18

El 1 de julio, Allie le dio un alegrón a Delilah Williams: había ido con su madre a Dior y habían encargado un vestido que Ferre estaba dispuesto a retocar ligeramente para adaptarlo a Allie. Era de piqué blanco revestido de blonda, corto por delante y largo por detrás. Ferre le iba a añadir una chaqueta blanca, cuello alto y manga corta. Era elegante, juvenil y precioso.

Blaire lloró al vérselo puesto a su hija. Allie estaba radiante. Su madre le dijo que le prestaría la fabulosa gargantilla de perlas que Simon le había regalado al cumplir los cincuenta años.

—Bueno, prácticamente está todo —dijo Blaire al acabar de repasar una de las listas enviadas por Delilah.

—Ahora ya puedes decirle que deje de llamar al trabajo. No tengo tiempo para más bobadas.

—No son bobadas, cariño. Se trata de tu boda.

Habían elegido música clásica adecuada para la ceremonia de la boda y contratado a la orquesta de Peter Dumchin para animar la fiesta que se celebraría en el jardín de la casa.

Blaire se había encargado de elegir el menú y el pastel. Las flores para las mesas estaban aún por decidir. La carpa la tenían encargada desde hacía meses. Lo único que quedaba por hacer era limpiar el jardín. El arquitecto mantenía la fecha del 1 de septiembre para tenerlo todo totalmente terminado, cuatro días antes de la boda.

Habían reservado habitaciones en el hotel Bel Air para la señora Hamilton y las dos amigas de Allie, que se desplazarían desde Nueva York y Londres respectivamente para ser sus damas de honor.

La boda

A primeros de julio todo parecía perfectamente encarrilado. Apenas quedaba nada por hacer, salvo lo que Delilah llamaba «flecos»: la distribución en las mesas para los invitados que asistirían sin pareja; y la cena que, a modo de despedida de solteros, era tradicional celebrar en California. Normalmente esto hubiese corrido a cargo de la señora Hamilton, pero como era de Nueva York y ajena a aquella costumbre, se encargarían los Steinberg, que ya habían reservado un salón en el Bistro.

Allie había terminado por transigir y le había escrito a su padre. Le comunicaba que iba a casarse y que aunque no contaba con que asistiese a su boda, sería bienvenido si decidía asistir. Escribirle le supuso un gran esfuerzo emocional, pero se decidió después de hablarlo largo y tendido con la doctora Green.

Le había enviado la carta a primeros de junio pero Stanton aún no había contestado. De modo que Allie supuso que no asistiría. Tanto mejor, pensó, y regresó a su despacho de muy buen humor después de haber encargado su traje de boda. Había hablado con su madre de la reunión familiar que celebraban todos los años aprovechando la festividad del Cuatro de Julio. Como invitaban a algunos amigos, solían reunirse unas veinte personas en el jardín.

Jeff asistiría por primera vez, ya casi como un miembro más de la familia.

Los Steinberg eran muy aficionados a las fiestas familiares y para ellos el día de Acción de Gracias y Navidad revestían la mayor solemnidad.

—Debe de ser precioso —dijo Alice cuando Allie le describió el vestido que había encargado— y...

Sonó el teléfono.

Contestó Alice, que frunció el ceño y le pasó el auricular a su jefa.

Allie escuchó en silencio casi un minuto. Su cara se congestionaba a medida que pasaban los segundos.

—De acuerdo —se limitó a decir antes de colgar con la expresión más furiosa que Alice le había visto en mucho tiempo.

Luego, sin decir palabra, rebuscó su agenda en un cajón y marcó un número.

Aguardó impaciente. Tamborileaba con los dedos en la mesa. Aunque más que un acompañamiento musical parecía afilarse las uñas, pensó Alice.

—¿Se puede saber qué demonios haces tú en Suiza? —tronó Allie en cuanto oyó la voz de Carmen—. ¡Eres una irresponsable! Vas a tirar tu carrera por la borda. No te lo van a perdonar. Tenlo por seguro.

Danielle Steel

—No he podido evitarlo —gimoteó Carmen—. Lo echaba mucho de menos.

Carmen no se atrevió a decirle que había ido porque estaba ovulando y quería volver a quedarse encinta. Allie habría pensado que estaba loca.

—Me acaban de decir que desapareciste ayer. Les va a costar una fortuna interrumpir el rodaje. Oye lo que me han dicho: o estás aquí pasado mañana, a más tardar, o te rescinden el contrato. Aparte de que yo pienso estrangularte con mis propias manos.

—No quiero volver —lloriqueó Carmen.

—Pues si no vuelves será mejor que te retires. Dile a Alan que se ponga.

—Hola, cariño —dijo Alan con tono apaciguador.

—Pónmela en un avión, o nos las vamos a ver tú y yo, ¿entendido? —le espetó Allie sin preámbulos.

—Eh... ¡que yo no tengo la culpa!, ¿vale? No tenía ni idea de que iba a venir.

Se ha presentado sin avisar. Ya me he figurado cómo te ibas a poner. Te prometo que mañana por la mañana la facturo. Yo estaré de vuelta dentro de un mes.

Cuídamela mucho mientras tanto.

—¿Cuidar a Carmen? ¡Cómo si se dejara! ¡Estoy hasta el gorro!

No le faltaba razón a Allie para estar tan furiosa, porque la verdad era que Carmen, aunque tuviese motivos para estar abatida y sentirse sola, se comportaba como una niña consentida.

—Puede que Carmen tenga razón —añadió Allie—. A lo mejor habrá de plantearse trabajar sólo cuando pueda compartir cartel contigo.

—Bueno, no te enfades.

—Tú pónmela en el avión mañana si no quieres que el barco se hunda. Por lo pronto, por la falta de asistencia de hoy, la multan con cincuenta mil dólares; y otros tantos por mañana. Se lo ha ganado a pulso.

Alan soltó un bufido al pensar que cien mil dólares no era ninguna tontería.

—Te prometo que volverá enseguida —dijo Alan.

—Procúralo.

Allie colgó sin más y llamó a los productores de la película para excusarse en nombre de Carmen. Les dijo que estaba emocionalmente muy afectada y que necesitaba ver a su esposo. Que no volvería a suceder y que no ponía objeciones al La boda

pago de la multa. Que dentro de dos días reanudaría el rodaje. Los productores aceptaron las excusas y dijeron que, si pagaba la multa y reanudaba el trabajo tal como prometía, por ellos quedaría olvidado.

Allie apenas pudo dormir en toda la noche. No quería ni pensar la que podía organizarse si, pese a todo, Carmen incumplía su promesa.

 

Al día siguiente, fue a esperar a Carmen al aeropuerto. Nada más verla aparecer por la puerta de llegadas internacionales se acercó y le soltó un rapapolvo. Carmen alegó que había necesitado ver a Alan. De ahí no la sacaba. Allie le dijo que, por su culpa, casi todos los que intervenían en el rodaje iban a tener que trabajar el Cuatro de Julio para recuperar el tiempo perdido.

Allie había pensado invitarla a la fiesta que organizaban ese día en casa de sus padres. Pero Carmen no podría asistir, y de todas maneras estaba tan enfadada con ella que lo más probable era que no la hubiese invitado.

 

Al día siguiente, Allie se aseguró de que Carmen estuviese en los estudios a las cinco de la mañana como un clavo. La llamó a las tres y media.

Donde las dan las toman, pensó Allie.

La noche anterior no se había separado de ella hasta las nueve de la noche para asegurarse de que se quedaba en casa y no hacía más tonterías.

 

El Cuatro de Julio, Allie y Jeff durmieron casi hasta las diez. Remolonearon un poco en la cama y a las once y media se dirigían a casa de los padres de Allie.

Estaba toda la familia, incluso Scott, que había invitado a una chica y varios amigos. Sam había invitado a Jimmy Mazzoleri, que ya formaba parte del mobiliario, como decía Simon. Estaba en su casa la mayor parte del tiempo.

También se habían unido a la fiesta unos vecinos con quienes los Steinberg tenían mucho trato.

Este año sólo faltarían los amigos de Samantha. Era un pequeño grupo, y Danielle Steel

precisamente por eso lo pasaban siempre muy bien el Cuatro de Julio, en un ambiente íntimo. Todos se conocían y la fiesta era muy animada.

Quienes hacía tiempo que no veían a Samantha se quedaron perplejos al ver su estado. Estaba ya de ocho meses. Lo que más le dolía a Allie era que nadie hiciese el menor comentario. Era una clara señal de que lo consideraban tan anormal que hablar de ello los violentaba. Lo que para su hermana pudo haber sido lo más hermoso de su vida, se convertía en su trago más amargo.

Blaire seguía asistiendo con Samantha a las clases de ejercicios preparatorios para el parto. También Allie la había acompañado un par de veces. Incluso Jimmy la había ayudado a practicar los movimientos. Le fascinaba sentarse a su lado y notar cómo se movía el bebé. A juzgar por las patadas que daba se diría que iba a ser futbolista.

—¿Cómo te encuentras, Sam? —le preguntó Allie al sentarse a su lado en una tumbona.

—Bien —repuso Samantha, y se encogió de hombros. Jimmy se acercaba con un plato de salchichas—. Sólo que estoy muy torpe. Me cuesta moverme.

—Ya falta poco —la animó Allie. Pero fue contraproducente: su hermana se echó a llorar.

—He elegido a los Whitman de Santa Bárbara —dijo Samantha—. Suzanne se lo comunicó ayer. Creo que han sufrido mucho en todos estos años tratando de tener un hijo. Lo desean de verdad. Suzanne dice que están muy contentos. Pero no las tienen todas consigo, porque como ya les ha ocurrido dos veces que se les echen para atrás, temen que yo haga lo mismo. Suzanne dice que no podrían soportar otra decepción, que confía en que yo no me desdiga.

Samantha no tenía intención de defraudarlos. Estaba ansiosa de que todo acabase: el parto, el papeleo, el dolor de entregar el bebé. Era consciente de que no podría olvidarlo mientras viviese.

—Lo único que me disgusta mucho es que vayan a asistir al parto —añadió Samantha—. Pero están empeñados.

—¿Qué hacéis ahí las dos tan serias? —preguntó su padre, que se acercó a ellas y las miró complacido.

La familia vivía momentos muy importantes: su hija menor iba a dar a luz, Allie se casaba y Blaire... ella estaba desconcertada y abrumada. La audiencia de su serie volvía a caer en picado. No estaba muy comunicativa últimamente. Pero La boda

Simon no quería hurgar en la herida, y en ningún momento sacaba el tema a relucir.

—Decimos que cada vez lo haces mejor, papa —dijo Allie—. Deberías montar un asador.

Allie se levantó y besó a Simon. Y al hacerlo, la tumbona se venció por el lado de Samantha, que cayó al suelo. Allie la ayudó a levantarse y tragó saliva al recordar lo que le ocurrió a Carmen. Prefería no pensar lo que pensaba.

Samantha hizo una mueca de dolor y volvió a sentarse, justo en el momento en que Jimmy llegaba con otro plato rebosante de salchichas.

—Toma —dijo su joven amigo—, que ahora has de comer por dos.

Jimmy se sentó frente a ellas en una silla y estuvieron charlando desenfadadamente. Al levantarse Allie para unirse a un corrillo, Samantha le comunicó a Jimmy su decisión de dar a su hijo en adopción a los Whitman. Aún estaba a tiempo de volverse atrás, desde luego. Es más: la ley le concedía un plazo de seis meses después de dar a luz, por si quería recuperar a su hijo.

—No tienes por qué hacerlo, Sam. Ya lo hablamos —le susurró él para que no los oyesen.

Jimmy le había ofrecido casarse con ella, pero Samantha no quería aceptarlo.

Él acababa de cumplir los dieciocho años y ella aún era menor. ¿Qué clase de padres iban a ser dos críos como ellos? No, no era una buena idea. A duras penas podrían salir ellos dos adelante. Además, Samantha pensaba que Jimmy no merecía tener que sobrellevar una carga así siendo tan joven, sin haber tenido nada que ver con la paternidad de su hijo. Lo apreciaba demasiado para hacerle una cosa así. Estaban muy unidos desde que él empezó a mostrarse tan solícito. La había ayudado mucho a aprobar el curso. Le había traído apuntes, resúmenes y muchos libros de consulta para sus trabajos. Ahora eran inseparables y cuando Jimmy la besaba, Samantha intuía lo que iba a suceder cuando hubiese dado a luz.

Prefería no pensar en ello de momento. Pero se besaban mucho y, últimamente, cada vez que se besaban ella tenía contracciones, y se asustaba. Por un lado deseaba dar a luz cuanto antes y, por otro, habría preferido que nunca llegase el momento. Estaba asustada.

Blaire se sentó a charlar con ellos un rato. Samantha había notado lo triste que estaba su madre a causa del descenso de audiencia de su serie. La afectaba mucho. La serie significaba mucho para ella. Había trabajado mucho para auparla y mantenerla durante nueve años. Verla languidecer poco a poco era como ver Danielle Steel

morir a un viejo amigo.

Como es natural, durante la fiesta se habló mucho de la boda, sobre cuántos invitados asistirían, si instalarían una carpa, dónde había encargado el menú y qué orquesta habían elegido. Parecía el único tema de conversación. Luego, ya entrada la tarde, Simon hizo un aparte con Jeff. Hacía semanas que pensaba llamarlo, pero había estado demasiado ocupado.

—Quiero hablar contigo —le dijo.

Fueron hacia el lado del jardín menos concurrido y se sentaron en las piedras del límite de un arriate.

—He leído tu segundo libro —le dijo Simon—. Y me ha gustado. Me ha gustado muchísimo.

—Pues me alegra —dijo Jeff sonriéndole agradecido.

—¿Tienes planes para adaptar la novela al cine?

—Todavía no. He hablado con algunas personas acerca de la cesión de los derechos, pero no acaban de convencerme sus ofertas. Y tampoco quiero volver a producir. Es muy agotador y prefiero limitarme a escribir. Si surge una buena oferta, la aceptaré y quizá escriba el guión.

—A eso iba —dijo Simon—. Te voy a hacer una oferta. Si tienes tiempo esta semana, podemos reunirnos y lo hablamos.

Jeff le sonrió radiante, sin acabar de dar crédito a lo que oía. Simon era uno de los productores de Hollywood más importantes y quería hacer una película basada en su novela. No le importaba que fuese su futuro suegro. Jeff conocía ya lo suficiente a Simon para saber que, si su novela no le hubiese gustado de verdad, no le haría ninguna oferta.

—Eso sería maravilloso —dijo.

¿De qué va la cosa? —preguntó Allie, que se les había acercado por detrás.

—A tu padre le ha gustado mi novela. Y a lo mejor hace algo con ella — contestó Jeff—. Si quieres, todo puede quedar en familia: negocias tú con él. ¿Qué te parece?

—Me temo que podría surgir un conflicto de intereses —repuso ella riendo.

Era maravilloso, pensó Allie, y al mirar el reloj y ver que eran pasadas las cinco, le dijo a Jeff que tenían que marcharse ya. Se habían comprometido a asistir al concierto especial de Bram Morrison. Sería el concierto culminante de su gira La boda

antes de marchar a Japón y, aunque a Jeff no le entusiasmaban los conciertos de rock, Allie le había prometido a Bram que irían los dos. Sería un concierto multitudinario que los encargados de seguridad consideraban «de alto riesgo». Le había asignado a Bram ocho guardaespaldas para protegerlo del entusiasmo de los fans. Bram se estaba convirtiendo en una estrella de culto.

—¿Adónde vais tan pronto? —preguntó Samantha al ver que se despedían.

—Al concierto de Bram Morrison, al Great Western Forum —contestó Allie.

—¡Suertudos! —exclamó Samantha.

Tanto a ella como a Jimmy les hubiese encantado asistir. Habían hablado de ello hacía días pero pensaron que era demasiado peligroso para Samantha exponerse a las apreturas.

—En otra ocasión os conseguiré entradas —prometió Allie.

Cuando se hubieron despedido de todos, se marcharon y fueron a cambiarse de ropa a la casa de Beverly Hills. Allie pensaba venderla y comprar en Malibú una más grande que la que Jeff tenía alquilada.

A las seis ya estaban listos para ir al concierto. Llegaron poco antes de que empezase, pero no pudieron saludar a Bram antes de que saliese al escenario porque era prácticamente imposible avanzar entre bastidores.

El concierto duró varias horas. Muchos acabaron totalmente «colocados».

Como colofón habían programado un castillo de fuegos artificiales que debía empezar a las once. Pero cinco minutos antes, un espontáneo con una cazadora negra, el pecho desnudo y una larga melena irrumpió en el escenario y cogió el micrófono del batería. Empezó a gritar que amaba a Bram Morrison, que siempre lo había amado, que habían estado juntos en Vietnam y habían muerto y que ahora eran una sola persona. Parecía la letra de una canción. El tipo vociferaba como un energúmeno mientras los guardias de seguridad se abrían paso hacia él. «¡Te amo!

¡Te amo!», gritaba el espontáneo a pleno pulmón.

Como el castillo de fuegos artificiales acababa de empezar, los prodigios de la pirotecnia atrajeron la atención de todos, y a los de seguridad les fue más fácil llegar hasta el espontáneo y sacarlo del escenario. De pronto repararon en que llevaba una pistola. Con el estruendo de los fuegos artificiales no había oído los disparos.

Allie buscó a Bram con la mirada y lo vio de rodillas en el centro del escenario. Sangraba por la cabeza y el pecho.

Danielle Steel

—¡Socorro! —gritó Allie mirando a un guardaespaldas y señalando a Bram.

También la esposa de Bram y sus hijos lo habían visto. Fueron rápidamente a asistirlo, pero ya estaba muerto.

Allie se arrodilló junto al cuerpo entre bastidores mientras su esposa se abrazaba a él y sus hijos lloraban desconsolados. El público no se había enterado de lo ocurrido y la música de Bram seguía sonando. Minutos después, lo comunicaron a través del sistema de megafonía.

El asesino de Bram Morrison no lo conocía en absoluto, pero aseguró que Dios lo había enviado para salvar a Bram. Tenía que salvarlo de la gente que quería hacerle daño y llevarlo junto a Dios. Que ya había cumplido con su misión, le dijo a la policía sin ofrecer resistencia.

Un loco había acabado con la vida de uno de los ídolos del rock. Los cincuenta mil fans congregados en el Forum siguieron allí toda la noche llorando a su ídolo.

 

Como era de esperar, Allie Steinberg tuvo que hacer de nuevo de paño de lágrimas. En realidad, también ella necesitaba alguien que la consolase. Siempre había sentido un gran aprecio por Bram Morrison, que no era un payaso como Malachi O’Donovan sino un verdadero músico y una gran persona.

Allie hizo lo que pudo para consolar a la viuda y los hijos de Bram.

—Todavía no acabo de creérmelo —le dijo Allie a Jeff al volver a Malibú por la mañana.

Ya era mediodía cuando llegaron a la casa.

—Tiene que ser una pesadilla, Jeff —dijo Allie llorosa.

—Vivimos en un mundo enloquecido —repuso él quedamente—. Estamos a merced de cualquier lunático que quiera destrozarnos la vida, arrebatárnosla, robarnos, hundir nuestra reputación. Es espantoso vivir así —añadió sin contener las lágrimas. Lo conmovía pensar en una muerte tan absurda, que dejaba viuda a una mujer joven y enamorada y huérfanos a unos niños inocentes. Era una canallada.

Allie se sentó en la arena, mirando al mar, sin dejar de llorar. No había conocido a ningún artista como Bram Morrison, tan sencillo y poco exigente. Pero La boda

de nada le habían servido sus virtudes. Empezaron por amenazar la vida de sus hijos y habían terminado por asesinarlo.

 

Dos días después, al ver a la viuda de Bram y sus hijos durante el entierro, Allie sintió el deseo, tan repentino como inexplicable, de ser madre. Quería un hijo, una parte de Jeff antes de que una tragedia semejante a la de Morrison se cebase en ella.

Nunca había sentido algo así y de pronto se le encendió una lucecita: sería madre, la madre del hijo de su hermana.

Allie miró a Jeff y, con tono sereno y pausado le preguntó si estaba dispuesto a aceptar como propio el hijo de Samantha. Aunque no lo hubiese engendrado él, sería suyo.

Jeff se quedó de una pieza, pero tardó poco en reaccionar. No le sorprendía.

Es más: lo que le sorprendía era que no hubiesen pensado antes en ello. Iban a casarse dentro de pocas semanas. Para Samantha era muy prematuro ser madre.

Para ellos no lo era en absoluto ser padres. Samantha no tendría que cargar de por vida con el remordimiento de haber entregado su hijo a unos extraños.

—Creo que has tenido una gran idea, cariño —dijo Jeff. Parecía que acabase de decirle que estaba embarazada de él. Se le había iluminado la cara.

—¿Lo dices en serio? —exclamó ella asombrada. Jeff era realmente un hombre excepcional.

—¡Claro que sí! ¡Vamos a decírselo a Samantha enseguida!

Bram Morrison acababa de perder la vida en el escenario; acababa de dejarlos. Sin embargo, como si de un último regalo se tratase, venía a regalarles otra vida. Era como si los hubiese iluminado.

—¡Es maravilloso! —exclamó Allie radiante de felicidad—. ¡Vamos a tener un hijo!

Estaba segura de que la alegría de Samantha sería inmensa. Quienes iban a sentirlo serían los Whitman. Pero estaba claro que la dicha nunca era completa para todos.

Samantha los miró con incredulidad cuando se lo dijeron por la tarde. Pero, al asegurarle ellos que no bromeaban, su perplejidad se tornó en una alegría inenarrable. Era maravilloso. Perfecto. Estaba segura de que Allie y Jeff serían los Danielle Steel

mejores padres.

Durante aquellos meses Samantha había rezado por que Dios le concediese un milagro. Y la había escuchado.

 

La boda

 

La boda
titlepage.xhtml
index_split_000_split_000.html
index_split_000_split_001.html
index_split_000_split_002.html
index_split_001_split_000.html
index_split_001_split_001.html
index_split_001_split_002.html
index_split_002.html
index_split_003_split_000.html
index_split_003_split_001.html
index_split_003_split_002.html
index_split_003_split_003.html
index_split_003_split_004.html
index_split_003_split_005.html
index_split_003_split_006.html
index_split_004.html
index_split_005_split_000.html
index_split_005_split_001.html
index_split_005_split_002.html
index_split_005_split_003.html
index_split_005_split_004.html
index_split_006.html
index_split_007.html
index_split_008.html
index_split_009_split_000.html
index_split_009_split_001.html
index_split_009_split_002.html
index_split_009_split_003.html
index_split_009_split_004.html
index_split_010.html
index_split_011.html
index_split_012_split_000.html
index_split_012_split_001.html
index_split_012_split_002.html
index_split_012_split_003.html
index_split_012_split_004.html
index_split_012_split_005.html
index_split_013.html
index_split_014_split_000.html
index_split_014_split_001.html
index_split_014_split_002.html
index_split_014_split_003.html
index_split_014_split_004.html
index_split_014_split_005.html
index_split_014_split_006.html
index_split_014_split_007.html
index_split_014_split_008.html
index_split_015.html
index_split_016_split_000.html
index_split_016_split_001.html
index_split_016_split_002.html
index_split_017.html
index_split_018.html
index_split_019.html
index_split_020.html
index_split_021.html
index_split_022.html
index_split_023.html