Danielle Steel
Cuando hubieron salido del despacho de Suzanne, y ya en el coche, Samantha puso la radio a todo volumen. Las ensordecía. Estaba claro que Samantha no quería oír nada más sobre su tragedia. Estaba al límite de su resistencia emocional.
Como tendría que seguir lo que quedaba de curso como alumna libre no asistiría a clase. Sólo tendría que presentar los trabajos y examinarse aparte, sola en un aula. Eran normas que se le antojaban inútiles. Estaba convencida de que todos acabarían por saber por qué no asistía a las clases. Sólo se lo había contado a dos de sus íntimas amigas, y les había hecho jurar que guardarían el secreto. Sin embargo, ninguna de ellas había ido a visitarla en toda la semana. Tampoco la había llamado nadie, salvo Jimmy Mazzoleri, un chico a quien conocía desde primaria y con el que salía a veces, aunque ahora eran sólo amigos.
Jimmy le había dejado dos mensajes en el contestador pero Samantha no lo había llamado. No tenía ganas de hablar con nadie.
Al llegar a casa con el coche lo vieron bajar del porche. Había ido a ver si estaba, y ya se marchaba cuando Allie detuvo el coche.
—Te he estado llamando toda la semana —se quejó él—. Tienes mi libro de ciencias y me han dicho que no ibas a volver al instituto.
A Allie se le partía el corazón al ver lo inocentes que eran a esa edad. Era una pena que su hermana tuviese que pasar por lo que le esperaba. Al alejarse con el coche pensó que le recordaban a Alan y a ella a su edad. Se palpaban tan buenas vibraciones entre ellos como las que hicieron posible que ella y Alan conservasen su amistad durante dieciséis años.
Sin embargo, en apariencia, la reacción de Samantha fue muy fría.
—Pensaba enviarte el libro —se justificó Samantha algo violenta. Temió que su estado hubiese trascendido. Jimmy era un buen chico, y lo apreciaba, pero no tenía la menor intención de decirle que estaba encinta.
—¿Y pues?
—Es que aún no he fotocopiado la sección que necesito —se justificó ella caminando lentamente hacia la casa.
—No me refiero al libro. Me refiero a que por qué no vas a asistir a clase durante el resto del curso.
Samantha tragó saliva pero enseguida dio con una buena excusa.
La boda
—Problemas familiares. Mis padres van a divorciarse —contestó. Le parecía una excusa perfecta—. Y estoy muy deprimida. He de medicarme. Estoy tomando Prozac. Mi madre teme que haga alguna barbaridad en el instituto.
Nada más decirlo Samantha comprendió que había ido demasiado lejos.
Pero, iba a dar igual, porque no había colado. Jimmy le sonreía de un modo que no dejaba lugar a dudas: No la creía.
—¡Anda ya! No me vengas con rollos. No tienes por qué darme ninguna explicación.
Estaba claro que todo el mundo lo sabía o, por lo menos, lo suponía.
Prácticamente, la única razón de que una chica dejase el curso a medias era un embarazo o un problema de drogadicción. Y Samantha jamás había probado las drogas. Pero Jimmy no le dijo lo que sospechaba, aparte de que la verdad era que a Samantha no se le notaba en absoluto que estuviese embarazada. De modo que, a lo mejor, el rumor era eso: un rumor. Puede que lo de sus padres fuese mentira pero acaso tuviera algún otro problema grave. Jimmy sólo quería asegurarse de que no estuviese enferma. En segundo curso había muerto una compañera, y Jimmy se asustó al enterarse de que Samantha no iba a volver en todo lo que quedaba de curso. Así empezó lo de María y luego... resultó que tenía leucemia y murió.
—¿No estarás enferma? —le preguntó Jimmy, porque eso era realmente lo único que le interesaba saber. Llevaba cierto tiempo saliendo con otra chica pero siempre había tenido debilidad por Samantha, y ella lo sabía.
—No, hombre, no —le aseguró ella. Pero la tristeza que la embargaba afloró a sus ojos.
—Bueno... sea lo que sea, confío en que no sea nada malo. ¿Irás a la universidad en otoño?, ¿o tampoco? —preguntó Jimmy, que tenía plaza en el mismo colegio mayor.
—Sí —contestó ella.
Jimmy sintió un gran alivio, porque lo ilusionaba la idea de seguir estudiando juntos.
—Ven, entremos, que te daré el libro —lo invitó ella.
Jimmy la siguió al interior de la casa y aguardó en la cocina mientras ella subía a por el libro.
Aún no habían desmantelado la cocina y Simon seguía rogándole a Blaire Danielle Steel
que la dejase como estaba. Puede que, dadas las circunstancias, ahora le hiciese caso.
Samantha bajó con el libro al cabo de cinco minutos y, al dárselo, Jimmy le retuvo la mano. Ella lo miró y se ruborizó. Se sentía muy vulnerable, sin saber por qué. No se le ocurría pensar que se debía a su estado.
—Bueno, Sam... si necesitas algo no tienes más que llamarme, ¿de acuerdo?
Si algún rato te apetece, podríamos salir a dar un paseo o a tomar algo. A veces, los problemas nos parecen menos importantes si lo hablamos con alguien —le dijo Jimmy en tono amable.
—De acuerdo —dijo ella.
Jimmy tenía ya casi dieciocho años y era muy maduro para su edad. Su padre había muerto hacía dos años y él ayudaba a su madre a educar a sus tres hermanas pequeñas. Era un chico responsable y muy cariñoso.
—De verdad, Jimmy, no tengo ningún problema especial que contarte — mintió Samantha, que miró al suelo pero enseguida alzó la vista y se encogió de hombros.
Le habría resultado demasiado duro decir nada más, y él pareció comprenderlo así. Posó la mano en su hombro y se despidió.
Samantha se asomó a la ventana de la cocina y lo siguió con la mirada hasta su Volvo.
La familia de Jimmy vivía en Beverly Hills. Eran personas acomodadas y respetables, aunque no tenían mucho dinero. Vivían bien gracias al dinero del seguro y a lo poco que les dejó su padre. Jimmy trabajaba los fines de semana y podría estudiar en la universidad de Los Ángeles gracias a una beca. Quería ser abogado como su padre. Samantha estaba segura de que lo conseguiría, entre otras cosas porque Jimmy no sólo era inteligente sino que tenía mucha voluntad y determinación.
Cuando Jimmy se hubo alejado, Samantha se sentó en una silla de la cocina, abstraída. Tenía mucho en qué pensar; cosas muy importantes que decidir.
Suzanne Pearlman le había explicado con todo detalle cómo funcionaba el mecanismo de la adopción. Tendría que elegir quienes iban a ser los padres de su hijo. Parecía sencillo.
Le parecía sencillo a todo el mundo menos a Samantha.
La boda