Danielle Steel
—Mira... mejor no te metas en esto —le advirtió él, y de pronto deseó volver a besar su cuello.
Era ridículo, pensaba Alan, pasar quince años queriéndola casi como a una hermana y de repente volver a sentir deseo sexual por ella y... por aquella preciosidad que Allie tenía por cliente. No era normal.
Al acercarse un camarero con una bandeja, Alan le hizo una seña y le pidió whisky con hielo. Lo necesitaba para aclarar sus ideas, o para no pensar.
—No quiero que le digas nada a Carmen, ¿de acuerdo, Allie? —le advirtió él al llegar a su mesa, dispuesta para diez personas: Allie Steinberg y Alan Carr; Carmen Connors y Michael Guiness; un productor amigo de Simon, a quien Allie conocía desde hacía años, y su esposa, una famosa actriz en los años cuarenta; un matrimonio al que Allie no conocía; y Warren Beatty con Annette Bening.
—Te lo he dicho en serio, ¿eh, Allie? —repitió Alan—. No quiero que te mezcles en esto. Tenlo en cuenta desde ahora mismo.
—¿Y quién dice que voy a mezclarme? —exclamó ella con inocencia angelical al unírseles Carmen, que parecía mucho más tranquila.
Carmen Connors alzó la vista hacia Alan, lo miró con sus grandes ojos azules y le sonrió al sentarse él a su lado. Hablaron durante unos minutos y luego Allie se escabulló para ver a unos amigos.
También estaban allí varios abogados del bufete de Allie y la mayoría de sus clientes más importantes. Sus padres compartían mesa con varios amigos íntimos, directores, productores, y la estrella de su película más reciente. Era casi una reunión familiar. Allie estaba a sus anchas. Departía amigablemente con todos: amigos, escritores, productores o directores.
—Estás preciosa, Allie —le dijo Jack Nicholson al pasar junto a ella.
Allie le sonrió. Jack era uno de los más viejos amigos de su padre y ella y la Streisand se saludaron con una leve inclinación de la cabeza. No estaba segura de que Barbara la conociese, pero sin duda conocía a su madre. Allie se entretuvo charlando unos momentos con Sherry Lansing. La reafirmaba notar que muchos hombres la desnudaban con la mirada. Brandon era tan poco expresivo que rara vez la miraba de ese modo. Allie no desmerecía en absoluto de aquella constelación de estrellas.
—Ligando, ¿eh? —le dijo Alan al volver ella a la mesa—. ¿No habíamos quedado en que eres mi pareja? Ese tipo con el que sales te está acostumbrando La boda
mal —añadió con fingido enfado.
Allie sabía que bromeaba.
—Cierra la boca y pórtate bien —le dijo sonriente.
Al cabo de pocos minutos les sirvieron la cena. En cuanto llegaron los cafés, el salón quedó a media luz y empezó la gala que, para mayor gloria de los Golden Globes, televisaban varias cadenas. Tras la proyección de una serie de escenas de películas empezaron a dar a conocer los premios menores. Varios recayeron en actores y actrices que Allie conocía.
Durante las pausas obligadas por la publicidad, la mayoría de las presentes se retocaban el maquillaje y los hombres distraídamente el pelo. Las cámaras enfocaban una y otra vez a los nominados, con lo que conseguían ponerlos más nerviosos de lo que estaban. Al fin, le llegó el turno a Blaire Scott. Llevaba tanto tiempo ganando el premio a la mejor serie de televisión, en el género de comedia, que Allie estaba segura de que también este año ganaría. Sentía no estar junto a la mesa de su madre para poder apretarle la mano y mitigar su nerviosismo.
Resultaba difícil creer que su madre pudiera estar nerviosa después de tantos años, pero, según ella, lo estaba siempre. Cuando Allie vio su cara en el monitor, notó que, efectivamente, estaba tan nerviosa como el resto de los nominados. Es más, parecía aterrada. Y entonces empezaron a dar a conocer los nombres de los nominados en su género, uno a uno. Sonó una música de fondo y luego se hizo el silencio. Todos aguardaban expectantes. Y entonces se oyó el nombre de la ganadora. Por primera vez después de siete victorias consecutivas de su madre, no se lo concedieron a ella. Allie no acababa de creérselo. Miró a Alan entristecida, al pensar en la decepción que debía de embargar a su madre. Volvieron a mostrar la imagen de Blaire Scott en el monitor de televisión, mientras la ganadora se dirigía al podio. Blaire sonreía pero Allie notó que estaba destrozada. Era una consecuencia del descenso de audiencia que se había venido produciendo.
—No puedo creerlo, Alan —susurró la hija mayor de los Steinberg.
Allie lamentó no estar junto a su madre para consolarla. Pero era impropio ir de un lado para otro mientras las cámaras filmaban.
—Yo tampoco —dijo Alan—. Sigue siendo una de las mejores series. La veo siempre que me pilla en casa —añadió sin faltar a la verdad.
Pero haber ganado en siete ocasiones a lo largo de los últimos años era mucho ganar. Iba siendo hora de que premiasen a otros. Y eso era exactamente lo que temía Blaire Scott, que tenía un nudo en el estómago y el corazón encogido.