Danielle Steel
—Nada, mamá. No le ha ocurrido nada malo a nadie. Sólo queremos hablar contigo.
—¡Oh, Dios! ¡Qué susto me habéis dado! —exclamó Blaire, que se dejó caer en un sillón con visible alivio.
Simon las miró a las tres con cara de preocupación. Puede que fuese cierto que no le había ocurrido nada malo a nadie. Pero estaba seguro de que algo preocupante pasaba.
—Por un momento, he pensado que le había ocurrido algo a Scott —confesó Blaire que, desde la muerte de Paddy siempre temía que una nueva desgracia se cebase en sus hijos—. ¿Se trata de la boda?
Allie la miró con la fijeza con que solía hacerlo cuando tenía que tratar de algo importante para ella. Probablemente, volvería a pedir que se redujese el número de invitados. Y en aquellos momentos Blaire no se sentía con ánimo de discutir.
—Bueno, ¿de qué se trata entonces?
—Tengo que hablar contigo, mamá —dijo Samantha con la voz quebrada.
Simon miró a su hija menor con cara de extrañeza. Nunca la había visto tan seria.
—¿Algún problema serio? —preguntó Simon, que se sentó en el otro sillón del tresillo, dispuesto a escuchar.
—Bastante —reconoció Samantha.
Se hizo un largo silencio. Las lágrimas asomaron a los ojos de Samantha, que miró a Allie, en petición de auxilio. Se sentía incapaz de contárselo a sus padres.
—¿Quieres que se lo diga yo, Sam? —musitó Allie.
Samantha asintió con la cabeza. Allie miró a sus padres, dispuesta a decirles lo que sabía que iba a ser lo más duro que pudiera decirles nunca. Pero era inevitable hacerlo, y cuanto antes mejor.
—Sam está encinta de cinco meses —dijo Allie en tono pausado.
Su madre se quedó blanca como la cera y Allie temió que fuese a desmayarse. Pero tampoco Simon tenía en aquellos momentos muy buen color.
—¿Cómo? —se limitó a decir él.
El silencio que se hizo a continuación se podía cortar.
La boda
—Pero... ¿cómo es eso posible? ¿Te han violado? ¿Por qué no nos lo has dicho antes?
—No, papá, nadie me ha violado. Simplemente es que fui una estúpida — reconoció Samantha, que se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Estaba demacrada, y desencajada, probablemente de tanto llorar.
—¿Es el padre alguien que te importe? —le preguntó Simon, que no acababa de creer lo que había oído.
—No —contestó Sam con total franqueza—. Creía que sí, pero no fue más que un momento de debilidad.
—¿Quién es? —preguntó su padre.
—Un fotógrafo que conocí. Pero se ha largado, papá. No podría ponerme en contacto con él aunque quisiera.
Allie terció para explicarles las circunstancias, tal como se las había contado su hermana. Blaire miró a su hija menor y rompió a llorar.
—No puedo creer que hayas sido tan estúpida, Sam. ¿Por qué no me lo has dicho antes?
—Porque no lo sabía, mamá —contestó Samantha—. Ni siquiera lo sospeché hasta la semana pasada, y fui enseguida al médico. Después... bueno... estaba demasiado asustada para decírselo a nadie. Incluso llegué a pensar en desaparecer.
Sólo tenía ganas de morirme... —añadió compungida y llorosa—. Pero luego decidí llamar a Allie.
—Gracias a Dios —exclamó Blaire, que le dirigió a Allie una mirada de agradecimiento y le pasó el brazo por los hombros.
Allie reparó en que Simon tenía que dominarse para no llorar. Se acercó a él y lo abrazó.
—Te quiero, papá —le dijo.
Pero el consuelo de Allie no hizo sino precipitar el llanto. Era un verdadero desastre. Flotaba en el ánimo de todos que sólo podrían sobrellevarlo estando unidos.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Simon, que sacó un pañuelo del bolsillo de la chaqueta, se secó las lágrimas y se sonó. Luego se levantó del sillón y se sentó con Allie en el sofá, frente a Samantha y a su esposa.
—No tenemos muchas alternativas —dijo Blaire.