95

Varkanin se moría, célula a célula.

La maldición luchaba con la plata que tenía en el cuerpo. Estaba furiosa, y rabiaba, y arremetía contra él, trocito a trocito, trataba de transformarlo y se destruía a sí misma a la par que crecía y luchaba. Su cuerpo humano no podía resistir el ataque.

El hombre se debatía en el suelo, sus miembros se retorcían mientras pugnaba por tomar el control. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano tan sólo para ponerse de costado. Entonces vomitó violentamente sobre la nieve. Se enroscó sobre su propio estómago, que se contraía una y otra vez. El sudor le empapaba el rostro y las palmas de las manos.

Se acercaba la muerte, y le arrebataría su última esperanza de vengarse.

No podía permitirlo.

No veía a Lucie. Debía de haber huido. Pero Varkanin estaba decidido a encontrarla de nuevo antes de exhalar el último aliento.

De alguna manera, logró ponerse de rodillas. Se estrujó el rostro con las manos, porque le ardía. Se estrujó el pecho, porque tuvo la sensación de que su propio corazón acelerado podía llegar a salirse de su sitio. Maldijo, y escupió, y empleó hasta la última brizna de su considerable fuerza de voluntad para dejar de temblar, para impedir que su propio cuerpo se hiciera pedazos.

Finalmente lo consiguió.

Sus pulmones bombearon como fuelles mientras trataba de calmarse. Sus ojos miraron desde el rostro y luego se cerraron violentamente cuando una nueva oleada de dolor y náuseas le recorrió el cuerpo. Pero no se derrumbó. No se dejó dominar por las convulsiones. No murió.

Todavía no.

No había nada que anhelara tanto como la dulce libertad de la inexistencia. Pero aún no había cumplido su misión. Le bastaba con mirar el rostro inmóvil de Sharon Minik para saberlo.

Sharon… no se parecía en nada a sus tres hermosas hijas. Habían sido rubias, con los rasgos marcados y la graciosa esbeltez de la madre. Sharon era pequeña y achaparrada, y tenía el cabello tan negro como las alas de un Cuervo. Pero, por un tiempo, Varkanin había llegado a sentir una paz, muy frágil, mientras hablaba con Sharon. Al contemplar la vida y la juventud que anidaban en la muchacha. Esa paz le había vuelto más débil, por supuesto. La paz siempre debilita. De acuerdo con la filosofía de Varkanin, es el tormento interior lo que le da fuerzas a un hombre. Lo había perdido todo por el afecto que Sharon le inspiraba. Si no se hubiera sentido obligado a buscar una manera de curarla, no habría tenido que fiarse de los hombres lobo.

Ahora Sharon estaba muerta, y le debía algo. Lo mismo que les debía a sus tres hijas.

De repente el helicóptero apareció en el horizonte cual negra mancha difuminada, como si fuera una gigantesca mosca negra. Cuando el helicóptero se dirigió hacia él, Varkanin obligó a su propio cuerpo a permanecer inmóvil. La guerra aún bullía en su interior, pero no se dejaría abrumar. Era un hombre, y hay ciertas cosas que un hombre tiene que hacer antes de abandonar este mundo.

El helicóptero se le acercó lentamente y tuvo la prudencia de aterrizar a medio kilómetro de distancia. Para entonces, Varkanin se había ido. Se había ocultado en la extraña formación rocosa que se hallaba al otro extremo del lago. Se aseguró de no proceder con demasiado sigilo, de no hacerse demasiado invisible al esconderse. Era importante —vital— que los soldados supieran dónde se encontraba.

Aunque, por supuesto, no tenía por qué ponérselo demasiado fácil. Pertenecían a las fuerzas especiales y estaban entrenados para rastrear y perseguir. Entrenados para expulsar a un hombre violento de una posición defendible. Debían de ser hombres con disciplina. Debían de estar muy bien pertrechados. Varkanin no tenía ni siquiera la pistola, porque Lucie se la había quitado. Estaba sólo frente a cuatro soldados que irían a por él.

Pero Varkanin se había entrenado en la Spetznaz, las fuerzas especiales de la Unión Soviética, cuya destreza en el combate había sido legendaria. Había llovido mucho desde entonces, y llevaba muchos años sin enfrentarse a soldados. Pero le pareció que sería capaz de recordar algunos trucos.

Luna de plata
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
notas.xhtml