12
Una desagradable luz roja atravesó los párpados de Chey. La joven lloriqueó, porque el cuerpo le dolía mucho. ¿Qué había estado haciendo su loba? Se sentía como si hubiera corrido una maratón.
Por lo menos, no sentía tanto el frío. Recordaba lo gélida que había sido la noche durante las horas que precedieron a la salida de la luna. Parecía que la temperatura se hubiera suavizado un poco. También contribuía a ello otro cuerpo acurrucado junto al suyo, pegado a su espalda. Pensó que se trataría de Powell. El hombre sujetaba el cuerpo de Chey con el brazo, la retenía cerca de sí, y su rostro reposaba sobre la nuca de la joven. Ésta se sentía extraordinariamente reconfortada al tenerlo tan cerca, siempre y cuando no pensara en lo que eso podía significar.
Entonces sintió la presión de su pene erecto en la espalda.
Su reacción inmediata fue tratar de zafarse de él, alejarse de él lo antes posible. Pero le daba tanto calor, y el brazo que le rodeaba el cuerpo le resultaba tan agradable… Y tenía que admitir que se sentía tentada. Se dio cuenta de que su loba había experimentado excitación sexual. Normalmente no recordaba nada de lo que había pensado o hecho durante sus transformaciones, pero a veces retenía indicios sutiles. Su estado emocional, las crudas necesidades y deseos y odios que sentía. En aquel momento, aún percibía la ardiente lujuria de la loba en sus venas humanas. Sintió una humedad entre las piernas que no podía negar.
Y si movía el cuerpo unos pocos centímetros, si erguía el trasero y presionaba hacia atrás, se le calmaría la picazón. Una vez llegaran a ese punto… bueno… difícilmente encontraría una manera más explícita de dar el primer paso.
Así terminaría la confusión que reinaba entre ambos, las dudas lacerantes y las continuas insinuaciones que se lanzaban el uno al otro. Todo sería más fácil. Y lo habría conseguido tan sólo con menear el trasero.
Pero se preguntó si verdaderamente era eso lo que quería. ¿No sería todo una ridícula calentura? Cuanto más lo pensaba, más irrelevante le parecía la pregunta. Poco a poco, evitando hacer ruido para no despertarlo antes de tiempo, empezó a mover las ancas hacia atrás.
Una vez hubiera tomado la decisión, no habría camino de vuelta. Pero, aunque fuese una decisión equivocada, siempre sería preferible a no tomar ninguna.
Powell suspiró sin despertarse. Un suspiro alegre. Sí. Seguro que le respondería bien a la muchacha. Cuando despertara, y se encontrara con que estaba haciendo el amor con Chey, no se detendría, ni le preguntaría qué se había creído. La agarraría y la acercaría a su cuerpo. Se entregaría a ella. Lo deseaba tanto como ella, ella lo sabía, Powell querría…
De repente, Chey se dio cuenta de que había alguien de pie junto a ella. No estaban los dos solos. Abrió los ojos y miró hacia arriba, como diciendo: «¿Dzo? Pero tío, cómo se te ocurre presentarte ahora…».
Pero no era Dzo. Chey apenas tuvo tiempo de distinguir un rostro amenazador, un cuerpo humano pálido y desnudo. Unas manos blancas agarraron a Chey por el cabello y la apartaron violentamente de Powell.