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El jaleo en la casa de la familia Green había crecido considerablemente. Mike fue testigo de la llegada de media docena de policías y de cómo sus rostros se transformaron tras enfrentarse al cadáver que él mismo había descubierto no mucho antes. Comprendió que ninguno de ellos estaba acostumbrado a vérselas con una muerte de esas características, definitivamente poco frecuente en Carnival Falls.
Mike recordó el grito histérico que había dejado escapar Allison ante la imagen del cuerpo sin vida de Rosalía. Mientras Harrison daba las primeras instrucciones por radio, la mujer se había limitado a permanecer sentada en uno de los sillones, visiblemente conmocionada. Cuando Mike se acercó, ella se sobresaltó, como si su mente hubiese viajado a un sitio lejano. En ese momento pudo leer en sus ojos, húmedos de miedo, que pensaba en la inscripción que habían encontrado en el desván.
Le dijo a Allison que no tenía sentido que permaneciera allí, que podría irse a su casa y descansar un poco. Al principio a ella la idea le resultó absurda, pero finalmente aceptó. El estado de Robert no era bueno y necesitaría a su amigo a la hora de hablar de lo ocurrido. Hasta el momento, ni Allison ni Mike sabían qué había sucedido exactamente.
Una hora después de que Allison se marchara, Mike y Robert seguían sentados en la sala, observándose en silencio. Mike había intentado entablar conversación con su amigo en dos ocasiones, pero él se había limitado a observarlo con la mirada extraviada, como si no entendiera una sola palabra de lo que le decía.
Harrison se acercó a ambos, pero se inclinó ligeramente hacia donde estaba Mike y le habló al oído.
—¿Qué tal si salimos a tomar un poco de aire?
Mike asintió.
Los dos hombres salieron por la puerta principal y rodearon la casa. En pocos segundos se encontraron en el jardín trasero, vagamente iluminado por dos farolas de pie.
—¿Qué ha ocurrido, Harrison? —preguntó Mike, asegurándose de que allí no había nadie más que ellos.
—No lo sé con certeza —dijo el comisario visiblemente contrariado—. Tengo a la DEA encima, siguiendo un caso de drogas aquí en Carnival Falls. Ayer por la mañana recibimos una llamada anónima referente a una operación. Nos proporcionaron una dirección, una hora… Creímos tener entre manos una posible transacción y la DEA montó un pequeño circo, con cámaras de vídeo y esas cosas.
—¿Creyeron tener…?
—En el lugar se presentó un muchacho al que conozco —puntualizó Harrison—. Su nombre es Matt Gerritsen; quizás usted conozca a su padre. En cualquier caso, el muchacho ha estado en mi casa algunas veces. Conoce a mi hija Linda.
—No lo conozco personalmente, pero sé que es novio de Andrea —agregó Mike.
Thomas Harrison palideció. Sólo en ese instante comprendió las implicaciones reales del encuentro entre Danna y Gerritsen.
—Mierda.
—Harrison, explíqueme qué tiene que ver Matt Gerritsen en todo esto.
—La siguiente en llegar a la casa… fue Danna —dijo el comisario, como si esto lo explicara todo (y en cierta medida así era).
—¿Danna?
—Sí. Matt Gerritsen hizo ciertos comentarios en relación a lo que buscábamos, lo cual da crédito a nuestro informante anónimo; luego la reunión comenzó a parecerse más a un encuentro de… amantes.
—¿Danna y Matt? Harrison, lo que está diciendo carece de sentido.
—Lo sé. Sabiendo que el muchacho es el novio de Andrea resulta aún más difícil de aceptar.
—¿A qué se refiere exactamente con encuentro de amantes?
—No mantuvieron relaciones, si a eso se refiere. Tomaron unas copas y se besaron. Luego discutieron y nuestros hombres intervinieron.
—¿Se lo ha dicho a Robert?
—No fue necesario. Mientras Matt y Danna estaban dentro de la casa, llegó Robert. Lo detuve de inmediato, antes de que anunciara su presencia. Alcancé a cruzar unas palabras con él y me dijo que también él había recibido una llamada anónima. De cualquier modo, lo conduje a la unidad móvil. Desde allí pudimos ver lo que ocurrió en el interior de la casa.
—Es increíble.
—Mike, le confío esto porque sé que es su amigo…, quizás el único que sepa cómo tratar este asunto con él.
—Se lo agradezco.
—Tengo la sensación de que Carnival Falls ha enloquecido —reflexionó Harrison.
—¿Han podido determinar algo del… cuerpo?
—Nada por el momento.
Caminaron por el lateral de la propiedad de regreso a la parte delantera. Harrison aventajó un paso a Mike y luego se dio la vuelta. Procurando hacer que su pregunta resultara casual, lanzó un dardo certero. El comisario conocía su trabajo, de eso no cabía duda alguna.
—¿Qué hacía usted aquí? —dijo en tono alegre.
Mike se puso rígido. Las palabras del comisario evocaron las letras sangrientas en el desván; parecía que el maldito nombre estaba a la orden del día dentro de su cabeza. Cuando se disponía a responder, consciente del instante de indecisión, el teléfono de la casa sonó con insistencia. Ya estaban en el umbral de la puerta principal.
Mike señaló el teléfono con un dedo tembloroso. No importaba qué respondiera a la pregunta del comisario, éste había advertido que le estaba ocultando algo.
—Conteste usted —pidió Harrison—. Será mejor que lo haga una voz conocida.
Mike levantó el auricular.