Danielle Steel
—¿Y cómo pensáis ir a Las Vegas?
—Pues en coche —dijo Alan.
—Yo de ti alquilaría una caravana, como hace Bram. Te conseguiré una...
como regalo de boda.
Le iba a costar unos cinco mil dólares alquilarles una roulotte para el desplazamiento. Pero era fabuloso; como ir en yate o en avión privado. Y si la alquilaba a su nombre nadie sospecharía.
—Puede ser divertido —reconoció Carmen.
—De acuerdo —accedió Alan—. Gracias Allie.
Jeff y Allie ayudaron a recoger la mesa y llevar los platos a la cocina (la asistenta se ocuparía de adecentarlo todo por la mañana) y, poco después de las once, se marcharon.
La luna aún brillaba y Jeff le preguntó a Allie si quería conocer su casa.
Estaban a sólo medio kilómetro. Allie titubeó un momento, pero accedió. Era todo tan reciente que, en cierto modo, se sentía ahora más retraída con él que en Nueva York. Allí todo parecía tan fugaz que inducía a dejarse llevar para vivir el momento, como si de una aventura veraniega se tratase. Pero no. Era algo más, y estaba segura de que él también lo consideraba así. Sentía vértigo.
—Hace dos semanas que los presenté —le dijo a Jeff con incredulidad cuando él detuvo el coche frente a una casita de la playa.
—Esto es Hollywood —exclamó él riendo. Lo curioso era que Carmen y Alan parecían de verdad hechos el uno para el otro. Casarse un mes después de haberse conocido era arriesgado, pero tenía el presentimiento de que iba a funcionar. Y Allie también.
—Son dos personas excelentes. Aunque yo preferiría que se lo tomasen con un poco más de calma.
De Carmen no le sorprendía; de Alan sí, porque él solía ser muy cauto. Pero, lo dicho, quizá intuyese que iba a funcionar.
—¿De verdad irás conmigo a la boda? —preguntó ella mientras iban hacia la puerta de la casa.
Jeff abrió y miró a Allie, preguntándose si era el momento de entrar con ella en brazos. Era lo que deseaba hacer, pero temió asustarla por lo que implicaba el gesto, sobre todo después de acabar de saber que Alan y Carmen pensaban casarse La boda
de inmediato.
—Si quieres que vaya iré. No conozco Las Vegas.
—¡Pues ya verás! —exclamó Allie sonriendo—. A su lado Los Ángeles parece Boston.
—Ya estoy impaciente por verlo —bromeó él. Por lo que de verdad estaba impaciente era por todas las cosas que deseaba hacer con ella.
Jeff le enseñó la casa. Era pequeña y pulcra y sorprendentemente ordenada para un escritor. Había alfombras de pita en el suelo y sofás confortables, con tapicería de lona de color teja. La había alquilado porque tenía un aire a las de Nueva Inglaterra, y le gustaba. A Allie le recordaba las de Cape Cod en Massachusetts. Era perfecta para él; un buen lugar para escribir, y muy acogedor para pasar el día leyendo un libro si hacía mal tiempo. Tenía chimenea y varios sillones tapizados de piel, muy cómodos. En el dormitorio había una cama hecha de troncos, estilo Oeste. El cuarto de baño era enorme, con bañera de mármol y jacuzzi. También la cocina era muy grande, de estilo rústico y con una mesa para doce personas. Además tenía un despacho y una habitación de invitados. Era perfecta.
—¿Cómo la encontraste? —preguntó ella, impresionada. Porque encontrar una casa en Malibú era como encontrar una pepita de oro entre los cereales del desayuno.
—Es de un amigo que regresó al Este el pasado verano. Accedió a alquilármela. Va a quedarse definitivamente en Boston y puede que acabe queriéndola vender. Si es así, a lo mejor la compro. Pero, de momento, con que me la alquile me conformo.
Allie miró en derredor sonriente. Le gustaba. Armonizaba con él. Era muy distinta a la de Alan, típicamente californiana.
Fueron a dar un paseo por la playa pero refrescó enseguida y regresaron.
Estuvieron sentados un rato en el sofá, charlando y haciéndose carantoñas. Hacia la una, Allie pensó que debía ya regresar. Le sabía mal hacerlo conducir a aquellas horas pero habían ido en su coche y no tenía otro medio de volver a Beverly Hills.
—No lo pensé —se excusó Allie—. Tenía que haber venido en mi coche.
—No me importa conducir. Es lo único que hace todo el mundo en California, ¿no? —bromeó él.
No cabía duda de que Jeff tenía muy buen carácter. Siempre estaba de buen Danielle Steel
humor. La diferencia con Brandon era abismal, que raro era el día que no se enfadaba por algo. Con Jeff era todo distendido y agradable. Tenía la sensación de que llevaban muchos años juntos.
Se besaron. Pero en esta ocasión, su beso estuvo impregnado de un ardor especial. Allie estaba totalmente desinhibida. Era maravilloso estar con él allí sin pensar en nadie más que ellos dos. El solo hecho de estar juntos le parecía un lujo.
—No me iré nunca, si no me decido pronto —dijo Allie quedamente.
Volvieron a besarse.
—Ojalá no te vayas nunca —musitó él.
—Es lo que me gustaría —repuso ella—. Pero creo que he de marcharme ya.
—¿Por qué? —dijo Jeff, que se arrimó más a ella y se recostaron en el respaldo, tan ladeados hacia uno de los brazos del sofá que casi estaban acostados.
Siguieron así un rato, contemplando las llamas del fuego que Jeff había encendido al poco de entrar. Oír el murmullo de las olas y ver rielar la luna a lo lejos hacía que la casa resultase más acogedora.
—Debiste de tomarme por loco cuando te dije que te quería —dijo él.
Se lo había dicho de corazón, y ahora lo sentía con más fuerza. Todo parecía natural entre ellos, como si estuviesen destinados el uno para el otro. Quizá por eso sintió tan buenas vibraciones en casa de los Weissman.
—No. ¿Te sorprende? Es como si hiciese tanto tiempo que te conozco como a Alan.
—Lo envidio. Me hubiera gustado conocerte con pecas y trenzas. Debías de ser la jovencita más bonita del instituto.
—No sé si habría resultado, con mis besos babosos... Éramos unos críos. Era todo natural, como un juego.
—También es natural ahora —dijo él—. En realidad, sólo es complicado cuando es equivocado. Pero esto es de verdad, y tú lo sabes.
—¿Sí? —dijo ella mirándolo a los ojos. Él se apretó más contra ella y la besó en la boca—. Es que a veces tengo miedo —confesó.
El resplandor de las llamas creaba un ambiente voluptuoso. Ambos estaban anhelantes, enardecidos.
—¿De qué?
La boda
—De cometer un error; de equivocarme de persona. No quiero destrozar mi vida, casarme con el hombre equivocado y lamentarlo luego toda la vida. No quisiera verme nunca en ese trance.
—Y no te verás —le aseguró él—. De momento no has cometido ningún error irreparable.
—Por miedo. No me he atrevido a acertar ni a equivocarme; hasta ahora.
Jeff comprendió lo que ella quería, y lo que ambos necesitaban. Había llegado el momento. No podían darle la espalda al destino. Y, con toda delicadeza, la tomó en brazos y la llevó al dormitorio. La dejó en aquel rústico pero comodísimo lecho. Allie no puso objeciones. Lo deseaba. Lo miró con sus grandes ojos verdes y se entregó a él sin reparos cuando volvió a besarla. Jeff la fue desnudando lentamente, contemplando cada centímetro de su cuerpo mientras la abrazaba y se besaban, ebrios de pasión.
Hicieron el amor durante horas. Luego, cuando ya salía el sol, Allie se quedó dormida en sus brazos como un bebé. También él se quedó dormido, pero se despertó al cabo de un rato y se levantó. Preparó el desayuno y lo llevó a la cama en una bandeja. Despertó delicadamente a Allie, besándola en los labios y los pechos. Ella entreabrió los ojos y le dirigió una mirada de intensa satisfacción.
Nunca olvidaría aquella noche. Jeff tenía razón. Su momento había llegado.
Desayunaron en la cama y estuvieron un largo rato hablando. Después se levantaron, se bañaron juntos en el jacuzzi y luego salieron a pasear por la playa. A lo lejos vieron a Carmen y Alan, pero se abstuvieron de ir a su encuentro. En lugar de ello, regresaron a la casa y de nuevo hicieron el amor. Pasaron casi toda la tarde del domingo entrelazados.
—Estoy segura de haber visto a Allie esta mañana pasear con Jeff —dijo Carmen en casa de Alan.
—Pero ¿no sabes que regresaron anoche a Los Ángeles? —la corrigió él—.
Allie sería incapaz. Por lo menos, de momento. Suele tomarse estas cosas con mucha calma. Además, creo que todavía no se ha rehecho de lo de Brandon.
—Puedes estar seguro de que los he visto —insistió Carmen.
Luego, cuando a media tarde Jeff y Allie pasaron por delante de la casa de Alan de vuelta a Los Ángeles, Alan y Carmen estaban en el jardín. Alan se quedó Danielle Steel
de una pieza.
—¿Lo ves? —exclamó Carmen al ver que la flamante pareja los saludaba con la mano y pasaba de largo.
—Si no lo veo no lo creo —dijo Alan, que se alegró y les deseó lo mejor. Jeff parecía una buena persona y Allie merecía ser feliz. Se lo deseaba de todo corazón, porque la quería como a una hermana.
—Quizá podríamos tener doble boda en Las Vegas —aventuró Carmen.
Pero Alan dudaba que Allie y Jeff fuesen a darse tanta prisa como ellos.
La boda