15

A lo largo de las dos semanas siguientes las cosas se encauzaron satisfactoriamente, dentro de lo que cabía. El médico de Blaire había reconocido a Samantha, que estaba en perfecto estado de salud; el bebé se desarrollaba con normalidad y parecía saludable.

De acuerdo a lo previsto, Samantha continuó estudiando como alumna libre para acabar el curso y poder graduarse. Seguía estando triste pero algo más rehecha. Había vuelto a ver a Suzanne un par de veces y ya habían reducido la lista de siete candidatos a cuatro; y, en los próximos dos meses, tendría que tomar una decisión definitiva. Suzanne le proporcionaba toda la información de que disponía, pero no quería apremiarla. Quería que Samantha eligiese con la mayor tranquilidad posible.

Allie trataba de adelantar trabajo, al objeto de poder ir a Nueva York un fin de semana con Jeff para conocer a su madre. No era una perspectiva que le sedujese, porque habían hablado por teléfono y la señora Hamilton la había abrumado a preguntas en un tono muy impertinente, como si la entrevistase para un puesto de trabajo y no la considerase la candidata idónea. Allie se lo tomó casi a broma, aunque lo cierto era que resultaba un poco insultante. Pero no le hizo ningún comentario a Jeff en este sentido.

Por otra parte, Allie tenía que atar todos los cabos para la gira de Bram Morrison, que empezaba el lunes en San Francisco. Allie quería asistir por lo menos a su primera actuación. La gira seguiría una especie de zigzag por todo el país durante varios meses, con una actuación el 4 de julio en el Great Western Forum de Ingleside, cerca de Los Ángeles. Después volarían a Japón y seguirían dando casi una vuelta al mundo para terminar en Europa. Allie le había prometido desplazarse a algunas de las ciudades de su gira, si podía.

Danielle Steel

Para Bram Morrison el conjunto de la gira iba a representar unos ingresos de cien millones de dólares, un fortunón, como dijo Jeff. Todo parecía estar bien encarrilado en vísperas del viaje de Allie y Jeff a Nueva York. Allie había ultimado todos los detalles relativos al personal que necesitaba Bram; al itinerario y a las medidas de seguridad.

Pero, de pronto, todo se vino abajo. La madrugada del mismo día en que Allie y Jeff debían volar a Nueva York sonó el teléfono. Allie estuvo a punto de no contestar, al recordar las reconvenciones de Jeff. Pero contestó.

Allie se quedó blanca al oír lo que Morrison le decía: Su batería se había suicidado, o había muerto accidentalmente por sobredosis de heroína. Un desastre.

La policía había detenido a su novia y no tendrían más remedio que suspender la gira hasta que encontrasen otro batería de parecido nivel.

Allie estuvo más de una hora hablando por teléfono con Bram, que acababa de regresar del depósito de cadáveres. El batería era un amigo suyo de toda la vida.

Bram estaba hundido, y los promotores desesperados. Allie empezó a recibir sus llamadas nada más colgar. El teléfono estuvo sonando hasta las seis. Cuando se sentaron a desayunar, Jeff estaba exasperado. No había podido pegar ojo y tenía importantes reuniones por la mañana.

—Lo siento —se disculpó Allie mientras le servía el café.

Allie había improvisado una nota para la prensa, y la dictó por teléfono a una agencia. La noticia ya estaba en la primera página de los periódicos de Los Ángeles.

—Lamento la noche que te he dado —añadió Allie—. Pero ha sido terrible para todos, Jeff.

—Tenías que haber sido policía, conductora de ambulancia o algo así —dijo él con una amarga sonrisa—. Debes de ser de hierro para aguantar esto, pero yo no lo soy. Soy de los que necesita dormir, por lo menos dar una cabezada entre llamada y llamada.

—Ya lo sé. Lo siento —reiteró ella—. No he podido evitarlo. La gira de Bram está a punto de irse a pique. He de ver qué puedo hacer.

Allie no había parado de darle vueltas desde que Bram le había comunicado la noticia. Morrison conocía a varios baterías que podían ocupar el puesto, pero no podía hacer la sustitución de la noche a la mañana, entre otras cosas porque la La boda

mayoría de ellos tenían otros compromisos.

—No olvides que el vuelo sale a las seis —dijo Jeff.

—Ya lo sé —dijo ella abrumada al pensar lo que se le venía encima.

Allie salió de casa para ir a su despacho media hora después. Estuvo toda la mañana sin darse un respiro. Bram fue a verla a primera hora de la tarde y trataron juntos de reorganizar la gira. Allie miró el reloj angustiada. Eran las cuatro. Estaba entre la espada y la pared. No podía dejar a Bram solo en aquellas circunstancias.

Pero tenía que marcharse si no quería perder el avión. Había quedado con Jeff en encontrarse en el aeropuerto. Lo llamó a casa, pero ya había salido. Y Jeff no tenía móvil. Decía que aquellos aparatos lo ponían nervioso. De modo que lo único que podía hacer era telefonear a la terminal para que lo llamasen por el sistema de megafonía.

Jeff recibió el mensaje a las cinco, que era cuando tenían que haber facturado el equipaje y recogido las tarjetas de embarque; y, a las cinco y cuarto, Jeff la llamó al despacho. Alice le pasó la llamada a Allie.

—¿Dónde estás? —le preguntó él en tono crispado—. ¿Qué puñeta pasa?

—Los promotores amenazan con hacernos pagar todos los gastos de la gira si se cancela. Aducen que es un incumplimiento de contrato y, de momento, no hemos conseguido otro batería. No sé cómo decírtelo, Jeff... pero no puedo dejar a Bram en la estacada en estos momentos. La gira empieza el lunes.

Allie había pensado volar a San Francisco el lunes para verlo actuar en el Oakland Coliseum. Pero ahora, si Dios no lo remediaba, no habría actuación en San Francisco ni en ninguna parte.

—¿Y no es su agente quien debería solucionar el problema?

—Y lo hará, si puede. Pero yo soy el nexo entre Bram y el agente y me necesitarán para la redacción de los nuevos contratos.

—¿Y no los puedes enviar por fax desde Nueva York?

Ojalá pudiese decirle que sí, pensó Allie. Se maldecía por tener que darle semejante disgusto, pero tenía que asumir las responsabilidades de su profesión.

Cobraba importantes minutas, y debía estar a las duras y a las maduras. Tenía que decirle la verdad a Jeff, por más que se enfadase por el desaire que, involuntariamente, iban a hacerle a su madre.

—No tengo más remedio que quedarme aquí —dijo Allie.

Danielle Steel

—Me hago cargo —dijo Jeff sin alterarse. Pero su tono era glacial.

Se hizo un embarazoso silencio.

—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó ella, que tragó saliva al pensar que Jeff podía hartarse de que su profesión se interpusiera en sus relaciones y lo mandase todo a rodar. Podía perder a Jeff por cosas así—. ¿Vas a ir a Nueva York de todas maneras? —añadió nerviosa.

—El único motivo del viaje era presentarte a mi madre, Allie —contestó él—.

Yo ya la conozco de sobras —añadió en tono irónico.

—Lo siento, Jeff —volvió a excusarse Allie. Le dolía en el alma dejarlo plantado, con un pie en el avión, como quien dice—. He intentado localizarte en casa, pero ya habías salido. ¿Quieres que llame a tu madre y se lo explique?

—Ya la llamaré yo. ¡Menuda es! Tendré que contarle un cuento de miedo: que ha muerto un familiar próximo, que hemos sufrido una intoxicación por comida en mal estado. Mi madre no entendería nunca que le demos plantón por la gira de un roquero.

—No sabes cuánto lo siento, Jeff.

—Lo sé, Allie. No puedes hacer otra cosa. Pero cenar conmigo, sí, ¿verdad?

—Eres un cielo —dijo ella, agradecida por su comprensión. Estaba claro que no era fácil encontrar hombres así.

—De verdad me hago cargo, Allie. No es culpa tuya. Pero sí es un poco irritante que, una y otra vez, veamos trastocados nuestros planes por la conveniencia de los demás. Puede que cuando estemos casados te replantees un poco estás cosas. En esta ocasión, incluso a mí me parece justificado que tengamos que alterar nuestros planes. Pero en la mayoría de las ocasiones tus clientes te toman por su niñera. Dejan todas las decisiones en tus manos.

—Para eso me pagan.

—Yo creía que era sólo por tu asesoramiento jurídico.

—Sí, eso es lo que nos aseguran en la facultad, pero la realidad es muy distinta, como ocurre con casi todo lo que te enseñan —dijo ella—. Y... es verdad: Somos como niñeras —añadió risueña, y aliviada por la buena actitud de Jeff.

—Bueno... no te preocupes. Lo importante es que te quiero, aunque estés un poco loca. Salgo ahora mismo, te recogeré en el despacho e iremos a cenar. Y si Morrison no puede prescindir de ti un par de horas le retorceré el cuello. Ya se lo La boda

puedes decir así.

—Prometido. Que le retorcerás el cuello.

 

—¿Más problemas? —preguntó Bram Morrison cuando Allie hubo colgado.

Pero no había más que verle la cara a Allie para comprender que la conversación había transcurrido mucho mejor de lo que ella esperaba. Incluso había llegado a temer que Jeff la mandase a hacer puñetas.

—No, al contrario —contestó Allie sonriente—. Tenía que ir a Nueva York a conocer a mi futura suegra y he tenido que posponerlo. Jeff ya estaba en el aeropuerto. Pero ha sido muy comprensivo. Aunque... me ha dicho que te retorcerá el cuello si no me dejas un par de horas libres. Viene de camino.

—Lo siento... por mi cuello —bromeó Bram tratando de aliviar la tensión.

Morrison era siempre amable y un trabajador incansable. Como la mayoría de los músicos que Allie conocía había tomado drogas en su juventud pero, a diferencia de muchos de ellos, hacía años que lo había dejado. En la actualidad todo su mundo se circunscribía a la familia y a la música. Además, no era de los que la agobiaba. Sólo recurría a ella cuando realmente era necesario. Con todo, una estrella de su nivel tenía a menudo problemas importantes que resolver. Y, algunos, como las amenazas a sus hijos y la muerte del batería, muy ajenos al desarrollo normal de su profesión.

Bram llevaba el pelo largo, barba y unas gafas pequeñas de montura metálica. Se le había iluminado la cara tras hacer una llamada. Un amigo le había localizado a un batería muy bueno que quizá pudiera unirse a su banda de inmediato. Eso podía cambiarlo todo.

Jeff llegó a las siete y, en atención a la integridad física de Bram, Allie decidió interrumpir el trabajo un par de horas. De todas maneras, Bram tenía que hacer varias llamadas para tratar de concretar lo del batería y le dijo a Allie que quizá no hiciese falta que volvieran a verse aquella noche. Quedaron en verse allí mismo de nuevo a las nueve de la mañana.

Allie y Jeff fueron a cenar al Pan e Vino. Ella estaba demacrada y exhausta, pero Jeff no tenía mucho mejor aspecto. Su madre se había enfurecido al comunicarle él que posponía el viaje. Había reservado mesa para cenar los tres el sábado en el Twenty-One. Y la señora Hamilton era de la clase de personas que Danielle Steel

detestan cambiar de planes.

—¿Qué te ha dicho? —preguntó Allie nerviosa, convencida de que la señora Hamilton la iba a odiar de por vida.

—Pues que anule la boda —contestó él muy serio.

Allie se quedó lívida.

—No, mujer, no —la tranquilizó él—. Bromeaba. Pero sí me ha dicho que no se puede confiar en nadie de nuestra generación; que lamenta mucho que tu tía-abuela haya muerto, pero que podías haber ido a Nueva York aunque sólo fuese un día, para conocerla. Yo le he explicado que estás muy afectada y que el entierro es mañana. Me parece que no se lo ha tragado, pero ¿qué iba a decir?, ¿que le enseñase el cadáver o le enviase la esquela? En fin... He llamado a una de esas floristerías que tienen servicio internacional para que, por la mañana, reciba un ramo de flores en nombre de los dos, a modo de desagravio.

—La verdad es que no te merezco —dijo Allie de corazón.

—Eso mismo ha dicho ella —bromeó él—. Pero le he asegurado que sí. Y le he prometido que iremos el fin de semana del día de los Caídos. Le hace mucha ilusión, porque es el día que abre la casa de Southampton. De modo que, entonces, tendremos que ir, aunque se hunda el mundo.

—¿Y tu película?

—No rodaremos ese fin de semana —contestó Jeff.

Empezaban el rodaje dentro de tres días, y esa era la razón de que hubiesen proyectado ir a Nueva York aquel fin de semana.

Al final todo resultó bastante bien, porque Allie pudo trabajar aquellos tres días con Bram. El domingo por la noche el batería estaba contratado, la gira reorganizada y los promotores satisfechos. Como de costumbre, Allie lo había gestionado todo perfectamente y Bram estaba encantado. Misión cumplida.

Aquel mismo domingo, por la noche, después de pasear por la playa de Malibú y contemplar una maravillosa puesta de sol, Jeff le dio una sorpresa durante la cena. Había pensado dársela en Nueva York. Pero, aún faltaba un mes para la nueva fecha del viaje y estaba impaciente.

—Toma —dijo él tendiéndole una cajita forrada de ante negro.

Allie la miró con contenida emoción. Le temblaban las manos al levantar la tapa. Cuando vio lo que era se quedó sin aliento. Era un precioso anillo antiguo, La boda

una esmeralda rodeaba de brillantes engastada en platino.

—Oh, Jeff, ¡es precioso!

A Allie se le saltaron las lágrimas de alegría. No era un corriente anillo de compromiso, era algo especial, una verdadera joya.

—Había pensado ir contigo para elegir el anillo de compromiso, pero un día vi este, que es casi idéntico a uno que tenía mi abuela. Lo he comprado en David Webb. Pero, si no te gusta, lo devolveremos y lo cambiaremos por otro que te guste más.

Jeff se lo dijo sin dejar de sonreír. Allie lo besó en los labios con dulzura.

—Es una verdadera maravilla. Pero no merezco tanto. Te quiero mucho.

—¿De verdad te gusta?

—Me encanta.

Jeff se lo puso delicadamente en el dedo anular de la mano derecha. Le ajustaba como si se lo hubiese hecho a medida. Allie estaba exultante. No podía dejar de mirar aquel hermoso símbolo de su compromiso. Le sentaba muy bien a su mano y, como se veía que se trataba de una joya antigua, a pesar del tamaño no resultaba ostentoso sino muy elegante.

Estuvieron charlando un rato; acerca de sus respectivas familias, de sus proyectos y de su boda. El tiempo pasaba volando. Estaban ya a primeros de mayo, lo que significaba que sólo faltaban cuatro meses para su enlace. Allie tenía aún miles de cosas que hacer y su madre la llamaba de continuo, apremiándola.

Quería que contratase a una empresa especializada, para que se hiciese cargo de los detalles más engorrosos, pero a Allie le parecía ridículo. Aunque lo cierto era que ni ella ni su madre tenían tiempo para organizarlo todo. Blaire estaba más ocupada que nunca con su serie, y Allie no tenía un momento de respiro con sus clientes.

Se acostaron temprano porque Jeff tenía que estar en los estudios a primera hora de la mañana. Aunque la responsabilidad principal era del director, Jeff quería estar presente desde el primer momento para que no se apartasen demasiado de su guión. Además, tanto él como Tony tenían que estar allí por si surgía cualquier problema.

A las diez ya dormían. Pero, de nuevo, el teléfono los sobresaltó en pleno sueño. Era medianoche y Allie tardó unos momentos en reparar en que le hablaban en francés.

Danielle Steel

Mademoiselle Steinberg, on vous appelle de la Suisse, de la part de madame Alan Carr.

No entendió nada; sólo el apellido. Pensó que debían de llamar a cobro revertido, aunque era raro.

—Sí, acepto la llamada —se aventuró Allie a decir.

Jeff se despertó sobresaltado. La miró de reojo y, al ver que hablaba por teléfono, volvió a cerrar los ojos resignado.

—Diga.

Pero no contestaba nadie. Quizá se hubiese cortado la comunicación.

Aguardó impaciente y, al cabo de unos momentos, oyó la voz de Carmen Connors.

—Ah... ¡hola Carmen! ¿Qué tal va todo?

La diferencia horaria era de nueve horas. De modo que para Carmen eran las nueve de la mañana. Pero, aunque Carmen fuese consciente de que en Los Ángeles era medianoche, debía de parecerle temprano, pues estaba acostumbrada a llamarla de madrugada por cualquier nadería. Con todo, Allie temió que le hubiese ocurrido algo a Alan.

Como Carmen no contestó enseguida, Allie empezó a ponerse nerviosa. Jeff tenía los ojos cerrados pero seguía despierto. Se incorporó al intuir que algo ocurría.

—Estoy en el hospital —dijo al fin Carmen.

—¿Cómo? —exclamó Allie.

—He abortado —contestó Carmen que, llorosa y con la voz entrecortada, le explicó lo ocurrido; que, de repente, había tenido fuertes dolores y una hemorragia y habían tenido que llevarla a Urgencias.

Allie tardó media hora en lograr serenarla. Pero fue a hablar desde el supletorio del salón para no molestar más a Jeff que ni siquiera intentó volver a dormirse.

Por lo visto, la causa del aborto había sido una desgraciada caída en el lugar del rodaje que, sin embargo, no había tenido más consecuencias para ella. Alan estaba muy afectado, le dijo Carmen, que añadió que no quería regresar sin él.

Allie sintió un estremecimiento, porque tanto Alan como Carmen tenían contratos que cumplir.

La boda

—Bueno, Carmen, escúchame —dijo Allie tratando de no perder la calma—.

Ya sé que es algo terrible. Pero volverás a quedarte encinta. Y Alan no tiene más remedio que terminar la película. Si lo presionas para que regrese contigo, no volverán a ofrecerle un contrato en la vida. No lo olvides. Además tú has de empezar los ensayos aquí el día quince.

—Ya lo sé, pero es que me siento fatal. Y no quiero dejar a Alan aquí.

Carmen lloraba a lágrima viva y a Allie le costó Dios y ayuda serenarla antes de despedirse.

Era una verdadera ironía del destino, pensó Allie cuando hubieron colgado.

Carmen anhelaba ser madre y acababa de abortar; y Samantha iba a destrozar su vida por no poder abortar. Aunque consciente de que era una idea un tanto frívola, pensó que acaso su hermana podía «pasarle» su hijo a Carmen. Parecía una broma cruel y sarcástica.

Al volver al dormitorio, Jeff seguía despierto. No estaba precisamente muy contento.

—Carmen ha abortado —dijo Allie al meterse de nuevo en la cama.

—Lo he supuesto por lo que decía. Pero, a este paso, terminaré por abortar yo también. No puedo vivir permanentemente en la sala de Urgencias...: suicidas, abortos, sobredosis, divorcios, giras... ¡por el amor de Dios, Allie! ¿Eres abogada o psiquiatra?

—Buena pregunta —dijo ella de buen talante—. Lo sé... Jeff, tienes más razón que un santo. Seguramente, con los nervios, Carmen no ha reparado en la diferencia horaria.

—¡Cómo si le importase a ella mucho! Está harta de llamarte de madrugada.

Pero, yo, Allie... yo necesito dormir. Yo también tengo mi profesión y he de cumplir con ella. De modo que vas a tener que decirles a tus clientes que dejen de llamar a estas horas.

—Ya lo sé. Jeff... Perdona, lo siento. Te prometo que no volverá a suceder.

—Mentirosilla —dijo él. Era incapaz de enfadarse mucho con ella. La atrajo hacia sí hasta notar su cuerpo desnudo—. Me vas a matar de sueño si no cortas esto por lo sano.

—Lo haré. Te lo prometo —reiteró ella.

Pero ambos sabían que era una falsa promesa. Porque Allie no podía Danielle Steel

hacerlo. Aparte de que iba contra su temperamento, los problemas que podían requerir la intervención de un abogado no tenían horario.

Jeff tuvo que levantarse sin apenas haber pegado ojo. Se levantó tan aturdido como si lo acabasen de golpear. Allie le preparó café antes de que se marchase, volvió a la cama y llamó a Carmen al número que le había dado. Pero se puso Alan, que estaba muy nervioso y contristado por lo que le había ocurrido a Carmen y haber perdido a su hijo.

—Lo siento mucho, Alan —dijo Allie.

Alan le dio las gracias y fue con el móvil al cuarto de baño. Le explicó a Allie que Carmen estaba muy mal, sumida en una depresión preocupante.

—Cuida mucho de ella cuando regrese —le rogó Alan.

—Lo haré. Te lo prometo. Pero a ti no se te ocurra moverte de ahí hasta que termines la película.

—No te preocupes —contestó él—. He tratado de hacérselo comprender a Carmen. Pero es inútil. Está empeñada en que regrese con ella.

—¡Te mato como dejes plantado el rodaje! ¡Ni se te ocurra! —exclamó Allie.

—Tranquila. Pero prométeme que vas a cuidar de ella en cuanto ponga los pies en Los Ángeles, pasado mañana —insistió él.

—Sabes perfectamente que lo haré —le dijo Allie, que se despidió de él irritada. ¿Cuidar de Carmen? ¡Cómo si no lo hubiese hecho desde que apareció por su bufete!

Parecía mentira que se les hubiese complicado tanto la vida a todos: Carmen, Alan, Bram, Jeff y ella misma. Claro que ninguno de ellos había elegido profesiones fáciles. Y, sin embargo, pese a tantos problemas, todos ellos adoraban su profesión, como comprobaría por enésima vez aquella misma noche.

 

Bram Morrison envió su avión particular para que recogiese a Allie en Los Ángeles y la llevase a San Francisco. Nada más llegar fue al Oakland Coliseum y estaba ahora entre bastidores, helada de frío. En el enorme pabellón no cabía un alfiler. El público enloqueció al aparecer Bram en el escenario y prorrumpió en incesantes aclamaciones cuando Bram presentó al nuevo batería. Pero enseguida se pidió un minuto de silencio, en homenaje al fallecido batería, y la banda le dedicó la primera La boda

canción.

El concierto entusiasmó a los espectadores que, tras las «propinas» de rigor, prorrumpió en aclamaciones. Era impresionante ver y oír a veinte mil fans que, con sus encendedores y las velitas que regalaban en la entrada, formaron un ejército de luciérnagas.

Allie no había visto jamás nada parecido.

Tras la última «propina», Bram Morrison salió del escenario bañado en sudor y abrazó a su esposa, que lo esperaba exultante de satisfacción.

—¡Has estado extraordinario! —lo felicitó Allie.

Bram les sonrió a las dos y les dio un beso de agradecimiento. El público seguía aplaudiendo. Se resistía a abandonar el pabellón.

—Si no es por ti, no hubiese habido concierto, ni gira —dijo él.

Le habían organizado una fiesta a Bram pero Allie no podía quedarse. Debía regresar enseguida a Los Ángeles.

 

Allie llegó a la casa de Malibú a las tres de la madrugada, poco antes de que Jeff tuviese que levantarse para estar en los estudios a las cinco. De modo que, en lugar de acostarse, Allie preparó el desayuno. Nada más sonar el despertador, llevó una taza de café a Jeff a la cama.

Jeff la miró adormilado y le sonrió.

—¡Esto sí que es un buen despertar! —exclamó—. ¿Qué tal ha ido el concierto?

—Formidable —contestó ella, que se inclinó hacia él y lo besó—. Bram ha estado como nunca. Está en plena forma para la gira. Si no llega a encontrar el batería a tiempo habría sido un desastre —añadió dejándose caer en la cama, exhausta.

—Sí, pero algo has hecho tú también, ¿no crees? —dijo Jeff, admirado de ver lo guapa que estaba pese al cansancio.

—¿Y a ti qué tal te ha ido? —preguntó Allie, que tuvo que dominarse para no bostezar.

—Impresiona pero... apasiona —reconoció Jeff—. Produce una extraña Danielle Steel

sensación ver las propias palabras convertidas en imágenes. Sobre todo porque yo no tengo experiencia. Pero Tony sí la tiene y creo que todo saldrá estupendamente —añadió sonriente. Tony llevaba diez años trabajando en la producción de películas, había ganado cuatro premios por sendos cortos, y dos de sus películas largas le habían proporcionado mucho prestigio—. Acércate a los estudios cuando puedas. Aunque ya imagino que debe de ser difícil que encuentres un hueco.

Jeff no se equivocaba. Por lo pronto, entre el trabajo de uno y otro, habían estado veinticuatro horas sin verse. Sólo podría dar una cabezada antes de tener que levantarse para ir a esperar a Carmen al aeropuerto.

 

Pese a lo mucho que Allie conocía a Carmen, no esperaba verla en el estado en que la vio al asomar la joven actriz por la puerta de llegadas internacionales de la terminal. Estaba hundida. Perder al hijo que esperaba con tanta ilusión la había sumido en una fuerte depresión. Temía no volver a quedarse embarazada. Era tal su desconsuelo que Allie temió que, al verse sin Alan, se desesperase y cometiese una barbaridad.

Allie tuvo que recurrir a todo su tacto para convencerla de que tenía que sobreponerse, ser fuerte y estar en condiciones para los ensayos de rodaje.

Durante la semana siguiente, Allie tuvo que hacerle de niñera. Sólo pudo permitirse breves escapadas para ver a Jeff todos los días en los estudios unos minutos. Le consolaba pensar que la película se encarrilaba bien, mejor que los ensayos de rodaje para la película de Carmen a finales de aquella semana. Por suerte, Bram Morrison ya estaba en la carretera con su caravana y, de no surgir algún imprevisto, no la iba a necesitar.

Pero subsistían muchos problemas. El primer fin de semana después de empezar el rodaje, Jeff tuvo que rehacer partes del guión porque a dos de los actores no les gustaban los diálogos. Tuvo que encerrarse con Tony día y noche y apenas pudo ver a Allie.

Jeff se enfurecía porque, de nuevo, tendría que posponer la visita a su madre, y en esta ocasión no podía culpar a nadie. Todo lo que pudo hacer Jeff fue prometer que iría a Nueva York... en cuanto pudiese, con el consiguiente disgusto de la señora Hamilton, a quien no hizo ninguna gracia que su hijo antepusiera un rodaje a visitarla.

Cuando Carmen Connors empezó el rodaje de su película el primero de La boda

junio, Allie estaba tan abrumada de trabajo, y tan agotada, que temía sumirse en una depresión nerviosa de un momento a otro. Carmen la llamaba continuamente.

Se quejaba por cualquier nadería, lloraba y amenazaba con dejar el cine si no podía estar con Alan.

Allie perdió tres kilos en la primera semana de rodaje de la película de Carmen. Además, aunque la gira de Bram se desarrollaba satisfactoriamente, recibía continuos mensajes sobre detalles rutinarios de los que, sin embargo, no podía desentenderse. Desde hacía unas semanas, cualquiera hubiese dicho que había roto con Jeff, porque durante el día apenas se veían. No coincidían en casa más que cuando uno de los dos estaba durmiendo.

 

Al cumplirse el séptimo mes de gestación, Samantha se había rehecho anímicamente. Veía con frecuencia a Suzanne Pearlman y también a Jimmy Mazzoleri, porque siempre que Allie iba a verla a casa lo encontraba allí. Iba a hacerle compañía o a ayudarla en los trabajos de curso.

Samantha había terminado por confesarle a Jimmy que estaba encinta. Se había llevado la agradable sorpresa de comprobar que él se mostraba aun más solícito con ella que antes. A Allie no le daba la impresión de que hubiese surgido un romance entre ellos. Pero estaba claro que Jimmy se interesaba mucho por su hermana que, ya de siete meses, llevaba ropa de embarazada. A veces, Jimmy le pedía que le dejase poner la mano en su abultado vientre para notar cómo se movía el bebé. Además de ayudarla en los trabajos, la llevaba en el coche a dar cortos paseos o a almorzar a algún restaurante cercano.

Aunque procuraba no hurgar en la herida, Jimmy estaba muy apenado por ella. Creía que Samantha no merecía haber tenido la mala suerte de quedarse embarazada de alguien que, aunque ella no le hubiese dado explicaciones, era obvio que se desentendía de su estado.

Samantha le había hablado de los matrimonios que aspiraban a adoptar a la criatura. De momento, ella se inclinaba por los Whitman, un matrimonio de Santa Bárbara. Él tenía treinta y ocho años y ella treinta y siete. Les encantaban los niños.

La esposa se parecía un poco a Allie y también era abogada. Su esposo era médico.

Tenían excelentes condiciones para ser padres adoptivos y, además, su posición económica era muy holgada. Samantha no quería que su hijo fuese a parar a una familia en la que tuviera que vivir con estrecheces, y se viese privado de una buena Danielle Steel

formación. Por lo visto, el matrimonio de Santa Bárbara se proponía adoptar más hijos aparte del suyo. Ella se llamaba Katherine y él John.

Blaire repartía su tiempo entre la televisión, la atención a Samantha y a los preparativos para la boda de Allie, que había encargado las invitaciones a Cartier y se había probado vestidos en Saks, I. Magnin y Neiman’s, pero no acababa de gustarle ninguno. Como Blaire temía que, al final, se les echase la fecha encima y quedasen demasiadas cosas por hacer, sin consultar a Allie contrató a la agencia Delilah Williams.

—¿Quién puñeta es Delilah Williams? —preguntó Allie, que no sabía si enfadarse o echarse a reír.

—La directora y propietaria de una agencia que hace maravillas. Me lo han asegurado. Se ocupan de todos los preparativos de boda. Le he dicho que te llame al despacho.

 

Tres días después, sin que la anunciada llamada se hubiese producido, Delilah Williams se presentó en el despacho de Allie que, hacía unos momentos, acababa de hablar con Jeff por teléfono y habían bromeado sobre la ocurrencia que había tenido su madre.

—Por lo visto, si hace falta, hasta ponen el novio. Así que no me plantes —le había dicho Allie.

La moderna maestra de ceremonias se presentó pertrechada con álbumes, listas y vídeos. Y apenas dejó hablar a Allie, que no se atrevía a llevarle la contraria, porque le imponía. Medía más de metro ochenta y tenía tal pinta de marimacho que llegó a sospechar que era un travesti. Llevaba un anticuado traje sastre color malva, un sombrero de ala ancha que no se había quitado, bisutería por todas partes, y el pelo rubio teñido. Un cromo, vaya.

—Bueno, querida, recapitulemos —dijo Delilah dándole unos toquecitos en la mano a Allie, que la miraba con cara de estupefacción.

Por lo pronto, no comprendía que su madre hubiese tenido la peregrina idea de contratar a semejante esperpento. La única explicación que se le ocurría era que desesperase de que todo estuviese a punto para la boda. Y en cierto modo no le extrañaba que se inquietase al ver que, entre unas cosas y otras, Allie tenía que ocuparse de todos menos de ella.

La boda

—Tiene usted que elegir a sus damas de honor; elegir sus vestidos, y el que haya de llevar usted, por supuesto. Ha de elegir los zapatos (no hay que olvidar los zapatos). Hemos de pensar en el pastel, en las flores, el menú, la orquesta (no podemos olvidar la orquesta), las fotografías, el vídeo. Y ha de decidir si va a llevar velo largo o corto.

La tal Delilah le soltó la retahíla casi sin respirar. Y la dejó a ella sin respiración, horrorizada. Cada vez con más insistencia sonaban en su cabeza las dos palabritas del celebérrimo topónimo: Las Vegas. ¿En qué puñeta debía de estar pensado cuando se le ocurrió celebrar la boda en casa, con un ejército de invitados?

—Vendré a verla otra vez de hoy en ocho —le dijo en tono autoritario Delilah, que desdobló su cuerpo hacia las alturas y se inclinó hacia ella—. Y ha de prometerme que hará los deberes, ¿de acuerdo?

—No faltaba más —le aseguró Allie en tono solemne mientras trataba de abarcar con las manos todo lo que Delilah le había dejado: álbumes, listas, incluso un vídeo para que eligiese entre docenas de pasteles de boda.

—Es usted un amor, querida —le dijo Delilah con voz de bajo—. Estoy segura de que lo hará muy bien.

Tras despedirse, la gigantesca Delilah dio media vuelta y salió del despacho con unos andares tan cómicos que a Allie le costó contener la risa.

En cuanto Delilah hubo salido por la puerta, Allie se precipitó al teléfono y llamó a su madre. Estaba reunida, como de costumbre. Pero, aunque no solía hacerlo, en esta ocasión Allie le dijo a la telefonista que, aunque estuviese reunida, la avisasen.

—¿Qué ocurre, Allie?

—¿Es una broma, verdad? —le espetó Allie, que aún no había salido de su perplejidad.

—¿Qué broma?

—La de Delilah Sansón. ¡No puedo creer que me hagas una cosa así!

—Ah... ¿La de la agencia? Pues todo el mundo la pone por las nubes.

—Será de una patada, ¿no? —dijo Allie más irritada que irónica—. ¡Tú bromeas, mamá!

Si se descuidaba, su madre iba a convertir su boda en una mascarada. Quizá no mereciera la pena casarse. Podía seguir viviendo con Jeff igualmente. Eso era lo Danielle Steel

único que de verdad le importaba.

—Ten paciencia, cariño. Te será de gran ayuda, ya lo verás. Te acabará cayendo bien —le aseguró su madre, que estaba claro que no andaba bien de la cabeza.

—En mi vida he visto nada parecido —dijo Allie, que ya no pudo contener más la risa. Hasta el punto de contagiar a su madre—. ¡Cómo se te ha ocurrido!

¡Qué tío!

—Pero es eficiente, mujer. ¿No crees?

—Ya verás cuando la vea papá. Pero... me has hecho reír tanto que te lo agradezco de todas maneras.

—Ya verás, Allie. Saldrá todo estupendamente. Será una boda preciosa.

Lo que menos le importaba en aquellos momentos a Allie era que la boda «saliese» bien. Lo único que le importaba era Jeff y la situación de su hermana.

—Bueno, mamá, ya hablaremos en casa —se despidió Allie.

Nada más colgar sonó su teléfono de mesa. Era Jeff.

—Buenas noticias —dijo él.

—Pues falta me hacen, porque he tenido una mañana enloquecida —dijo Allie.

—Tengo el fin de semana libre. Me ha dicho Tony que podrá componérselas sin mí un par de días. Ya he llamado a mi madre para decirle que vamos a ir a verla. Desde el aeropuerto Kennedy se tarda sólo dos horas en coche en llegar a Southampton.

Allie se quedó desconcertada unos momentos. Había supuesto que la película no le iba a dejar a Jeff ningún día libre hasta que terminasen el rodaje.

—Mi madre está contentísima —prosiguió Jeff—. Se lo he prometido tantas veces que he tenido que repetírselo, porque no se lo podía creer.

Allie seguía en silencio, tratando de hacerse a la idea de que era inminente tener que conocer a su madre. No sabía exactamente por qué pero tenía la sensación de que no se iban a llevar nada bien con la señora Hamilton.

—Por una vez, no veo ningún impedimento —dijo al fin Allie, algo descorazonada. Pero nadie parecía tener problemas en aquellos momentos, ni siquiera Carmen.

La boda

—No lo digas muy alto. Salimos el viernes —dijo Jeff, que sabedor del mal carácter de su madre pensaba que era conveniente apaciguarla cuanto antes.

—De acuerdo, Jeff —dijo Allie que rezó interiormente por que no volviese a surgir un problema que obligase a un nuevo aplazamiento.

Si le daban otro plantón, la señora Hamilton no se lo iba a perdonar en la vida. Porque Jeff le había contado lo furiosa que se puso la última vez que anularon el viaje. Pero todo lo que podía hacer Allie era rezar para que nada ocurriese, y hacerse a la idea de que era un paso inevitable, por más que le desagradase.

Por lo menos sería un fin de semana que podrían pasar juntos y ambos lo necesitaban mucho. El único problema era que Allie sospechaba que no iba a ser un fin de semana plácido. Sentía escalofríos al recordar la fotografía de la señora Hamilton que había visto en el apartamento de Nueva York.

 

Danielle Steel

 

La boda
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