I. Introducción

I.1. Somos nuestro cerebro

Debe saberse en general que la fuente de nuestro placer, júbilo, risa y diversión, lo mismo que la de nuestro pesar, ansiedad, dolor y lágrimas, no es otra cosa que el cerebro. Es ese órgano en particular el que nos permite pensar, ver, oír y diferenciar lo feo de lo hermoso, el mal del bien, lo desagradable de lo agradable. También el cerebro es el asiento de la locura y el delirio, de los temores y terrores que nos asaltan, a menudo, por la noche, algunas veces durante el día; que ahí también radica la causa del insomnio y del sonambulismo, de los pensamientos que no saldrán a la luz y que muchas veces son causa de perturbaciones, de los deberes olvidados y de las excentricidades.

HIPÓCRATES (CA. 460-370 A. C.)

Todo lo que pensamos, hacemos y dejamos de hacer sucede en nuestro cerebro. La estructura de esa máquina fantástica determina nuestras posibilidades, nuestras limitaciones y nuestro carácter; somos nuestro cerebro. La investigación cerebral no se reduce, pues, a indagar las causas de las enfermedades mentales, sino que constituye en sí misma una búsqueda de por qué somos como somos, una búsqueda de nuestra propia identidad.

El cerebro pesa aproximadamente un kilo y medio y contiene cien mil millones de neuronas (quince veces la población mundial) y hasta diez veces más células gliales. Antes se pensaba que las glías tenían una función meramente de soporte de las neuronas (la voz griega glia significa «pegamento»). Sin embargo, estudios recientes han demostrado que las células gliales, que en los humanos son más numerosas que en cualquier otro organismo, son cruciales para la transmisión de los mensajes químicos y, por consiguiente, para todos los procesos mentales, incluida la formación de la memoria a largo plazo. Este descubrimiento arroja nueva luz sobre el hecho de que el cerebro de Einstein tuviese tantas células gliales. El producto de la interacción de todos esos millones de células nerviosas es nuestra «mente». Del mismo modo que el riñón produce la orina, el cerebro produce la mente, como formuló inimitablemente Jacob Moleschott (1822-1893). Pero ahora sabemos que de lo que aquí se trata es de la actividad eléctrica, el envío de mensajes químicos, los cambios en los contactos celulares y en la actividad de las células cerebrales (I.1 y XV.1). Los escáneres cerebrales no sólo ayudan a detectar enfermedades, sino que además muestran qué áreas del cerebro se activan cuando leemos, pensamos, calculamos, escuchamos música, tenemos experiencias religiosas, nos enamoramos o nos excitamos sexualmente. Observar los cambios que se producen en nuestro cerebro mientras estamos ocupados en esas actividades nos permite entrenarlo para hacerlo funcionar de forma diferente. Con la ayuda de una resonancia magnética funcional, algunos pacientes que padecen dolores crónicos han aprendido a controlar la actividad de la parte frontal del cerebro y, gracias a ello, han logrado reducir su percepción del dolor.

Los trastornos de esa eficiente máquina procesadora de información provocan enfermedades psiquiátricas o neurológicas. De ellas aprendemos mucho acerca del funcionamiento normal del cerebro y, en algunos casos, ya existen terapias eficaces para tratarlas. La enfermedad de Parkinson hace tiempo que se trata con L-dopa, y gracias a una buena terapia combinada puede evitarse la demencia del sida. En poco tiempo se están identificando los factores de riesgo genéticos y de otro tipo ligados a la esquizofrenia. La observación microscópica permite establecer que un paciente esquizofrénico ha sufrido alteraciones en el desarrollo normal del cerebro estando aún en el útero. La esquizofrenia puede tratarse con fármacos: «Si no me tomo las pastillas, me pongo más esquizo que frénico», decía el poeta laureado Kees Winkler, que durante años fue el bibliotecario de nuestro instituto.

Hasta hace poco, los neurólogos no podían hacer mucho más que señalar el punto exacto donde se localizaba el defecto que habría de acompañarnos por el resto de nuestra vida. Hoy es posible disolver coágulos que provocan un ictus, detener hemorragias e insertar estents en vasos cerebrales obstruidos. Más de tres mil personas han donado ya su cerebro para la investigación al Banco de Cerebros Neerlandés (www.hersenbank.nl). Esto permite hacer nuevos descubrimientos sobre los procesos moleculares que causan enfermedades como el alzhéimer, la esquizofrenia, el párkinson, la esclerosis múltiple y la depresión, y se están investigando nuevas áreas de aplicación para los fármacos. Con todo, esas investigaciones sólo empezarán a dar resultados clínicos en la próxima generación.

La estimulación mediante electrodos, implantados en puntos específicos del cerebro, ha comenzado ya a demostrar su eficacia. Las primeras aplicaciones se hicieron con pacientes de párkinson (fig. 22). Es impresionante ver cómo los violentos temblores desaparecen de pronto en cuanto el propio paciente acciona el botón del estimulador. Actualmente, los electrodos profundos también se utilizan para tratar cefaleas en racimo, espasmos musculares y el trastorno obsesivo-compulsivo. Pacientes que se lavaban las manos cientos de veces al día pueden volver a llevar una vida normal gracias a esos electrodos. Incluso se ha conseguido que una persona recuperase la conciencia después de haber pasado seis años en un estado de mínima conciencia. Se está intentando aplicar estos electrodos en el tratamiento de la obesidad y las adicciones.

La estimulación magnética de la corteza prefrontal (figura 14) mejora el estado anímico en los pacientes depresivos, mientras que la estimulación de la corteza cerebral hace desaparecer los molestos acúfenos que se originan de manera espontánea en las personas con hipoacusias neurosensoriales. Las alucinaciones que sufren algunos pacientes esquizofrénicos también pueden combatirse mediante la estimulación magnética transcraneal (XI.4).

Las neuroprótesis son capaces de reemplazar nuestros sentidos cada vez con más éxito. De momento, más de cien mil personas que se han sometido a un implante coclear pueden oír sorprendentemente bien. En pacientes ciegos se está ensayando el envío de información procedente de cámaras electrónicas a la corteza visual (figura 21). Un hombre de veinticinco años quedó completamente paralítico tras sufrir una lesión medular causada por una herida de arma blanca en el cuello. Se le implantó una placa de 4 x 4 milímetros con noventa y seis electrodos en la corteza cerebral gracias a la cual, al pensar en movimientos, consiguió mover el ratón de su ordenador, leer sus correos electrónicos y ejecutar juegos de ordenador. Mediante la fuerza mental llegó incluso a controlar una prótesis de brazo (XII.5).

Se ha intentado reparar lesiones cerebrales trasplantando tejido cerebral fetal a pacientes de párkinson y huntington. La terapia génica ya se ha experimentado en pacientes de alzhéimer. Las células madre parecen muy prometedoras para reparar el tejido cerebral dañado, aunque todavía hay que superar grandes problemas, como la posible formación de tumores (XII.6 y 7).

Las enfermedades cerebrales siguen siendo difíciles de curar, pero el tiempo del derrotismo ha dejado paso al entusiasmo por las nuevas investigaciones y al optimismo ante las nuevas posibilidades de tratamiento en un futuro próximo.

Somos nuestro cerebro
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