Danielle Steel
Había pensado saltarse el almuerzo, pero cambió de idea y fue a The Grill, un buen restaurante muy céntrico. Allí casi siempre encontraba a algún conocido, abogados de su bufete, agentes literarios o representantes artísticos. También frecuentaban el local muchos actores y algunos de sus amigos. Allie le echó un vistazo a la carta pero sólo pidió un sándwich y un café.
En una de las mesas del fondo vio a su padre, que estaba con una mujer a la que no reconoció. Le habría gustado darle la noticia de su compromiso con Jeff pero sabía que su madre no le hubiese perdonado que se lo dijese a él primero.
Tendría que aguardar hasta la noche y comunicarlo a todos durante la cena. Pero eso no le impedía ir a saludarlo, ¿no? De modo que dejó su chaqueta azul colgada del respaldo de la silla y se acercó a su padre.
Allie llevaba una falda corta beige, jersey azul celeste y zapatos planos de Chanel a juego con una mochila también de Chanel. Con su estilizada figura y su indumentaria moderna parecía más una modelo que una abogada.
A Simon se le iluminó la cara al verla. Entonces reconoció Allie a la mujer que almorzaba con él. Era la directora británica que había visto hablar con él en la ceremonia de los Golden Globe, Elizabeth Coleson. Era muy alta, muy joven y bastante bonita. Tenía una risa sensual y era poco mayor que Allie.
—¡Vaya! ¡Qué sorpresa! —exclamó Simon, que se levantó y besó a su hija.
Simon las presentó. Elizabeth tenía un aspecto tan poco sofisticado como la noche en que la vio por primera vez. Tenía cara de persona inteligente y práctica.
Parecía muy a gusto con Simon.
—Esta es mi hija Allie —dijo él, y enseguida le explicó a Allie que hablaban de una película—. Llevo meses intentando que Elizabeth trabaje para mí, pero no hay manera.
Simon volvió a sentarse y Allie los miró. Daban la impresión de ser viejos amigos que hiciese mucho tiempo que no compartían un buen rato juntos.
—Siéntate con nosotros —la invitó Simon.
—No, no quiero interrumpir —dijo Allie—. Además, he de estar de vuelta en el despacho dentro de diez minutos. Sólo he pedido un sándwich.
—¿Y qué haces por estos barrios? —preguntó su padre.
Allie le sonrió. Se moría de ganas de decírselo, pero no podía.
—Esta noche te lo diré.
La boda
—Te tomo la palabra, ¿eh? —dijo él.
Allie le estrechó la mano a Elizabeth y regresó a su mesa. Justo en ese momento llegaba el camarero con su sándwich y el café.
Un cuarto de hora después iba de camino a su despacho en el coche. Ver a su padre en The Grill con Elizabeth Coleson la había mosqueado. Había sentido lo mismo que en el auditorio de los Golden Globe. No cabía duda de que se conocían mucho y de que estaban muy a gusto juntos. Quizá su madre fuese también amiga de Elizabeth. Se lo preguntaría.
Por la tarde, Allie llamó tres veces a Jeff sólo por el gusto de bromear acerca de su secreto. Estaba tan impaciente que los nervios se la comían.
—Tranquila, tranquila... —le había dicho Jeff, aunque estaba casi tan nervioso como ella.
¿Y si los padres de Allie ponían objeciones, creían que era demasiado precipitado o sencillamente él no les gustaba? Pero al llegar por la noche a casa de los padres, Jeff reparó enseguida que no tenía nada que temer.
Salió a recibirlos Simon, que le dijo que Blaire estaba hablando por teléfono en la cocina, con el arquitecto; y, por lo que Allie pudo oír desde lejos, no era una conversación amigable. El arquitecto acababa de explicarle que, como los muebles que había elegido habría que hacerlos a medida, tardarían por lo menos cinco meses en terminar la cocina.
Blaire estaba al borde del ataque de nervios.
—Puede que nos instalemos en el Bel Aire durante unos meses —dijo Simon entre bromas y veras—. ¿Qué quieres tomar, Jeff?
—Whisky con hielo.
Charlaron amigablemente durante unos minutos y luego se les unió Blaire, que estaba furiosa.
—¡Es absurdo! —clamó—. ¡Cinco meses! Ese tipo debe de estar loco.
Perdona, Allie —añadió al ver a su hija. La besó a ella y a Jeff y trató de recuperar la compostura—. Es que me parece increíble...
—¿Y por qué no dejamos la cocina tal como está? —sugirió Simon.
Blaire lo miró con cara de pocos amigos y le dijo que ni hablar, que la cocina estaba muy anticuada. Pero enseguida desviaron la conversación. Se sentaron a la mesa y, mientras aguardaban a que sirvieran la cena, Jeff dejó el vaso de whisky en Danielle Steel
la mesa y miró a Simon y a Blaire.
—Allie y yo tenemos algo que decirles o... bueno, que preguntarles... Es decir... ya sé que hace poco que nos conocemos pero... —Jeff nunca se había sentido tan cohibido.
Blaire lo miraba con expresión de incredulidad y Simon le sonreía. Le daba pena verlo tan apurado. De haber estado Samantha, que había salido con unos amigos, probablemente no habría podido contener la risa.
—¿Me estás pidiendo lo que creo? —dijo Simon para facilitarle las cosas.
Jeff le dirigió una mirada de agradecimiento.
—Sí señor —contestó—. Nos gustaría... —añadió mirando a Allie—. Vamos a casarnos.
—¡Oh cariño! —exclamó Blaire, que se levantó y fue a abrazar a Allie.
Madre e hija rompieron a llorar. Allie miró a su padre, que también estaba lloroso, aunque irradiaba satisfacción.
—¿Qué te parece, papá? —le preguntó, pues quería contar también con su aprobación, aunque enseguida vio que la tenía.
—Lo apruebo de todo corazón —contestó Simon, y le estrechó firmemente la mano a Jeff como si acabasen de llegar a un trato importante, como así era en realidad, pues la decisión afectaba al resto de la vida de Jeff y Allie—. Os felicito.
—Gracias —dijo Jeff, sintiendo un gran alivio.
Decírselo a los padres de Allie le había resultado mucho más difícil de lo que imaginaba, pese a la buena disposición que tanto Simon como Blaire habían mostrado. Pero era uno de esos momentos que imponen, y que raramente se olvidan porque se refieren a una decisión trascendental.
Apenas hablaron de otra cosa durante toda la velada.
—Bueno... —dijo Blaire cuando hubieron terminado el primer plato—, creo que convendría empezar a concretar los detalles. ¿Cuántos invitados? ¿Dónde?
¿Cuándo? ¿Qué vestido piensas llevar? Parece increíble el trabajo que da una boda... —Estaba tan contenta que se le saltaban las lágrimas. Tuvo que secárselas con la servilleta. Era uno de los días más felices de su vida y, sin duda, de la vida de su hija, que intentó contestar a todas las preguntas.
—Querríamos que no fuesen más de unas cincuenta personas, y celebrarlo aquí en casa, en el jardín —dijo Allie—. Nada ostentoso sino algo íntimo. En...
La boda
junio —añadió mirando radiante a Jeff y a su madre.
—No lo dirás en serio, ¿verdad? —repuso Blaire, porque le parecía obvio que su hija bromeaba. Pero Allie la miró con expresión candorosa, como si no la hubiese entendido.
—Claro que lo digo en serio. Lo hablamos anoche y así es como nos gustaría.
—¡Ni hablar! Olvídalo.
—Vamos, mamá, que no es tu boda sino la mía —le recordó Allie amablemente—. ¿Qué quieres decir con «olvídalo»?
—Pues que el jardín estará completamente patas arriba dentro de dos semanas. O sea que podéis descartar celebrarlo en el jardín. Y espero que no digas en serio que no vais a ser más de cincuenta personas. ¿Tienes idea de cuánta gente conocemos? Tus clientes, tus ex compañeros del colegio, nuestros amigos... Y, por supuesto, Jeff y sus padres tendrán sus invitados. Dudo que podamos ser menos de cuatrocientos. No me extrañaría que rondásemos los seiscientos, lo que significa que no podemos organizarlo aquí. Y tampoco puedes decir en serio que os queréis casar en junio. No se puede organizar una boda así en dos meses. Así que, Allie, cariño, hablemos en serio. ¿Dónde y cuándo podemos hacerlo?
— Hablo en serio, mamá —replicó Allie, empezando a crisparse—. Es nuestra boda, no la vuestra; y no queremos más de cincuenta personas. Si organizásemos algo por todo lo alto, habría que invitar a todo el mundo. Si nos limitamos a invitar a nuestros amigos íntimos, será algo mucho más nuestro, más íntimo. Y no se necesitan seis meses para celebrarlo casi en familia.
—Bien, hija, tú misma. No sé por qué me preocupo por ti —dijo Blaire, que pareció tomarlo como una ofensa.
Simon nunca la había visto tan enfadada. Últimamente se enfurecía por cualquier contrariedad.
—¡Mamá, por favor! —exclamó Allie—. ¿Por qué no te limitas a dejar que nos organicemos como queramos?
—¡Es que es ridículo, Allie! ¿Y se puede saber dónde pensáis celebrar la ceremonia? ¿En tu despacho?
—Puede. O quizá en la casa de Jeff en Malibú. Sería perfecto.
—Mira, Allie, tú no eres una hippie. Eres una abogada con muchos clientes importantes; y nuestros amigos significan mucho para nosotros, y para ti —replicó Danielle Steel
Blaire, y miró a Jeff como en busca de apoyo—. Tenéis que reconsiderarlo.
Jeff asintió con la cabeza y miró a Allie.
—¿Por qué no lo hablamos esta noche? Quizá podamos organizarlo de otro modo —propuso con tono conciliador.
Simon los miró a los tres expectante.
—No quiero organizarlo de otra manera. Ya lo hemos hablado, y queremos una boda íntima, en junio y en el jardín —persistió Allie, ya acalorada.
—No hay jardín —le espetó su madre—. Y en junio tengo rodaje. Por el amor de Dios, ¿por qué lo pones tan difícil?
—Está bien, mamá —dijo Allie. Se levantó con gesto airado y miró a Jeff sollozante—. Iremos a Las Vegas. No os necesito. Todo lo que quiero es una boda íntima. He esperado muchos años este momento y quiero hacerlo tal como Jeff y yo queremos, no como quieras tú, mamá.
Blaire se sulfuró. No esperaba que su hija reaccionase así. Simon trató de mediar.
—¿Por qué no lo hablamos luego? No tenéis por qué poneros así —dijo Simon con tono reposado.
Allie volvió a sentarse y ambas mujeres parecieron calmarse un poco. Pero estaba claro que no iba a ser fácil ponerlas de acuerdo.
Madre e hija apenas se hablaron durante el resto de la cena. Y cuando les sirvieron el café en el salón volvieron a la carga. Allie insistió en una boda íntima y su madre en organizarla por todo lo alto, con no menos de cuatrocientos invitados.
Incluso sugirió que podían celebrar la boda en su club o en el hotel Bel Air. Pero Allie quería celebrarla en casa. Por otra parte, su madre insistió en que casarse en junio era un despropósito, porque ella no podía estar pendiente de su serie de televisión y de la boda al mismo tiempo.
Durante un buen rato pareció que hubiese posibilidad de llegar a un acuerdo. Pero, aunque a regañadientes, Allie terminó por aceptar la componenda de que no fuesen menos de ciento cincuenta invitados ni más de doscientos. Y, concesión por concesión, su madre dijo que si esperaba a casarse en septiembre, cuando ya no tuviese que estar tan pendiente de la serie y el jardín estuviese en condiciones, podrían celebrarlo en casa.
Allie titubeó y lo consultó con Jeff por lo bajo. No habían pensado en tener La boda
que aguardar cinco meses. Pero Jeff le comentó que en septiembre también habrían terminado la película sobre su novela, y que así podrían salir enseguida en viaje de novios en lugar de tener que esperar tres meses. Lo cierto era que el nuevo planteamiento tenía sus ventajas y, aunque no le gustaba ceder a las exigencias de su madre, Allie aceptó.
—De acuerdo, mamá. Pero ni uno más: ciento cincuenta invitados en el jardín y en septiembre. Punto. Y conste que lo hago por ti.
Simon las miró risueño.
—¿Significa eso que voy a poder quedarme con mi cocina? —dijo Simon—.
Porque, a juzgar por lo que te han dicho antes, es imposible que la tengan para septiembre.
—¡Cierra la boca, Simon! —le espetó Blaire—. Sólo falta que me chinches — añadió, sonriente. Por lo menos en buena parte se había salido con la suya.
Al cabo de un rato el ambiente entre ellos era mucho más distendido.
—No imaginaba que una boda fuese para tanto —dijo Jeff, y aceptó otro whisky mientras Simon se servía un coñac.
—Ni yo tampoco —admitió Simon risueño—. La nuestra fue muy sencilla.
Pero ya sabía yo que, cuando alguno de nuestros hijos se casara, querría algo por todo lo alto.
—Pues que lo haga cuando le toque a Sam —dijo Allie, que aún no estaba del todo calmada.
Blaire y Allie tenían mucho carácter y la componenda no había sido fácil. Lo que más sulfuraba a Allie era tener que esperar cinco meses cuando ya se había hecho a la idea de casarse dentro de dos.
—Todo saldrá bien —le dijo Jeff para tranquilizarla.
Allie fue entonces a la cocina. Su madre estaba allí sonándose la nariz, llorosa.
—Lo siento, mamá —dijo, lamentando haberle hablado con dureza—.
Quería hacer las cosas a mi manera, pero no darte un disgusto.
—Es que yo quiero que sea algo hermoso, algo especial para ti.
—Y lo será.
Todo lo que necesitaba era a Jeff, pensaba Allie. Quizá tenían que haber Danielle Steel
hecho como Carmen y Alan: desaparecer y casarse en secreto. A partir de ahí podían organizar lo que quisieran. En cambio ahora temía que la suma de pequeños problemas creasen uno grande.
—¿Y el vestido? —preguntó su madre por cambiar de tema—. ¿Supongo que me dejarás que te ayude a elegirlo?
—Ya he empezado a ver cosas este mediodía —contestó Allie sonriente. Le dijo en qué boutiques había estado, qué había visto y qué quería.
Blaire opinó que un vestido corto era una buena idea, pero a condición de que fuese muy elegante, quizá con un sombrero de ceremonia o velo corto.
—Hice un alto en The Grill para comer algo y me encontré con papá. Tuve que morderme la lengua para callármelo hasta esta noche.
—¿Y qué hacía él de compras en Rodeo Drive? —preguntó Blaire extrañada.
Simon odiaba ir de compras; cuando necesitaba algo se lo compraba ella.
—No iba de compras. Estaba en The Grill almorzando con Elizabeth Coleson. Me parece que papá quiere contratarla —explicó Allie sin darle importancia.
Tampoco su madre pareció dársela, pues enseguida cambiaron de conversación. ¿Quería Allie damas de honor? Aún no lo había decidido. Mientras lo comentaban, Allie notó algo raro en los ojos de su madre y, al volver al salón, vio que miraba a su padre de un modo extraño.
Siguieron hablando de la boda hasta que, a las once, la joven pareja se despidió. Blaire le dijo a Allie algo que a Jeff le extrañó.
—Tendrás que llamar a tu padre.
Allie la miró un poco violenta y asintió con la cabeza.
Minutos después, ella y Jeff iban en el coche de regreso a Malibú, agotados por su primera sesión de preparativos de boda.
—¿Qué ha querido decir tu madre? —preguntó él mientras se dirigían hacia la autopista.
Allie iba con la cabeza recostada en el respaldo del asiento y los ojos cerrados.
—Teníamos que haber ido a Las Vegas y llamarlos después de la boda —dijo Allie en tono abatido.
La boda
—¿Qué ha querido decir con que tendrás que llamar a tu padre?
Allie no contestó. Seguía con los ojos cerrados y fingía dormitar. Pero él notó que estaba tensa. Sin perder de vista la carretera, Jeff alargó la mano un momento para acariciarle la mejilla.
—Eh, no disimules —le dijo cariñosamente—. ¿Qué ha querido decir? — añadió convencido de que se trataba de algo preocupante.
Allie abrió los ojos y lo miró.
—No quiero hablar de eso ahora, Jeff. Ya he tenido bastante por esta noche.
Siguieron en silencio unos minutos. Pero Jeff no se resignó a su silencio. La reticencia de Allie lo molestó.
—¿Acaso no es Simon tu padre?
Allie siguió en silencio. Pero comprendió que no había medio de eludir decírselo. Detestaba tener que hacerlo. Le resultaba demasiado doloroso hablar de ello, incluso con Jeff. Meneó la cabeza, entristecida, mirando por la ventanilla.
—Mi madre se casó con él cuando yo tenía siete años —dijo Allie. Era una terrible confesión.
—¿Ah sí? —dijo él sin darle importancia. No era dado a hurgar en los secretos de los demás, pero iba a casarse con ella y debía saberlo, con mayor razón si se trataba de algo doloroso pues así podría confortarla.
—Mi verdadero padre es un médico de Boston. Nos odiamos —dijo Allie mirándolo al fin.
Estaba claro que era un tema muy difícil para ella y Jeff prefirió dejarlo correr de momento. Se limitó a volver a acariciarle la mejilla, y aprovechó el siguiente semáforo en rojo para inclinarse y besarla.
—Mira, sucediese lo que sucediese, quiero que sepas que yo siempre estaré a tu lado, porque te quiero. Nadie volverá a hacerte daño, cariño.
Allie tenía lágrimas en los ojos.
—Gracias, Jeff —le dijo. Lo miró a los ojos y lo besó con dulzura.
Durante el resto del trayecto hasta Malibú guardaron silencio. Era lo mejor.