Danielle Steel

—Este sí me gusta. ¿Qué has hecho con el otro? ¿Te lo has cargado?

—Casi. Llevaba dos años engañándome —contestó Allie, y se lo explicó a grandes rasgos—. Lo pillé con uno de sus ligues en el Fairmont de San Francisco el pasado fin de semana. No exactamente, porque en aquellos momentos no estaban en la habitación. Pero había bragas y sostenes por todas partes.

—¿Y por qué no me lo has contado antes, borrica? —le reprochó él.

—Necesitaba tiempo para digerirlo. —Lo miró ahora muy seria—. Y sí que te he llamado; una vez, pero no estabas. No tuve ánimos para dejar un mensaje, ni a ti ni a nadie. He estado lamiéndome las heridas toda la semana.

—Pues... considéralo una bendición —dijo Alan, y le sirvió un refresco. A Allie no le gustaba el tequila—. Ese tipo te habría hecho una desgraciada. Créeme.

Estoy seguro.

Allie lo estaba ahora también. Siguieron hablando unos momentos, hasta que Carmen y Jeff se les acercaron.

—Conspirando, ¿eh? —dijo Jeff, y le pasó a Allie el brazo por los hombros y sonrió—. ¿Crees que puedo fiarme de él? No podría competir.

Alan rió y se apresuró a tranquilizarlo.

—Por lo menos desde hace quince años soy de fiar. Cuando ella tenía catorce era una monada, pero lo único que conseguí fueron unos cuantos besos babosos.

Supongo que desde entonces habrá aprendido.

—Eres un descarado, ¿sabes? —protestó ella—. ¿Y tú qué? No hacías más que dejarme la cara irritada. Pinchabas como un erizo.

—Y sigue pinchando —terció Carmen, sonriente.

Parecían muy a gusto los cuatro. Allie nunca había visto a Carmen ni a Alan tan alegres.

Para cenar, Alan había preparado tacos y tostadas, Carmen una ensalada, y como plato especial había hecho una paella. Dieron cuenta de todo con verdadero apetito. Para postre Alan sirvió helado con crema de caramelo y luego tostaron melcocha en la chimenea.

Después de charlar un rato salieron a dar un paseo por la playa. Los cuatro estaban de muy buen humor. Era evidente que se sentían felices y cualquiera que los hubiese visto allí en la orilla, persiguiendo las olas hasta mojarse los tobillos y huyendo de ellas cuando contraatacaban, los habría tomado por un grupo de La boda

adolescentes.

Fue una noche deliciosa.

Al volver a la casa, Carmen le sonrió a Allie y luego le susurró a Alan al oído si «podía decirlo». Él titubeó. Miró a su amiga y a Jeff y se preguntó si ella lo aprobaría y si él era de fiar. Pero pensó que sí. Además, Carmen estaba tan entusiasmada que dudaba que fuese capaz de callárselo.

—Vamos a casarnos en Las Vegas el día de San Valentín —anunció Carmen.

Allie fingió desmayarse.

—¡Madre mía! ¡Lo que acaba de hacerle Cupido a esta pobre abogada! — exclamó Allie pensando en la que se le venía encima. Luego miró a Alan preguntándose si de verdad estaba tan convencido como para casarse.

Por lo visto sí. No lo recordaba tan feliz. Además, ya era mayorcito. Con treinta años ya debía de saber qué le convenía y qué no.

—Los reporteros os van a devorar. Espero que os caséis de incógnito y que vayáis disfrazados. ¡Menuda bomba! Ya podéis tener cuidado.

—Lo tendremos —la tranquilizó Alan—. ¿Querrás ser nuestra testigo, dama de honor o algo así? Estás invitado tú también, Jeff, si la soportas hasta entonces — añadió—. Nos encantaría.

Jeff se sintió halagado. Desde luego aquella pareja era encantadora. Aparte de muy simpáticos, parecían muy francos y abiertos. Les habían regalado una velada deliciosa, nada sofisticada. Allí era todo mucho más íntimo y cálido que en Nueva York. Esa fue en principio la razón de que Jeff se instalase en California.

Carmen y Alan le habían caído muy bien. En cuanto a Allie, le parecía increíble haber tenido tanta suerte, que hubiese roto con Brandon tan rápidamente.

Estuvieron una hora hablando de la boda. Alan quería ir con Carmen a pescar a Nueva Zelanda en su luna de miel. Había rodado allí una película y le había gustado mucho. Pero Carmen prefería ir a París, porque no lo conocía.

—Bueno... pues vamos tú y yo a Nueva Zelanda, Jeff —bromeó Alan, que encendió un cigarro y le guiñó el ojo a Jeff—. Y ellas que se queden aquí y vayan de compras.

Aunque sin dramatizar, Allie les advirtió que tuviesen cuidado, que los reporteros les harían la vida imposible en cuanto se enterasen. Era vital mantenerlo en secreto lo más posible.

La boda
titlepage.xhtml
index_split_000_split_000.html
index_split_000_split_001.html
index_split_000_split_002.html
index_split_001_split_000.html
index_split_001_split_001.html
index_split_001_split_002.html
index_split_002.html
index_split_003_split_000.html
index_split_003_split_001.html
index_split_003_split_002.html
index_split_003_split_003.html
index_split_003_split_004.html
index_split_003_split_005.html
index_split_003_split_006.html
index_split_004.html
index_split_005_split_000.html
index_split_005_split_001.html
index_split_005_split_002.html
index_split_005_split_003.html
index_split_005_split_004.html
index_split_006.html
index_split_007.html
index_split_008.html
index_split_009_split_000.html
index_split_009_split_001.html
index_split_009_split_002.html
index_split_009_split_003.html
index_split_009_split_004.html
index_split_010.html
index_split_011.html
index_split_012_split_000.html
index_split_012_split_001.html
index_split_012_split_002.html
index_split_012_split_003.html
index_split_012_split_004.html
index_split_012_split_005.html
index_split_013.html
index_split_014_split_000.html
index_split_014_split_001.html
index_split_014_split_002.html
index_split_014_split_003.html
index_split_014_split_004.html
index_split_014_split_005.html
index_split_014_split_006.html
index_split_014_split_007.html
index_split_014_split_008.html
index_split_015.html
index_split_016_split_000.html
index_split_016_split_001.html
index_split_016_split_002.html
index_split_017.html
index_split_018.html
index_split_019.html
index_split_020.html
index_split_021.html
index_split_022.html
index_split_023.html