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Powell dijo que tenía algunas cuestiones que discutir con Nanuq, pero que antes quería comer. Él y Lucie encendieron una hoguera bajo el agujero que hacía las veces de salida de humos y asaron los lemmings bajo la atenta mirada del gigante, que de vez en cuando se relamía los labios. Chey llevó a Dzo al otro extremo de la estancia con la intención de hacerle algunas preguntas.

—Ése es como tú, ¿verdad? —le dijo.

—¿Quién? ¿Nanuq? De eso nada. No se parece a mí en nada —le dijo el espíritu.

Chey frunció el ceño.

—Al ver las pieles y la máscara he dado por sentado que se trataría de un espíritu animal.

—Desde luego. Es el espíritu del oso polar.

Chey arrugó el entrecejo sin entender nada.

—¡Pero si acabas de decirme que no se parecía en nada a ti!

—Exacto. Es totalmente distinto. Por ejemplo, come carne. ¡Qué asco! Fíjate también en su máscara y la mía. Son de estilos totalmente distintos. La mía tiene un estilo como dene, porque el pueblo dene, al sur de aquí, fue el último que me tomó en serio. Aquí arriba viven varios tipos de esquimales, algunos de los cuales todavía veneran a Nanuq, y por eso lleva una máscara como ésa. —Parecía estar pensando en otra cosa—. Ah, y, además, se está muriendo.

—Ésa no es la palabra que él utiliza. Él dice que pronto se va a extinguir.

Dzo puso cara de exasperación, como si Chey no hubiese entendido nada.

—Viene a ser lo mismo, ¿no? Somos espíritus animales. Estamos conectados a nuestros respectivos animales. No de forma individual, por supuesto. En todo momento nacen y mueren ratas almizcladas. Pero no se extinguen. Los osos polares, sin embargo, son cada vez menos. Y eso le debilita. Dentro de poco ya no quedará ninguno.

—¿Y entonces morirá? —preguntó Chey.

—Es una manera de decirlo. Técnicamente no, porque en ciertos aspectos muy importantes vive fuera del tiempo. Puedes creerme: es mejor que no te explique en qué consisten esos aspectos. Porque te entraría un dolor de cabeza de los fuertes.

—Me lo creo —dijo Chey.

En el pasado había tratado de entender cómo se lo montaba Dzo para viajar de una masa de agua a otra aunque no estuvieran conectadas entre ellas, y cómo podía meterse dentro de una única gota de agua sin necesidad de encogerse. Imaginaba que los espíritus operaban a alguna especie de nivel mágico inaccesible a la lógica humana.

—Así pues, no es que vaya a dejar de existir. Porque permanecerá en el pasado, donde ha estado siempre. Y la gente seguirá contando historias sobre los osos polares mucho después de que el último haya muerto. Por tanto, tendrá que seguir allí, para encarnar esas historias. Pero… a ver, voy a ponerte un ejemplo. Hace tiempo existía un animal que era como un elefante, aunque tenía el cuerpo cubierto de pelo y vivía con nosotros en el norte.

—¿Quieres decir el mamut?

Dzo asintió.

—Así que has oído hablar de él. Sea como fuere, ya no queda ninguno, pero sí existía la espíritu del mamut, una chica muy maja, muy… muy dulce. El cabello le llegaba hasta el trasero y era todavía más alta que Nanuq. Aunque tenía unos dientes…

Chey sonrió por primera vez en mucho tiempo. Aunque Dzo la dejara confusa, siempre se sentía mejor después de una conversación con él.

—Vivía en una isla frente a Alaska —prosiguió Dzo—. Hace algún tiempo, ¿sabes?

—¿Hará un par de milenios? —supuso Chey—. ¿Durante la última glaciación?

—Sí, bueno, no sé, hace tiempo que dejé de contar los años. Dejémoslo en «hace algún tiempo». Lo importante es que la gente todavía habla de ella, o, por lo menos, de sus mamuts. Para ti ha desaparecido, porque tú vives en el tiempo. Aunque fueras a su isla, no la encontrarías. Pero si yo quisiera visitarla, sí podría. No podría caminar directamente hasta allí, pero si me sumergiera hasta lo más profundo de las aguas, podría ir a parar a donde ella se encuentra, en el pasado.

—Hace tiempo leí que unos científicos querían clonar un mamut, como en Parque Jurásico, pero sin que se comiera a nadie. Iban a extraer ADN de un mamut congelado en un glaciar e iban a utilizarlo para crear un embrión, y luego querían implantárselo a una elefanta africana para que naciera un bebé mamut. Si lo consiguieran, ¿qué le sucedería a tu amiga? ¿Volvería a la vida? —preguntó Chey.

Dzo negó enérgicamente con la cabeza.

—Ésa es la cuestión. No. Porque no murió de verdad. Tan sólo se extinguió. Creo que ésa es la diferencia por la que me preguntabas. —Le sonrió con malicia—. ¿Ya te duele la cabeza?

—Como siempre —dijo la joven.

Powell y Lucie habían terminado de preparar la comida. Powell se acercó a Nanuq, que estaba sentado en su sillón, viendo una reposición de «North of 60». Powell carraspeó y trató de agarrar a Nanuq por el brazo, con el evidente propósito de ganarse su atención.

—Mierda —dijo Chey, y corrió hacia él. Se temía lo que podía ocurrir si Powell molestaba a Nanuq mientras veía un serial…

Y sus temores se confirmaron.