2

Allie se levantó por la mañana antes de que sonase el despertador a las seis y cuarto. A esa hora tenía que levantarse Brandon, que enseguida fue a lavarse los dientes y afeitarse, mientras ella iba a la cocina, desnuda, a preparar el café.

A las siete menos cuarto ya estaba él sentado a la mesa, totalmente vestido.

Allie le sirvió dos bollos de arándanos y una taza de café muy caliente.

—¡Qué buen servicio tienen en este restaurante! —exclamó él risueño—. Y

me encanta el uniforme de la camarera —añadió mirando a Allie que, todavía desnuda, se había sentado al otro lado de la mesa.

—Estás muy guapo con ese traje —dijo ella.

Era un terno de color gris oscuro que, como toda su ropa, había comprado en Brooks Brothers. De vez en cuando, Allie lo llevaba a Armani, a ver si lo convencía de que se comprase algo más moderno. Pero no era el estilo de Brandon, que seguía la austera tradición de Wall Street.

—Es increíble que recién levantada estés tan preciosa.

Allie le sonrió a medio bostezo y se sirvió café. Notaba el madrugón, porque se levantaba más tarde. No tenía que estar en el despacho hasta las nueve y media.

—¿Qué vamos a hacer esta noche? —preguntó ella. La habían invitado a un estreno y no sabía si Brandon, que estaba muy enfrascado en la preparación de un caso, podría acompañarla. Lo dudaba. Además, no le apetecía mucho ir.

—He de trabajar. Se me acabó el recreo. Les he dicho a mis compañeros que estaré localizable esta noche hasta las doce —dijo él, aterrado al pensar en la montaña de papeles que lo aguardaba.

La preparación de un caso era siempre muy absorbente. Una de las razones Danielle Steel

de que Allie estuviese encantada con su trabajo era que no tenía que redactar los escritos y acudir al juzgado, sólo tenía que colaborar con el equipo de litigantes y proporcionarles información. Era una labor mucho más sencilla, creativa y que no exigía tanto esfuerzo como la de Brandon.

—¿Quieres volver aquí cuando hayas terminado? —le preguntó Allie, tratando de que su pregunta no sonase a súplica.

—Me encantaría —dijo él—, pero no puedo. Acabaré agotado. Además, he de estar en casa de vez en cuando.

—Mis padres nos han invitado a cenar el viernes —dijo ella, consciente de que su madre hacía la invitación extensiva a Brandon sólo por complacerla, pues no era santo de su devoción.

—El viernes por la noche voy a ver a las niñas —dijo él terminando uno de los bollos—. Ya te lo dije.

—No creí que hablases en serio —dijo ella sorprendida—. ¿Y qué hay de los Golden Globes? —añadió con ansiedad—. Es importante que vayamos.

Era importante para ella, pero no para él.

—También son importantes Stephanie y Nicky. He de verlas antes de que empiece el juicio —dijo él con firmeza.

—Mira, Brandon, hace meses que te dije lo de los premios. Es algo muy importante para mí y para mis padres. Además, también Carmen Connors está nominada. No puedo plantarlo todo e ir a San Francisco. —Allie lo dijo procurando no alterarse. No quería empezar mal el día.

—Me hago cargo de que no puedas acompañarme.

—Contaba con que estuvieses conmigo —dijo ella con un leve tono de reproche—. Quiero que asistamos juntos, Brandon.

—No es razonable que insistas, Allie. Ya te he dicho que no puedo. No veo por qué hemos de seguir dándole vueltas.

—Porque significa mucho para mí —replicó ella, y respiró hondo para no enfurecerse. Tenía que haber un medio de solucionar el problema a satisfacción de los dos—. Mira, ¿por qué no vamos a la entrega de los Golden y luego volamos a San Francisco para pasar el domingo con tus hijas? ¿Qué te parece? —Allie lo miró convencida de haber encontrado la solución. Incluso le sonrió radiante. Pero él meneó la cabeza mientras apuraba el café.

La boda

—No, Allie, lo siento. Necesito estar más de un día con ellas. No puedo hacerlo.

—¿Por qué? —Allie sintió ganas de llorar pero se dominó.

—Porque necesitan estar más tiempo conmigo y, francamente, porque he de hablar con Joanie acerca del apartamento de Squaw. Dice que quiere venderlo.

—¡Qué ridiculez! —exclamó Allie sin poder contener más su indignación—.

Podéis hablarlo por teléfono. ¡Por el amor de Dios, Brandon! ¡Llevas más de dos años sin hacer otra cosa que hablar con ella del apartamento, de la casa, de la alfombra, del coche, del perro...! ¡Dos años! Y lo de los Golden es muy importante para nosotros.

Para Brandon, el plural incluía sólo a la familia de Allie, que le tenía sin cuidado. La que le importaba era la suya: su ex esposa y sus hijas.

—No pienso ponerle a Joanie en bandeja a su esposo —le espetó Allie.

—No se trata de eso —dijo él, que le dirigió una tranquilizadora sonrisa y se levantó, dispuesto a no dejarse convencer—. Pero sí se trata de mis hijas.

—Lo entenderán si se lo explicas.

—Lo dudo. Además, ya está decidido.

Allie lo fulminó con la mirada, sin acabar de creer que fuese a dejarla plantada para ir a San Francisco.

—¿Y cuándo piensas volver? —preguntó ella muy dolida.

De nuevo volvía a sentirse abandonada. Un extraña sensación la reconcomía. Pero se esforzaba por restarle importancia. Brandon iba a San Francisco a ver a sus hijas. Y aunque eso la contrariase, en el fondo no podía reprochárselo. Las circunstancias eran las que eran. Pero ¿por qué entonces la exasperaba tanto su decisión? No lo sabía. Tampoco estaba muy segura de si era enojo o tristeza lo que sentía por que no fuese a acompañarla a la ceremonia de los Golden Globes. ¿No estaría sacando las cosas de quicio? ¿Tenía derecho a exigirle algo? ¿Por qué se sentía tan confusa cuando se trataba de lo que a ella le interesaba? ¿No sería, como opinaba la doctora Green, porque no quería reconocer en su interior lo que hacía él en realidad? ¿La rechazaba o simplemente hacía lo que tenía que hacer? ¿Por qué se veía siempre incapaz de contestar a estas preguntas?

—Pues regresaré como siempre, en el último avión del domingo por la Danielle Steel

noche. Llegaré a las diez y cuarto. Y a las once podría estar aquí —dijo él con tono apaciguador.

Y entonces ella recordó que a esa hora ya no estaría en casa.

—Voy a Nueva York el domingo por la tarde. Y estaré allí toda la semana, hasta el viernes.

—Pues entonces tampoco hubieses podido acompañarme a San Francisco — dijo él.

—¿Por qué no? ¿Acaso no hay vuelos desde San Francisco a Nueva York?

—Es ridículo —dijo él, que hizo un ademán desdeñoso y asió su maletín—.

Mira, Allie, tú tienes tu trabajo y yo tengo el mío. Y hemos de comportarnos como personas adultas y responsables.

Se lo dijo cariñoso y sonriente, pero consciente de lo doloroso que resultaba para ambos la perspectiva de estar diez días sin verse, hasta el siguiente fin de semana.

—¿Te quedarás por lo menos esta noche conmigo, ya que vamos a estar tantos días sin vernos?

Allie lo deseaba ardientemente pero, como de costumbre, Brandon se atuvo a sus planes. Rara vez los modificaba.

—No puedo —le dijo—. Cuando termine el trabajo estaré tan agotado que no creo que fuese una buena compañía para ti. No tiene sentido venir para dormir como una marmota.

Pero en eso Brandon se equivocaba. Para Allie sí tenía sentido.

—Claro que lo tiene. Me basta con tenerte a mi lado —dijo ella, y se puso de puntillas, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó en la boca.

—Nos vemos la semana que viene, nena —dijo él con frialdad aunque correspondió a su beso—. Te llamaré esta noche, y mañana desde el aeropuerto.

—¿Quieres que cenemos en casa de mi madre antes de que te vayas? — preguntó ella, furiosa consigo misma por insistir tanto. Era consciente de que era muy mala táctica, pero no pudo evitarlo. Quería estar con él.

—Lo más probable es que perdiese el avión, como me ocurrió la última vez, y las niñas se llevarían un disgusto tremendo.

—¿Las niñas? —exclamó ella arqueando una ceja, aunque ordenándose no La boda

seguir por aquel camino. Porque podía echarlo todo a rodar—. ¿Las niñas o Joanie?

—Vamos, Allie, no seas así... No puedo hacer otra cosa. He de preparar un juicio; tú tienes que ir a Nueva York y yo tengo dos hijas en San Francisco. Ambos hemos de cumplir con nuestras obligaciones. ¿Por qué no nos limitamos a hacerlo y después disfrutamos de la mutua compañía más tranquilos?

Por más sensato que sonase Allie no acababa de digerirlo. Sentía la misma sensación de abandono que cuando no aparecía o cuando, después de hacer el amor, se marchaba a su apartamento y la dejaba sola. Por lo menos la noche anterior la había pasado con ella. En fin... Allie se dijo que podía darse por satisfecha con eso y dejar de incordiarlo acerca del fin de semana.

—Te quiero —dijo ella, y lo besó al llegar a la puerta, con el cuerpo tras la hoja para que no la viesen desnuda.

—Y yo —correspondió él sonriente—. Pásalo bien en Nueva York. Y no olvides llevar ropa de abrigo. El Times dice que va a nevar.

—Maravilloso —dijo ella, entristecida al verlo alejarse hacia su coche.

Aguardó a que Brandon arrancase y luego cerró la puerta. Lo siguió con la mirada a través de la ventana que daba a la rampa de acceso. Se sentía fatal. Quizá fuese un cúmulo de cosas: que él no hubiese querido cambiar de planes, que fuese a ver a Joanie y a las niñas, o simplemente tener que resignarse a asistir sola a la ceremonia de los Golden Globes, y tener que dar explicaciones a sus padres. Puede que lo que más le afectase fuese la perspectiva de no ver a Brandon durante diez días. El caso era que se sentía fatal. Fue al cuarto de baño y abrió la ducha.

Permaneció bajo el agua un largo rato mientras pensaba en él y se preguntaba si conseguiría alguna vez que cambiase. No pensaría pasarse la vida durmiendo solo y casado con Joanie, ¿verdad?

Allie se echó a llorar y sus lágrimas se mezclaron con el agua. Pensaba que era una imbécil por sentirse tan afectada. Pero no podía evitarlo.

Cuando al fin cerró la ducha, media hora después, estaba agotada.

Probablemente Brandon ya había llegado al despacho. Se le hacía extraño pensar que él aún estaba en la ciudad, que seguiría allí durante dos días y que, sin embargo, no podría verlo. Pero cuando trataba de explicar esa sensación, de que lo necesitaba o que simplemente deseaba estar con él, Brandon no parecía comprenderlo.

—¿A qué crees que se debe? —le preguntaba siempre la doctora Green.

Danielle Steel

—¡Y yo qué sé! —contestaba Allie.

—¿No crees que quizá no quiera comprometerse? O puede que no le importes tanto como él a ti. O acaso se deba a que es incapaz de asumir las relaciones como tú quieres.

Era un tema recurrente que exasperaba a Allie. ¿Por qué insinuaba siempre la doctora que Brandon, y los otros hombres que había habido en su vida, le daban demasiado poco? ¿Por qué salía una y otra vez a relucir el mismo tema? ¿Por qué insistía en que era «una constante»? La exasperaba.

Allie tiró lo que quedaba de los bollos. Brandon casi se los había terminado, y además ella no tenía apetito. Se preparó más café y luego fue a vestirse. Miró el reloj. Le sobraba tiempo para salir hacia el trabajo a las ocho y media y vérselas de nuevo con el tráfico. Sabía que su madre habría salido a las cuatro de la madrugada hacia los estudios. Pero llamó para dejarle un mensaje en el contestador y confirmarle que cenaría con ellos el viernes por la noche, aunque sin Brandon. Estaba segura de que cuando llegase sin él daría lugar a comentarios, sobre todo si les decía a dónde había ido Brandon.

Marcó de memoria un número de Beverly Hills por el que la mitad de las norteamericanas habrían dado su brazo derecho. El titular de aquel número mágico era Alan Carr. Eran amigos desde que tenían catorce años; fueron novios durante seis meses en segundo curso de bachillerato en el instituto, y desde entonces íntimos amigos. Alan contestó como siempre a la segunda llamada, y ella sonrió al oír aquella voz que, salvo a ella, a todas parecía el colmo de la sensualidad.

—Soy yo, Alan, no te hagas ilusiones —dijo a modo de saludo.

Siempre sonreía cuando hablaba con él, que era un encanto.

—¿A estas horas? —exclamó Alan horrorizado. Porque solía madrugar.

Acababa de terminar el rodaje de una película en Bangkok. Hacía sólo tres semanas que había regresado.

Allie sabía también que acababa de romper con la actriz británica Fiona Harvey. Se lo había contado su representante.

—¡Qué habrás estado haciendo tú esta noche! ¿No te habrán enchironado y querrás que vaya a pagarte la fianza?

—Exacto. Ven a rescatarme a la comisaría de Beverly Hills dentro de veinte minutos.

La boda

—Ni lo sueñes. Los abogados ya estáis bien en la cárcel. No pienso moverme de aquí.

Alan tenía treinta años y la cara y el cuerpo de un dios griego. Además, era inteligente y una buena persona. Era uno de los mejores amigos de Allie, y el único a quien se le había ocurrido llamar para que la acompañase a la entrega de los premios Golden Globes. Pensar en el breve noviazgo que tuvo con Alan Carr la hacía sonreír. La mayoría de las mujeres americanas se morían sólo por conocerlo.

—¿Qué haces el sábado? —le preguntó ella sin rodeos. Balanceaba el pie como una colegiala. Trataba de no entristecerse pensando en Brandon.

—¿Y a ti que te importa? —exclamó él con fingido enojo.

—¿Tienes ligue?

—¿Por qué? ¿No irás a endosarme a alguna de tus compañeras? ¡La última vez me la jugaste!

—¡Anda ya! No te la presenté para que te ligase. Necesitabas una experta en derecho peruano, que es su especialidad. Así que no levantes falsos testimonios.

Además, por consejos como los que te dio, entre cucharada y cucharada, cobra trescientos dólares. Así que deja de putearme.

—¿Putearte? —exclamó como si le sorprendiese el lenguaje de Allie.

—Sí, porque no has contestado a mi pregunta.

—Pues... tengo una cita con una quinceañera que probablemente acabará por meterme en la cárcel. ¿Por qué?

—Necesito un favor.

Podía decirle cualquier cosa sin rodeos. Para ella era como un hermano.

—¡Menuda novedad! Siempre necesitas algún favor. ¿Quién quiere un autógrafo esta vez?

—Nadie. Necesito tu cuerpo.

—¡Vaya! ¡Esa sí es una oferta tentadora!

En los últimos catorce años, desde su breve romance, más de una vez había pensado en volver a cortejarla. Pero habían llegado a tal amistad que era como una hermana para él y nunca se decidió. Allie era bonita, inteligente, la conocía bien y le gustaba más que cualquier otra de las mujeres de este mundo. Puede que ahí precisamente radicase el problema.

Danielle Steel

—¿Y qué es lo que quieres exactamente de este vapuleado y derrengado cuerpo?

—Nada agradable, te lo aseguro —contestó ella echándose a reír—. Aunque en realidad tampoco será muy horrible. Incluso será divertido. Necesito acompañante para asistir a la entrega de los Golden Globes. Mis padres y tres de mis clientes (Carmen Connors entre ellos) están nominados. De modo que tengo que ir, y no quiero ir sola. —Fue sincera con él, como siempre. Y eso a él le encantaba.

—¿Qué ha pasado con...? ¿Cómo se llama?

Alan sabía perfectamente cómo se llamaba el novio de Allie. Y le había dicho varias veces que no le gustaba. Lo consideraba un tipo frío y pomposo. Se lo había dicho con tal contundencia que Allie estuvo varias semanas sin hablarle. Pero había terminado por acostumbrarse, porque Alan no perdía ocasión de decirle lo que pensaba. Sin embargo, esta vez se abstuvo de hacer ningún comentario.

—Ha de ir a San Francisco.

—Muy oportuno por su parte, Allie. ¿Qué? ¿A ver a su esposa?

—¡No, tonto! A ver a sus hijas. Tiene un juicio a partir del lunes.

—No veo la relación —dijo Alan.

—Pues es bien sencillo: no podrá ver a sus hijas en las dos semanas siguientes. Así que quiere ir a verlas ahora.

—¿Acaso han cancelado todos los vuelos de San Francisco a Los Ángeles?

¿Por qué no pueden las niñas venir aquí a ver a su papá?

—Su madre no las dejaría.

—Ya. Y eso te deja en la estacada, ¿no?

—Exacto. Y por eso te he llamado. ¿Puedes?

La verdad era que le encantaría ir con él. Siempre era divertido salir con Alan. Era como volver a la infancia. Lo pasaban en grande contándose chistes, riendo por cualquier cosa y alborotando como críos.

—Es un sacrificio, pero si no hay más remedio, puedo cambiar mis planes — dijo con fingida resignación que enseguida transformó en franca risa.

—¡Mentiroso! Seguro que no tienes nada que hacer.

—Pues mira... te equivocas, porque iba a ir a la bolera.

La boda

—¿Tú? —exclamó ella echándose a reír—. No durarías ni cinco minutos. Te comerían vivo. ¿Tú en una bolera? ¡Imposible!

—Un día te llevaré para demostrarte que sí.

—Trato hecho. Me encantará.

Allie sonrió. Como de costumbre, la sacaba de apuros. Ya no tendría que ir sola a la ceremonia. Alan Carr era uno de esos amigos con que se podía contar siempre.

—¿A qué hora he de recogerte, Cenicienta? —Alan se alegraba de que le hubiese pedido que la acompañase. Siempre lo pasaba bien con ella.

—Empieza bastante temprano. ¿Qué tal a las seis?

—Allí estaré.

—Eres un sol, Alan —dijo ella de corazón—. Te lo agradezco de veras.

—¡No me des tanto las gracias, joder! Te mereces alguien mejor que yo.

Mereces que te acompañe ese imbécil, si es eso lo que quieres. Así que no me des las gracias. Piensa sólo en lo afortunado que soy. En eso tienes que pensar. Lo que necesitas es otra actitud. ¿Desde cuándo eres tan humilde? Eres demasiado bonita e inteligente para ser tan humilde. Me encantaría darle una lección a ese tipo. No sabe la suerte que tiene. A San Francisco... ¡por Dios!

Alan siguió despotricando y Allie no pudo contener la risa. Se sentía mucho mejor.

—He de irme al trabajo. Nos vemos el sábado —dijo—. Ah, hazme un favor: procura estar sobrio.

—No seas impertinente. No me extraña que te planten.

Les encantaba chincharse mutuamente. Alan bebía mucho pero rara vez se emborrachaba, y nunca se comportaba indebidamente.

Allie volvió a sentirse bien mientras iba en su coche al trabajo. Alan había conseguido levantarle la moral, y durante el resto de la jornada lo vio todo con más optimismo que por la mañana.

 

Allie se reunió con varios de los promotores de la gira de Bram; concretó algunos detalles sobre la seguridad de Carmen Connors y se entrevistó con otra de sus Danielle Steel

clientes acerca de la custodia de sus hijos. A última hora de la tarde le sorprendió reparar en que había olvidado todo lo relativo al problema con Brandon. Aún seguía molestándola que él no hubiese querido acompañarla a la ceremonia de los Golden Globes, pero ya no se sentía tan abatida como por la mañana. Al recordarlo ahora se dijo que se había comportado como una imbécil. Brandon tenía perfecto derecho a ver a sus hijas. Puede que tuviese razón. Quizá lo más sensato fuera que ambos pensaran en las obligaciones de su profesión, que hiciesen lo que tenían que hacer y a partir de ahí se dedicasen todo el tiempo libre que pudiesen. No era un planteamiento de vida muy romántico, pero quizá fuese el único que de momento podían hacerse. Además, puede que no fuese un plan de vida tan malo. Quizá ella fuera demasiado exigente, como insinuaba Brandon a veces.

—¿Lo crees de verdad? —le preguntó la doctora Green aquella tarde durante su sesión semanal.

—No sé qué pensar —reconoció Allie—. Creo saber lo que quiero. Pero luego, cuando hablo con Brandon, tengo la sensación de no ser razonable, de que le exijo demasiado. No sé. Quizá le doy miedo.

—Esa es una posibilidad interesante —dijo la doctora con frialdad—. ¿Y cuál crees que puede ser la razón?

—Que no está dispuesto a dar todo lo que yo le pido a una relación, ni a dar tanto como yo.

—¿Crees estar dispuesta a dar más? ¿Por qué? —le preguntó la doctora con curiosidad.

—Sí. Creo que me gustaría vivir con él. Pero por lo visto eso lo aterra.

—¿En qué te basas? —preguntó la doctora Green, que empezaba a pensar que Allie progresaba.

—Creo que tiene miedo porque siempre quiere volver a su apartamento por las noches. Si puede evitarlo, no pasa la noche conmigo en casa.

—¿No será que quiere que seas tú la que vayas a su apartamento?, ¿que prefiere estar en sus dominios?

—No sé —contestó Allie meneando la cabeza lentamente—. Según él, necesita su propio espacio. En una ocasión me dijo que cuando despertamos juntos por la mañana, tiene la sensación de que estamos casados, y que como el matrimonio no fue una buena experiencia para él no quiere reincidir.

—Pero alguna vez tendrá que decidirse, si no quiere pasar solo el resto de su La boda

vida. Es una decisión que debe adoptar él, pero que afectará a tu vida, Allie.

—Lo sé. Pero no quiero presionarlo. No quiero que se precipite.

—Después de dos años... no creo que sea precipitarse tanto —dijo la doctora con ceño—. Creo que le ha llegado a él el momento de cambiar un poco las cosas.

A menos que a ti te guste dejarlas como están —añadió para dejarle a Allie una puerta abierta, como siempre hacía—. Si es eso lo que quieres, no habría de qué lamentarse, ¿no crees?

—No sé. No lo creo —repuso Allie algo nerviosa—. Yo querría algo más.

Detesto que, después de hacer el amor conmigo en mi casa, se marche a su apartamento. Y que vaya a San Francisco sin mí. —Reflexionó sobre algo que la hacía sentirse como una imbécil y añadió—: A veces, me preocupa su ex esposa, que consiga hacerlo volver. Sigue dependiendo mucho de él. Creo que a eso se debe, en parte, que rehúya comprometerse más conmigo.

—Bueno... parece que está en trámites... Podría acelerarlos, ¿no crees, Allie?

—Supongo. Pero no creo que fuese buena táctica plantearle ningún ultimátum.

—¿Por qué no? —repuso la doctora Green incitándola a mostrarse más audaz.

—No le sentaría bien.

—¿Y? —La doctora la presionaba como le hubiese gustado que Allie presionase a Brandon.

—Podría decidir romper si lo presiono demasiado.

—¿Y cuáles serían las consecuencias?

—No lo sé —repuso Allie, interiormente asustada por la perspectiva.

Allie era una mujer fuerte, pero nunca lo suficiente con Brandon, como tampoco lo había sido en sus dos relaciones anteriores. Temía mostrarse demasiado fuerte. Y esa era precisamente la razón de que ya hiciese cuatro años que acudía a la consulta de la psicóloga.

—Si rompieseis quedarías libre para empezar una relación con alguien que estuviese dispuesto a comprometerse. ¿Tan terrible sería eso?

—Puede que no —dijo Allie, que le sonrió con visible ansiedad—. Pero me asusta la idea.

Danielle Steel

—Claro. Pero lo superarías. Quedarte sentada de brazos cruzados, esperando a que Brandon se decida a decir las palabras mágicas, puede hacerte mucho más daño que el superable temor a empezar una nueva relación, con alguien más dispuesto a amarte sin reservas. ¿No crees que deberías reflexionarlo?

—La doctora se lo preguntó mirándola con fijeza a los ojos. Luego, con su habitual sonrisa, cordial y cálida, dio por finalizada la sesión.

En cierto modo, acudir a la psicóloga era como pedirle a una gitana que le leyese la mano. Al salir, Allie trató de recordar punto por punto todo lo que la doctora Green le había dicho. Pero, como en otras ocasiones, no consiguió recordar muchas cosas. Sin embargo, en conjunto, las sesiones le sentaban bien. A lo largo de aquellos cuatro años habían analizado muy a fondo su tendencia a liarse con hombres que no podían o no querían amarla sin reservas. Era una historia que se repetía una y otra vez. Prefería no pensarlo. Y en realidad también habría preferido no hablarlo. Pese a todo, creía que durante aquellos años algo había mejorado.

Desde la consulta de la doctora, Allie volvió a su despacho para terminar un trabajo atrasado y recibir a Malachi O’Donovan, un nuevo cliente. Era amigo de Bram Morrison, «su» célebre estrella del rock. O’Donovan también era cantante, aunque menos famoso. Era de Liverpool pero había obtenido la nacionalidad estadounidense al casarse con una norteamericana. Su esposa se apellidaba Arcoiris, y tenían dos hijos llamados Golondrina y Ave. Allie estaba acostumbrada.

En el mundo del rock casi nada era normal, y ya no se sorprendía de nada.

O’Donovan tenía un feo historial. Había estado en la cárcel por asuntos de drogas y agresiones. Andaba siempre entre abogados y enseguida se sintió atraído por Allie. Se le insinuó sexualmente, pero al ella ignorarlo y limitarse resueltamente a su relación profesional, terminó por aceptarlo y tuvieron una interesante conversación.

Allie creía poder ayudarlo en algunos de sus problemas jurídicos, la mayoría relacionados con la gira mundial que trataba de organizar. Pero estaba atenazado por sus problemas pendientes con la justicia.

—Veremos qué podemos hacer, Malachi. Me pondré en contacto contigo cuando reciba el expediente de tu actual abogado.

—Olvida a mi ex abogado. Es un imbécil —le dijo él con un marcado acento de Liverpool, encogiéndose de hombros.

—Pero necesitaremos su expediente —dijo ella sonriéndole amablemente—.

Te llamaré en cuanto sepa algo.

La boda

A O’Donovan le había caído muy bien Allie. Morrison no lo había aconsejado mal. Era inteligente, y de las que iba directa al grano. Eso le gustaba.

—Puedes llamarme a cualquier hora, encanto —dijo él quedamente al salir.

Ella fingió no oírlo y cerró la puerta del despacho.

La abogada se alargó con el trabajo hasta bien entrada la noche. Leyó unos informes y revisó varios contratos de Bram. Carmen Connors acababa de recibir una oferta muy interesante para protagonizar una película que presuntamente podía ser muy positiva para su carrera.

Llegó a casa de muy buen humor. Hasta ese momento no reparó en que no había sabido nada de Brandon en todo el día. Se dijo que acaso estuviese molesto, por haberlo presionado demasiado aquella mañana para que la acompañase a la ceremonia de los Golden Globes.

Le telefoneó al despacho hacia las nueve y él pareció alegrarse. Le dijo que llevaba trece horas trabajando sin parar y que iba a llamarla enseguida.

—¿Has comido algo? —preguntó ella en tono solícito, reprochándose haberse enfadado con él. Pero entonces recordó lo que la doctora Green le había dicho: que tenía derecho a esperar más de lo que él podía o quería darle.

—Nos traen sándwiches de vez en cuando. Pero apenas los tocamos.

—Deberías ir a casa y dormir un poco —dijo ella deseando que fuese a verla.

Aunque en esta ocasión no se lo pidió. Tampoco él lo sugirió sino que enseguida sintió el apremio de volver a concentrarse en el trabajo con sus compañeros.

—Te llamaré mañana antes de salir hacia San Francisco.

—Estaré en casa de mis padres —dijo Allie—. Iré allí directamente desde el despacho.

—Pues entonces a lo mejor no llamo —dijo él como si tal cosa.

Ella sintió ganas de echarse a llorar. ¿Por qué rehuía Brandon todo lo que para ella era importante?; ¿y, especialmente, a su familia? Quizá no fuese más que un reflejo de su fobia a comprometerse.

—Te llamaré cuando llegue a San Francisco, a tu casa.

—Como quieras —dijo ella, serenándose.

Allie se alegraba de haber hablado con Janet Green de su situación con Brandon. Así le parecía todo más simple y claro, y menos dramático. En realidad Danielle Steel

era sencillo. Brandon no estaba dispuesto a entregarse, comprometerse y amarla sin reservas. Y no estaba muy segura de que cambiase. Allie quería casarse con él si de verdad llegaba a divorciarse. En el fondo, Allie creía que terminaría por decidirse, aunque a su aire. Era obvio que lo frenaba tener presente pensar en lo ocurrido entre él y Joanie.

—¿Qué vas a hacer con lo de los Golden Globes? —le preguntó él de pronto.

A Allie le sorprendió que sacase a relucir el tema que había provocado tan agria discusión entre ellos.

—No hay problema. Iré con Alan —repuso con naturalidad.

—¿Con Alan Carr? —exclamó Brandon sorprendido—. Creía que ibas a ir con tu hermano y tus padres, o algo así.

Ella sonrió ante su ingenuidad. La ceremonia de entrega de los premios Golden Globes era uno de los acontecimientos más rutilantes. No era un acto adecuado para ir con un hermano de veinte años, sin pareja.

—Alan está encantado de acompañarme. Es un tipo divertido. Seguro que me hará reír toda la noche. Se pasará el rato diciendo burradas sobre las grandes estrellas. Pero él es así. Y cae bien a todos.

—No contaba con que me encontrases tan buen sustituto —dijo él entre irritado y celoso.

Allie se echó a reír. Quizá fuese bueno darle celos.

—Preferiría ir contigo que con Alan, te lo aseguro —repuso sinceramente.

—Lo interpreto como un gran cumplido, Allie. Nunca se me habría ocurrido compararme a Alan Carr.

—Bueno, pues... que no se te suba a la cabeza —bromeó ella.

Siguieron hablando unos minutos y luego se despidieron. En ningún momento sugirió él pasar la noche juntos. Y Allie volvió a sentirse deprimida al acostarse y pensar en él. Tenía veintinueve años, y un novio que, muchas noches, prefería dormir solo en su propia cama antes que con ella, que la dejaba plantada para ir a ver a su ex esposa y a sus hijas. Por más vueltas que le diese y por más que se dorase la píldora, le dolía. Se sentía sola. Fuesen cuales fuesen sus necesidades, él se cerraba en banda y hacía lo que le convenía.

«Mereces algo mejor.» Las palabras de la doctora Green acudieron una y otra vez a su mente al tratar de quedarse dormida aquella noche. Aunque no La boda

estaba segura de que fuesen esas exactamente sus palabras o, simplemente, lo que había querido decir. Casi adormecida imaginó los intensos ojos negros de la psicóloga, que la miraban con fijeza, como si quisiera subrayar su mensaje.

—Merezco algo mejor —susurró—. Algo mejor de lo que tengo.

¿Qué significaba eso? Y de pronto imaginó a Alan riendo...

Pero ¿se reía de ella o de Brandon?

 

Danielle Steel

 

La boda
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