Danielle Steel
—Eso me suena a que vamos a tardar en vernos —dijo él entristecido. Había estado toda la semana esperando llamarla. Se moría de ganas de verla.
—¿Por qué ha de ser así? —lo animó ella al recordar los consejos de la psicóloga—. ¿Qué haces este fin de semana? —añadió y contuvo el aliento, temerosa de que Jeff fuese como los demás.
—¿Es una invitación? —preguntó él sorprendido. ¿Y Brandon?, pensó. Pero se abstuvo de preguntarlo por temor a estropear la perspectiva.
—Puede. Mañana he quedado en cenar con unos amigos en Malibú.
¿Quieres venir? Una cena informal; pantalones vaqueros y una vieja sudadera. A lo mejor incluso vamos a la bolera.
—Me encantaría —dijo él entusiasmado. Casi no podía creer que Allie lo invitase—. ¿Puedo preguntar quiénes son tus amigos? Es pura curiosidad.
—Alan Carr y Carmen Connors. Pero no deberás contarle a nadie que los has visto juntos. ¿De acuerdo? Se han escondido en Malibú, huyendo de los paparazzi.
—Sabré guardar el secreto —dijo Jeff riendo. Porque, ¿quién le iba a preguntar a él semejante cosa?—. Puede ser una estupenda velada.
—Lo dudo —bromeó Allie—. Los dos cocinan fatal. Pero son buena gente.
El solo hecho de hablar con Jeff le había devuelto la alegría. Siguieron charlando con desenfado. Luego, él se decidió a preguntarle lo que en el fondo más le interesaba:
—¿Qué tal fue todo a tu regreso?
—Bien —repuso ella escuetamente. Entendió enseguida qué era lo que en realidad le preguntaba, pero no quería contárselo por teléfono. Sería más fácil decírselo el sábado, antes de ir a casa de Alan.
Siguieron charlando unos momentos y se despidieron hasta el sábado.
Allie había pensado ir a cenar a casa de sus padres pero recordó que aquel viernes habían quedado en salir con unos amigos. De modo que volvió a su casa y se preparó unos huevos revueltos. No podía dejar de pensar en Jeff y en Brandon.
No quería volver a cometer el mismo error; engañarse de nuevo, idealizando a alguien que luego resultase de lo más prosaico.
La boda
El sábado, Jeff llegó a casa de Allie con el uniforme aconsejado: unos vaqueros azules descoloridos y recién planchados, camisa blanca y una chaqueta. Pero ni así perdía su elegancia. También ella se había puesto vaqueros y camisa blanca, y un jersey rojo por los hombros.
Al principio, Allie se sintió un poco cohibida, porque era como volver a empezar. Pero en cuanto Jeff la estrechó entre sus brazos y la besó, casi todos sus temores se disiparon.
Jeff le elogió la casa. Sólo había visto el vestíbulo y el salón, pero se notaba que Allie era mujer de buen gusto.
—No sabes cuánto deseaba verte y acariciarte. La espera se me ha hecho interminable —musitó él.
—Sólo has tenido que esperar nueve días —dijo ella risueña.
—No, no... treinta y cuatro años.
—¡Qué barbaridad!
Se sentaron en el sofá, frente al ventanal, contemplando la vista. Allie se sentía tan a gusto con él como en Nueva York, como si no hubiesen dejado de verse durante aquellos nueve días.
—¿Tienes algo fresco? —preguntó él.
—Sólo coca-cola light.
Allie fue a la cocina y él la siguió, impaciente por hacerle una pregunta.
—Perdona por la indiscreción, Allie, pero ¿dónde está él?
—¿Quién? —exclamó ella, que se hizo la desentendida mientras abría una lata y la servía en un vaso.
—Pues Brandon, mi rival. —Sentía curiosidad por saber lo ocurrido y por qué estaba ella libre un sábado por la noche. Allie no le había dado ninguna explicación por teléfono. A lo mejor Brandon estaba en San Francisco—. ¿Está de viaje?
—Para siempre —repuso ella con una maliciosa sonrisa, como una niña que acabase de hacer una travesura—. Se fue. Olvidé decírtelo.
Jeff la miró a los ojos y dejó el vaso encima de la repisa de granito.
—Un momento... —dijo—. A ver si lo entiendo: se largó... bye bye. ¿Y no me dices nada? ¡Increíble! ¡Tú eres un demonio! —exclamó risueño. Se le había Danielle Steel
iluminado la cara. La miró y volvió a estrecharla entre sus brazos—. Algo intuí ayer al invitarme tú a cenar. ¿Por qué no me has llamado antes? Quedamos en que nos llamaríamos si ocurría algo importante, ¿no?
—¡Uy! Han ocurrido muchas cosas desde mi regreso, pero necesitaba tiempo para digerirlo antes de llamarte.
Jeff pensó que era lógico, aunque para él hubiese significado pasar toda la semana sin pegar ojo. Se habría ahorrado mucha ansiedad de haber sabido enseguida que Allie había roto con Brandon. Y ahora tenía miles de preguntas que hacerle a Allie.
—¿Qué fechorías debo agradecerle, si alguna vez me lo echo en cara?
—Bastantes... que yo ignoraba. Lo descubrí porque el viernes no vine aquí sino que fui a San Francisco, con la intención de darle una sorpresa. Fui al hotel Fairmont y prácticamente lo pillé in fraganti. Y entonces comprendí que me había estado engañando desde siempre.
—Vaya... Esos tipos son los que hacen que todos tengamos mala fama.
Prometo que cuando quiera engañarte, te pediré que te pongas una peluca — bromeó para desdramatizar, aunque furioso con Brandon por haberla hecho sufrir tanto y pasar por aquella humillación. Aunque habría sido una hipocresía por su parte negar que, en el fondo, se alegraba.
—No sé, Jeff, quizá yo esté anticuada. Pero creo en los principios, en la fidelidad, en la ética. Y por lo visto tiendo a engañarme con las personas; las idealizo.
—A lo mejor ahora es todo distinto —dijo él, y la atrajo hacia sí y la besó—.
Quizá te hayas vuelto más perspicaz.
—¿Tú crees?
—No sé... eso eres tú quien ha de verlo.
—Pero te lo pregunto. No me veo con fuerzas de pasar por lo mismo otra vez. Sería la tercera. Y ya sabes lo que dicen, que no hay dos sin tres. Dudo que me rehiciese.
—También se dice que a la tercera va la vencida, ¿no? —dijo él mirándola a los ojos—. Eres muy joven. Considéralo un entrenamiento. Ahora podemos empezar el verdadero encuentro. Y vas a ganar.
Los ojos de Allie se llenaron de lágrimas al mirarlo. Acercó los labios a su La boda
boca y lo besó con toda su alma, con una fe ciega en aquel hombre. Estaba segura.
Jeff tenía razón: aquel era el verdadero encuentro. El corazón le decía que él no iba a defraudarla.
Volvieron al sofá y luego Allie le enseñó el resto de la casa, con la extraña sensación de que Jeff iba a pasar mucho tiempo allí.
—Me encanta —le aseguró él. Se notaba el toque femenino. Era una casita muy acogedora. Era evidente que Allie se sentía allí muy a gusto, y él también.
Al cabo de un rato salieron hacia Malibú. Tardaron sólo tres cuartos de hora en llegar a casa de Alan. Durante el trayecto, Allie le habló de él y las locuras que habían hecho juntos desde que se conocían. También le habló de Carmen. Pese a ello, Jeff se quedó sin habla al verlos a ambos.
Carmen era de una belleza turbadora. Y con pantalones vaqueros y camiseta sus formas se marcaban aun más. Irradiaba la misma sensualidad que la legendaria Marylin, pero era mucho más hermosa. En cuanto a Alan Carr... era como acabar de irrumpir en una película. Pese a que la casita que Jeff tenía alquilada en Malibú estaba cerca de la de Alan nunca habían coincidido. Pero allí estaba Alan Carr, mirándolo con sus intensos ojos azules y sonriéndole. Tenía una dentadura tan perfecta que parecía cincelada. Le recordaba al Clark Gable de sus mejores tiempos. Carmen y Alan formaban una pareja explosiva. En cuanto los paparazzi se enterasen de sus relaciones no iban a darles ni un momento de respiro.
Los anfitriones condujeron a Allie y Jeff al interior. Alan había preparado unas empanadillas, que allí llamaban tamales; y guacamoles, a base de aguacate molido y cebolla.
Alan le sirvió a Jeff un tequila. Pero, aunque se mostrase muy hospitalario, no pudo evitar poner cara de perplejidad al ver la pareja que Allie se había agenciado para la velada. En cuanto tuvo ocasión de hacer un aparte con ella, la miró con el ceño fruncido y expresión inquisitiva.
Allie se limitó a dirigirle una mirada maliciosa.
—¿Qué puñeta pasa aquí? Te lo tenías muy callado, bonita. ¿Quién es? ¿Y el mentecato dónde está?
Alan no perdía ocasión de referirse a Brandon en los términos más descalificadores. Era incapaz de aludir a él de manera educada. Le había caído mal desde el principio. Y en esta ocasión Allie no se molestó en defenderlo. Es más: le dirigió a Alan una sonrisa radiante.