Danielle Steel

También Sam «molaba». Allie sonrió al ver a su hermana echar a correr escaleras arriba. Parecía una potrilla, tan joven. Sorprendía que en tan poco tiempo hubiese pasado de niña a mujer. Cuando Allie se marchó de casa para ir a estudiar a Yale, Sam tenía sólo seis años y, en algunos aspectos, aún la veían así en la familia, como una cría.

—¿Eres tú? —preguntó su madre desde la planta baja, asomada a la barandilla.

Blaire no parecía mucho mayor que Allie. Llevaba un peinado ligeramente alto que enmarcaba muy bien sus facciones. Seguía siendo pelirroja, sin canas.

Llevaba pantalones vaqueros, un jersey negro de cuello vuelto, y unos zapatos de lona de tacón alto que le había comprado a Sam, que no los quiso. Blaire tenía aspecto aniñado y un figura tan estilizada como la de sus hijas. Envejecía extraordinariamente bien.

—¿Cómo estás, cariño? —preguntó Blaire, y besó a Allie. Al oír el teléfono, corrió a contestar.

Era Simon. Se le había hecho tarde a causa de un problema en la oficina, pero llegaría a tiempo para la cena, le dijo.

Su gran unión era lo que los había salvado de las tensiones de Hollywood a lo largo de tantos años; su unión y el hecho de que habían tenido un matrimonio maravilloso. Blaire casi nunca lo reconocía, pero su vida era un desastre cuando lo conoció. Estaba desesperada. Pero después de casarse todo se encarriló. Había conseguido despegar profesionalmente, los hijos llegaron pronto y sin problemas, entre otras cosas porque fueron los tres deseados. Adoraban su hogar, a sus hijos, sus profesiones y... se adoraban uno al otro. No había absolutamente nada más que hubiesen podido añadir salvo, en todo caso, más hijos. Blaire tuvo a Samantha a los treinta y siete años y, por entonces, se sentía ya muy mayor, y cerró la tienda. Pero ahora lamentaba no haber tenido por lo menos uno más. Sin embargo, tanto sus hijas como Scott les daban muchas satisfacciones, a pesar de las ocasionales escaramuzas con Samantha. Blaire era consciente de que Sam estaba un poco consentida, pero era una buena chica. Iba bien en los estudios, nunca había hecho nada realmente reprobable y, teniendo en cuenta la diferencia de edad y de formación, era normal que discutiese con su madre de vez en cuando.

Cuando Blaire colgó el teléfono, fue al dormitorio de Allie, que estaba asomada a la ventana. Se le acercó.

—Ya sabes que puedes venir cuando quieras —le dijo cariñosamente. Notó La boda

que su hija mayor estaba muy seria.

Pensó preguntarle si le ocurría algo, pero no se atrevió para no hurgar en la herida. Porque se temía que fuese a causa de Brandon. En su opinión, no le prestaba a Allie suficiente apoyo emocional. Él era muy independiente en todo y no parecía percatarse de las necesidades y sentimientos de Allie. Durante los dos años que llevaban de relaciones, Blaire se había esforzado por que Brandon le cayese bien. Pero era inútil.

—Gracias, mamá.

Allie le sonrió y se tumbó boca arriba en la cama. A veces se sentía estupendamente con sólo estar allí, aunque sólo fuese un par de horas, pero en ocasiones se irritaba al pensar en el control que aún ejercían sobre ella. Seguía tan apegada a sus padres que a veces le preocupaba. Los quería mucho. No había cortado los lazos como hacían otras mujeres a su edad. Pero ¿por qué iba a hacerlo?

Brandon se quejaba de que siguiese tan ligada a ellos. Decía que no era bueno ni normal. Pero Allie se llevaba muy bien con sus padres y no veía por qué tenía que distanciarse. Eran un gran apoyo para ella. ¿Qué iba a hacer? ¿Dejar de verlos porque ya tenía casi treinta años?

—¿Dónde está Brandon? —le preguntó su madre en tono ligero. Había recibido el mensaje de Allie de que iba a cenar con ellos sola y tenía que reconocer que se alegraba, aunque se lo calló—. Por el trabajo, ¿no?

—Tenía que ir a San Francisco a ver a sus hijas —contestó Allie con la misma naturalidad que su madre. Pero ambas sabían que no era más que una pose para dar la impresión de que no lo consideraban importante ni estaban preocupadas.

—Regresará mañana. Estoy segura —aventuró Blaire sonriente, aunque irritada porque nunca estuviese con Allie cuando ella lo necesitaba. Le sorprendió la respuesta de su hija.

—Pues la verdad es que no. Necesitaba pasar todo el fin de semana con ellas. Empieza un juicio el lunes y no estaba seguro de poder volver a verlas en las dos próximas semanas.

—O sea que no va a asistir a la ceremonia, ¿no? —exclamó Blaire asombrada.

¿Significaba algo aquello? ¿Era un síntoma de una ruptura más o menos inminente? Procuró que su hija no notase lo que pensaba.

—No, pero no importa —mintió Allie, que no quería reconocer ante su madre lo afectada que estaba.

La boda
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