si tal cosa era posible, entonces cabría esperar que en ese preciso instante el cielo se abriera y surgiera un culo gigante lanzando ventosidades entonando la Quinta sinfonía de Beethoven. Algo no iba bien.

—¿Vas a llevar a casa de Will la mochila que he visto en tu habitación? —continuó Danna.

¿Qué diablos tenía que ver la mochila?

—Sí. Andrea me ha prestado algunos discos.

—Supongo que Will no tiene suficientes.

Ben se sentía caminando desnudo en medio de un desierto sin límites. Un desierto minado, presto a explotar en cuanto su pie se apoyara en el lugar equivocado. Conocía a su madre, y sabía que no existía la posibilidad de que accediera con semejante facilidad a que asistiera a la fiesta de Will. De hecho, no era posible que accediera con esa facilidad a NADA.

—Me ha pedido que lleve algo de música —explicó Ben, y como si lo siguiente constituyera una explicación, agregó—: Él no tiene hermanos de la edad de Andrea.

—Pon atención en traer todo lo que llevas.

Ben encontró súbitamente la explicación al asunto: ésa no era su madre. Unos extraterrestres habían aterrizado delante de la casa, capturado a la verdadera y enviado a una réplica. Sólo que por error habían enviado a una versión benévola, que le permitía ir a la fiesta de Will Sbarge e incluso llevar la mochila con los discos de Andrea. Seguramente la alienígena le diría a continuación que le entregaría también un talismán interplanetario para que Amy Kite lo besara esa noche. ¡Grandioso!

Sólo aférralo fuerte. Ella simplemente se acercará y hará lo que tú quieras

¿De veras?

Claro que sí.

¡Gracias, señora cósmica!

Ben supo que debía decir algo, aunque su cabeza estaba ocupada con fantasías espaciales y no fue gran cosa lo que logró articular. Habló despacio, dudando de cada palabra a medida que la pronunciaba.

—Puedo dejar la mochila en casa —dijo—. No es tan necesaria.

—No hace falta —replicó el alienígena—. Ya la has preparado, ¿no?

La has preparado como si dieras por sentado que irías.

—Sí —dijo Ben en un tono apenas audible.

Danna hizo otra pausa premeditada y sonrió. Luego dijo:

—Pues que te diviertas en la fiesta…

Su sonrisa se ensanchó. Ben sintió un creciente terror por lo que su madre diría a continuación. La conocía. Conocía esa pausa… y también la sonrisa.

—Sabes que nosotros no podremos ir a recogerte —dijo Danna—. Tus abuelos lo harán.

Ben sintió que su corazón se detenía y luego se encogía al tamaño de una aceituna. Allí estaba, señoras y señores, la dichosa explicación. Nada de seres de otros planetas, no señor, para qué irse al espacio estelar a buscar una razón que estaba en la tierra misma.

Tus abuelos lo harán.

Cuando Danna se marchó, Ben se quedó solo. Sin embargo, se sintió observado. De un momento a otro los árboles echarían a andar, se acercarían y lo señalarían con sus ramas huesudas, riéndose. La ropa en la cuerda cobraría vida y también se burlaría de él, encerrando cuerpos invisibles y chorreantes. Todo a su alrededor se alzaría como la comedia musical más disparatada del mundo; incluso su bate de béisbol dispondría mágicamente de piernas para moverse y brazos para señalarlo. ¿Había sido tan estúpido para creer que, si Robert intercedía, su madre lo dejaría ir a la fiesta así, sin más? Es sencillo hablar cuando se han consumado los hechos, pero ahora le parecía que aquella idea ganaría con facilidad el concurso Señorita Idea Ingenua.

Estúpido. Estúpido. ¡ESTÚPIDO!

Se imaginó la conversación entre Robert y Danna; él avanzando en terreno enemigo, sabiendo que cometía un error; un soldado heroico aferrando la fotografía de su hijo. Su estúpido hijo Ben. Estúpido e ingenuo. Danna seguramente accedería de inmediato. Pobre estúpido e ingenuo Ben, claro que tenía derecho a ir a su fiesta. Ben, el niño estúpido e ingenuo, podía creer incluso que un extraterrestre haría que Amy Kite lo besara esa noche; podía creer de hecho cualquier cosa.

Robert, ve y habla con tus padres. Diles que deben ir a la fiesta a buscar a Ben. Y diles otra cosa…, que no olviden llevar a Marcia con ellos. Es importante que ella los acompañe.

Cada pieza arrastra a la siguiente.

Tus abuelos lo harán.

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