27

—Eso es espantoso —dijo Chey—. ¿Permitía que su hijo cazara seres humanos?

—Ninguno de ellos era inocente —insistió Lucie—. Eran violadores y ladrones.

—En su mayoría. Eso no significa que mereciesen morir de ese modo. —Powell gruñó asqueado—. Chey, tienes que entender algo acerca de las personas como ese conde. En aquella época, la nobleza de Alemania no consideraba que perteneciese a la misma especie que los campesinos. Veía a los artistas y cortesanas que acudían a sus fiestas como los ganadores de una feria de pueblo, pero su hijo había nacido para ser un gran hombre. Nada de lo que Tavin hiciera, o quisiera hacer, podía estar mal.

—¿Y vivisteis bajo el mismo techo que ese tío?

Powell se encogió de hombros.

—Yo creía de verdad que podría ayudar al muchacho. Que podría enseñarle a pensar de otro modo e interrumpir el ciclo. O que, tal vez… si tengo que ser totalmente sincero, te diré que quizá estuviera harto de huir. La vida en ese lugar era muy cómoda.

—Tavin era un niño muy dulce —dijo Lucie, como si no hubiera habido interrupción alguna—. ¡Cómo recuerdo el rubor de sus mejillas! Me traía ramos de flores silvestres que él mismo había escogido en los cerros de su propiedad y me permitía que los engarzara en sus largos cabellos rubios. Pero reservaba sus flores más bellas para Élodie. Se había llevado la impresión de que Monty estaba casado tan sólo conmigo y que Élodie era como mi hermana. No se imaginaba que nos habíamos unido los tres, porque tal cosa no habría estado permitida en la muy decente sociedad en la que se había criado. Por eso mismo, tal cosa no podía existir. Élodie fue la primera mujer loba que conoció y que su padre juzgó apropiada para desposarse con él. Probablemente no conocería a ninguna otra durante mucho tiempo. ¿Comprendes lo que tiene que suceder en un caso como éste? Se enamoró de ella. Por el mismo motivo por el que cualquier muchacho se enamora de cualquier muchacha hermosa. Porque estaba allí y porque no lo rechazó al instante.

»Élodie se había unido a Monty para toda la vida. Pero no podía decírselo al muchacho. Desde luego que no, porque su padre se habría enterado. El escándalo habría sido mayúsculo y nos habrían expulsado a los tres. O nos habrían hecho algo aún peor. Por ello, permitimos que el joven Tavin tuviera sus fantasías. En ese tiempo el cortejo podía ser muy largo y parecía que el muchacho tuviera que tardar una eternidad en pedirle la mano a Élodie.

»Ahora pienso que si le hubiéramos hecho creer que la soltera era yo, todo habría sido muy distinto.

»Porque la pobre Élodie tenía muy poca experiencia de la vida. Hasta que le transmití la maldición, había sido una chica muy protegida. Nunca le habían permitido que se alejara del castillo donde nació. En ese momento le requerimos que hiciese un papel que superaba ampliamente sus capacidades. Fingía comprender nuestro ardid, pero yo me pregunto si no se enamoró un poquito de Tavin. El muchacho era muy amable con ella, y ésa es siempre la manera de ganarse el corazón de una mujer. Pero Élodie no podía entregarle su corazón, y pienso que la fractura entre ambos deseos abrió una brecha en su cordura.

Powell se volvió y miró a la cara a las dos mujeres. Parecía que se sintiera obligado a interrumpir.

—¡Anda ya! Nosotros sabíamos desde hacía tiempo que tenía problemas. Al conocerla, pensé que estaba traumatizada por la guerra. Casi no hablaba. Iba de un lado para otro con un candelabro apagado. Después entendí qué era lo que había puesto fin a su cordura, porque tuve que sufrir lo mismo que ella, y entonces traté de ayudarla, pero Élodie no quería hablar sobre las cosas que hacíamos. Y entonces empezó a desaparecer. Se volvió menos humana y más loba. Se despertaba gruñendo, y durante la primera hora de la mañana, o un poco más, no era humana. No soportaba la ropa interior porque no le gustaba su tacto sobre la piel. Teníamos que esforzarnos para que no se pasara el día desnuda. Y luego sucedió aquello en Venecia. Nos lo tendríamos que haber tomado como un aviso evidente.

—Ah. Sí. Venecia —dijo Lucie, como si las palabras de Powell le hubiesen recordado algo que se había olvidado de añadir a la lista de la compra—. Pero eso no fue muy importante. Teníamos una habitación en una torre, donde podíamos retirarnos cuando sufríamos la transformación. Había barrotes de plata en las ventanas y en la puerta para que nuestros lobos no pudieran escapar. Teníamos una cama en la habitación, y los tres la compartíamos, y una mañana, al despertar todos juntos…

—Élodie se dio la vuelta y me mordió en la garganta —dijo Powell. Su voz sonaba hueca, casi desprovista de emoción—. Me arrancó un pedazo. Perdí mucha sangre. Lucie trató de separarla de mí y Élodie le hirió el rostro con las uñas. Fue necesario que ambos uniéramos fuerzas para sujetarla, y durante el día entero, hasta que nos transformamos de nuevo, tuvimos que tenerla agarrada por los brazos. Élodie se revolvía, retorcía el cuerpo y nos gritaba. Nos aullaba. A veces nos pedía que la soltáramos, y a veces nos gruñía como un animal. Éramos humanos, y ella seguía siendo una loba, y no quería nada, salvo destruirnos. Cuando por fin nos transformamos, fue todo un alivio. Pero contábamos con que a la mañana siguiente ocurriría lo mismo. Cuando despertamos, nos preparamos para luchar de nuevo con ella. Pero no fue necesario.

—¿Qué sucedió? —preguntó Chey. Necesitaba que se lo dijeran.

—Desperté —dijo Lucie— y salté de la cama, dispuesta a sujetar a Élodie, pero me la encontré sentada frente a un tocador. Se estaba arreglando meticulosamente el cabello. Me saludó con una cálida sonrisa y me preguntó si teníamos chocolate para desayunar.

—No recordaba nada de lo que había sucedido —dijo Powell—. No recordaba en absoluto el día anterior. Cuando le insistimos, cuando le enseñamos las sábanas manchadas de sangre, se ruborizó, y miró hacia otro lado, y dijo que lo que le había ocurrido era que… bueno, ya me entiendes… que había tenido su visita mensual.

—¿Quieres decir que le había venido la regla?

—No seas grosera, jeune fille —dijo Lucie—. Tengo que reconocer que fue un episodio desagradable. Pero no quisimos creer que aquello tuviera que volverse habitual. Ocasionalmente despertaba sin recobrar su mente humana, pero tuve la cortesía de no hablarle de ello a menudo.

—Pero cuando Tavin empezó a declararle su amor, y a ponérsele de rodillas, y a rogarle que le dijese que ella también le quería…

—La situación empeoró —le dijo Powell con voz muy suave.

Luna de plata
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