Epílogo
LA NOTICIA DEL SAQUEO DE PANAMÁ no solo provocó estupor, sino que indignó y sacó de quicio a las autoridades españolas, que pidieron la cabeza de Morgan. La clave estaba en el Tratado de América, también llamado Tratado de Madrid o Tratado Godolphin, como había informado sir Modyford, el gobernador de Jamaica, al almirante Henry Morgan. Dicho tratado se firmó en Madrid el 18 de julio de 1670, y si bien no entraba en vigor hasta su publicación, es decir, hasta ocho meses después, oficialmente Inglaterra estaba en paz con España cuando Morgan dirigió el ataque que asoló Panamá.
Tal vez la cuestión política salvó la vida del filibustero.
Ya en el reparto del botín los piratas se habían sentido engañados, pero cuando más tarde Morgan fue despojado de su buque insignia y del inmenso botín por Lefthand, se vio rodeado de enemigos. El más implacable era el Consejo de Ancianos de Tortuga. En primer lugar, porque le debía una cantidad considerable; en segundo, porque la paciencia del Consejo tocaba a su fin y, por último, porque Morgan habían empeñado su honor por Lefthand. Sin embargo la fortuna no lo desamparó, pues aún contaba con un valioso aliado: Inglaterra.
El hombre que por encima de todo odiaba el poder, se arrimó a este para salvar el pellejo, y como Inglaterra necesitaba un gesto propagandístico que acallase las protestas de España, unos meses después se le deportó a Londres. Permaneció allí dos años. Fue tratado como una celebridad. Se le sometió a una pantomima de juicio, del que naturalmente salió absuelto y, por último, como añoraba el Caribe, su única patria, fue nombrado sir por el rey y enviado a Jamaica en calidad de vicegobernador de la isla. Su misión era muy concreta: acabar con la piratería. Después de todo, se trataba de un arreglo muy conveniente para ambas partes.
Así fue como Henry Morgan, ya fuese para acabar con la ominosa amenaza de los Ancianos que pendía sobre su cabeza, o por venganza contra un mundo del que había sido desterrado, se convirtió en el peor azote de los piratas. Desde su puesto oficial como vicegobernador de Jamaica, hizo cuanto pudo para acabar con aquellos a los que había comandado como almirante en jefe.
Traidor a los suyos y a su destino, hombre sin patria, Henry Morgan vivió sus últimos años como una gloria nacional. Protegido por su país, en 1688, a la edad de cincuenta y tres años, consumido por el alcohol y por una vida de excesos, expiró tranquilamente. Su cuerpo fue enterrado en un sepulcro de la iglesia de Santa Catalina, en Port Royal. Con él finalizó la gran época de la piratería en las Antillas.