81

—No lo pierdas de vista —le dijo Powell a Chey cuando aún se encontraban a medio kilómetro del inukshuk—. Voy a tener mucho que hacer cuando lleguemos. —Varkanin los seguía de cerca y apuntaba a ambos con una arma. Era evidente que aún no confiaba en ellos.

No es que Chey se sintiese muy segura con el ruso. Pero tampoco les quedaban muchas otras opciones. Si querían seguir con vida, tendrían que aceptar sus normas.

Para demostrarle que todos ellos se encontraban en el mismo bando, Powell tenía que conseguir que Lucie fuera hasta el pueblo. Chey no sabía muy bien cómo pensaba lograrlo. Pero estaba dispuesta a respaldar el juego de Powell en el momento en el que éste lo revelara.

Varkanin caminaba a distancia suficiente como para que pudieran susurrar sin que él los oyese. Chey suponía que eso tendría algún valor. Quería decir que confiaba en que los hombres lobo no se volverían contra él sin previo aviso.

—Esto es una mierda —dijo Chey—. ¿Qué le impedirá matarnos en el mismo momento en el que descubra cómo curar a Sharon?

Powell se encogió de hombros. A decir verdad, no se le veía tan paranoico como a ella.

—He hablado con él. Y he visto su manera de actuar. Es un hombre de honor.

—¿Y tú te lo crees?

Powell la miró con irritación.

—Se atendrá a la palabra dada. Si consigue lo que quiere, no le quedará ninguna razón para hacernos daño.

—Espero que sea verdad. —Chey se cubrió el cuerpo con los brazos, aunque no hiciera mucho frío—. Mató a Dzo sin pestañear. Y eso que creo que Dzo le caía bien. Si no pudiéramos darle lo que quiere…

—Se lo daremos. Bueno, párate aquí.

Se encontraban tan sólo a un par de centenares de metros del inukshuk. Chey vio los restos del campamento donde habían hablado con Cuervo. No había ni rastro de Lucie.

—Hay algo que tendrías que saber —le dijo Powell mientras caminaban en círculo y escrutaban las desoladas tierras cubiertas de nieve. Se dirigieron al lugar de acampada, pero no hallaron ningún indicio de la presencia de la pelirroja—. Al venir a rescatarte, le pedí a Lucie que me acompañara. Para ayudarme. Se negó.

Chey se encogió de hombros.

—Dijo que te habías metido tú sola en este lío y que no merecía la pena salvarte.

—No me sorprende en absoluto —le contestó Chey—. Se alegraría mucho si yo muriese, porque entonces te tendría entero a su disposición.

La expresión de Powell se endureció.

—¿Te lo crees de verdad? ¿Piensas que, si murieses, yo buscaría consuelo en ella?

—No —dijo Chey, bajando la mirada al suelo—. Pero sé muy bien que eso es lo que ella piensa. ¿Dónde diablos estará? —En aquel paraje desolado no había sitio donde pudiera ocultarse. No estaba escondida detrás del inukshuk, ni entre las rocas cercanas—. ¿Piensas que se habrá marchado?

—No —dijo Powell. Se volvió y le hizo un gesto a Varkanin—. No está aquí —gritó. Y luego—: Hazte a ti misma un favor y…

Lucie no aguardó a que terminara la frase de advertencia. Había estado al acecho bajo la nieve, probablemente, sin respirar siquiera. Sin hacer sonido alguno, emergió de su escondrijo. La nieve que se desprendió de su cuerpo era tan sólo un poco más blanca que su piel. Chey la reconoció únicamente por el cabello pelirrojo. Por lo demás, tan sólo alcanzó a ver un borrón que se lanzaba a la carrera por terreno abierto y se arrojaba sobre Varkanin.

El ruso sólo era humano. No pudo reaccionar a una velocidad suficiente para detenerla. El arma que llevaba en la mano saltó por los aires en el mismo instante en el que Lucie lo derribaba al suelo. Si se hubiera tratado de otra persona en vez de Varkanin, la muerte habría sido segura.

Lucie se rió y se arrojó sobre él con la boca muy abierta. Iba a tratar de desgarrarle la garganta a Varkanin con sus dientes humanos.

—¡Hala! —dijo Chey—. Eso le va a doler.

Lucie echó el cuerpo para atrás y al instante rodó por el suelo. Trató de cubrirse con la mano sus labios ensangrentados. Gimoteó, presa del dolor, y escupió algunos dientes rotos.

—¿Estás bien? —gritó Powell. Varkanin levantó una mano para darle a entender que sí.

—Lucie —dijo Chey—, no podrás hacerle daño, porque…

Lucie no había sido nunca una mujer que se diera fácilmente por vencida. Trató de agarrar a Varkanin y levantarlo del suelo, tal vez con la intención de arrojarlo lo bastante lejos y con la fuerza suficiente para que todos los huesos de su cuerpo se rompieran. Pero cada vez que sus manos lo tocaban se quedaba sin fuerzas. Varkanin pugnó por sentarse, y luego por ponerse en pie. Lucie trató de darle un último y desesperado golpe en la mandíbula.

Aunque estuviera lejos, Chey alcanzó a oír los chasquidos y crujidos de los nudillos de Lucie. Y, desde luego, también oyó los chillidos de la joven.

Por fin, en cuanto la pelirroja se hubo calmado, Powell fue por ella y la levantó de la nieve. Le pasó el brazo por los hombros y la ayudó a caminar hasta que se le hubo pasado en parte el dolor.

—Hemos cambiado de planes —le dijo.

Luna de plata
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