Danielle Steel
En aquellos mismos momentos, Simon y Blaire estaban en su dormitorio de su casa de Bel Air. Ella lo observó quitarse la corbata.
—Tengo entendido que has almorzado hoy con Elizabeth —dijo Blaire con frialdad, fingiendo hojear una revista—. Creía que eso se había terminado — añadió mirándolo.
—No se ha terminado porque nunca empezó —replicó él, y fue hacia el cuarto de baño desabrochándose la camisa.
Simon notó que ella lo seguía y se dio la vuelta. Ella lo fulminó con la mirada.
—Ya te dije que es una relación estrictamente profesional —protestó él con tono pausado.
Blaire era la viva imagen del abatimiento. El solo hecho de mirarlo la hacía sentirse vieja. Simon había almorzado con una mujer que era casi de la edad de su hija, y él seguía siendo un hombre atractivo. En cambio ella se consideraba acabada, incluso profesionalmente. Ahora no era más que «la madre de la novia».
Se sentía como una anciana.
—Lo de estrictamente... vamos a dejarlo —dijo de mal talante.
—Blaire, por favor... —dijo él desviando la mirada. No quería volver a entrar en aquel juego. Ya habían discutido innumerables veces a causa de Elizabeth—.
Pero tienes razón en lo de que no es estrictamente una relación profesional. También somos amigos, amigos. Así que no volvamos a las andadas, en bien de los dos. Por lo menos me debes eso.
—No te debo nada —replicó Blaire. Dio media vuelta y antes de salir del cuarto de baño se giró para mirarlo—. Por lo visto le has ofrecido una película, ¿no? Eso me ha dicho Allie.
—Sí, se lo he comentado. ¿Y qué? Además, regresa a Inglaterra.
—¿Y tú? ¿Vas a rodar tu próxima película en Inglaterra?
—Rodamos nuestra próxima película en Nuevo México —repuso él, y se acercó para rodearla con sus brazos—. Te quiero, Blaire. Deberías saberlo... Así que por favor, no vuelvas con lo mismo. No sirve más que para hacernos daño.
Pero eso era precisamente lo que quería Blaire: hacerle daño; tanto como le había hecho él cuando, seis meses atrás, descubrió que se entendía con Elizabeth Coleson.
La boda
Simon lo había llevado con mucha discreción. No había trascendido. Pero ella se había enterado. Una persona los vio en Palm Springs y se lo dijo a Blaire, que enseguida comprendió qué ocurría. Sintió un escalofrío al saberlo. Simon lo negó, por supuesto. Pero, luego, al oírles una breve conversación durante una fiesta, ella tuvo la plena seguridad. Se miraban como quienes han compartido su intimidad en la cama. Era una mirada inconfundible. Y cuando le pidió explicaciones él se cerró en banda.
Allie lo ignoraba, igual que los demás. Blaire no lo había comentado con nadie. Y no haberse desahogado la reconcomía por dentro, igual que haber sabido por Allie que habían almorzado juntos en The Grill.
—¿Por qué has de ir a un restaurante con ella? ¿Por qué no puedes verla en tu despacho?
—Porque si la viese en mi despacho creerías que me acuesto con ella. Me parece mejor verla en público, cuando tenga que hacerlo.
—Lo mejor sería que no la vieses nunca —replicó Blaire. Se sentó en la cama con tal abatimiento que tuvo la sensación de pesar el doble—. Puede que ya dé lo mismo —añadió.
Blaire fue al tocador y él no la siguió. Las cosas estaban muy difíciles entre ellos. Llevaban meses sin hacer el amor. Sin llegar a hablar de ello dejaron de tener relaciones íntimas desde que Blaire supo que se acostaba con otra. Creía que ya no la amaba, que ya no la deseaba, que la consideraba vieja.
Simon estaba leyendo al volver ella al dormitorio en camisón. Él alzó la vista y la miró sonriente. Sabía lo doloroso que había sido para ella. La verdad era que estaba arrepentido pero había sido una de esas cosas que ocurren, y ya no tenía remedio. Estaba seguro de que Blaire no lo olvidaría y puede que lo mereciese. No se quejaba, aunque confiaba en que, por lo menos, creyese que aún la quería. Pero en vano. Desde que supo lo de Palm Springs, Blaire no pensaba más que en su serie y en Elizabeth Coleson. Quizá la boda de Allie lograra distraerla, levantarle el ánimo.
—Me alegro mucho de que Allie vaya a casarse —dijo Simon—. Jeff parece buena persona. Tengo el presentimiento de que será un matrimonio feliz.
Blaire se encogió de hombros. Simon había sido un buen esposo durante más de veinte años. Pero ahora las cosas habían cambiado.
Lo lamentaba porque habían sido muy felices. Habían estado siempre muy unidos. Se consideraban un matrimonio distinto, muy afortunado y sin nada que lo Danielle Steel
enturbiase. Pero los nubarrones habían terminado por aparecer. Y ahora todo era distinto. Nada volvería a ser como antes. Simon era consciente de ello y, aunque después de lo de Palm Springs, hubiese roto con Elizabeth, el mal estaba hecho y era demasiado tarde para remediarlo.
Blaire se metió en la cama y cogió un libro que tenía en la mesilla de noche.
Lo había comprado la semana anterior. Era la nueva novela de Jeff, su futuro yerno. Pero ahora su estado de ánimo no estaba para pensar en él. La imagen de Simon y Elizabeth almorzando juntos volvía a su mente una y otra vez. No podía dejar de pensar en la intimidad que habían tenido. Puede que dejarse ver en público no fuese más que una artimaña para disimular el trasfondo de su relación.
Blaire ladeó la cabeza y miró a su esposo, que se había quedado dormido con las gafas puestas y un libro entre las manos. Lo siguió mirando unos momentos con un dolor en el corazón tan intenso como el amor que sentía antes por él. Se sentía así desde hacía meses.
Al quitarle las gafas y cerrarle el libro, Blaire se preguntó si también se quedaba dormido así cuando estaba con Elizabeth Coleson. En fin... Dejó también su libro en la mesilla de noche y apagó la luz. Ya empezaba a habituarse al sufrimiento y la soledad. Pero recordaba muy bien cómo habían sido las cosas entre ellos. Y, mientras rumiaba acerca del pasado, se obligó a pensar en algo positivo, en la boda de Allie. Quizá su matrimonio fuese más feliz que el suyo.
Puede que Allie nunca tuviese que pasar por lo mismo. Se lo deseaba de todo corazón.
La boda