Danielle Steel
—Ya sé por qué lo dices. Crees que romperemos, ¿verdad? —dijo Carmen con perspicacia—. Pues no vamos a romper. Estoy segura. Es el hombre más maravilloso que he conocido —musitó en tono conspiratorio—. No podría vivir sin él.
—¿No más anónimos? ¿Te han dejado tranquila?
—Completamente.
Desaparecer de Los Ángeles había funcionado. Además, desde la concesión de los Golden la prensa del corazón no se había metido con ella.
—Aquí me siento muy segura —dijo Carmen.
¿Y quién no se sentiría segura con Alan?, pensó Allie.
—Me alegro mucho por vosotros —dijo sinceramente.
—Gracias, Allie. A ti te lo debemos. ¿Te vienes a cenar con nosotros este fin de semana para celebrarlo?
—Me encantaría.
—Si puedes, ven el sábado. Porque el domingo Alan quiere ir a la bolera.
—Pues entonces casi prefiero el domingo. Me encantaría ganarle.
—Podemos ir también a la bolera el sábado. Pero vente a cenar.
—¿Quién va a cocinar? —bromeó Allie.
—Los dos —dijo Carmen—. Me está enseñando —añadió—. Ah, y gracias por lo de la película.
—A los productores has de darles las gracias, no a mí. Me llamaron ellos. Me parecen que es gente que te gustará.
—Seguro.
—El sábado entonces. Y vosotros procurad venir el jueves. Llámame si necesitas algo —dijo Allie, aunque consciente de que Alan se bastaba de sobras para cuidar de ella.
Carmen había llamado sólo una vez en una semana y, además, su mensaje no podía haber sido más escueto. Buena señal. Que estaba bien. Eso lo resumía todo. En cuanto a ella... necesitaba un poco de tiempo para sí misma, para lamer sus heridas y analizar las cosas.
La boda
Durante aquella semana Allie no hizo más que trabajar y ver a sus clientes.
Carmen y Alan estuvieron allí el jueves, y el contrato para la nueva película de Carmen podía darse por firmado. Y aquella misma tarde, Allie fue a ver a la doctora Green, después de armarse de valor para encajar el rapapolvo que le esperaba. Pero se llevó una agradable sorpresa. La doctora Green le dijo que estaba orgullosa de ella por el modo en que había afrontado y resuelto la situación. Sólo le reprochó no haberla llamado.
—Ha debido de ser muy duro para ti.
—Sí ha sido duro, pero no había mucho que decir. Lo que más me ha dolido ha sido pensar que, probablemente, ha estado engañándome durante estos dos años, y haber sido tan imbécil de no darme cuenta. Siempre me decía que necesitaba tiempo, cariño... pero lo cierto es que yo no le importaba lo más mínimo.
—Puede que sí que le importases —la corrigió la doctora. Allie estaba tan furiosa al saberse traicionada que ahora pasaba de un extremo al otro—. Le importabas, a su manera. Puede que no signifique gran cosa, pero no debes pensar que no has despertado en él ningún sentimiento.
—Pero ¿por qué he sido tan estúpida? ¿Cómo he podido estar tan engañada durante dos años?
—Porque querías engañarte. Necesitabas una pareja, sentirte protegida. Lo malo es que él no es de los que tienen vocación de proteger a nadie. Eras más bien tú quien lo protegía a él. Era una relación descompensada. Pero lo que importa es el presente. ¿Cómo te sientes ahora?
—Furiosa, imbécil, resentida, independiente, libre, triste, alegre... y aterrada al pensar que el próximo vuelva a hacerme lo mismo. Puede que todos sean iguales o, por lo menos, los que yo encuentro. Creo que eso es lo que más me asusta, la idea de que pueda sucederme de nuevo, de estar condenada a no encontrar más que frutos agrios.
—No tiene por qué ser así, entre otras cosas porque creo que esta vez has escarmentado —dijo la psicóloga, que ahora parecía tener más confianza en la fortaleza de Allie, sorprendida al oírla hablar así.
—¿Y por qué lo crees?
—Porque en cuanto has descubierto lo que ocurría, lo has afrontado y no has vacilado en romper. Te has encarado con él sin arrugarte. Ha sido él quien no ha Danielle Steel
sabido hacer más que escabullirse. No has disfrazado la situación queriendo creer que podía ser una aventura sin importancia. Y ese es un gran paso.
—Puede —dijo Allie, no muy convencida—. ¿Y ahora qué?
—Eso has de decirlo tú. ¿Qué quieres? Sea lo que sea, puedes conseguirlo si te lo propones. Todo depende de ti. Puedes encontrar a alguien maravilloso.
—Me parece que ya lo he encontrado, en Nueva York —dijo Allie—.
Aunque... aún no estoy segura.
Después de lo ocurrido, Allie recelaba de todo, por más maravilloso que fuese el recuerdo de los días pasados con Jeff. Podía resultar como todos.
—Mantener una relación a distancia es otra manera de eludir la intimidad — le recordó la doctora Green.
—No —dijo Allie risueña—. Es de Nueva York pero ahora vive aquí.
—Ah, eso es otra cosa —dijo la psicóloga.
Allie le contó todo lo que sabía de él, y cuál había sido su impresión. El romántico paseo en berlina y haber ido a patinar con él le sonaba ahora como irreal. Y, al evocarlo, notó que echaba de menos a Jeff. Pero se había prometido no llamarlo de momento, y lo había cumplido. Necesitaba tiempo para digerir lo de Brandon.
—¿Por qué no has de llamarlo? A lo mejor cree que no te interesa —dijo la doctora—. A juzgar por lo que me cuentas parece una buena persona, y muy normal. ¿Por qué no lo llamas?
—Todavía no me siento con ánimo —dijo Allie. Nada de lo que la psicóloga le dijese aquella tarde la iba a convencer—. Necesito tiempo.
—A mí me parece que no. Has estado justificando a Brandon durante dos años ante todos los que se preocupan por ti, pero no has necesitado más que una semana para colarte por otro en Nueva York. Y ahora no parece que estés muy triste por lo de Brandon.
Allie sonrió. La psicóloga era muy perspicaz.
—Puede que sólo quiera ocultarme durante una temporada.
—¿Por qué?
—Por miedo, supongo. Jeff me parece tan fantástico que no quiero llevarme un desengaño. ¿Y si no es como creo? Me destrozaría.
La boda
—No lo creo. A lo mejor resulta que simplemente es humano. ¿Te decepcionaría eso? ¿Prefieres convertirlo en alguien con quien fantasear o en una compensación por lo de Brandon?
—La verdad es que no sé definir lo que siento por Jeff —dijo Allie—; sólo que, cuando estaba con él, lo hubiese seguido al fin del mundo. Me inspira total confianza. Pero al saber que está aquí, tan cerca, me asusta.
—Es comprensible. Pero por lo menos podrías verlo.
—No me ha llamado. Puede que tenga otra.
—Pero también puede que esté muy ocupado, concentrado en su libro, o temeroso de interferir en tus relaciones con Brandon. Creo que le debes la cortesía de decirle que has roto con él.
Pero Allie prefería jugar a ver quién llamaba primero.
El viernes recibió una llamada de Jeff, a media tarde. Alice le dijo quién era y Allie suspiró al ponerse al teléfono. Le temblaban las manos. Se sintió renacer al oír su voz.
—¿Allie?
—Hola, Jeff, ¿qué tal?
—Ahora mejor. Ya sé que te dije que no te llamaría en una temporada, pero no he podido resistir la tentación. Te echo de menos.
Esas eran las palabras que, durante dos años, Allie había esperado de Brandon. ¡Era todo tan fácil con Jeff! Sintió remordimientos por no haberlo llamado tal como la doctora Green le había aconsejado.
—Yo también —reconoció ella quedamente.
—¿Qué tal tu troupe? ¿Ha sobrevivido sin ti? ¿No ha habido más amenazas de muerte ni paparazzi apostados en la puerta?
—Ha sido una semana tranquila —contestó Allie, que se abstuvo de decirle que la tranquilidad no la incluía a ella—. ¿Y tú? ¿Cómo va el guión?
—Fatal. He sido incapaz de escribir una línea desde que he regresado. Sólo puedo pensar en ti. ¿Qué tal tu fin de semana?
—Interesante —repuso ella—. Te lo contaré algún día.