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Los soportes metálicos en ele mantenían la placa de vidrio suspendida justo debajo del boquete, pero no impedirían su deslizamiento lateral. No debía ocasionar problemas. El primer inconveniente que Ben veía consistía en la altura a la que estaba colocada. Aun de pie en el lavabo, no lograría que sus antebrazos traspasaran el boquete que servía de acceso al desván, y así darse el impulso necesario para ascender. Creía que lo máximo que podría lograr era asirse con las manos a los laterales, pero ¿qué haría después? Podía intentar colgarse, agarrado con sus manos a los lados largos, y balancearse hasta colocar sus pies en uno de los extremos. Sopesó la idea, pero la descartó; no podría balancearse lo suficiente teniendo el espejo detrás, y la idea de romperlo de una patada le resultó abrumadora. Y no precisamente por el mito.

¿Hablamos de mito? El siguiente constituye un mito grandioso: cuando estés colgado del techo, algo atraerá a Danna. Puede que uno de esos ruidos que hacen las casas por las noches o las ganas de hacerse una paja nocturna, o lo que sea. Y entonces abrirá la puerta del baño repentinamente y no habrá ninguna explicación satisfactoria para encontrar a su hijo pequeño colgando como un fideo gigante en mitad del techo.

Tendría que apagar la luz… Imaginar a Danna en el umbral de la puerta le hizo comprender que no podría dejarla encendida. Debería subir a tientas. Si ella la encontraba encendida por la mañana, o incluso si alguien se presentaba por la noche, descubrirían su escondite.

Observó las lámparas sobre el espejo.

Había una posibilidad.

Si se asía al boquete de cara al espejo, y no de espaldas, podría sujetar sus pies en las lámparas y tendría así un apoyo para impulsarse hacia arriba. No sería necesario gran cosa; apenas lo suficiente para colocar los antebrazos uno a cada lado. Luego sería sencillo.

La posibilidad cierta de conseguirlo lo sumió en un estado de excitación. Fue suficiente para que una serie de preguntas surgieran en su mente al unísono. ¿Qué ocurriría si lo lograba? ¿Qué diría más tarde al regresar a casa así sin más?

Porque piensas regresar, ¿verdad?

La pregunta esencial era si estaba preparado para las represalias de Danna. Normalmente constituían el primer condicionante a la hora de tomar una decisión. Pero no esta vez. Ben se sorprendió pensando que no le importaban demasiado.

Se puso en pie y trepó al lavabo sin dificultad. Sus pies descalzos se afirmaron a los laterales fríos de la loza. En efecto, al ponerse en pie pudo tocar la placa de vidrio. Apoyó las manos en el centro, y con suma lentitud las elevó hasta desplazar la placa. Tal como había supuesto, cedió con facilidad, y con cuidado la fue deslizando hacia un lado. Cuando hubo terminado, la introdujo por el boquete y la dejó a un costado.

Lo recibió una negrura impenetrable.

Descendió del lavabo y caminó en dirección al interruptor de la luz. Antes de accionarlo se volvió hacia el acceso al desván, ahora sin la placa de vidrio, y procuró memorizar la distancia entre éste y la lámpara. Cuando se sintió conforme, apagó la luz y esperó a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Transcurrieron unos segundos en los que de pie y muy quieto observó con horror que no se dibujaba ningún contorno ante sus ojos ciegos. La oscuridad era total.

Pensó en ir al garaje en busca de una linterna, pero la idea de deambular por la casa estando la placa fuera de su sitio le resultó inaceptable. Además, sabía que si no lo hacía ahora mismo, se echaría atrás, así sin más. Avanzó dos pasos hasta que sus manos tantearon el lavabo, al que volvió a subirse. Giró sobre sí y se colocó de cara al espejo, sólo que, lógicamente, éste había dejado de existir para él.

Estiró los brazos hasta aferrarse a los laterales del boquete. Sus dedos encerraron dos vigas de madera que supuso que lo soportarían sin problemas, pero igualmente probó a colgarse parcialmente antes de despegar los pies del lavabo.

Resistieron.

Completó la operación más rápido de lo que había esperado, lo cual posiblemente constituyó una gran ventaja. Primero se dejó caer sostenido únicamente por sus brazos, y al mismo tiempo estiró sus piernas hacia delante, hasta la pared. Luego deslizó los pies con precaución hasta que se apoyaron con firmeza en los soportes de las lámparas.

Se imaginó en aquella posición estrambótica. Si las lámparas le transmitían una descarga eléctrica, la caída desde esa altura no sería nada agradable. Si no moría electrocutado, el suelo de baldosas se encargaría de partir su cráneo como un coco de palmera que aterriza sobre una piedra angulosa. Recordó que estaba en contacto con madera, lo cual creía que lo protegía de la electricidad, pero era algo que no sabía con certeza. Debía darse prisa. Valiéndose del apoyo de sus piernas, colocó el antebrazo izquierdo sobre la viga, y luego repitió la operación con el derecho. Se tomó tres segundos para descansar. Su cabeza estaba íntegramente dentro del desván.

El resto fue sencillo. Se impulsó con las piernas e introdujo el torso en el hueco. Colocó una de sus rodillas sobre la viga de madera y pronto se encontró sentado en el desván. Volvió a colocar la placa de vidrio en su sitio y eso lo tranquilizó.

No tardó en darse cuenta de que, a medida que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, el desván iba dibujándose en desvaídas líneas grises. Se preguntó cómo podía ser posible tal cosa, puesto que allí no había luces y fuera era de noche, pero no encontró una explicación.

Otro aspecto que notó de inmediato fue que la temperatura era más alta que en la casa, a lo que sí le encontró sentido.

Permaneció un rato sentado; lo suficiente para que el desván se revelara ante sí y pudiera llegar a las primeras conclusiones de su viaje nocturno. La primera y más abrumadora fue que aquel sitio era mucho más grande de lo que había imaginado. Abarcaba las tres habitaciones de la planta baja, el pasillo y el baño. La falta de divisiones hacía que la sensación de amplitud se intensificara. Un resplandor en el extremo opuesto atrajo su atención, aunque no hizo planes inmediatos para dirigirse hacia allí.

El suelo era de madera, y Ben sabía muy bien que debajo de éste había tirantes principales que le servirían de soporte a la hora de desplazarse allí arriba. No supo determinar a simple vista si la estructura de madera secundaria tenía el espesor suficiente para soportar su peso, pero tampoco se tomaría la molestia de averiguarlo. Bastaría con desplazarse por los tirantes principales y asunto resuelto.

La estructura sobre su cabeza no difería de la que lo sostenía; también presentaba vigas en sentido transversal, separadas más o menos un metro, siguiendo la caída del tejado. Ben estimó que casi podría ponerse en pie en la parte más alta, aunque en el sitio más bajo la altura era de apenas medio metro. Se preguntó cuál sería el propósito de un lugar desaprovechado como aquél. Aunque sabía que la pendiente de los tejados servía para que la nieve no se acumulara, no podía imaginar la razón por la que existía en este caso una estructura debajo. La realidad es que ni el propio Robert, que había vivido toda su vida en aquella casa, primero con sus padres, y luego con su propia familia cuando Ralph y Debbie decidieron regalársela, sabía la razón.

Ben se levantó, pero no se irguió completamente. Alzó los brazos para localizar el techo inclinado y evitar golpearse la cabeza. Se desplazó hacia la derecha unos tres metros, sobre lo que constituía la habitación de sus padres. Seguía advirtiendo el mismo fulgor en el otro extremo, sobre lo que estimó que sería la habitación de Andrea.

Avanzó a cuatro patas, procurando apoyar las rodillas y las manos en los tirantes principales. Cuando consideró que estaba sobre su habitación, alzó la vista y escudriñó los alrededores. A la derecha advirtió una sombra ligeramente más oscura que el resto, de forma cuadrada, que captó inmediatamente su atención. La observó durante un rato, inmóvil, sin estar seguro de lo que era.

Al volverse hacia delante, claramente distinguió cierta luminiscencia flotando como bruma. Desde donde estaba podía incluso advertir ínfimos y tenues haces luminosos provenientes del suelo, en ubicaciones que le resultaron arbitrarias. Aún debía acercarse unos cuatro metros para estar seguro de lo que veía, de modo que agachó la cabeza y siguió avanzando.

Cuando se adentró en lo que constituía la parte superior de la habitación de Andrea, Ben avanzó más lentamente, desplazando sus manos y piernas con concienzuda concentración. Debía verificar que la madera soportara su peso, pero sobre todo no quería hacer ruido.

Fue entonces cuando se topó con dos ojos que lo observaban. Dos monedas brillantes a centímetros de su rostro, justo debajo de él.

Estuvo a punto de gritar. Sus brazos se aflojaron. Al perder el apoyo poco faltó para que su cuerpo se desplomara… sobre aquellos ojos. Se afirmó en el último momento, respirando agitado. Cuando se concentró en el suelo del desván, advirtió que los ojos que creía haber visto no eran más que dos orificios pequeños. La luz proveniente de abajo los hacía resplandecer, y la imaginación de Ben había hecho de las suyas para proyectar en los orificios los ojos celestes de…

Marcia, por supuesto.

Alzó la vista y advirtió otros orificios similares desperdigados por aquella zona, que eran sin duda los responsables del fulgor que había visto. Aún respiraba con dificultad, y su ritmo cardiaco no se había regularizado por completo, pero lentamente se fue tranquilizando al comprender que la luz de la habitación de su hermana debía de estar encendida. Nada de ojos observándolo. Sólo orificios en la madera. Ben supuso que debían de haber sido causados por insectos, o quizás sólo el simple paso del tiempo. Algunos eran alargados; otros círculos perfectos.

¿Por qué su hermana tenía la luz encendida?

Se acercó a un orificio cuyo diámetro era considerablemente mayor al de los anteriores. Se inclinó sobre él, y recorrió el contorno con su dedo índice, sólo para convencerse de que podría introducirlo si quería. Colocó su ojo izquierdo a un centímetro del orificio y observó…

Vio la puerta de acceso a la habitación de Andrea. Lo abrumó la sensación de observar la habitación de su hermana desde semejante perspectiva. No era mucho lo que podía apreciar desde esa ubicación específica, pero algo llamó su atención en la puerta, más concretamente en la parte de abajo. Era una pequeña alfombra circular que Ben no reconoció, y que su hermana había colocado de manera tal que una de las mitades descansara en el suelo y la otra sobre la puerta. No se necesitaba ser un genio para comprender que la intención de Andrea al colocarla allí había sido la de bloquear la luz para que no se filtrara al pasillo.

Se desplazó hacia la derecha con sumo cuidado, procurando que la madera no crujiera bajo su peso. A medida que avanzaba, tuvo que agacharse cada vez más. Se topó con un nuevo orificio, éste más pequeño que el anterior, pero que supuso que estaría bien también.

Observó.

Sus cálculos fueron correctos. Vio el escritorio que Andrea utilizaba para sus estudios en época de escuela, y sobre éste un amasijo de ropa, revistas y discos. Su hermana no estaba allí, pero una aparición fugaz que bien podría haber sido una de sus piernas pareció dibujarse en los confines del círculo de visión de Ben. Ocurrió deprisa, y no estuvo seguro de lo que acababa de ver. Supuso que si en efecto se había tratado de Andrea, se habría dirigido a la cama.

Repentinamente se produjo un sonido seco. Ben se sobresaltó de inmediato, para luego comprender que Andrea se había dejado caer en la cama, como él había supuesto un instante antes. El modo en que los resortes del colchón se quejaron luego no fue más que la confirmación. Ben alzó la cabeza y avanzó. Esta vez se situó en lo que supuso que sería el centro de la habitación, justo sobre la cama de su hermana. Allí los orificios eran más escasos, pero dos o tres le servirían para su propósito.

Cuando miró a través de uno de ellos, se sintió aturdido.

Andrea en efecto estaba recostada en su cama, boca abajo. Tenía los codos apoyados en la almohada, sosteniendo su rostro; sus piernas, flexionadas a la altura de la rodilla, se movían adelante y atrás como si pedaleara. Su discman descansaba a un lado y el cable negro que se mezclaba con su cabello castaño evidenciaba que tenía los diminutos auriculares incrustados en las orejas.

Ben no tardó en oír el suave acompañamiento de la voz de Andrea a la música que sonaba dentro de su cabeza. Escuchaba a Alanis Morissette.

Pero nada de esto importaba.

Andrea estaba desnuda, y sus piernas movedizas eran lo único que ocultaban el modo en que sus nalgas se frotaban una con la otra. Ben no pudo quitar los ojos de ellas, su nacimiento en un pliegue bien marcado y la curvatura dura. Su único ojo avizor se abrió al máximo. Sus manos, apoyadas sobre la madera sucia, comenzaron a transpirar. Ben entendía que su hermana era una muchacha bonita; aunque no lo reconociera ante nadie, lo sabía. De todas maneras, ¡era su hermana!

Pero había algo más. Algo cuya naturaleza no pudo explicar en ese momento. Más allá de lo descabellado de la situación, tenía la sensación de que algo no iba bien. Una pieza fuera de su sitio, desencajada; pero no podía darse cuenta de cuál era.

Cuando apartó la vista, abrió el ojo izquierdo y se sintió agradecido al ser engullido por una oscuridad completa. Sin embargo, la imagen de Andrea de espaldas, desnuda, no tardó en reproducirse dentro de su cabeza. No procuró apartarla, aunque supuso que poco habría podido hacer si así lo hubiese querido. Lo terrorífico era que una parte suya no quería hacerlo.

Pero había algo más.

Segundos después escuchó otro sonido no muy diferente al anterior. Los resortes del colchón chirriaron de nuevo y Ben supuso que Andrea se había puesto en pie, o que simplemente había cambiado de posición.

Se inclinó una vez más sobre el orificio.

Andrea seguía tendida en la cama, pero ahora yacía boca arriba con los ojos cerrados y daba golpecitos sobre la tapa de su discman. Sus piernas flexionadas se abrían y cerraban. Sus pechos se mantenían erguidos. Ben observó todos estos detalles experimentando una fascinación inmediata, y el hecho de que pertenecieran a su hermana no fueron razón suficiente para detenerse. Cuando sus piernas se abrían, podía ver una sombra de vello dorado, del color de su cabello.

Ben permaneció encorvado, sin moverse, sintiendo el modo en que su respiración se mezclaba con los susurros apenas perceptibles de Andrea. Deslizó su mirada a través del estómago plano y contorneado, para detenerse en sus pechos: dos montículos firmes relativamente separados entre sí. Advirtió que temblaban ligeramente, y al mismo tiempo pensó que los pezones eran más grandes de lo que había creído.

Siguió explorando el cuerpo de su hermana, lamiendo la base de su cuello con la mirada…, luego trepando por la barbilla, brincando por sus labios y arrastrándose sobre sus mejillas espolvoreadas con pecas diminutas. Cuando llegó a sus ojos… descubrió que ya no estaban cerrados, sino abiertos al máximo…

Fijos en Ben.

Se irguió repentinamente, conmocionado como cualquier niño que es sorprendido mientras espía lo que no debe. O a quien no debe. Se sintió agradecido por estar envuelto por aquella oscuridad absoluta. Se dijo que Andrea no lo había visto en realidad, sino que observaba en dirección al techo, como es lógico cuando se está acostado, y que simplemente había tenido la sensación de que sus ojos estaban puestos en los de él. Prestó atención en espera de cualquier reacción de su hermana, pero no oyó nada. Segundos más tarde se atrevió a echar un vistazo rápido, y en efecto Andrea seguía en la misma posición: abriendo y cerrando las piernas, tamborileando con los dedos en la tapa del discman.

¿Te ha gustado?

Ben temblaba, incapaz de reconocer haber pensado semejante cosa. Sacudió la cabeza. Algo no iba bien. La pieza fuera de su sitio.

Lo había advertido por primera vez al asomarse por el orificio y ver a su hermana tendida en la cama, escuchando a Alanis Morissette y moviendo las piernas…

Y entonces comprendió. Supo cuál era la pieza que no cuadraba con el resto.

Los poros de sus brazos se dilataron y se enfriaron. Su hermana escuchaba a Alanis Morissette y él lo había sabido desde que la vio por primera vez. Podía intentar convencerse de que no había sido más que su imaginación, o de que los balbuceos que producía su hermana habían sido suficientes para llegar a tal conclusión, pero sabía que nada de esto era cierto. Era posible, y de hecho se aferraría más tarde a esta idea con todas sus fuerzas, pero no era cierto.

Ben había sabido con certeza lo que su hermana escuchaba, como si se tratara de una revelación.

En ese instante, sumido en las sombras del desván de su casa, escondido para arruinarle a su madre un viaje de placer a Pleasant Bay, trató de convencerse de que era imposible que estuviera seguro respecto de un detalle como éste, pero no lo consiguió.

No lo consiguió en absoluto.

Benjamín
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