10

A principios de febrero Allie tenía una enorme sobrecarga de trabajo. Debía organizar la gira de Bram, concertar todo lo relativo a los contratos para la nueva película de Carmen, negociar los de otros clientes y despachar asuntos corrientes del bufete. Pero no había dejado de sonreír en todo el día. Alice nunca la había visto tan feliz.

Jeff solía pasar a verla unos momentos cuando se permitía un respiro o tenía alguna entrevista cerca, y siempre que le era posible iban a almorzar juntos, en algún restaurante del barrio o en casa de Allie si tenían más tiempo.

Al regresar al despacho, Allie tenía que hacer un esfuerzo para dar impresión de seriedad y concentrarse en el trabajo. Sólo podía pensar en Jeff. Jamás se había sentido tan dichosa. Parecían estar hechos el uno para el otro; tenían los mismos gustos, les gustaban los mismos libros y compartían las mismas ideas y aficiones. Jeff siempre se mostraba amable y flexible con ella y tenía un delicioso sentido del humor.

Tras su primera semana de intensa intimidad, que pasaron casi entera en la casa de Malibú, Allie invitó a Jeff a cenar en casa de sus padres. Aún no les había hablado de su ruptura con Brandon, pero estaba impaciente por presentárselo.

—¿Estás segura de que quieres que vaya? —preguntó él con cierta cautela.

Jeff estaba loco por ella, pero no quería precipitar las cosas. Sabía lo apegada que estaba a su familia y temía que presentarse fuese interpretado como una intrusión.

—No seas bobo. A mi madre le encanta que vayamos a casa con amigos.

Así había sido siempre. A sus padres les gustaba acoger en su casa a las amistades de sus hijos y las recibían con los brazos abiertos.

Danielle Steel

—Pero... ¿no crees que a lo mejor prefieren dedicar sólo a sus hijos el poco tiempo que tienen? —dijo él, titubeante y un poco nervioso. Le importaba mucho que los padres de Allie aprobasen sus relaciones, pero pensaba que, a su edad, «ir a conocer a los padres de la novia» estaba un poco fuera de lugar.

—Estoy segura de que les encantará conocerte —dijo ella en tono cariñoso.

Pese a las reservas de Jeff, Allie terminó por convencerlo de que la acompañase a cenar el viernes por la noche.

 

Jeff pasó a recogerla a la hora convenida. Llevaba una chaqueta azul marino y pantalones de franela gris. Estaba tan elegante como cuando Allie lo conoció en Nueva York.

—Te noto nervioso —dijo ella.

—Un poco.

Era como volver a tener dieciséis años, pensó Allie risueña. Estaba convencida de que a sus padres les encantaría Jeff, sobre todo teniendo en cuenta que detestaban a Brandon. Su padre se había mostrado indiferente con él, pero su madre le tenía verdadera ojeriza. Lo caló desde el principio.

—Estaba pensando en cuando le envié a tu padre mi primer libro —dijo Jeff mientras cruzaban Bel Air—. ¿Y si cree que es por algún interés profesional por lo que voy a cenar contigo?

A Allie le hizo gracia que se comportase como un adolescente inquieto por la reacción de los padres de su novia.

—No temas. Mi padre es muy perspicaz, y a donde él no llega, llega mi madre —bromeó.

La perspicacia era quizá la característica más acusada de Blaire Scott.

Aunque tenía otras, claro, que podríamos llamar más... aparatosas (cuando llegaron estaba enfrascada con los planos de la nueva cocina. Los tenía desplegados en el suelo del salón. Iba a gatas de un lado para otro del papel parafinado, explicándole los detalles a Simon).

Al verlos entrar, Blaire le sonrió cariñosamente a su hija mayor. Al reparar en su acompañante la miró sorprendida, pero no hizo ningún comentario.

—Hola, cariño. Le estoy enseñando a papá los planos de la nueva cocina — La boda

dijo Blaire sonriéndole. Se incorporó entonces y Allie los presentó.

Allie había dicho que iría acompañada a cenar y su madre dio por sentado que el acompañante sería Brandon. Pero Blaire disimuló su sorpresa, aunque no la curiosidad que sentía por saber quién era aquel hombre.

Simon se incorporó también y besó a su hija.

—Tu madre me está enseñando qué aspecto tendrá la sala de pucheros dentro de seis meses, y la salita de la parte de atrás en la que desayunábamos — dijo Simon, y sonrió a Jeff y le tendió la mano.

Jeff se la estrechó con cordialidad y firmeza. Simon recordaba la buena impresión que le había causado el novelista tiempo atrás.

—Nos conocimos hace años —dijo Jeff—. Fue usted tan amable de leer un guión mío adaptado de mi novela Aves de verano. Pero imagino que ha de leer tantos que quizá no lo recuerde —añadió con sencillez.

—Pues la verdad es que sí lo recuerdo —lo contradijo Simon con expresión reflexiva y sonriente—. Sus ideas para el guión eran muy buenas pero, como a todo primer borrador, le faltaba elaboración. Ocurre con todos los libros —comentó con gentileza.

—He seguido trabajando en esa idea —dijo Jeff a la vez que estrechaba la mano de Blaire. Se notaba que Jeff había recibido una educación exquisita.

Al poco se les unió Samantha y se sentaron en un sofá a charlar antes de disponerse a cenar. Hablaron de todo un poco: de los proyectos de Jeff, de la nueva cocina y de lo que se cocía en el mundillo de Hollywood.

En el fondo, Jeff Hamilton echaba de menos el ambiente de Nueva York pero había muchas cosas que le gustaban de la vida en California. En principio, había proyectado pasar un año en Los Ángeles y volver luego a Nueva York para escribir su siguiente libro. También había pensado instalarse en Nueva Inglaterra, en alguna cala de Cape Cod. Pero de momento tenía que estar pendiente del rodaje de la película basada en su novela, que empezaría en mayo y finalizaría en septiembre. Allie se inquietó un poco al oírle exponer sus planes. No tenía ni idea de que Jeff pensara regresar al Este y se sintió muy abatida.

—No es una buena noticia —musitó Allie mientras se dirigían a la mesa. Le entristecía pensar que tendrían que separarse pronto, pese a que sus relaciones iban tan bien.

—Puedo dejarme convencer para quedarme —le susurró él, que se acercó Danielle Steel

tanto que le rozó el cuello con los labios.

—Ojalá —dijo ella.

Durante la cena Blaire no les quitó ojo. Mostró mucho interés en saber cosas de Jeff y le preguntó a Allie todo tipo de detalles sobre su trabajo y su familia.

¿Qué significaba para ella aquel apuesto escritor? ¿Dónde estaba Brandon?

Aunque, al estar Jeff presente, Blaire no pudo preguntárselo así a su hija.

El ambiente fue muy cordial y espontáneo. Allie reparó en que Samantha se comía con los ojos a Jeff y, al volver al salón, Blaire se decidió a satisfacer su curiosidad.

—¿Ha habido algún cambio en tu vida, Allie? —le preguntó aprovechando que Jeff y Simon habían salido al jardín, enfrascados en una conversación sobre cuestiones sindicales y de los costes y problemas de producción—. ¿Por qué no me lo cuentas? —añadió mirando a su hija a los ojos. Estaba claro que, si como suponía, había una historia entre ellos, se había perdido varios capítulos.

—¿Qué quieres decir, mamá? —exclamó Allie, que fingió sorpresa y miró a su madre y a su hermana, que se había pegado a ellas como una lapa.

Allie puso los ojos en blanco con expresión teatral y las tres se echaron a reír.

—Empezaba a temer que nunca te desharías de Brandon —dijo Blaire con alivio—. Es decir... si ocurre lo que imagino. ¿O simplemente es que ha ido a pasar otro de sus fines de semana en San Francisco?

—Más bien lo primero —dijo Allie por echarle un poco de intriga a la cosa.

No pensaba explicarles nada con claridad. Era demasiado pronto. Sólo había querido que lo conocieran.

—Podías habernos dicho algo —la reconvino su madre.

Samantha se dejó caer en el sofá desmayadamente. Pensaba que la vida amorosa de su hermana era una lata, aunque Jeff le gustaba mucho más que Brandon.

Este está mejor —dijo Sam—. ¿Qué ha ocurrido? ¿Te ha plantado Brandon?

—Esa pregunta es una impertinencia —la riñó su madre, que miró a Allie y le sonrió—. ¿Qué ha ocurrido, cariño?

Aunque más educadamente, Blaire estaba tan ansiosa por saberlo como Sam.

Confiaba en que no hubiese ocurrido nada desagradable para Allie. Pero, en La boda

cualquier caso, se alegraría mucho si de verdad Brandon había desaparecido de la vida de su hija. No creía que Brandon la amase de verdad. Siempre se había mostrado indiferente, distante y crítico con ella. Y el hecho de que no hubiera llegado a divorciarse los tenía realmente preocupados.

—Supongo que había llegado el momento —dijo Allie crípticamente.

—¿Cuánto hace? —preguntó Sam impaciente. Estaba segura de que su hermana tenía mucho que contar.

—Poco. Conocí a Jeff en Nueva York —dijo Allie como quien accede a darles un caramelo a unas niñas golosas pero se guarda la bolsa.

A Blaire se le iluminó la cara. Jeff le caía bien y estaba claro que a Simon también le parecía agradable.

—Es guapísimo —dijo Samantha, pero se interrumpió al ver que Jeff y Simon volvían a entrar.

—Me gustaría leer su libro, Jeff —dijo Simon—. Lo compraré. Acaba de salir, ¿verdad?

—Hace varias semanas. Acabo de terminar una pequeña gira de promoción.

Pero no sé cómo tiene usted tiempo para leer, haciendo tantas cosas.

—Yo tampoco —dijo Simon, y miró a su esposa de una manera que a Allie le produjo extrañeza. No era una mirada de animosidad ni de ira. Era como una brisa tenue pero gélida.

Allie jamás había visto a su madre mirar así a su padre. Se preguntó si habría ocurrido algo entre ellos, quizá por culpa de la cocina. Porque su padre odiaba todo lo que fuesen cambios en el hogar. Pero, como a su madre le encantaban, de vez en cuando reñían.

Allie no hizo ningún comentario al respecto. Luego, durante un aparte con su madre en la cocina, no advirtió nada anormal. Sin embargo, cayó en la cuenta de que últimamente su madre daba la impresión de estar más cansada. Quizá fuese un ligero decaimiento por su preocupación por la serie, que le daba mucho trabajo.

—¿Está bien papá? —preguntó Allie con discreción. Era consciente de que todos los matrimonios tienen sus problemas, y no quería entrometerse. Puede que hubiesen discutido antes de que ellos llegasen.

—Claro que está bien. ¿Por qué lo preguntas?

—No sé... Me ha parecido un poco frío esta noche. Pero deben de ser Danielle Steel

figuraciones mías.

—No me extraña que hayas notado algo —dijo Blaire en tono despreocupado—. Está furioso por lo del jardín. A él le gusta tal como está y dice que los cambios que quiero hacer no van a mejorarlo.

Lo del jardín era la única manzana de la discordia. Nunca discutían por nada más grave. No podían llevarse mejor.

—Me gusta tu amigo. Es inteligente, agradable y simpático. Y muy atractivo —dijo Blaire. Se sirvió un vaso de agua y miró a su hija complacida—. Estoy muy contenta.

Allie se echó a reír. Entendía perfectamente que su madre quería tirarle de la lengua. Para ella, la sola idea de perder de vista a Brandon era un alivio.

—Lo imaginaba —dijo Allie a modo de implícita confirmación.

En cierto modo le entristecía un poco que todos se alegrasen tanto de su ruptura con Brandon. Entre otras cosas porque le parecía penoso no haber sabido ver antes lo que todo el mundo veía.

—Estas últimas semanas han sido una especie de terremoto. Jeff y yo nos conocimos en Nueva York en casa de un agente que me invitó a una fiesta en su casa. Desde entonces casi no nos hemos separado —explicó Allie, y miró un poco cohibida a su madre. Blaire se enterneció al notarlo—. Es encantador conmigo.

Jamás he conocido a nadie como él... salvo a papá.

—Oh, Dios —exclamó Blaire mirándola a los ojos—. Entonces la cosa va en serio. Las mujeres sólo comparamos a un hombre con papá si vamos a casarnos con él.

—No exageres, mamá —dijo Allie, ruborizada—. Sólo hace tres semanas que nos conocemos.

—¡Uy! ¡No sabes lo rápido que pueden ir las cosas cuando encontramos al hombre de nuestra vida!

Oírselo a su madre le recordó la fulminante decisión de Carmen y Alan.

Estuvo tentada de contárselo a su madre, pero había prometido guardar el secreto.

Volvieron al salón junto a Simon y Jeff. Samantha había optado por ir a hacer llamadas a sus amigas.

Jeff y Allie se quedaron hasta las once charlando animadamente. Era obvio que la velada les había resultado agradable a los cuatro.

La boda

Cuando se hubieron marchado, Blaire miró a su esposo muy sonriente. No hizo falta decirle nada para que él comprendiese qué pensaba.

—Bueno, Blaire, no te precipites. No lo des ya por hecho. Apenas lo conoce —dijo Simon, risueño al ver la cara de felicidad de su esposa ante el nuevo romance de su hija.

—Eso me ha dicho ella. Pero creo que ambos olvidáis lo más importante: Jeff parece estar loco por ella.

—No lo dudo. Pero... ¡hombre!, ¡dadle una oportunidad al pobre chico antes de ponerle la soga al cuello! —exclamó Simon. Aunque fuese en son de broma, comprendió enseguida que no tenía que haberlo dicho—. No, en serio... —trató de rectificar.

Pero ya había metido la pata. Blaire se encogió de hombros con cara de circunstancias. Lo había interpretado de la peor manera. Simon no era dado a hacer comentarios así. Y tampoco ella. Pero últimamente ambos los hacían. Simon insistió en que bromeaba, pero Blaire sabía que sus palabras revelaban algo más que una broma, algo que aludía a que su matrimonio empezaba a deteriorarse.

Blaire creía saber por qué. No estaba segura, pero al mirarlo creyó ver en sus ojos una frialdad y un distanciamiento que le encogió el corazón. Fue como si un duende dejase resbalar por su espalda unos dedos de hielo.

—¿Subes? —preguntó ella refiriéndose a su dormitorio. Llevaba los planos de la cocina enrollados bajo el brazo.

—Luego —dijo él, y al reparar en la contrariedad de su esposa se corrigió—: Subiré dentro de un minuto.

Blaire asintió con la cabeza y subió hacia su dormitorio, entristecida. No habían tenido ninguna discusión importante, nada grave. Pero desde hacía cierto tiempo menudeaban aquellos momentos de alejamiento. Se preguntaba si era sólo una de esas malas épocas por las que pasa todo matrimonio, como un bache en la carretera, o una señal de que realmente ocurría algo grave.

 

—¿Qué te han parecido mis padres? —preguntó Allie durante el trayecto de vuelta. Dormirían en su casa de Beverly Hills aquella noche, porque estaba más cerca que el apartamento del amigo de Jeff.

—Creo que son extraordinarios —repuso él sin ocultar su admiración. Eran Danielle Steel

amables, cordiales y nada pretenciosos; encantadores. Era gente de trato exquisito.

Aprovechó para contarle la conversación que había tenido con Simon en el jardín—. Dice que quiere leer mi libro, aunque creo que lo ha dicho sólo por ser amable.

—No creas. Siempre anima a mis amigos en sus películas, en sus obras de teatro; en cualquier proyecto que emprendan. Lo apasiona y lo hace sentirse joven —explicó Allie.

Lo cierto era que su padre no aparentaba los sesenta años que tenía; ni siquiera cincuenta.

—En cambio mi madre... no sé. Me preocupa —añadió Allie.

—¿Por qué? —exclamó Jeff sorprendido. Blaire le había parecido una mujer todavía hermosa, jovial y de aspecto saludable. Además, era una persona con talento y con éxito. No inspiraba preocupación—. Parece estar perfectamente.

—Ya lo sé, pero no estoy segura de que lo esté. Creo que no haber ganado el Golden Globe la ha afectado mucho. Además, los problemas de su serie se multiplican. En realidad, tengo el presentimiento de que algo le ocurre.

Últimamente siempre se la ve triste, aunque sonría. La conozco, Jeff. Estoy convencida de que algo la preocupa mucho.

—¿Y no se lo has preguntado? —dijo él, porque le pareció que era el medio más sencillo de saberlo.

—No. Dudo que me lo contase. Le he preguntado si tenía algún problema con papá, porque me ha parecido que estaba un poco serio esta noche. Y me ha dicho que no, que sólo le ocurría lo de siempre: que estaba que trinaba por sus planes para modificar el jardín.

—Pues probablemente a eso se reduzca todo —la animó él—. Los dos trabajan mucho, y eso crispa.

Simon era el productor de Hollywood más importante y ella dirigía una de las series de televisión de mayor audiencia. Era difícil mantenerse un año tras a otro a tan alto nivel. No le sorprendía que ninguno de sus hijos hubiese querido seguir sus pasos. Habían puesto el listón demasiado alto.

—Ah, por cierto, Samantha también me ha caído muy bien —añadió Jeff.

No era de extrañar. Samantha era una adolescente de belleza explosiva.

—A mí también me cae bien... a ratos —bromeó Allie—. Últimamente está La boda

imposible. No es bueno para ella estar continuamente sola con mis padres, porque la consienten. Cuando Scott y yo vivíamos en casa era distinto. Tenía más disciplina. Es la niñita de los ojos de papá, y ella lo sabe. Mamá es más dura con ella, pero mi hermana siempre termina por salirse con la suya. Yo no tuve tanta suerte a su edad.

—Es lo que suele ocurrir con los hermanos menores. Siempre pagan el pato los mayores y ellos se salen de rositas. Aunque, la verdad, Samantha no me ha dado la impresión de ser una niña mimada. Ha estado muy correcta y educada en todo momento.

—Ya. Porque le has gustado y ha querido causarte buena impresión —dijo Allie sonriéndole.

—¿Y si no le llego a gustar?

—Te hubiese ignorado.

—Pues me alegro de que no lo haya hecho.

 

Ya en casa de Allie se metieron enseguida en la cama. Estaban cansados, pero a ella le gustaba estar acostada con él, abrazándose. Sus caricias rara vez quedaban en castos contactos y al cabo de un rato los embargaba la pasión. Eran momentos felices. Además, a Allie le gustaba despertar a su lado. A veces, él ya se había levantado y hacía el café. Parecía una vida perfecta para ambos.

El sábado por la mañana llamó Alan y los invitó a cenar.

—Esto sí que es vida, ¿eh? —exclamó Jeff mientras ella le servía el desayuno en la cocina sin más prendas que un delantal anudado a la cintura—. Ajá... — añadió simulando sacarle una fotografía—. ¡Menuda portada!

Allie adoptó una pose insinuante. Jeff la atrajo hacia sí y la sentó en sus rodillas. Esto tuvo unos efectos inmediatos que los condujeron de nuevo al dormitorio.

Era ya mediodía cuando volvieron a levantarse y Allie empezó a pensar en el almuerzo.

—No hacemos más que hacer el amor y comer —dijo él.

—¿Ya te estás quejando? —dijo ella, risueña y mordiendo una manzana.

Danielle Steel

—¡Estoy encantado!

—Y yo —dijo ella, y de pronto recordó la invitación de Alan—. ¿Te apetece ir a cenar con Alan y Carmen?

Allie no quería presionarlo. Pero, aunque lógicamente Jeff también tenía sus amigos y acaso tuviese otros planes, le constaba que había simpatizado mucho con Alan y Carmen.

—Claro que me apetece —le aseguró él.

Allie le ofreció la manzana y él tomó un bocado y la besó. Sus labios sabían ahora a aquel fruto jugoso y aromático. Y, sin dejar de besarse, casi sin darse cuenta, volvieron al dormitorio.

—No conseguiremos nada si no paramos —dijo ella, echándose a reír mientras Jeff la besaba de nuevo apasionadamente en el cuello y la atraía con fuerza hacia sí.

Luego llamaron a Alan. Quedaron en estar a las siete en su casa de Malibú y en ir a la bolera después de cenar.

Llegaron puntualmente. Carmen estaba preparando fettucine y Alan hacía la salsa mientras canturreaba un aria.

—Será mejor que pongas algo más afinado —le dijo Alan a Jeff—. Allí... sólo has de pulsar el botón verde —añadió señalando la cadena que tenían en un estante de la librería.

Hacía una temperatura tan agradable que estuvieron tentados de cenar en el jardín. No lo hicieron porque sobre las ocho solía soplar la brisa. Cenaron en la mesa de la cocina (demasiado, según convinieron los cuatro con risueña mala conciencia).

—Me temo que no voy a tardar en tener que ponerme a régimen —se lamentó Alan. Había hecho una salsa tan deliciosa que ninguno resistió la tentación de rebañar el plato—. Tenemos ensayos de rodaje a finales de marzo; y a mediados de abril vamos a Suiza, a escalar como las cabras.

Se trataba de otra película de aventuras, con un papel de mucho lucimiento para Alan, que iba a cobrar una verdadera fortuna.

—¿Y no crees que vas a correr peligros innecesarios? —dijo Carmen aludiendo a su propósito de que no lo doblasen.

—No... si no resbalo —repuso él.

La boda

A Carmen no le hacía ninguna gracia que se negara a que lo doblasen en aquella película. Luego, Allie le oyó decirle a Alan que quería ir con él. Si insistía le crearía un problema, porque el director no quería ver a nadie ajeno a la película en los rodajes. Aparte de que Alan era muy independiente y no le gustaban estas actitudes, lo cierto era que muchas escenas se rodarían en sectores de una montaña muy escarpada y peligrosa.

—No olvides que también tú has de empezar a rodar muy pronto —dijo Allie con la intención de desviarla de su propósito—. No vas a tener tiempo para ir con él.

—Tengo tiempo de sobras. Puedo disponer por lo menos de seis semanas antes de caer en las garras de mi director.

—Pues estupendo —dijo Alan.

A Allie le extrañó un poco que Alan no pusiera objeciones, y estaba segura de que se arrepentiría. Pero la conversación no tardó en seguir otros derroteros.

Después del postre, que en esta ocasión consistió en helado de plátano, perfecto para acabar con cualquier régimen, Alan propuso ir a la bolera. A Alan le gustaban las distracciones más sencillas: ir de copas, jugar a ping-pong y a dardos; o a los bolos, que era uno de sus pasatiempos predilectos. Todos aceptaron de buena gana ir a la bolera y salieron hacia Santa Mónica en su Lamborghini, un coche blindado como un tanque, fabricado especialmente para un multimillonario árabe. Debía de haber sólo una docena como aquel en todo el mundo. Alan lo había comprado en San Francisco. Era tan potente como un Ferrari y podía alcanzar más de 300 kilómetros por hora. Llamaba bastante más la atención que su vieja camioneta Chevrolet.

—¿Cómo has conseguido este bólido? —preguntó Jeff, que jamás había visto un coche semejante.

—En San Francisco. Lo fabricaron especialmente para un príncipe kuwaití que luego no lo quiso. Lleva un blindaje increíble.

Era de verdad un coche formidable. A Alan le gustaba sobre todo por su velocidad y aceleración más que por su seguridad.

Aparcaron frente al hotel Hangtown y entraron para alquilar el calzado especial y reservar pista. La bolera estaba atestada. Mientras aguardaban fueron a tomar unas cervezas y, al cabo de veinte minutos, les dijeron que ya tenían pista.

Alan jugaba bastante bien. Carmen no tenía ni idea pero lo pasaba en Danielle Steel

grande. Jeff podía competir con Alan, y Allie se defendía. Pero el único que se tomaba la partida en serio era Alan. Le gustaba ganar y reconvenía continuamente a Carmen porque se distraía.

—No, si... fijarme ya me fijo, pero es que soy malísima —se justificó ella risueña.

Allie reparó en que la gente los miraba. Un nutrido grupo se había congregado a su alrededor. Era obvio que no sólo habían reconocido a Alan sino también a Carmen.

—Hola —saludó Carmen a uno de los curiosos.

La joven estrella llevaba unos pantalones y una camiseta tan ajustados que realzaban exageradamente sus formas. Estaba arrebatadora. La mayoría de los hombres se la comía con los ojos.

Al reparar en ello, Alan la situó entre él y Jeff, pero la gente estaba también muy pendiente de Jeff, que por el rabillo del ojo vio que un tipo con el pelo peinado hacia atrás le decía algo a Allie. Le había preguntado por el coche que tenían aparcado fuera. Que lo habían alquilado para aquella noche, contestó ella.

No era extraño, porque en Los Ángeles hay empresas que alquilan coches de lujo de cualquier marca, incluso Rolls-Royces y Bentleys antiguos. De modo que, ¿por qué no un Lamborghini?

—Esa se cree muy lista, ¿verdad? —le preguntó otro tipo a Allie al mirar a Carmen, que trataba de ignorarlo y concentrarse en el juego—. Sabemos quién es.

¿Qué se cree? ¿Que no la hemos reconocido?

Allie lo ignoró y se alejó, aunque no tenía la menor intención de hacerlos enfadar. Los dos tipos que la habían abordado estaban borrachos. De pronto una mujer pidió un autógrafo y se le unieron varias y, al cabo de unos momentos, Carmen se vio prácticamente acorralada por varias decenas de personas. Sin mediar palabra, un tipo se acercó a Alan y le lanzó un puñetazo. Pero estaba demasiado borracho para acertar. Alan lo esquivó.

Allie sabía cuál iba a ser la «secuela» de aquella película. Llevaba bastante tiempo en aquel mundillo para ignorar que habría problemas y, sin pensarlo dos veces, fue a uno de los teléfonos públicos del local y llamó a la policía. Nadie reparó en ella mientras le decía a un agente quiénes eran ella y sus acompañantes y lo que ocurría.

—Tiene pinta de degenerar en una batalla campal —le dijo Allie al agente sin alterarse—. Y la señorita Connors podría resultar malparada. Hay aquí unos La boda

cincuenta tipos dispuestos a echársele encima.

—Estaremos ahí enseguida —le aseguró el agente. Allie lo oyó dar órdenes—. Pero no se retire, señorita Steinberg. ¿Cómo está el señor Carr?

—Pues... hace lo que puede. De momento resiste —contestó Allie.

Nadie había vuelto a intentar pegar a Alan pero se había formado un círculo que se estrechaba alrededor de él, Carmen y Jeff. Querían verlos de cerca, tocarlos.

Jeff buscó a Allie con la mirada y la vio hablando por teléfono. Fue a abrirse paso para acercarse a ella, pero no quería dejar sola a Carmen.

Mientras Allie seguía aún al teléfono irrumpieron tres agentes uniformados.

Enfilaron hacia el grupo congregado alrededor de los tres y esgrimieron las porras con cara de pocos amigos. Uno fue derecho hacia Carmen y otro habló con Alan Carr, y en menos de un minuto tuvieron controlada la situación. Aunque sólo relativamente. No podían descuidarse ni un momento, pues aún había muchos que trataban de acercarse a las estrellas a toda costa. Además, Allie había quedado aislada.

—¡Ella está con nosotros! —le gritó Jeff a uno de los agentes señalando a Allie—. ¡Ayúdenla!

El agente y Jeff lograron abrirse paso hacia donde se encontraba Allie, la flanquearon para protegerla y avanzaron hacia la puerta, detrás de Carmen y Alan, que habían logrado adelantarse, protegidos por los otros dos agentes.

Frente a la puerta se había situado otro agente. A Alan le temblaban las manos al abrir el coche. Los cuatro agentes los rodearon mientras subían. Luego les hicieron ostensibles ademanes de que se alejaran rápidamente. La pesadilla había terminado y Alan arrancó sin que apenas tuviesen tiempo de darles las gracias a los agentes.

—¡Dios mío! —exclamó Jeff—. ¿Os ocurre esto a menudo? —añadió mirando a Carmen y Alan. Se remetió la camisa y se alisó la chaqueta.

A juzgar por el aspecto que tenían los cuatro en aquel momento, cualquiera hubiese dicho que venían de una batalla; con la ropa desaliñada y desgreñados. A Alan le habían quitado las gafas oscuras y a Jeff un zapato.

—¿Cómo lo soportáis? —dijo Jeff.

Carmen sollozaba y Allie la consolaba. Así era la Bestia que amaba a la Bella, se dijo Jeff. Era como si los fans más fanáticos les profesaron una especie de amor-odio, como si los considerasen de su propiedad y se creyesen con derecho a Danielle Steel

devorarlos o destruirlos.

—Es espantoso —dijo Allie. Aquellos lamentables episodios la exasperaban.

Pero a Carmen la aterrorizaban.

—Son como animales. ¿Os habéis fijado en esos tipos? —dijo Carmen mirando a Alan llorosa—. Habrían sido capaces de violarme. Uno me ha sobado las tetas y otro me ha metido la mano por dentro del pantalón. ¡Asquerosos!

Carmen solía reaccionar a aquella histeria con una increíble candidez. No entendía que pudiera despertar semejante estallido de lujuria colectiva.

—No pienso volver jamás a una bolera —dijo Carmen—. ¡Qué horror!

—Ni yo —dijo Alan—. Está visto que no podemos dejarnos ver en público con naturalidad.

Para Alan no poder ir a la bolera era una auténtica contrariedad, porque le gustaba mucho. Quizá por eso había tantos famosos que tenían en casa todo tipo de entretenimientos, no sólo para ellos sino para sus hijos. No podían llevar la misma vida normal de cualquiera.

—Pues no sabéis por lo que ha de pasar Bram Morrison en sus conciertos — dijo Allie por si les servía de consuelo.

A Jeff le parecía admirable que Allie hubiese tenido suficiente presencia de ánimo para llamar a la policía de inmediato. Pero no era de extrañar, porque la abogada se había visto en muchas situaciones como aquella y sabía lo que había que hacer. Enseguida intuía lo que iba a pasar, sobre todo cuando la estrella a la que acompañaba era una mujer. Había advertido a Carmen de lo que solía ocurrir; la había aleccionado e incluso la había hecho ir a clases de defensa personal. Pero de poco servía todo ello contra una multitud.

—Gracias por haber llamado a la policía, Allie —dijo Alan, aún no repuesto del todo.

Era degradante verse acosado de esa manera, aunque en principio la intención de la gente fuese buena.

Durante el trayecto de regreso Allie notó que a Jeff le había impresionado mucho lo ocurrido. En definitiva, tanta admiración les había amargado la noche.

Minutos más tarde, Alan los dejó en casa de Jeff y lamentó que la noche hubiese acabado en un incidente. Jeff y Allie le dijeron que se hacían cargo, que también ellos lo sentían y les dieron las gracias por la cena.

La boda

—No comprendo que les guste vivir así. ¿Es que no pueden ir nunca a ninguna parte sin arriesgarse a lo que ha ocurrido? —preguntó Jeff cuando Alan y Carmen se hubieron alejado en el coche.

—Incluso cuando asisten a los estrenos han de tener cuidado —contestó ella—. Cuando se sabe con antelación que van a aparecer en público corren un gran riesgo de salir malparados. Y cuando no se sabe, e intentan ir a cualquier parte con normalidad, la cosa puede terminar como esta noche, a no ser que vayan a un restaurante como Spago —añadió sonriente. Porque Spago está siempre lleno de famosos y, por lo tanto, nadie molesta a nadie, y fuera hay tantos guardaespaldas que los curiosos se contentan con expresar su admiración a distancia.

Pero en una bolera como a la que acababa de ir no había apenas defensa. Y a veces, como habían comprobado, la situación se ponía difícil. Por suerte Allie supo reaccionar a tiempo. Llevaba años presenciando escenas como aquella con sus padres, pues aunque, al estar al otro lado de las cámaras, no eran tan famosos como las grandes estrellas, los actores y actrices con quienes trabajaban eran un blanco permanente.

Ya en casa de Jeff se dirigieron al dormitorio. Estaban rendidos.

—Me he asustado al perderte de vista entre la gente —dijo él mientras se desnudaban. —Tenía cierto morbo ver sus ropas semidesgarradas. Jeff se miró los pies. Le habían birlado un zapato—. Los muy imbéciles... A lo mejor creen que el zapato es de Alan —dijo risueño.

—Quizá puedas recuperarlo algún día en una subasta —bromeó ella.

También Allie se había asustado. El gentío siempre la asustaba porque era imprevisible. Bastaba que alguien se pasase de la raya para que muchos lo secundaran.

—Me parece increíble. Me siento como una verdadera estrella. Y con franqueza, Allie, te lo regalo —dijo Jeff dejándose caer en la cama.

—¿A mí? Te garantizo que no me gusta en absoluto. Por eso soy abogada y no actriz. No soportaría estas cosas ni un minuto.

—Pero se te da bien afrontarlas —la elogió él—. Has sido la única que ha pensado en llamar a la policía. Yo me quedé como un pasmarote, boquiabierto, sin saber qué hacer para salir de allí sin que nos linchasen amorosamente.

—Hay que reaccionar enseguida. En cuanto vi cómo pintaba la cosa fui derecha al teléfono.

Danielle Steel

Se abrazaron. ¿Cómo se las iban a componer en la boda?, se preguntó Jeff.

—Creo que Alan y Carmen deberían casarse en una isla desierta, a juzgar por lo de esta noche —dijo.

—No sería mala idea. En las bodas es peor. Los fans enloquecen. Las bodas de famosos son una pesadilla, casi peor que los conciertos. Pero díselo a Carmen y verás. A mí no va a hacerme caso, y Alan quiere que la boda se celebre donde ella elija. Ya he hablado con varios expertos en seguridad.

—¿Y qué opinan?

—¿Qué van a opinar? Que será todo un acontecimiento. Como siempre en Las Vegas, puedes estar seguro.

—No me gustaría una boda así para nosotros —dijo él acariciándole las nalgas.

—Porque eres listo. Y si ellos lo fuesen, se esfumarían; irían a cualquier pueblo perdido en Dakota del Sur. Claro que no es tan divertido. Pero tampoco lo es que la gente te zarandee.

Las caricias no pudieron con el agotamiento y el sueño los sorprendió entrelazados bajo las sábanas.

 

La boda

 

La boda
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