Danielle Steel

—No seríais los primeros que se casan con mucho menos tiempo de relaciones; ni tampoco los que tardan mucho más, desde luego. —Fijó sus grandes ojos oscuros en los verdes de Allie y añadió—: La cuestión está en saber si no te habrás vuelto a liar con un hombre que no quiere comprometerse.

—Por supuesto que no —repuso Allie, que trataba de eludir la penetrante mirada de la psicóloga sin conseguirlo del todo—. Se trata simplemente de que no es el momento.

La doctora Green terminaba por asentir con la cabeza y aguardaba a lo que Allie tuviese que añadir.

Sus conversaciones eran siempre muy parecidas. Los años que Allie acudía a la consulta eran los mismos que Brandon llevaba separado de su mujer. Sus hijas, Nicole y Stephanie, tenían once y nueve años respectivamente, y Joanie seguía sin encontrar trabajo, según ella. Dependía de Brandon completamente. Y, al igual que él, Allie lo justificaba por el hecho de que Joanie carecía de la formación suficiente para acceder a un buen empleo. Había abandonado los estudios para tener a Nicky.

El siguiente mensaje era de Nicole, para decirle que esperaba que fuese con su padre a verla a San Francisco aquel fin de semana. Que tenía ganas de verla, que esperaba que estuviesen bien y que pudiesen ir a patinar juntos. «Y, por cierto, me encanta la chaqueta que me enviaste por Navidad... Te iba a enviar una carta, pero lo olvidé, y dice mamá...» Se produjo un embarazoso silencio mientras la niña trataba de no ponerse nerviosa. «Te daré la carta que te escribí este fin de semana.

Adiós.»

Cuando Nicole colgó, Allie aún sonreía. Enseguida oyó el mensaje de Brandon, que decía que se quedaba a trabajar hasta tarde, que aún estaba en el despacho. Su mensaje era el último.

Allie apuró el vaso de agua mineral y telefoneó al despacho de Brandon.

Estaba sentada en el taburete de la cocina, con sus largas piernas cruzadas. Era una mujer estilizada y bonita. Pero, aunque había vivido siempre entre gente muy atractiva y que cultivaba su imagen, ella daba más importancia a la mente que al cuerpo. Su despreocupación por su aspecto la hacía aún más atractiva. No era difícil notar que estaba siempre más pendiente de los demás que de sí misma.

Brandon contestó por su línea privada a la segunda llamada. A juzgar por su tono, estaba muy ocupado y concentrado.

—Diga.

La boda

Allie sonrió. Brandon tenía una voz profunda y sensual que a ella le encantaba. Era un hombre alto, rubio, pulcro y jovial. Quizá vestía de un modo un poco anticuado, pero a ella no le importaba. Tenía aspecto de hombre de una pieza, de persona decente.

—Hola, he oído tu mensaje —dijo ella—. ¿Qué tal el trabajo?

—Se eterniza —repuso él.

Allie no le habló del suyo, entre otras cosas porque él no tenía el menor interés en sus clientes. En realidad, consideraba que el trabajo de Allie tenía muy poco que ver con el derecho.

—He de preparar un caso para la semana que viene. Y me absorbe mucho tiempo. Dudo que termine antes de las doce —dijo Brandon en tono agotado.

—¿Quieres que te acerque algo para cenar? —preguntó ella esbozando una sonrisa—. Puedo traerte una pizza.

—Prefiero esperar. Tengo aquí un sándwich, y no quiero interrumpirme.

Compraré algo cuando salga, si no es demasiado tarde y aún me esperas.

Allie sonrió al notar la calidez de su tono.

—Siempre te espero. Ven por tarde que sea. Yo también me he traído trabajo a casa —dijo ella, aludiendo a los documentos de la gira de Bram Morrison que llevaba en el maletín—. No me va a faltar en qué ocuparme.

—Bueno. Pues entonces nos vemos luego.

Y de pronto ella lo recordó.

—Ah, por cierto, Brandon, ha llamado Nicky. Ha debido de hacerse un lío con las fechas. Cree que vamos a ir a San Francisco este fin de semana. ¿No era el próximo?

Habían quedado en que Brandon asistiría con ella a la entrega de los Golden Globes y que, el siguiente fin de semana, irían a San Francisco.

—Pues... me temo que fui yo quien se lo dijo. Me pareció que era conveniente ir antes de que empiece el juicio. Porque después no voy a poder ausentarme durante una temporada, o por lo menos no debería.

Brandon sonó algo cohibido al darle la explicación. Allie frunció el entrecejo mientras contemplaba la vista de la ciudad desde la cocina.

—Pero... es que este fin de semana no podemos ir. Mis padres están Danielle Steel

nominados para los Golden, y también tres de mis clientes, Carmen Connors entre ellos. ¿No te acuerdas?

Allie no podía creer que Brandon hubiese cambiado de planes. Lo tenía hablado desde antes de Navidad.

—Sí, pero es que he pensado... Mira, no tengo tiempo de discutirlo ahora, Allie. No quiero tener que quedarme aquí trabajando toda la noche. ¿Te parece que lo hablemos luego?

Como la respuesta de Brandon no la dejó muy tranquila, no quiso asegurarle nada a su madre cuando habló luego con ella.

Blaire pasaba toda la semana ocupada con el rodaje de su serie, como de costumbre. Llegaba a casa muy cansada, después de pasar horas en el plató. Pero siempre recibía con agrado cualquier llamada de su hija mayor. Se veían con frecuencia, aunque menos desde que Allie tenía relaciones con Brandon.

La madre de Allie le reiteró la invitación para cenar el viernes y le dijo que su hermano Scott también iría. Ir a casa de sus padres era importante para todos ellos. No había nada que le gustase más a Blaire que pasar una velada con sus hijos.

—¿Asistirá también Scott a la entrega de los premios? —preguntó Allie, que siempre se alegraba de ver a su hermano.

—No. Se quedará en casa con Sam. Dice que estas ceremonias se ven mejor por televisión. Que así por lo menos ve a todos los que quiere ver, en lugar de tener que hacinarse con la gente para ver a quién rodean los periodistas.

—Puede que tenga razón —dijo Allie risueña.

Sabía que a Samantha le encantaría ir. Pero a sus padres no les hacía mucha gracia que la viesen en público, y lo evitaban todo lo posible. Sobre todo en ceremonias como la de la entrega de los Golden Globe o la de los Oscars. Porque en tales ocasiones acudía un verdadero ejército de aspirantes a actriz, y hasta el último reportero. La única razón de que hubiesen accedido a su deseo de ser modelo era que, cuando vieron sus fotos, nadie la relacionó con ellos. Utilizaba el nombre profesional de Samantha Scott; o sea, el apellido de soltera de su madre que, pese a ser muy conocida, no lo era tanto como el apellido Steinberg. Todo el mundo sabía en Hollywood quién era Simon Steinberg, y los periodistas se habrían abalanzado literalmente sobre la joven para fotografiarla.

—Iré, mamá, iré —le aseguró Allie.

La boda

Lo que ya no pudo asegurarle era que fuese Brandon, pero no se lo comentó así a su madre. Pero Blaire terminó por preguntárselo. Su madre nunca le había ocultado a Allie que Brandon no era santo de su devoción, ni tampoco le caía bien a su padre. Tanto Blaire como Simon estaban algo escamados porque, después de dos años de relaciones, Brandon aún no se hubiese divorciado.

—¿Nos honrará también con su presencia el príncipe Brandon? —preguntó Blaire en un tono aun más irónico que la propia pregunta.

Allie titubeó. No quería enzarzarse en una discusión con su madre, pero la pregunta y su tono le molestaron.

—Aún no lo sé —repuso sin alterarse.

El solo hecho de que aún no lo supiese le pareció a Blaire muy revelador.

Allie siempre lo defendía, pero Blaire no se consideraba obligada a hacerlo.

—Está preparando un caso —lo justificó Allie—, y puede que tenga que trabajar todo el fin de semana —añadió, pensando que su madre no tenía por qué saber que acaso Brandon tuviese que ir a San Francisco a ver a sus hijas.

—¿Y no crees que podría hacerse un hueco por una noche? —dijo Blaire en un tono escéptico que a Allie le sonó como si hiciese rechinar las uñas en una pizarra.

—¿Por qué no lo dejamos correr, mamá? Estoy segura de que hará lo que pueda y, si tiene un hueco, irá con nosotros.

—Quizá tendrías que pedirle a alguien que te acompañe. No hay razón para que vayas sola. No es muy divertido.

A Blaire le sentaba fatal que Brandon dejase siempre plantada a su hija cuando tenía otros planes, demasiado trabajo o, simplemente, no estaba de humor.

Hacía siempre lo que le convenía. No le parecía bien que su hija lo aceptase tan olímpicamente.

—Lo pasaré bien igualmente —dijo Allie en tono desenfadado—. Sólo quiero asistir para ver cómo os entregan los premios a ti y papá —añadió en tono orgulloso.

—No adelantes acontecimientos, que trae mala suerte —protestó Blaire.

No era probable que Blaire Scott y Simon Steinberg se llevasen una decepción. Ambos habían ganado el Golden Globe varias veces. Era un premio muy prestigioso que, en los últimos años, anticipaba por dónde irían los tiros de Danielle Steel

los Oscars que se entregaban en abril. Era una noche muy importante para Hollywood y los Steinberg estaban entusiasmados.

—Os lo darán, mamá. Estoy segura.

Los Golden Globe eran premios atípicos, porque se concedían indistintamente a producciones de televisión y cinematográficas, por lo que tanto Blaire Scott como Simon Steinberg podían ganarlo. Allie estaba muy orgullosa de sus padres.

—Gracias por tu confianza —dijo su madre sonriente, muy orgullosa también de su hija. Porque Allie era una chica excepcional. Estaban muy unidas—.

¿Y qué hay de la cena del viernes? Vendrás, ¿no?

—Mañana te lo confirmaré —repuso Allie.

Quería hablarlo antes con Brandon y ver qué pensaba hacer con lo de San Francisco. Si se quedaba, le pediría que fuese también a cenar con ella a casa de sus padres. Pensaba que sería más fácil tratar todo lo del fin de semana de una sola vez.

Allie y su madre siguieron hablando unos minutos, acerca de Scott, de Sam y su padre. Blaire le explicó después que había introducido un nuevo personaje en la serie, y que la idea había sido muy bien acogida por la cadena. A sus cincuenta y cuatro años, Blaire Scott era todavía hermosa y rebosaba de nuevas ideas. Le encantaba su profesión. Era la segunda serie que escribía para la misma cadena. A lo largo de los últimos nueve años había tenido un éxito increíble con su actual serie, Compañeros. Pero la audiencia había flojeado un poco aquel año, y nadie dudaba de lo mucho que contribuiría a reanimarla que le concediesen el Golden Globe. En esta ocasión Blaire estaba ansiosa por ganar.

Blaire Scott era casi tan estilizada como su hija. Era pelirroja, y aunque con la edad su cabello había perdido lustre, le bastaba un poco de acondicionador para poder seguir presumiendo de un pelo precioso. Se había hecho un peeling para eliminar las patas de gallo y las arrugas del cuello, pero nada de cirugía estética.

Era la envidia de todas sus amigas y verla envejecer tan bien animaba a Allie.

—El secreto está en no hacerse demasiadas cosas —les aseguraba siempre a sus hijas, muy convencida.

Allie juraba y perjuraba que ella nunca recurriría a la cirugía estética; que era perder el tiempo tratar de enmendarle la plana a la naturaleza, decía.

—Ya verás como dentro de unos años piensas de otro modo —decía la voz La boda

de la experiencia. Porque Blaire había dicho exactamente lo mismo cuando eran joven. Pero, al tener que aparecer en público más de lo esperado, a los cuarenta y tres años se quitó las patas de gallo, y a los cincuenta se arregló el cuello. El resultado era que nadie le echaba más de cuarenta y cinco años.

—Se va todo al garete cuando el público sabe la edad que tienes —decía Blaire risueña cuando hablaba con Allie de estas cosas. Aunque, la verdad era que no tenía verdadero deseo de ocultar su edad. Le bastaba con seguir siendo atractiva para Simon que, a sus sesenta años, aún era un hombre apuesto. Es más, según Blaire, estaba mejor ahora que cuando se casaron.

—Me tomas el pelo —le decía él sonriente.

A Allie le encantaba estar en compañía de sus padres. Eran amables, inteligentes, alegres y creaban buen ambiente dondequiera que estuviesen.

—Quiero un hombre como mi padre —le dijo en una ocasión Allie a la doctora Green. Y enseguida se arrepintió, por temor a que la psicóloga empezase a teorizar estilo Freud. Pero, sorprendentemente, no fue así.

—Pues me parece una aspiración muy acertada, a juzgar por lo que me has contado del matrimonio de tus padres. ¿Crees que podrías atraer a un hombre como él? —le preguntó la doctora de pronto.

—Pues claro —repuso Allie con desenfado, aunque ambas sabían que no lo decía en serio.

Allie le prometió a su madre llamarla sobre lo de la cena del viernes en cuanto supiese qué iba a hacer. Luego pensó en llamar a Nicky, pero lo dejó correr.

Era probable que a Joanie no le gustase. De modo que, mientras se terminaba medio yogur que había sacado del frigorífico, llamó a Carmen Connors.

La joven actriz estaba tan histérica como siempre que la prensa del corazón la relacionaba con algún escándalo. Era increíble que asegurasen que había participado en una orgía en Las Vegas con su «cirujano plástico», como ahora los llamaban. Según Chatter, el cirujano en cuestión le había cambiado la cara, la nariz, el mentón, le había hecho implantes en los pechos y una liposucción.

—Pero... ¡cómo iba a hacerme yo todo eso! —exclamó Carmen, que sin duda pecaba de ingenua al sorprenderse de que hubiese alguien capaz de mentir de modo tan descarado.

Al igual que ocurría con todas las celebridades, muchas personas aseguraban haber ido al colegio con ella, ser íntimas amigas suyas, haber viajado Danielle Steel

con ella y, por supuesto, eran legión los hombres que presumían de haberse acostado con Carmen Connors. No hacía mucho, incluso dos mujeres habían presumido de ello. Carmen no pudo evitar echarse a llorar. Le dolía que hubiese personas capaces de difundir semejantes patrañas.

—Es el precio del éxito —le recordaba Allie amablemente.

A la joven abogada se le hacía cuesta arriba creer que era sólo seis años mayor que Carmen Connors, que en muchos aspectos era completamente ingenua.

No parecía consciente de que la maldad alentaba en todas partes, y de que siempre había personas dispuestas a explotarla. Aún quería creer que todo el mundo se acercaba a ella en son de amistad, de que nadie pretendía perjudicarla... salvo a las dos de la madrugada. Pues entonces creía que la mitad de la población de Los Ángeles acechaba su puerta trasera, y que un ejército de desalmados podía irrumpir de un momento a otro para violarla.

Allie había terminado por contratarle una chica fija y le dijo a Carmen que dejase siempre una luz encendida en su dormitorio. Porque a la joven actriz le daba miedo la oscuridad.

—Pero ¿no ves que nadie va a creer que a tu edad te hayas hecho todo eso?

—le dijo Allie para tranquilizarla acerca de lo que habían publicado en Chatter.

—No estés tan segura. ¡Sólo fui a que me quitase un lunar de la frente! — exclamó Carmen dolida, sonándose la nariz, pensando en todo lo que le había dicho su abuela al llamarla desde Portland escandalizada. Entre otras cosas, le había dicho que era la vergüenza de la familia y que Dios nunca la perdonaría.

—Nadie se lo creerá, Carmen. Puedes estar segura. ¿Has leído la página siguiente?

—No. ¿Por qué? —preguntó Carmen estirándose en el sofá de un modo que realzaba sus atractivas formas mientras hablaba por teléfono con Allie.

—Pues lo más probable es que en la página siguiente digan que una mujer ha dado a luz quintillizos en Marte, y dos páginas más adelante que una mujer ha dado a luz a un mono en un ovni. Si la gente cree esas cosas, ¿qué más da que digan que te has hecho un lifting a los veintitrés años? ¡Ni caso! Has de endurecerte un poco, Carmen, o terminarán por volverte loca.

—Es que me están volviendo loca —se lamentó compungida.

Siguieron hablando durante una hora. Finalmente, Allie colgó y fue a darse una ducha. Nada más terminar, mientras se secaba el pelo, el coche de Brandon La boda

subió por la rampa de acceso.

Allie salió a la puerta con una bata de felpa. La melena, todavía húmeda, le llegaba casi hasta la cintura. Su cara estaba fresca, sin rastro de maquillaje. En cierto modo, estaba más bonita que cuando iba muy pintada. A él, por lo menos, le gustaba más así, fresca y sensual.

—Hummm —musitó él, y la besó en los labios a la vez que cerraba la puerta con el pie.

Eran las diez y Brandon parecía agotado. Dejó el maletín en el suelo del vestíbulo y la siguió al interior.

—Ha merecido la pena trabajar hasta tan tarde por esta recompensa —dijo él, y la rodeó con los brazos y volvió a besarla. Introdujo una mano bajo la bata y la deslizó por su cuerpo desnudo.

—¿Tienes apetito? —le preguntó ella.

—Feroz —repuso él.

—¿Qué te apetece?

—Tú.

Allie entrelazó las piernas con las suyas con expresión risueña y le quitó la chaqueta.

—Tus pechos... tus muslos... —le susurró él con voz entrecortada.

La besó en la boca y al cabo de unos momentos estaban sentados en la cama.

Brandon se desabrochó la camisa y la miró anhelante. Su agotamiento parecía haberse disipado. No necesitaba decírselo. Sólo quería sumergirse en su cuerpo.

Ella lo ayudó a quitarse la camisa y él se quitó los pantalones. Se desprendieron del resto de la ropa e hicieron el amor a media luz, enardecidos.

Al cabo de una hora se dejaron caer boca arriba, exhaustos y satisfechos.

Cuando Allie empezaba a dormitar notó que Brandon se levantaba.

—¿Adónde vas? —le preguntó. Abrió un ojo y contempló su estilizada figura. Tenía una complexión similar a la suya y un cierto parecido que hacía que a veces los tomasen por hermanos.

—Es tarde —dijo él recogiendo su ropa del suelo.

—¿Te marchas? —exclamó ella; se incorporó en la cama y lo miró sorprendida—. ¿Te vas a casa?

La boda
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