Danielle Steel

Tenían muchos cabos que atar acerca de la película que iban a producir juntos.

Nada más verla comprendió que algo había ocurrido. Estaba ensimismada y muy seria. Lo primero que pensó fue que acaso había llamado a su padre y se las había tenido con él.

—Hola, cariño —la saludó Jeff, que se sentó a su lado en la arena. Ella ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa—. ¿Qué tal con Samantha? —añadió acariciándole su rubia melena.

—Peor imposible —repuso ella entristecida.

Le dolía tener que hacerle compartir un tema tan desagradable. Porque él sólo hacía que proporcionarle felicidad. En muchos aspectos se parecía a Simon.

Era extraño haber estado tantos años luchando contra sus demonios personales, y verse ahora libre de ellos y en condiciones de amar a alguien como Jeff.

—No pareces muy contenta. ¿Alguna mala noticia?

Ella asintió con la cabeza sin dejar de mirar al mar.

—¿Puedo hacer yo algo? —preguntó Jeff.

Allie suponía que, probablemente, Sam no quisiera que se lo dijese a Jeff todavía. Pero no iba a ser un secreto durante mucho tiempo si, tal como Samantha le había dicho, esperaba dar a luz en agosto.

—No creo que nadie pueda —contestó Allie mirándolo a los ojos—. Mi hermana está encinta de cinco meses.

—¡Joder! —exclamó él—. ¿Quién es el padre?

—Un tipo de treinta años, un fotógrafo francés del que no sabe ni el apellido, que estuvo aquí de paso hace cinco meses y que, por lo visto, ahora está en Tokio.

En la agencia aseguran no tener datos sobre él, y Sam tampoco los tiene. Vino aquí, le hizo unas fotos a Samantha y la sedujo.

—Maravilloso. ¿Quiere abortar? Aunque, ¿se puede abortar estando de cinco meses?

—Ni quiere ni puede. Es demasiado tarde. Mañana hablaremos las dos con mis padres.

—¿Qué va a hacer entonces?, ¿quedarse con la criatura?

—No lo sé. Creo que está demasiado asustada para ver con claridad en estos momentos. No creo que deba cargarse con un hijo. Es demasiado joven.

Destrozaría su vida. Pero yo no soy quién para darle un consejo así. Es una de esas La boda

decisiones realmente difíciles.

—Sin duda —admitió él, que imaginaba el trago que iban a tener que pasar todos ellos—. Si puedo hacer algo para ayudar... —añadió, aunque sabía que difícilmente podía hacer nadie nada en un caso así, salvo prestar apoyo moral.

—Le he dicho que si mis padres reaccionan mal y la situación se le hace insostenible en casa, puede venir a vivir conmigo —le explicó Allie—. Podría volver a instalarme en mi casa durante cuatro meses —añadió entristecida, porque estaba muy bien allí con Jeff. Pero era lo mínimo que podía hacer por su hermana.

—Puede venir aquí y quedarse con nosotros —ofreció Jeff—. De todas maneras, dentro de muy poco me voy a pasar la vida en los estudios. Podría utilizar mi despacho como dormitorio.

—Eres un ángel —dijo Allie, admirada de la generosidad de Jeff—. Un verdadero ángel.

Allie le dio un beso de agradecimiento y fueron a pasear por la playa.

Siguieron hablando del tema y, al volver a la casa, se alargaron hasta las tantas.

 

Al día siguiente por la tarde, Allie fue directamente a casa de sus padres al salir del bufete, tal como le había prometido a Samantha. Eran poco más de las cinco y ella y Samantha aguardaron a que llegasen sus padres, que solían estar en casa sobre las seis y media.

Se habían sentado en el salón. Estaban muy nerviosas cuando Blaire y Simon llegaron, por separado pero con menos de cinco minutos de diferencia entre uno y otro. Parecían estar los dos de muy buen humor. Les sorprendió agradablemente ver allí a Allie, porque no la esperaban. Pero, en cuanto Blaire reparó en cómo los miraban sus dos hijas, comprendió que algo malo ocurría y se le encogió el corazón. Debía de tratarse de Scott, pensó Blaire alarmada; que algo debía de haberle ocurrido. Estaba segura. Habían llamado a Allie en lugar de a ella para que la impresión no fuese tan fuerte... Eso pasó por la cabeza de Blaire en aquellos momentos.

—¿Qué ha ocurrido?

Allie comprendió enseguida lo que temía su madre y se apresuró a tranquilizarla.

La boda
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