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La primera llamada que Allie recibió el domingo por la mañana fue de Brandon.
Le dijo que iba a jugar al tenis con las niñas y que quería hablar con ella antes de que saliese. Porque sabía que aquella tarde tenía un vuelo para Nueva York.
—¿Qué tal le ha ido a tu tropa?
Se lo preguntó con lo que parecía genuino interés, aunque a ella le extrañaba mucho que no se hubiese enterado, por lo menos a través de los informativos, ya que ni siquiera había tenido la atención con sus padres de seguir la ceremonia por televisión. Pero se abstuvo de hacerle ningún reproche. Se alegraba de que la hubiese llamado.
—Carmen ha ganado el premio a la mejor actriz y mi padre el del mejor productor. Además, le han concedido el premio Valores Humanos, que otorgan de vez en cuando. Ha sido maravilloso. Lástima que a mi madre no le hayan otorgado ningún premio este año. Creo que eso la ha afectado mucho —añadió entristecida al recordar la mirada de decepción y abatimiento de su madre.
—Hay que tener mucho espíritu deportivo en esta profesión —repuso él en tono burlón.
El comentario molestó a Allie. Ya estaba bastante molesta por el hecho de que no hubiese asistido a la ceremonia, sólo faltaba que aludiese a su madre con tan poco tacto.
—No es tan simple. Tiene que ver con la continuidad de una serie, al margen de que ganes o no un premio. Ha estado luchando por la continuidad de esa serie a lo largo de todo el año, y no haber ganado podría hacerle perder importantes patrocinadores.
—Lástima —dijo Brandon con desinterés—. Felicita a tu padre de mi parte.
La boda
—Así lo haré.
Brandon le habló entonces del día que había pasado con sus hijas. Y el modo en que abordó enseguida aquel tema escamó a Allie. Pensar en cómo había tratado Alan a Carmen la noche anterior, e incluso cómo la había tratado a ella, le recordaba lo considerados y solícitos que eran algunos hombres. No todos eran tan estirados y arrogantes como Brandon que, por lo visto, pretendía que ella también lo fuese. Brandon se negaba a aceptar que ella le plantease exigencias de ninguna clase. Eran como dos naves que navegasen en paralelo pero muy distantes. La sensación de soledad que la invadió la noche anterior volvió a embargarla ahora al escucharlo. Últimamente, cada vez sentía mayor inquietud por sus relaciones y mayor abandono cuando no estaban juntos. Siempre había aspirado a una relación como la que tenían sus padres, y empezaba a temer estar condenada a dar siempre con hombres que no querían comprometerse, como la doctora Green le había insinuado.
—¿A qué hora sales para Nueva York? —le preguntó él.
Allie iba a ver a un importante autor de best-sellers. Su agente le había pedido que le representase en las negociaciones de un contrato para una película, y tenía concertadas otras entrevistas. Iba a estar muy ocupada toda la semana.
—El vuelo sale a las cuatro —dijo.
Tampoco en eso parecía reparar Brandon. Allie aún tenía que hacer el equipaje y quería pasar a ver a su madre antes de ir al aeropuerto, o por lo menos llamarla para asegurarse de que se había rehecho de su decepción. También quería ver o llamar a Carmen.
—Estaré en el Regency —dijo.
—Te llamaré.
—Que te vaya bien en el juicio.
—La verdad es que preferiría que mi cliente se aviniese a un acuerdo.
Saldría mucho mejor parado con el fiscal si lo aceptase. Pero es muy terco.
—Puede que a última hora lo reconsidere —comentó Allie por animarlo.
—Lo dudo. Además, ahora ya lo tengo todo planteado para una dura defensa.
Como de costumbre, Brandon daba la impresión de no asomar la cabeza fuera de su propio mundo y de su propia vida. Era como si, una y otra vez, Allie Danielle Steel
tuviese que esforzarse en llamar su atención.
—Nos veremos la semana que viene —dijo él en un tono que parecía indicar que lo lamentaba de verdad—. Te echaré de menos.
Allie le sonrió al teléfono, relativamente sorprendida por lo que acababa de oír. Esos mínimos detalles eran los que la mantenían apegada a él. Le hacían concebir esperanzas. Daba la impresión de que Brandon era perfectamente capaz de amarla, pero que no podía dedicarle mucho tiempo, aparte de que seguía traumatizado por la experiencia con su ex esposa. Esa era siempre la excusa. El trauma que le había producido Joanie. Allie se lo había explicado así a todo el mundo decenas de veces. Y había momentos en que le parecía obvio que Brandon la amaba.
—Yo ya te echo de menos —dijo con voz entrecortada.
Se hizo un largo silencio.
—No he podido hacer otra cosa, Allie —se justificó él—. No tenía más remedio que estar aquí este fin de semana.
—Ya lo sé. Pero te eché mucho de menos anoche. Era algo muy importante para mí.
—El próximo año iré, tal como te prometí el otro día —le recordó Brandon.
—Te tomo la palabra —dijo ella. Pero ¿habría otro año? ¿Se habría divorciado ya? ¿Se habrían casado? ¿Habría logrado él superar su temor a comprometerse? Eran preguntas que seguían sin respuesta.
—Te llamaré mañana por la noche —reiteró él, y antes de colgar añadió algo que a ella le llegó al corazón—: Te quiero, Allie.
—Y yo también te quiero —correspondió ella cerrando los ojos. Eso era lo que ella entendía por estar a su lado. De lo demás (de sus temores y obligaciones) se hacía cargo—. Cuídate mucho estos días.
—Lo haré. Y tú también —dijo él como si de verdad fuese a echarla de menos.
Cuando hubieron colgado, Allie se sintió mucho mejor. Lo que tenían no era fácil de conseguir y, pese a todo lo que pensaran los demás, lo tenían. Sólo necesitaba armarse de un poco más de paciencia. Brandon merecía la pena.
Llamó luego a sus padres. Volvió a felicitar a su padre y le transmitió la felicitación de Brandon. Al ponerse su madre al teléfono notó un dejo de tristeza en La boda
su voz.
—¿Estás bien? —le preguntó Allie cariñosamente, y su madre sonrió agradecida de que la hubiese llamado.
—¡Qué va! Voy a cortarme las venas o a meter la cabeza en el horno.
—Bueno, pero date prisa, porque si no llegarán los de las obras y te encontrarás la cocina patas arriba —bromeó Allie—. En serio, mamá, merecías ganar también este año.
—No estoy tan segura. Como le comenté a un periodista, quizá haya llegado el momento de dejar paso a la juventud. Hemos tenido muchos problemas este otoño con la serie.
Desde luego, los habían tenido. Una de las protagonistas los plantó, harta de hacer lo mismo durante nueve años; y varios de los que intervenían en la serie pidieron aumentos astronómicos para renovar sus contratos. Además, algunos guionistas también habían desertado y, como consecuencia, todo había recaído sobre sus hombros.
—Quizá ya empieza para mí la cuesta abajo —prosiguió su madre en tono festivo.
Pero Allie notó algo en su tono que la preocupó. Era similar a lo que creyó notar en su mirada la noche anterior. Y la alarmó. Se preguntó si su padre habría reparado también en ello y si le parecía tan preocupante como a ella.
—No digas tonterías, mamá. Tienes otros treinta o cuarenta años de éxitos por delante —la animó.
—Oh, ¡no lo quiera Dios! —exclamó Blaire, que se echó a reír como si de pronto recobrase su talante habitual—. Verás...: Creo que seguiré en la brecha otros veinte años, y luego me retiro. ¿Qué tal?
—Lo firmo —dijo Allie.
La conversación mantenida con Brandon y la que tenía ahora con su madre la tranquilizaba. Estaba de mucho mejor humor que el día anterior. Sólo lamentaba no poder pasar la noche con Brandon antes de volar a Nueva York.
Allie le habló a su madre del viaje y le dijo que regresaría el siguiente fin de semana. Siempre informaba a sus padres de sus viajes.
—Nos veremos al regreso —le dijo su madre, que le dio las gracias por haber llamado.
Danielle Steel
Allie llamó entonces a Carmen, que volvía a estar aterrada, aunque por distintas razones. Los reporteros montaban guardia frente a su casa; un verdadero ejército dispuesto a arrancarle como fuese unas palabras en cuanto asomase la cabeza. Tras su triunfo de la noche anterior, Carmen Connors era una presa aún más codiciada. Los guardaespaldas que Allie le había contratado estaban allí, pero Carmen temía que los reporteros irrumpieran en la casa si abría la verja del jardín.
Se sentía prisionera. No se había atrevido a salir en toda la mañana.
—¿No tienes una puerta trasera? —preguntó Allie.
Carmen dijo que sí, pero que también allí había fotógrafos y cámaras de televisión.
—¿Va a ir a verte Alan? —preguntó Allie, y se dijo que tenía que haber algún medio de que pudiese salir sin tener que enfrentarse abiertamente a la prensa.
—Anoche quedamos en ir a Malibú. Pero no me ha llamado y yo no he querido importunarlo —respondió Carmen titubeante.
Allie tuvo entonces una idea. Estaba segura de que Alan no tendría inconveniente en echarle una mano a Carmen, pensó risueña.
—¿No tienes pelucas?
—Sólo una que me puse el año pasado por Halloween.
—Bien. Pues tenla a mano, que a lo mejor la necesitas. Llamaré a Alan.
Allie le explicó el plan y concretaron los detalles. Alan se presentaría con una vieja camioneta que casi nunca utilizaba y se detendría frente a la puerta trasera. De modo que nadie lo identificaría, salvo que llegase al extremo de indagar la matrícula, y para entonces ya se habrían marchado. Allie sugirió que también Alan llevase peluca. Tenía muchas, que había utilizado en distintos papeles. Allie le dijo que se comportase como si fuese a recoger a la criada y que se marchasen enseguida. Con suerte nadie descubriría la treta.
—Puede utilizar mi casa de Malibú durante unos días si quiere, hasta que todo se tranquilice —ofreció Alan.
Allie pensó que a Carmen le gustaría la idea. Él dijo que la recogería a la una y Allie la llamó para decírselo. Pero, de pronto, Carmen se cohibió ante la perspectiva de que Alan fuese a recogerla y dijo que no quería abusar de su amabilidad.
La boda
—Abusa, mujer, abusa —bromeó Allie—, que le encantará.
Alan llegó a casa de Carmen a la una en punto, con una peluca rubia que le daba pinta de hippie. La camioneta Chevrolet era tan vieja y destartalada, que los reporteros no prestaron la menor atención al tipo desastrado que entraba y volvía a salir con aquella criadita mejicana de pelo negro y corto, con un top chillón y unos holgados vaqueros. Llevaba dos bolsas de la compra de papel con víveres para sus días libres. Salieron por la puerta sin el menor problema. Era la huida perfecta.
Diez minutos después llamaron a Allie desde una gasolinera.
—Estupendo —dijo esta—. Y ahora id a pasarlo bien. Pero no os metáis en líos aprovechando que no estoy, ¿de acuerdo? —bromeó. Le recordó a Carmen que estaría en el Regency de Nueva York, y de regreso en Los Ángeles el siguiente fin de semana. Antes de colgar quiso darle las gracias a Alan por su ayuda.
—No es exactamente un sacrificio —le dijo él a su vieja amiga—. Te mentiría si dijese que lo es.
Alan estaba sorprendido por haberse colado de aquella manera. No sabía hasta dónde podían llegar Carmen y él, pero le encantaba la idea de ocuparse de ella mientras Allie estaba ausente. Ni siquiera se habían molestado en llamar a los guardaespaldas. Estarían ellos dos solos en su casa de la playa.
—Pórtate bien, ¿eh, Alan? Es una buena chica, no es como la mayoría de las que conocemos —dijo Allie, temerosa de que Alan se dejase llevar por un amour fou y luego la plantase.
—No te preocupes. Ya sé todo eso. Seré bueno, lo prometo. O por lo menos...
no del todo malo —dijo Alan, que miraba anhelante a Carmen. Con su top y sus vaqueros ella aguardaba a un par de metros de la cabina—. Ya sé que es diferente.
Nunca he conocido a nadie como ella, salvo tú, y de eso ya hace mucho tiempo.
Creo que es como éramos nosotros de jovencitos, honesta y sincera, antes de convertirnos en adultos y en unos cínicos, crispados por quienes no resultan ser como esperábamos. No voy a hacerle daño, te lo prometo. Creo... bueno—, es igual. Tú ve a Nueva York, a lo tuyo. Y uno de estos días, cuando hayas regresado, tendremos una charla sobre nuestras vidas, como en los viejos tiempos.
—De acuerdo. Cuídala.
Era como confiarle a su hermana. Allie sabía que Alan era una buena persona. Y a juzgar por sus palabras y tono, parecía que estaba resuelto a tratar a Carmen como se merecía.
—Te quiero, Allie. Ojalá encuentres a alguien que te merezca, en lugar de Danielle Steel
ese imbécil con su ex esposa y su eterno divorcio. Por ahí no irás a ninguna parte, Allie.
—¡Anda y que te den, oye! —repuso ella entre irritada y risueña.
—Lo probaré —bromeó él—. Aprovecha en Nueva York para tirarte a algún tío bueno.
—¡Eres un guarro!
Allie no pudo contener la risa. Se despidieron cariñosamente y luego Alan y Carmen se quitaron las pelucas y salieron en dirección a Malibú.
En la casa no había nadie, ningún personal de servicio. Estaba magníficamente situada, en una cala muy tranquila. A Carmen le pareció el lugar más bonito que había visto. Él se alegraba tanto de estar allí con ella que deseó quedarse allí para siempre.
Allie iba ya camino del aeropuerto. Había llamado a Bram Morrison antes de salir y le había dejado el nombre del hotel en el que se alojaría en Nueva York. A Bram le gustaba que estuviese localizable siempre. Era una de sus manías. Los demás podían localizarla también llamándola al despacho.
La joven abogada embarcó poco después de las tres y media, en clase turista y se sentó junto a un abogado de un bufete de la competencia. A veces tenía la impresión de que los abogados surgían por todas partes como hongos. Se le antojó curioso que, en esos mismos momentos, Brandon volase de regreso a Los Ángeles.
Parecía un símbolo de que iban efectivamente en distintas direcciones.
Durante el vuelo leyó los documentos para la película sobre la que tenían que tratar al día siguiente, tomó algunas notas e incluso tuvo tiempo de leer un par de periódicos. Llegó a Nueva York pasada la medianoche. Fue a recoger su bolsa y salió en busca de un taxi. Hacía un frío glacial.
A la una de la madrugada estaba en su habitación del Regency, aunque con los ojos como platos, porque para su organismo no eran más que las diez. Podía llamar a alguien. Como Brandon no llegaría a casa hasta las once, fue a darse una ducha, se puso el camisón, y encendió el televisor. Tenía su encanto estar en aquel lujoso hotel de Nueva York.
Lamentó no tener allí amigos a quienes poder llamar o con quienes salir a La boda
tomar una copa. Sus planes para aquella semana se reducían a entrevistarse con el autor con quien estaba citada al día siguiente y a ver a otros abogados y agentes.
Sería una semana ajetreada, pero por las noches no tenía nada que hacer. Se quedaría a ver la televisión y leer documentos. Aquella cama tan grande la hacía sentirse como una niña. Sonreía maliciosamente mientras daba cuenta de las chocolatinas que la dirección del Regency dejaba en las mesillas de noche.
—¿De qué te ríes? —le preguntó a la cara que vio en el espejo al ir a lavarse los dientes—. ¿Quién te ha dicho que tienes edad para estar en un lugar como este y entrevistarte con uno de los autores más importantes del mundo? ¿Y si descubren que no eres más que una chiquilla?
La idea de haber llegado tan lejos, de tener tanta responsabilidad, se le antojó cómica. Se enjuagó la boca y volvió a la cama muerta de risa, a terminarse las chocolatinas.
Danielle Steel