XIII.3. Entrenarse hasta morir

Nuestra esperanza de vida media ha aumentado desde los cuarenta y cinco hasta casi los ochenta años en el último siglo, mientras que en el mismo período se ha reducido la cantidad de esfuerzo físico que tenemos que realizar. Así pues, la conclusión que cabría esperar es que mejor perezosos que cansados. Nada más lejos de la realidad. En pocas cosas hay tanto consenso en este mundo: adondequiera que uno vaya, todos opinan que es malo que hoy en día nos movamos tan poco y que sólo podemos llevar una vida saludable haciendo deporte. Así que uno ya no puede salir a pasear tranquilamente por el bosque sin toparse con jadeantes y sudorosos corredores que a todas luces están pasando un mal rato. Toda empresa que se precie patrocina a algún club deportivo y se corren maratones para los enfermos de cáncer. El AMC, que en este tema debería saber más lo que se hace, organiza anualmente una carrera de resistencia. Desde las siete menos cuarto de la mañana los Países Bajos al completo son arrastrados a la carrera por la emisora MAX, en la que ancianos vestidos con mallas ajustadas se mueven rítmicamente.

¿Cómo surgió en realidad el malentendido de que el deporte es saludable? Seguramente no fue pasando los domingos en el servicio de urgencias de un hospital como yo. A principios de enero de 2009 estaba helando, medio país se iba dos semanas a patinar y los servicios de primeros auxilios de todos los hospitales tenían que hacer horas extras a causa de los diez mil pacientes con fracturas, síntomas de congelación y otros problemas. ¿Qué tenía eso de saludable? La cantidad de personas escayoladas que regresan de las zonas donde se practican los deportes de invierno no habla en favor de la idea de que el deporte sea tan saludable. En los Países Bajos se producen un millón y medio de lesiones deportivas al año, de las cuales la mitad necesita tratamiento médico. Si se prohibiera el deporte, las listas de espera se acabarían en un abrir y cerrar de ojos. Ya hemos visto que los boxeadores se provocan mutuamente lesiones cerebrales irreversibles (XIII.1). Los que practican el kickboxing son diez veces peores. Muchos golpes de cabeza y algún que otro codazo en el fútbol hacen que los jugadores pierdan células cerebrales. Desde el primer maratón en Grecia, muchos corredores de larga distancia han caído muertos. Un 15% de las lesiones medulares se producen practicando algún deporte. Como le sucedió al actor estadounidense Christopher Reeve, conocido por encarnar a Superman, que cayó del caballo, se fracturó el cuello y quedó paralizado de por vida. El deporte, sentir la necesidad de moverse, puede ser también la manifestación de una enfermedad, como la intensa necesidad de moverse que acompaña la anorexia nerviosa (VI.9). Las pacientes de anorexia son a menudo adictas a ir al gimnasio. Hace unas décadas, mucho antes de que se hubiese puesto de moda el jogging, el profesor Frans Stan estaba mirando por la ventana de su despacho en la Valeriusplein. Para su sorpresa vio a alguien en la otra acera que daba un par de vueltas a la plaza corriendo muy rápido y volvía a meterse en su casa. Eso se repetía varias veces al día. Al cabo de unos meses, el hombre fue ingresado y le diagnosticaron la enfermedad de Pick. Se trata de una forma de demencia con atrofia de la corteza prefrontal que a menudo empieza con trastornos de la conducta. Desde que me lo contaron, desconfío de cualquier corredor. Por otra parte nadie parece preocuparse por el aumento del riesgo de padecer esclerosis lateral amiotrófica (ELA) a causa del deporte, o por el dato de que en los Países Bajos mueren unas cien personas al año mientras practican algún deporte. En los gimnasios mucha gente se inyecta esteroides anabolizantes, y antes se usaban preparados de la hormona de crecimiento que a veces resultaban estar contaminados con la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, una forma de demencia galopante. Verdaderamente, tal como apareció en el Vrij Nederland, parece que la mitad de la población hace deporte y la otra mitad la acompaña al hospital.

Alguien podría argumentar que se trata de molestias menores de un estilo de vida que ayuda a la población a tener una vida más longeva y saludable. Tampoco esa afirmación tiene fundamento alguno. Los estudios y las estadísticas que podrían ilustrarla no se basan en ensayos aleatorios y controlados sino en comparativas entre grupos de personas que eligen practicar o no un deporte. La autoselección hace imposible cualquier conclusión basada en esos estudios. Pearl ya afirmaba en 1924 que un esfuerzo físico intenso podía acortar la vida. Así sucede también en todo el reino animal. En un estudio comparado efectuado por Michel Hofman, del Instituto de Investigaciones Cerebrales, se ha descubierto que hay dos factores que determinan la duración de nuestra vida: el metabolismo del cuerpo y las dimensiones del cerebro. Cuanto más acelerado sea el metabolismo, más breve será la vida. Eso coincide con algunos estudios realizados, según los cuales los deportistas de élite en Harvard vivían menos años. Los enormes esfuerzos físicos que se dan en el deporte podrían llegar incluso a acortar la vida. El investigador estadounidense Sohal comprobó que cuantos más movimientos hace una mosca, antes cae muerta. Si se evita que malgaste su energía encerrándola entre dos placas de plástico de manera que sólo pueda revolotear un poco pero no pueda volar, su tiempo de la vida se triplica. Sólo hay un órgano, el cerebro, que influye en la duración de nuestra vida en el sentido opuesto. Cuanto mayor y más activo sea el cerebro, más longeva será la vida. La estimulación del cerebro también parece retardar la aparición de la enfermedad de Alzheimer y, si ésta ya se ha manifestado, puede reducir sus síntomas (XIX.3). Inversamente, en las enfermedades donde el tamaño del cerebro es demasiado reducido, como en la microcefalia o en el síndrome de Down, se aprecia una duración de vida más corta. Por otra parte, los científicos eminentes con grandes cerebros han tenido vidas largas. Uno puede conseguir agrandar las dimensiones del cerebro estimulándolo constantemente con nueva información, como se desprende de los experimentos hechos en un ambiente enriquecido (II.5). Por eso parece bastante más saludable ver deporte, siempre y cuando a uno le guste, que practicarlo. Y si pese a todo decide hacer alguno, lo mejor es jugar al ajedrez.

Somos nuestro cerebro
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