Danielle Steel
—¿Quiénes son esos personajes que la absorben tanto? —insistió él, como si intuyera que les dedicaba demasiado tiempo.
A Allie le sonó casi igual que los reproches de Brandon.
—Uno es Bram Morrison y el otro Malachi O’Donovan. También represento a Carmen Connors y a Alan Carr, entre otros... —Lo dijo con un dejo de orgullo que a Jeff le pareció revelador de su carácter, de ser una persona muy fiel a todo lo suyo.
—¿Los representa su bufete o usted a título personal? —preguntó, quizá porque se le antojaban personajes demasiado relevantes para tener una abogada tan joven (Jeff no le echaba más de veinticinco años).
Allie se echó a reír.
—Todos míos —repuso—. Y tengo más, pero no les gusta que revele sus nombres. A los que le he citado, en cambio, no les importa.
—Pues no está nada mal. Es para estar orgullosa —dijo él en tono admirativo—. ¿Cuánto tiempo lleva en el bufete? —Quizá fuese mucho mayor de lo que aparentaba. A lo mejor era verdad eso de que las mujeres no tenían edad.
—Cuatro años. Tengo veintinueve —dijo Allie adivinándole el pensamiento—; casi treinta. ¡Qué horror!
—Horrible —bromeó él—. ¡Si lo sabré yo que tengo treinta y cuatro! La verdad es que su trabajo ha de ser abrumador, porque la gente del mundo del espectáculo no es de fácil trato. La admiro.
—Hay de todo —le aseguro ella—. Además, ¿qué me dice de usted? Lo suyo tampoco es una nadería: va por su tercer libro, escribe un guión y coproduce una película. ¡Casi nada! En cambio yo... ¿qué hago yo? Sólo representar a personas de talento, como usted. Redacto sus contratos, los negocio y velo por sus intereses.
Puede que sea un trabajo creativo, en cierto modo. Pero no nos engañemos, está a años luz de la labor de un escritor. Así que no sea injusto consigo mismo.
En realidad era ella quien no se hacía justicia. Cada uno en su profesión, eran triunfadores.
—Puede que necesite sus servicios —dijo él. Al fin y al cabo, eso era lo que le había aconsejado Andreas Weissman aquella mañana: que contratase a un abogado—. Si he de venderle otro libro a Hollywood, me vendría bien una profesional especializada en el mundo del espectáculo que examine los contratos con lupa.
La boda
—¿Cómo lo negoció la vez anterior? —preguntó Allie, que sentía curiosidad por cómo lo llevaba Weissman.
—Andreas se encargó de todo desde aquí. Y no puedo quejarme del resultado. Cobré un fijo y percibiré un porcentaje sobre los beneficios de la película, si los hay. Y al coproducirla con mi amigo, no planteé excesivas exigencias. Acepté más por ver cómo resultaba la experiencia que por el dinero. En cuestiones económicas no soy precisamente un lince —le aseguró él, que, de todas maneras, no parecía estar en la miseria—. La verdad es que si vuelvo a ceder los derechos de una novela quiero sacar más beneficio económico y no dedicarle tanto tiempo.
—Pues con mucho gusto le echaré un vistazo a sus contratos siempre que quiera —accedió ella sonriente.
—Hecho —dijo él, encantado ante la perspectiva de poder verla a menudo.
Le extrañaba que Andreas no le hubiese hablado nunca de ella y también que no los presentase en su fiesta.
Lo cierto era que, sencillamente, a Andreas no se le había ocurrido. Ella no necesitaba que le proporcionasen clientes y, en realidad, Jeff no tenía necesidad imperiosa de un abogado especializado. Hasta ahora le había bastado con su agente.
Se sentaron en una mesa del fondo. Su cena en Elaine’s se alargó durante horas. Hablaron de Harvard, de Yale y de los dos años que pasó él en Oxford. Le dijo que al principio no le gustó nada, pero que acabó encantándole. Su padre había muerto mientras él estaba en Inglaterra. A partir de entonces empezó a escribir «en serio». Le habló de la decepción de su madre porque su hijo no hubiese estudiado derecho o medicina.
Jeff describió a su madre como una persona muy fuerte, puritana y yanqui acérrima. Tenía ideas muy estrictas acerca de la ética y el sentido de la responsabilidad. Y opinaba que escribir no era un trabajo muy serio para un hombre.
—Mi madre es escritora. —Allie volvía a sacar a relucir a su familia. Sin saber por qué, deseaba hablarle de todo lo suyo. Tenía la sensación de haber estado esperando a aquel hombre toda la vida. Sintonizaba plenamente con todo lo que ella pensaba y sentía. Parecía increíble, pero se les había hecho la una de la madrugada charlando—. A mí me gusta la literatura —prosiguió Allie—, pero creo que para lo que más sirvo es para el derecho. Me gusta su lógica y la satisfacción Danielle Steel
de solucionar problemas. Aunque a veces me absorbe demasiado —añadió sin percatarse de que sus manos se tocaban.
Allie lo dijo con un fulgor en la mirada que lo deslumbró más de lo que ya estaba. No recordaba haberse sentido así con nadie en la primera salida.
—¿Y qué más te gusta, Allie? Porque podemos tutearnos, ¿no? Te gustan los perros y los niños, ¿a que sí?
—Por supuesto —repuso ella con una sonrisa que dejaba implícito que asentía a ambas preguntas—. Me gusta todo eso. Y mi familia. Significa mucho para mí.
Jeff era hijo único. La escuchó con envidia hablarle de sus hermanos Scott y Samantha, y de sus padres. La envidiaba en muchos aspectos. Su propia vida familiar se había volatilizado después de la muerte de su padre, porque su madre era una arisca. Simon Steinberg, en cambio, era un hombre muy afectuoso. Le había bastado su breve contacto profesional para percatarse de ello.
—Puedes venir a casa algún día a conocerlos a todos —dijo Allie—. Y a Alan, que es mi mejor amigo, y el más antiguo. A Alan Carr me refiero —añadió, deseosa de presentar a Jeff a todo el mundo, como una colegiala con una nueva amistad.
—¿De veras? —exclamó Jeff, que reaccionó como todo el mundo ante aquel nombre. No es que le impresionara su fama pero si la coincidencia—. ¿El más antiguo? ¿Me tomas el pelo?
—Fue novio mío en el instituto. Luego lo dejamos y desde entonces somos íntimos.
Allie estaba sorprendida al advertir lo bien que Jeff encajaba en su vida.
Mostraba interés en todo lo suyo: su trabajo, su familia y sus amigos. Con Brandon era todo muy distinto, pero Allie era consciente de que comparar a Brandon con un extraño no era justo. No sabía nada de las manías de Jeff, de sus puntos flacos ni de sus defectos. Lo único que sabía era que se sentía muy cómoda con él. Era muy extraño.
A Jeff, por su parte, le gustaba la franqueza de Allie y su falta de pretensiones. Era la clase de mujer que siempre había admirado. Hacía mucho tiempo que no conocía a nadie como ella. Se imponía hacerle una pregunta importante. Titubeó un poco, pero no pudo resistir la tentación de hacérsela.
—¿Estás... comprometida? Me refiero a si hay algún hombre en tu vida, La boda
aparte de Alan Carr —dijo él sonriente y casi tembloroso por temor a que le dijera que sí.
Ella dudó. Pero en vista del interés que Jeff mostraba por su vida, pensó que tenía derecho a saberlo. ¿O no? Llevaban horas hablando de sí mismos y la atracción que sentía era obvia. Pero eso no significaba que hubiese olvidado a Brandon. Debía decírselo a Jeff.
—Sí —musitó entristecida, mirándolo a los ojos.
—Me lo temía. No me sorprende, y lo siento por mí —dijo Jeff, aunque sin dar la impresión de emprender la retirada—. ¿Eres feliz con él?
Era la pregunta decisiva. Si era feliz no tendría nada que hacer. Estaba dispuesto a luchar por lo que quería, pero no era tan estúpido ni loco como para hacerse daño a conciencia.
—A veces —contestó ella sinceramente.
—¿Y por qué no siempre? —repuso él en tono amable, ansioso por saber si había un resquicio que le diese alguna oportunidad. Si no, habría perdido el tiempo. Aunque no del todo, porque se alegraba de haberla conocido. Merecía la pena.
—Ha tenido una época difícil —contestó Allie, que, como siempre, se vio prácticamente en la obligación de justificar a Brandon—. Y aún no la ha superado.
Está tramitando el divorcio —añadió.
Jeff tuvo la sensación de que entre su expresión y sus palabras había algo que no encajaba.
—Viven separados desde hace tiempo —prosiguió Allie—. Aún no ha pedido el divorcio oficialmente.
Allie no sabía por qué le contaba tantos detalles, pero era parte de la historia.
Jeff la miró con fijeza.
—¿Y cuánto tiempo llevan en esa situación?
Era como si Jeff supiese que aquella era la clave. Allie se la había facilitado y él la había recogido y analizado rápidamente.
—Llevan dos años así —repuso ella.
—¿Y no le preocupa?
—A veces. Aunque no tanto como parece preocuparle a todo el mundo.