19

Katherine y John Whitman no encajaron bien que Samantha se desdijese. No concebían que Allie y Jeff fuesen la mejor opción. Se enfurecieron. Se habían llevado tantas decepciones a lo largo de tantos años que no atendieron a las razones de Samantha.

Suzanne Pearlman trató de apaciguarlos, aparte de recordarles que aún no habían firmado ningún contrato y que Samantha no tenía ninguna obligación con ellos. Pero los Whitman insistieron en que aquel hijo les pertenecía. Estaban hartos de madres indecisas, que cambiaban de opinión de la noche a la mañana y los destrozaban. Estaban tan furiosos que querían vengarse. Les daba igual contra quién; los Steinberg, Allie, Jeff, Samantha. Aprovecharían cualquier resquicio legal que encontrasen. Samantha era el blanco principal de su ira.

Y el resquicio legal que encontraron no era precisamente un resquicio sino el enorme ventanal de la prensa amarilla.

Los Whitman vendieron la historia a una revista del corazón por ciento cincuenta mil dólares, a otra de menor tirada por setenta y cinco mil, y a tres canales de televisión por veinticinco mil cada uno. Era una fortuna a costa de la paz espiritual y la reputación de Samantha.

El día que Samantha cumplió los dieciocho años, su nombre estaba en todos los quioscos, y no eran precisamente elogios lo que se publicaba acerca de ella.

Insinuaban que era un putón, que se había acostado con tantos en Hollywood que ni siquiera sabía quién era el padre del niño.

Los Whitman habían proporcionado todo lujo de detalles a los periodistas, unos auténticos y otros no. Decían que Samantha había estado enganchada a la coca, que bebía en exceso y que se había insinuado al señor Whitman cuando estaba de ocho meses.

Danielle Steel

Era la clase de historias que estremecía a las celebridades. Pero resultaba más dolorosa para una chica tan joven y tan ajena a todo lo que le achacaban.

Además, al ser sus padres tan famosos, era fácil vender la patraña de que Samantha había acabado así debido al ambiente en que se movían los Steinberg.

De nada iba a servir llevar a los tribunales a quienes propalaban tales infundios.

Los Steinberg lo sabían perfectamente. La prensa amarilla siempre jugaba sobre seguro. Destrozar la vida de las personas les tenía sin cuidado. Había que vender.

Pero Samantha los sorprendió a todos. Encajó el aluvión de injurias y falsedades con una fortaleza y una dignidad ejemplares. Había sufrido tanto durante aquellos meses que se había endurecido. Optó por no dejarse ver en público, no contestar llamadas y llevar una vida lo más tranquila posible. Y, como siempre, sus padres y hermanos estuvieron a su lado en todo momento. Ellos y Jimmy cerraron filas para protegerla.

Jimmy no se separaba de ella ni un momento, y a menudo salían a pasear por las afueras. Su relación era cada vez más estrecha.

Era inevitable que Samantha se sintiese humillada y herida. Pero la sostenía saber cuál era la verdad de su conducta, aunque en un momento dado hubiese cometido un error. Sabía perfectamente lo estúpida que había sido al dejarse seducir por Jean-Luc, pero todo lo demás que decían de ella era falso.

Los Whitman habían conseguido manchar su reputación, pero eso no les iba a facilitar tener el hijo que ansiaban. Habían hecho todo lo posible por torturarla y humillarla para vengarse, pero Samantha seguía siendo quien era: una muchacha decente que cometió un desliz.

Samantha sentía haber defraudado a los Whitman y comprendía sus sentimientos. Pero, tras comprobar su reacción, no lamentaba no haberles entregado a su hijo. Demostraban ser personas amargadas y vengativas.

Los reportajes sobre Samantha Steinberg siguieron apareciendo en la prensa amarilla durante tres semanas, en vísperas del alumbramiento. Pero, gracias al apoyo de Jimmy, Samantha conservó la calma. Por consejo de su padre, no había hecho ninguna declaración a la prensa. Simon le había asegurado que el silencio era la mejor réplica, aunque tuviese que hacer de tripas corazón.

Alan acababa de regresar de Suiza y llamó a Allie nada más llegar a casa. Le reprochó que no le hubiese contado antes lo de Samantha. Se había enterado por Carmen, que lo llamó al ver el primer reportaje.

—¡Dios mío! —exclamó Alan escandalizado—. ¡Y no me dijiste ni una La boda

palabra! —se quejó.

—Como aún no sabía lo que iba a hacer Samantha, preferí no comentar nada a nadie —se justificó Allie—. Ha sido horrible. Pero ahora ya lo sabe todo el mundo.

No exageraba mucho. Porque entre las revistas y los canales de televisión la noticia había llegado a millones de personas.

—¿Y qué va a hacer con el niño? —preguntó Alan, que no imaginaba a la joven hermana de Allie convertida en madre.

—Lo criaremos Jeff y yo —contestó Allie con un dejo de orgullo.

—A eso se le llama poner el carro delante de los bueyes. Ni siquiera os habéis casado aún. ¿Cuándo espera dar a luz?

—Dentro de tres días —contestó Allie, que imaginaba la cara de Alan.

Allie y Jeff llevaban tres días recorriendo tiendas para comprar la canastilla.

Ya tenían paquetes de pañales, cuna, camisetitas, sábanas, biberones, chupetes y mantas. Era sorprendente la cantidad de cosas que necesitaba un bebé, casi más que una novia. Pero tanto ella como Jeff estaban entusiasmados.

Pese a sus nuevas obligaciones, Jeff trataba de no faltar a ninguna sesión de rodaje importante. Allie tampoco podía desatender su trabajo en el bufete. Lo más apremiante era gestionar todo lo relativo a la herencia de Bram Morrison. Aunque sólo fuese para la boda y la luna de miel, no iba a tener más remedio que contratar a una niñera. Luego pensaba dedicarse una temporada casi exclusivamente al niño.

Atendería sólo lo más imprescindible.

Había muchas cosas que organizar. Habían colocado la cuna en su dormitorio y Jeff había colgado un móvil de ovejas y nubes encima de ella.

Alan reía ante las cuitas de los inesperados padres. Pero bromeaba, ya que poco iba a tardar él en verse en las mismas, porque Carmen volvía a estar encinta.

Rogó discreción, por si acaso Carmen tenía un nuevo aborto. A ella aún le quedaba una semana de rodaje. De modo que todos estaban desbordados de trabajo.

La noche siguiente al regreso de Alan sonó el teléfono a las dos de la madrugada en casa de Allie. Tanto ella como Jeff habían tenido un día de mucho trabajo. Se habían acostado tarde y estaban agotados.

Jeff supuso que era Carmen que volvía a las andadas. Debía de haber discutido con Alan y llamaba a Allie en busca de consuelo.

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—No contestes —masculló Jeff, que estaba tan falto de sueño que casi no pudo abrir los ojos.

Por una vez, Allie se sintió dispuesta a hacerle caso. Pero pensó que podía ser su hermana.

—¡No, por favor! —exclamó él con tono lastimero—. ¡Estoy demasiado cansado para parir!

Allie no tuvo valor para no contestar. Era su madre. Hacía una hora que Samantha había roto aguas. No parecía que fuese muy inminente, pero de pronto su hermana había empezado a tener contracciones regulares.

—¿Estás segura de que son las auténticas? —preguntó Allie nerviosa.

Porque Jeff no paraba de refunfuñar.

—¡No puedo dar a luz a estas horas, Allie! —insistió él.

—¡Ya lo creo que sí! ¡Vamos a tener un hijo! —Algún día le tocaría a ella, pensó. Quizá lo despertase también de madrugada para anunciarle que su primer hijo estaba al llegar. Pero aunque este fuese a tenerlo Samantha estaba muy emocionada.

—Será mejor que vengas —dijo Blaire—. Es importante que estés presente.

Samantha y su madre ya estaban en la clínica, en la sala de partos. La dilatación era normal.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó Allie.

—Bastante bien —contestó Blaire, que sin dejar de mirar el reloj medía el tiempo entre contracciones—. Ya hemos llamado a Jimmy.

A Allie le sorprendió.

—¿Estás segura de que es adecuado?

—Samantha quiere que esté con ella. Le ha servido de gran apoyo todos estos meses —dijo Blaire, que pensaba que su hija tenía derecho a que estuviese a su lado quien ella quisiera.

 

Antes de salir de casa con Jeff para ir a la clínica, Allie se quedó mirando la cuna y el móvil unos momentos. Al día siguiente un nuevo ser ocuparía aquella camita. Le parecía algo maravilloso. Nunca hubiese imaginado que pudiera desear tanto a un La boda

hijo que no era propio sino de su hermana. Al parecer la vida deparaba sorpresas increíbles.

—Me alegro de que hayamos tomado esta decisión, Allie —dijo Jeff. Aunque no fuese un hijo propio, estaba emocionado. Puede que no fuese el momento más oportuno para ambos, pero merecía la pena.

—Me hace muy feliz oírtelo decir —dijo Allie mientras iban hacia el coche.

Sólo les había dado tiempo a vestirse a toda prisa. Iban con vaqueros, camiseta y zapatillas de deporte.

Allie pensaba ir directamente a la sala de partos. Pero cuando llegaron a la sala de espera de la clínica, Blaire estaba allí con Simon.

—¿Qué ocurre? —preguntó Allie alarmada, porque pensaba que su madre estaba con Samantha cuando la había llamado.

—Nada. Todo va perfectamente. La comadrona me ha dicho que si las contracciones siguen a este ritmo no tardará.

—¿Y no deberíamos estar con ella? —preguntó Allie. No quería que su hermana estuviese sola ni perderse el maravilloso momento del nacimiento del niño.

—Me ha parecido conveniente dejarla a solas un rato con Jimmy. El chico le sirve de gran apoyo. Creo que la pone nerviosa tener a mucha gente alrededor.

Al cabo de un rato, Blaire y Allie se asomaron a ver a Samantha. Estaba incorporada en la cama, un poco asustada ante el inminente alumbramiento.

Jimmy la tranquilizaba. Era asombroso comprobar lo maduro que era aquel chico con sólo dieciocho años.

—¿Qué tal, Samantha? —le preguntó su hermana.

—Pues no sé. Soy primeriza. ¿No lo llaman así? —contestó Samantha apretándole la mano a Jimmy.

El monitor instalado en la mesita de noche indicaba que tenía otra contracción.

Al cabo de unos momentos entró el médico.

—Ya falta poco, jovencita —le dijo con tono afable—. No tardará en asomar la cabeza.

—Va todo muy bien, Sam —le susurró Jimmy.

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Blaire y Allie pensaron que en esos momentos no hacían sino estorbar y salieron discretamente. Jeff dormitaba en una silla de la sala de espera; igual que Simon, que se había quedado dormido con el periódico abierto entre las manos.

¡Menuda escena!, pensó una enfermera al pasar y ver lo poco que resistían los hombres.

—¿Qué opinas de tanta intimidad entre Samantha y Jimmy, mamá? — preguntó Allie mientras iba a ver a los bebés de la nursería. Unos estaban dormidos pero la mayoría lloriqueaba. Algunos tenían sólo unas horas y otros apenas un par de días. Aguardaban hambrientos e impacientes a que sus madres los alimentasen.

Allie volvió a ver a Samantha. Ahora estaba sentada en el borde de la cama y Jimmy le daba masaje en la espalda, sentado a su lado. Allie los miró conmovida.

Samantha pasó toda la noche con contracciones. Al amanecer aún no había rastro del bebé. Todos decían que iba muy bien, excepto Samantha, que aseguraba no poder soportar el dolor. Pedía calmantes, que le dieran lo que fuese. Al entrar de nuevo el médico, dijo que ya podía empezar a empujar.

—No puedo, doctor, no puedo —se quejó ella.

—Sí que puedes —le dijo Jimmy—. Vamos, Samantha, por favor. Has de ser fuerte.

Eran como dos niños que tratasen de ahuyentar el miedo, pensó Allie. Pero Blaire vio algo más en ellos. Ya no eran niños. Se habían convertido en adultos de la noche a la mañana. Eran un hombre y una mujer.

Blaire recordaba cuando tuvo a su primer hijo, Paddy, después a Allie y luego a Scott y Samantha. La maternidad cambia la vida de una mujer, transforma radicalmente. Jimmy no era el padre de la criatura, pero podía haberlo sido perfectamente. Estaba volcado en Samantha. Y ella sólo parecía tener ojos para él.

Ya le habían levantado las piernas. Tenía dolores muy fuertes. Se quejaba y rogaba que le diesen algo para calmárselos. No se soltaba de la mano de Jimmy mientras el médico y la comadrona la animaban a empujar. Blaire y Allie no soportaban verla sufrir tanto. Salían y entraban continuamente de la sala de partos.

La enfermera les había llamado la atención dos veces.

Cuando ya empezaban a impacientarse, justo en el momento en que por enésima vez entraban en la sala de partos, vieron el rostro desencajado de Samantha, que dejó escapar un grito estentóreo. A los pocos instantes se oyó lo que La boda

les sonó a todos como música celestial: el llanto del niño.

—¡Oh, Dios mío! ¡Qué precioso es! —exclamó Samantha.

—Está perfectamente. Y tú también jovencita —dijo el médico tras reconocerlos a ambos.

Jimmy se había quedado sin habla. Tardó unos momentos en reaccionar.

Luego miró a Samantha y la besó en la frente.

—Te quiero, Sam —le dijo—. Has sido muy valiente.

—No hubiese podido sin ti —respondió ella.

Le ahuecaron las almohadas y Jimmy se inclinó hacia ella cuando dejaron al niño a su lado. Al alzar la vista vio a Allie. Ambos se miraron con intensidad.

Blaire, Jeff y Simon estaban ahora allí también, admirados de ver a aquel nuevo ser que berreaba a pleno pulmón. Todos rieron de buena gana ante la vitalidad del bebé. Todos menos Samantha, que miró entristecida a su hermana y a Jeff. Le dolía tener que hacerles daño. Pero, por más que los quisiera, había tomado una decisión.

—Jimmy y yo tenemos que deciros algo —dijo con voz entrecortada por la emoción—. Nos casamos la semana pasada. Ya somos mayores de edad, y aunque tengamos que trabajar día y noche criaremos a este niño. Lo siento, Allie.

Samantha se echó a llorar al tocar la mano de su hermana. Tenía remordimientos. Había defraudado a muchas personas. A sus padres; a los Whitman, que tanto ansiaban adoptar a su hijo; y ahora a Allie y Jeff. Todos la miraban perplejos.

—¿Quieres criar a tu hijo? —le preguntó Jeff a su futura cuñada.

—Sí —contestó ella sin vacilar.

—Pues me parece muy bien —dijo Jeff—. Te ha costado lo suyo —añadió risueño, aunque estaban a punto de saltársele las lágrimas—. Queríamos criarlo para que no tuviese que vivir con extraños, pero es tu hijo. Te pertenece.

Felicidades, Jimmy.

—¿No estás enfadada, Allie? —preguntó Samantha.

—Claro que no, tonta —contestó su hermana, aunque visiblemente entristecida—. Sólo que... aún no he reaccionado por la sorpresa. Pero me hace feliz ver que tú lo estás. Te regalamos la canastilla. La hemos preparado con mucho amor.

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Samantha les sonrió a los dos. Blaire estaba estupefacta.

—Me quedo sin cocina, me hacéis abuela sin avisar y me metéis en una boda, digo en dos... —bromeó para aliviar la tensión—. Y, claro, un nuevo yerno y un futuro yerno. No sé por qué me parece que vamos a estar muy ocupados en esta familia —añadió.

—Me temo que sí, mamá.

—Podéis vivir con nosotros, Jimmy —dijo Simon. Su ofrecimiento era sincero, pero no iba a significar un gran trastorno. Porque Sam no había renunciado a seguir estudiando y en otoño pensaba ingresar en la universidad.

Jimmy y Samantha habían decidido vivir en la residencia de estudiantes durante el curso.

—Bueno, ¿significa todo esto que ya puedo volver a la cama? —dijo Jeff bostezando. Todos se echaron a reír—. Me temo que no podrá ser —añadió mirando el reloj—. He de estar en los estudios dentro de una hora.

Todos besaron a Samantha, a Jimmy y al niño, que aún no tenía nombre.

Samantha y Jimmy aún no lo habían decidido. Samantha se inclinaba por Matthew, porque sonaba bien con Mazzoleri.

Blaire cayó de pronto en la cuenta de que iba a tener que hablar con la madre de Jimmy, ahora que sabían que el muchacho se había casado con su hija.

La verdad era que habían sido muy valientes. Puede que también un poco alocados, pero conseguirían salir adelante. Otras parejas de edad parecida lo conseguían en circunstancias más difíciles. Su abuela se había casado a los quince años y siguió casada durante setenta y dos con el mismo hombre. Ojalá Samantha tuviese la misma suerte.

Allie llevó a Jeff a los estudios.

—Estás desilusionada, ¿verdad? —dijo él.

—Un poco —reconoció ella—. Pero creo que una parte de mí también siente alivio. No sé... La verdad es que todavía he de asimilarlo. Pero respeto la decisión de mi hermana.

En su fuero interno ambos reconocían que había sido una decisión acertada.

—Tampoco yo sabría definir cómo me siento —admitió él—. Nos habíamos ilusionado mucho. Aunque no te negaré que siempre es mejor para un matrimonio que los hijos sean propios. Lo habría hecho por Samantha. Nunca me gustó la idea La boda

de que lo diese en adopción. Me parecía muy cruel para todos.

Allie asintió. Jeff era sincero. Lo había hecho sólo por Allie y su hermana.

—Pero bueno... Ahora probaremos nosotros, a ver qué tal. Además, es muy divertido, ¿no crees, Allie?

Se miraron risueños y siguieron hacia los estudios con la sensación de que, en realidad, las cosas habían discurrido de un modo favorable para ellos. La vida los había puesto ante una situación muy delicada, pero todos habían sabido afrontarla.

 

En Bel Air, el matrimonio Steinberg acababa de entrar en casa. Fueron directamente a la cocina medio desmontada. Los fogones aún funcionaban. Blaire hizo café y se sentaron en la rinconera.

Acababan de vivir emociones muy intensas para unos padres. Ahora albergaban sentimientos dispares. Por un lado estaban exultantes y por otro desgarrados. Había sido muy duro ver sufrir tanto a Samantha y no sabían qué pensar acerca de su elección acerca del bebé. Estaban confusos. No sabían si reír o llorar. ¿Era la maternidad de Samantha un drama, como pensaron al principio, o una bendición?

—¿Qué te parece, Blaire? —preguntó Simon con cara de circunstancias—. Sé sincera, ¿lo apruebas o no? A mí puedes decirme lo que de verdad opinas.

—No sé por qué pero, aunque son muy jóvenes, creo que les irá bien — contestó ella—. El niño es precioso. Y da igual cómo haya llegado a nuestras vidas.

Es un ser inocente. Y la verdad es que Jimmy me cae muy bien. Es un gran muchacho y se ha portado maravillosamente con Sam. No es lo que yo hubiese querido para ella, pero nunca se sabe. Puede que a la larga nuestra hija haya encontrado la felicidad.

Ese era el deseo que todos los que querían a Samantha formulaban en silencio. Ningún padre podía haberse portado mejor que Jimmy.

—No me ha hecho ninguna gracia que se hayan casado en secreto —dijo Simon—. Pero por el solo hecho de afrontar una situación tan difícil merecen un voto de confianza. Y el niño es muy guapo, ¿verdad, Blaire?

—Es adorable —convino ella sonriente—. ¿Te acuerdas de lo precioso que Danielle Steel

era Scott de bebé?

—Y Samantha —dijo Simon al recordar los grandes ojos azules de su hija y sus dorados rizos.

Se miraron un instante con ternura. Se habían distanciado mucho últimamente. Y Simon reconocía ser el único culpable.

—Perdona, cariño. Sé que te he hecho pasar un año muy malo.

Blaire guardó silencio. A lo largo de los últimos meses había deambulado a menudo por la casa. Se detenía frente a las fotografías que le recordaban mejores tiempos y las miraba con el corazón encogido. Evocaban los tiempos en que se besaban y abrazaban con pasión y se sentía llena de vida. Ahora, en cambio, estaba como si la hubiesen vaciado por dentro, como muerta. Nunca había imaginado, creído ni aventurado que Simon pudiera herirla tanto.

—He sido un estúpido —musitó él. Se le llenaron los ojos de lágrimas y posó una mano en las de Blaire, que las tenía entrelazadas encima de la mesa.

Sentía remordimientos por lo que le había hecho. Elizabeth había sido como un soplo de aire fresco en su vida, pero no había llegado a amarla, o por lo menos no como a Blaire. Se lo había ocultado para no hacerla sufrir. Pero había sido peor que lo descubriese. No había más que verla para percatarse de que estaba muy triste. Al principio se había enfurecido, asustado y amargado. Pero ahora sólo estaba pesarosa. Y para él su pesar era peor que su ira.

—Ya sé que son cosas que ocurren —dijo ella con tono fatalista. No hacía falta decir de quién hablaban—. Pero una siempre confía en que no le toque. Eso es quizá lo peor, que al principio no lo quería creer. Pero tuve que rendirme a la evidencia de que éramos como tantos otros.

—Para mí, Blaire, nunca has perdido el encanto.

—Sí. Lo perdí cuando se deshizo el nuestro —replicó ella sin acritud, condolida.

—Quizá no lo hayamos perdido. Quizá sólo esté... extraviado —dijo él con un dejo de humor, y enseguida temió que no fuese lo más adecuado en aquel momento.

Blaire le sonrió. Pero no concebía que las cosas pudiesen volver a ser como antes. En apariencia nada había cambiado entre ellos. Seguían tratándose con cortesía, con amabilidad. Individualmente seguían actuando como personas inteligentes y creativas. Daban la impresión de ser una familia feliz, en la que La boda

reinaban la cordialidad y el afecto. Pero por dentro todo era distinto. Durante un largo año Blaire se había sentido abandonada por segunda vez en su vida.

—Será estupendo tener a nuestro nieto en casa —dijo Simon, sin conseguir que a su esposa le cambiase la cara. No parecía poder superar su tristeza y abatimiento.

—Abuelos, sí... Pero tú aún podrías ser padre. En cambio para mí se acabó.

—¿No irás a decir que eso te preocupa? —exclamó él sorprendido. Jamás se había planteado nada semejante con Elizabeth. Ni remotamente habían pensado en el matrimonio, y menos aun en tener hijos. Había sido una relación de cama.

—A veces —contestó Blaire asintiendo con la cabeza—. La maternidad ha sido siempre muy importante para mí. Y ahora me siento vieja.

Blaire había pasado aquel año por los meses más duros de la menopausia.

Simon no podía haber elegido un momento más inoportuno para serle infiel. Y

nada menos que con una mujer a la que le doblaba la edad, poco mayor que Allie.

—No quiero más hijos que los que tengo —dijo con rotundidad Simon—. Y

jamás me ha pasado por la cabeza estar casado con nadie que no seas tú. Nunca he pensado dejarte, Blaire. Ya sé que he cometido un grave error, pero... Fue como si necesitase unas vacaciones. Mi única justificación es que soy viejo y estúpido. Me sentí halagado por su juventud. Lo lamento de verdad, Blaire. No te llega ni a los talones. Nadie ha significado nunca tanto para mí como tú.

Simon se inclinó y la besó. Por un instante, Blaire sintió alentar la llama que había estado apagada durante todo un año.

—Ya soy abuela... —Esbozó una sonrisa y lo besó vacilante.

—Pues imagínate cómo me siento yo que soy mayor que tú.

Elizabeth Coleson había rejuvenecido su espíritu. Pero el temor de perder a su esposa lo hacía sentirse como un anciano.

—Anda, lleva a este abuelito arriba —dijo Simon, y de pronto sintió el impulso de abrazarla.

—¡Si vuelves a hacerme una cosa así...! —exclamó Blaire con un renovado brillo en los ojos—. No habrá piedad en esta casa para el viejo Simon Steinberg.

No hacía falta que su esposo dijese nada. No había más que verle la cara para comprender que su arrepentimiento era sincero, tanto como su amor por ella.

Se estremecía al pensar que había estado a punto de perderlo.

Danielle Steel

—No volverá a suceder, cariño. Te lo prometo —le aseguró.

—No, desde luego que no. Porque la próxima vez te mato —le dijo ella con tono cariñoso al entrar en el dormitorio.

—Anda... ven aquí.

Simon la atrajo hacia sí y la besó en los labios. Llevaban meses sin hacer el amor y estaba impaciente. Se dejaron caer en la cama como dos críos. Todo lo ocurrido pasó por la mente de Blaire como en un película. El nacimiento de su nieto había vuelto a bendecir su amor.

 

La boda

 

La boda
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