Danielle Steel
Llevan dos años negociando entre ellos acerca de ciertas propiedades. En realidad, lo que más me preocupa es que en nuestra relación hay algo que no acaba de funcionar.
—¿Qué es?
—Quiere unas relaciones muy distantes, muy independientes —dijo ella con sinceridad—. Teme comprometerse, y quizá por eso le dé tantas largas al divorcio.
En cuanto te le acercas demasiado, utiliza sutiles subterfugios para distanciarse.
Dice que está traumatizado porque se vio forzado al matrimonio. Y lo entiendo, pero lo que no acabo de digerir es que, después de tanto tiempo, sea yo quien haya de pagarlo. No es culpa mía que tuviera que casarse de «penalty».
—También yo viví una experiencia similar —dijo Jeff, que había mantenido relaciones con una escritora de Vermont que le amargaba la vida—. Nunca me he sentido tan solo.
—Lo imagino —dijo ella algo confusa, porque no quería serle infiel a Brandon. Lo amaba. Quería casarse con él. Y le parecía una deslealtad contarle cosas de Brandon a otra persona. Pero se consideraba obligada a hacerlo con Jeff, aunque acabase de conocerlo.
—¿Tiene hijos?
—Dos niñas. Está muy apegado a ellas, y la verdad es que son adorables.
Tienen nueve y once años. Va muy a menudo a verlas a San Francisco.
—¿Contigo?
—Siempre que me es posible. Suelo trabajar los fines de semana. No puedo desentenderme de mis clientes ni los domingos. Siempre hay alguno que está en pleno rodaje, que tiene un almuerzo para hablar de un contrato, que está de gira.
Eso... cuando no ocurre algo peor, como que uno reciba amenazas de muerte.
Jeff Hamilton se dijo que sin duda sus clientes le daban mucho trabajo.
Estaba seguro de que las frecuentes ausencias de Brandon debían de contribuir a su sensación de soledad.
—¿No te importa que vaya solo?
—¿Y qué voy a hacer, si no puedo acompañarlo? Tiene derecho a ver a sus hijas —contestó Allie a la defensiva.
Jeff llegó a la conclusión de que, en definitiva, Allie no era feliz con su pareja, aunque no acabase de reconocerlo.
La boda
—¿No te preocupa que siga tanto tiempo sin desligarse del todo de su esposa?
—Hablas como mi hermana —dijo ella frunciendo el entrecejo.
—¿Qué opina tu familia?
—Pues la verdad es que no es santo de su devoción —reconoció ella.
Jeff empezaba a pensar que aquello no pintaba del todo mal para él. Aunque Allie siguiese enamorada de aquel hombre, no daba la impresión de ser una relación irreversible. Allie merecía algo mejor. Además, por lo visto, la aprobación de su familia contaba mucho para ella. Se notaba a la legua.
—Mi familia no lo entiende —prosiguió ella—. Es lógico que, después de todo lo ocurrido, Brandon sienta aprensión por volver a comprometerse. Pero eso no significa que yo no le importe. Sólo significa que no puede dar todo lo que los demás esperan de él.
—¿Y tú? ¿Qué esperas tú? —preguntó Jeff.
—Lo que tienen mis padres —repuso ella sin vacilar—. El amor que se han profesado siempre y el que sienten por sus hijos.
—¿Y crees que él podrá dártelo alguna vez?
Jeff le cogió la mano y ella no la retiró. Le recordaba a todos los hombres que quería: a su padre, a su hermano Scott e incluso a Alan. Pero no a Brandon, que era un hombre frío, distante y temeroso de entregarse. En cambio Jeff parecía tener mucho que dar. No era de los que se reservaba. No parecía temerle a los sentimientos que pudiesen aflorar entre ellos. Daba la impresión de desear una intensa intimidad. Muchos de los comentarios que solía hacerle la doctora Green acudieron a su mente.
—¿Crees que Brandon podrá darte alguna vez lo que esperas, Allie? — repitió él.
—No lo sé —repuso ella con franqueza—. Quizá lo intente —añadió, sabiendo que hasta entonces no lo había intentado.
—¿Y cuánto estás tú dispuesta a dar?
A Allie le sorprendió la pregunta. Era la misma que la doctora Green le hacía a menudo y a la que ella nunca podía contestar. Pero deseaba que Jeff supiera cuáles eran sus sentimientos, y que no se llamase a engaño.
—Lo quiero, Jeff. Puede que no sea perfecto, pero lo quiero como es. He Danielle Steel
esperado dos años, y puedo esperar más si es necesario.
—A lo mejor has de esperar mucho tiempo —dijo él en tono reflexivo cuando ya salían del restaurante.
Era fácil ver que las relaciones entre Allie y Brandon eran conflictivas, pero también que ella no estaba dispuesta a dejarlo correr todavía. Sin embargo, Jeff era un hombre paciente y quería creer que no se habían conocido en vano. Mientras aguardaban un taxi bajo la nieve, la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí.
—¿Y qué me dices de ti? —preguntó ella—. ¿Quién hay en tu vida?
—La asistenta Guadalupe, mi dentista de Santa Mónica y mi mecanógrafa Rosie —contestó él sonriente.
—¿Sólo tres? —dijo ella mirándolo a los ojos—. ¿No ronda por ahí ninguna jovencita pendiente de todo lo que digas, contemplándote mientras escribes a la luz de una vela hasta la madrugada?
—Últimamente no.
Jeff había vivido con dos mujeres y tenido otras relaciones serias en su vida.
Pero hacía tiempo que estaba libre. El único obstáculo que tenía que salvar era Brandon, aunque no sabía cómo hacerlo.
Pararon el primer taxi libre que pasó. Se agradecía la calefacción.
—Al Regency, por favor —indicó Jeff.
Al arrancar el coche, Jeff aprovechó para atraerla más hacia sí. Guardaron silencio durante el trayecto, mirando nevar por la ventanilla.
El hotel estaba muy cerca y lamentaron haber llegado tan pronto. Eran casi las tres e incluso el bar estaba cerrado, pero Allie no quería invitarlo a subir a su habitación y darle una falsa impresión. Así que se despedirían en el vestíbulo.
—Lo he pasado muy bien, Jeff —dijo ella—. Gracias por una velada tan agradable.
—También para mí lo ha sido. Por primera vez en mi vida creo estar en deuda con Andreas Weissman —repuso él mientras iban hacia el ascensor—.
¿Cómo lo tienes el resto de la semana? —añadió, esperando verla de nuevo.
—Bastante mal.
Hasta el viernes tenía todos los almuerzos concertados, aparte de entrevistas a otras horas. Le quedaban por concretar algunos flecos sobre la gira de Bram y La boda
había quedado con volverse a ver con Jason Haverton. Sólo tenía tiempo por las noches y, en principio, se había propuesto trabajar hasta tarde durante todos aquellos días.
—¿Qué tal mañana por la noche?
Allie titubeó, aunque consciente de que no debía aceptar.
—Tengo reuniones en un bufete de Wall Street hasta las cinco y luego he quedado en tomar una copa con un abogado. Dudo que esté libre antes de las siete.
Allie deseaba verlo de nuevo, pero pensar en Brandon la cohibía. Aunque por otro lado, se dijo que no había razón para que ella y Jeff no pudiesen ser amigos.
—Mira... Hacemos una cosa: te llamo y, si no estás muy cansada, podemos ir a picar algo o a dar un paseo. Porque... me encantaría volver a verte.
Se lo dijo mirándola a los ojos de un modo que le llegó al corazón. Se lo pedía, anhelante, pero sin presionarla.
—¿No crees que a lo mejor no es lo más conveniente, Jeff? —preguntó ella quedamente. No quería engañar a nadie; ni a él ni a Brandon. Ni a sí misma.
—No forzosamente. Ya sabemos cuál es la situación —dijo él con sinceridad—. No temas, no voy a presionarte. Pero quiero verte de nuevo.
—Yo también —admitió ella.
—Te llamaré mañana a las siete —le recordó él.
Al abrirse la puerta del ascensor Allie entró y se despidieron agitando la mano.
Allie se preguntó si por haber hablado de sus cosas con él le había sido infiel a Brandon. A ella no le hubiese hecho ninguna gracia que Brandon hubiese ido a cenar con otra mujer. Pero parecía haber algo predestinado en aquella noche, como si estuviera escrito que tenía que conocer a Jeff, como si lo necesitase en su vida, aunque fuese sólo como amigo. Estaba segura de que Jeff la comprendía y, por su parte, ella creía poder leer en él como en un libro abierto.
Allie entró en su habitación con cierto sentimiento de culpabilidad. Encontró en el suelo un mensaje de Brandon que le habían echado por debajo de la puerta.
Se le antojó un recordatorio de cuál era su vida real. Pensó llamarlo pero titubeó a causa de la hora. Aunque enseguida cayó en la cuenta de que en San Francisco eran sólo las once y cuarto. De modo que se quitó el abrigo, se sentó y marcó su Danielle Steel
número.
Brandon contestó a la segunda llamada. Estaba trabajando en su escrito para el juicio del día siguiente. Le sorprendió que Allie lo llamase tan tarde, aunque pareció alegrarse.
—¿Dónde has estado esta noche? —preguntó él con curiosidad.
—En casa del agente de Haverton. Daba una fiesta y ha terminado muy tarde. Esos intelectuales son unos noctámbulos —mintió ella. No quería decirle que había ido a cenar a Elaine’s y tener que darle explicaciones sobre Jeff.
Al fin y al cabo, casi lo primero que había hecho con Jeff era decirle que estaba comprometida. Eso era lo que importaba, y lo único que podía deberle a Brandon. Además, como nada había ocurrido nada tenía que contarle.
—¿Lo estás pasando bien? —preguntó él.
—¿Y tú cómo vas? —replicó ella sin responder.
—Lentísimo. Lo del jurado nos tiene fritos. Si mi cliente aceptase un trato podríamos irnos todos a dormir. —Brandon había aceptado aquel caso de mala gana.
—¿Y cuánto tiempo crees que durará el juicio si no acepta?
—Un par de semanas, a lo sumo, que ya es bastante.
El caso era complejo. Habían tenido que reunir multitud de documentos y Brandon se había visto obligado a contratar tres ayudantes. Era el típico delito de altos ejecutivos, con muchas ramificaciones.
—Seguro que estaré en casa antes de que termines.
—Probablemente tenga que trabajar este fin de semana —dijo él.
Allie ya lo imaginaba. De todas maneras, también ella tendría que ir al bufete el sábado, para poner al día el trabajo atrasado. En todo caso, a lo mejor lo convencía para verse el domingo y relajarse un poco.
—No te preocupes. Yo estaré en casa el viernes por la noche.
Allie tenía el vuelo a las seis de la tarde, pero debido a la diferencia horaria entre Nueva York y Los Ángeles, llegaría a las seis de la tarde. A lo mejor aún podía hacerle una visita sorpresa.
—Haré un hueco el fin de semana para verte —dijo él con una frialdad que le recordó lo que habían comentado con Jeff al salir de Elaine’s. Se enfurecía cada La boda
vez que Brandon tenía una actitud tan distante—. Te llamaré mañana por la noche —añadió él—. ¿Estarás a esta hora?
—Tengo una cena de trabajo —mintió ella por segunda vez—. Te llamaré yo cuando llegue.
No podía salir cada noche hasta las tres de la madrugada, porque luego estaba demasiado cansada para trabajar. Y estaba segura de que Jeff lo comprendería. Aquella noche había hecho una excepción. Había sido una de esas raras ocasiones en que coinciden dos personas que sintonizan a la primera, parecen tener muchas cosas en común y muchas que decirse. Pero no podían verse noche tras noche hasta tan tarde.
—Bueno. No trabajes demasiado —dijo Brandon, y se excusó por ser tan breve y no poder interrumpirse más en el trabajo.
Ni siquiera se había dignado a decirle una frase cariñosa; nada de «te quiero» o «te echo de menos». Tampoco le había dicho que iría al aeropuerto a esperarla ni a su casa cuando volviese. Una y otra vez la actitud de Brandon le recordaba lo frágil que era su relación. Sin embargo, nunca sentía el impulso de romper. Seguía aferrada a él porque lo amaba. ¿Qué esperaba?, se preguntó. ¿Qué imaginaba que podía cambiar entre ellos? Tal como Jeff había dicho, quizá tuviese que esperar mucho tiempo. Acaso indefinidamente.
Se adentró en la habitación pensando en Brandon y en los buenos momentos que habían pasado (muchos, a lo largo de aquellos dos años). Pero también pensaba en las decepciones, en todas las ocasiones en que no había estado a su lado física o espiritualmente, o no le había dicho lo que necesitaba oír, o no había estado junto a ella en momentos tan importantes como la ceremonia de los Golden Globe. Se preguntaba si pensaba en lo negativo porque estaba enfadada o porque, al haber sintonizado tan bien con Jeff, se decantaba hacia él. ¿Acaso deseaba ya que Jeff fuese para ella lo que Brandon no era? Quién sabe. Podía ser una ilusión pasajera. Se acercó a la ventana y miró fuera pensando en ambos.
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