13

Durante la semana siguiente a su compromiso Allie se sintió como si un huracán se hubiese abatido sobre su despacho. Tenía que gestionar cuestiones importantes de buena parte de sus clientes, enfocar las negociaciones para nuevos contratos, estudiar ofertas para la cesión de derechos, y un sinfín de papeleo. Era como si alguien se complaciese en agobiarla cuando más tranquilidad necesitaba.

Al llamar Jeff a su madre para anunciarle su compromiso, las cosas se complicaron aun más. El único comentario de la señora Hamilton fue que le parecía un poco precipitado, y que le extrañaba que Jeff nunca le hubiese hablado de la joven abogada. Que esperaba que luego no tuviese que arrepentirse, le dijo.

Luego habló con Allie unos minutos, antes de hacerlo otra vez con su hijo para despedirse y decirle que esperaba que fuesen a Nueva York a pasar unos días, para poder conocer a Allie.

—La verdad es que deberíamos ir antes de que empiece el rodaje en mayo — le dijo Jeff. Pero Allie no veía cómo se las iba a componer con el ingente trabajo que tenía.

—Te prometo que dentro de un par de semanas, de tres a lo sumo, iremos; salga el sol por donde salga, Jeff.

Lo único que no hizo aquella semana, de nuevo con la excusa de tener demasiado trabajo, fue llamar a su padre. Jeff se abstuvo de presionarla, pero ella había terminado por explicarle que sus padres se divorciaron y que persistía un fuerte rencor entre ambos.

En los últimos veinte años, Allie sólo había visto a su padre unas pocas veces y nunca había sido agradable. Su padre parecía culparla del comportamiento de su madre.

Danielle Steel

—No paraba de decirme lo mucho que me parezco a ella; que somos una gente muy consentida y que detesta nuestro mundillo de Hollywood. Me trata como si fuese una animadora de discoteca en lugar de una abogada.

—A lo mejor es que ignora la diferencia —dijo Jeff tratando de quitarle hierro al asunto con un poco de humor.

Sin embargo, Jeff tenía muy claro que Allie no estaba para bromas. Tampoco a su propia madre le gustaba Hollywood ni todo lo que según ella representaba.

Pero la situación entre Allie y su padre era mucho peor. Además, Jeff tenía la impresión de que había algo más que Allie no le había revelado. Estaba seguro de que se lo contaría espontáneamente cuando lo considerase oportuno. No podía evitar preguntarse si por esa razón Allie se había complicado la vida con los hombres con quienes había mantenido relaciones. Era posible que, si su padre la había rechazado, Allie buscase hombres que hiciesen lo mismo, en cuyo caso se iba a llevar una gran decepción con Jeff. Porque él no tenía el menor deseo de rechazarla.

Por el contrario, el joven novelista adoraba estar con ella, disfrutar de los ratos de ocio que podían permitirse, pasar la tarde los sábados haciendo el amor, salir a cenar, remolonear en la cama el domingo por la mañana. El solo hecho de estar a su lado lo hacía feliz.

El viernes siguiente a haberles comunicado el compromiso a los padres de Allie, tuvieron una velada tranquila en casa, y el sábado fueron al cine. Se habían metido en la cama nada más regresar (nunca podían resistir el deseo de hacer el amor), cuando de pronto sonó el teléfono.

Jeff no quería contestar, pero a Allie le resultaba imposible desentenderse de las llamadas. Siempre temía que se tratase de algún problema serio. No quería correr el riesgo de dejar en la estacada a quien pudiera necesitarla. Muchas veces era algo importante, en efecto, pero otras simplemente se habían equivocado de número.

—Diga —contestó Allie con voz adormilada. No oyó nada—. Diga —repitió, con el mismo resultado. Cuando ya iba a colgar oyó un sollozo—. ¿Quién es? — preguntó. Volvió a oír sollozar y, ya alarmada, insistió—: ¿Quién es?

—Soy Carmen, Allie.

—¿Estás bien? —preguntó Allie con el corazón encogido. Jeff refunfuñaba a su lado.

—Me deja, Allie —repuso Carmen con voz entrecortada. Se oían gritos de La boda

fondo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Allie con tono pausado para tranquilizarla— . ¿Que te deja, has dicho?

—Sí, me deja, me...

—¡Yo no dejo a nadie! —tronó la voz de Alan, que acababa de arrebatarle a Carmen el auricular de las manos. Estaba furioso—. No dejo a nadie, ¡por el amor de Dios! Voy a Suiza a rodar una película; y ni me voy a matar ni voy a tener un lío con otra —añadió. Era la enésima vez que lo decía aquella noche y estaba exasperado—. Voy a trabajar, eso es todo. Y cuando termine el trabajo volveré a casa.

Alan le devolvió el auricular a Carmen, que lloraba con un desconsuelo enternecedor.

—Es que estoy embarazada.

Allie suspiró. Ahora lo entendía. Carmen no quería que Alan fuese a rodar la película. Pero Alan tenía que cumplir el contrato que, además, era muy sustancioso. No tenía más remedio.

—Vamos, Carmen, sé justa —dijo Allie—. Alan ha de cumplir con su trabajo.

Puedes ir a verlo antes de que empieces a rodar tú en junio. Incluso ahora mismo.

Puedes estar allí con él durante un mes, antes de que empiecen los ensayos de plató.

Las palabras de Allie surtieron un efecto balsámico, porque cesaron los sollozos.

—¿Claro, verdad? Oh, Dios, gracias Allie. ¡Eres un tesoro!

Allie no estaba muy segura de que a Alan le hiciese mucha gracia su proposición, porque a veces Carmen se comportaba de un modo demasiado absorbente.

—Te llamaré mañana —añadió Carmen, que estaba tan nerviosa que colgó sin despedirse.

Allie meneó la cabeza, apagó la luz y volvió a acurrucarse junto a Jeff, que murmuraba por lo bajo.

—Has de acabar con la costumbre de que te llamen de madrugada, como si esto fuese el teléfono de la esperanza. No sé cómo lo soportas.

Allie sabía que Jeff no lo decía porque lo molestase a él sino por ella, porque Danielle Steel

no la dejaban descansar. Pero Jeff se mostraba comprensivo. Pensaba que no debía de ser fácil terminar de la noche a la mañana con un hábito de varios años. Había acostumbrado mal a sus clientes. No era sólo Carmen quien llamaba con frecuencia a altas horas de la noche. También llamaban Bram Morrison y su esposa; Malachi, cuando estaba colocado, borracho y se metía en problemas; y el propio Alan. Por lo menos en Los Ángeles actores y actrices parecían siempre al borde de la angustia.

Si no llamaban a sus abogados llamaban a sus agentes.

—Es inherente a la profesión, al mundillo de los artistas. Con una vida tan llena de contrastes no es fácil conseguir que se comporten de un modo equilibrado.

—Pura histeria. ¿Qué pasa con esos dos? Me parece que discuten por todo.

—Carmen no quiere que Alan vaya a Suiza la próxima semana. Quiere que se quede aquí con ella y el bebé.

—¿Qué bebé? Todavía no hay bebé. —Jeff empezaba a exasperarse, pese a su buen carácter—. ¡Menuda tontería! Lleva diez minutos embarazada y le sale con esas. ¿Qué quiere?, ¿que se pase los nueves meses en casa?

—No, sólo siete meses y tres semanas —bromeó Allie. Estaba visto que era mejor tomarlo con humor. Pero no le extrañaba que Jeff no le viese la gracia. Nadie suele reaccionar bien cuando lo despiertan en plena noche, que era la especialidad de Carmen.

—Quizá sería mejor que te dedicases al derecho mercantil —ironizó Jeff.

En fin, pensó. Ya que los habían desvelado, aprovecharía el tiempo. Se arrimó más a Allie y empezó a acariciarla. Enseguida los enardeció el deseo.

Volvieron a hacer el amor y, cuando al fin se quedaron dormidos, no hubo más interrupciones.

 

Los Oscar de la Academia los distrajeron de sus problemas durante toda la semana siguiente. Carmen ya hacía planes para su viaje a Suiza. Saldrían dentro de dos días. Ella y Alan estaban nominados, aunque ninguno de los dos esperaba ganar.

Pero profesionalmente era muy positivo que los nominasen, aunque en aquellos momentos a Carmen no parecía preocuparle en absoluto su carrera. El bebé que esperaba y Alan la absorbían por completo.

Allie y Jeff vieron a los padres de ella en la ceremonia de entrega de los premios. La película de Simon ganó cinco Oscar, incluyendo el concedido a la La boda

mejor película. Allie estaba contentísima y también su madre, aunque seguía tensa; puede que a causa de los problemas con su serie, o simplemente a su estado de ánimo. A lo mejor no eran más que figuraciones suyas. Era más una sensación que una opinión basada en algo concreto. Lo comentó con Jeff, que le aseguró no tener la misma sensación.

—Algo le ocurre —dijo Allie—. No sé si está enfadada, preocupada o triste, pero algo le ocurre.

—A lo mejor no se encuentra bien. Quizá esté enferma —aventuró Jeff.

—Espero que no —dijo Allie, más preocupada aun de lo que estaba.

Tal como era previsible, ni Alan ni Carmen obtuvieron ningún premio, pero no pareció afectarles lo más mínimo.

Después de la ceremonia, Blaire le preguntó a Allie si había llamado a su padre para decirle que se casaba.

—No, mamá, no lo he llamado —contestó Allie, y frunció los labios entristecida.

Allie llevaba un vestido de color plateado muy ceñido que realzaba sus formas. Estaba espectacular. No tenía el menor deseo de hablar de su padre, ni de comentar si lo había llamado o no.

—He de saberlo para las invitaciones —persistió Blaire.

—Está bien, mamá, está bien —dijo Allie con cara de fastidió—. Lo llamaré.

—Pero enseguida lo pensó mejor—. Bien mirado, ¿por qué no lo llamas tú y le preguntas si quiere asistir? Por mi parte está de más. Mi padre es Simon. No necesito a ese miserable. Lo mejor que puedes hacer es no llamarlo. Al fin y al cabo ni siquiera uso su apellido.

Todo el mundo conocía a Allie como Allegra Steinberg, aunque Simon no había conseguido adoptarla legalmente. Blaire nunca quiso abordar la cuestión con el verdadero padre de Allie, Charles Stanton.

—Ah... y por si te había pasado por la cabeza: no pienso ir del brazo de él en la boda. Iré con papá, con Simon.

Blaire no tuvo opción a réplica porque un torrente de invitados las separó.

Luego, cuando el vestíbulo empezó a vaciarse, Allie vio a Elizabeth Coleson, que iba a felicitar a su padre. Los vio hablar desenfadadamente en un grupo mientras Blaire departía con unos amigos. Pero Allie la vio mirar de reojo a Simon. No cabía Danielle Steel

duda de que estaba tensa. Allie empezaba a temer que Jeff tuviese razón y que acaso su madre no se encontrase bien.

Luego, casi todos los invitados fueron a distintas fiestas. Allie y Jeff fueron a la que ofrecía Sherry Lansing en Le Bistro, justo después de terminar la ceremonia, y luego a otra en Spago. Eran fiestas brillantes y con mucho colorido, aunque ninguna comparable a las que organizaba Irving Lazar en los viejos tiempos.

 

Dos días después, Carmen y Alan viajaron a Suiza con una montaña de maletas, bolsas y cajas. Parecían un circo ambulante. Carmen irradiaba felicidad por haber conseguido ir con Alan.

—No os perdáis por Europa, ¿eh?, que tenéis mucho que hacer aquí —les dijo Allie al despedirlos en el aeropuerto.

Alan estaba desbordado por la ingente cantidad de equipaje que Carmen llevaba. Además, el viaje había trascendido a la prensa y los asaltó un enjambre de reporteros. Allie y los empleados de relaciones públicas de la compañía, encargados de atender a los vip, consiguieron a duras penas hacerlos embarcar.

Allie regresó a la ciudad con la sensación de haberse quitado un gran peso de encima. Por el camino llamó a Jeff.

—¿Qué tal ha ido? —le preguntó Jeff.

—Increíble, como siempre —contestó Allie.

—¿No iban disfrazados? —bromeó él.

—No, pero hubiese sido lo mejor. Si los hubieses visto... Alan cargaba el enorme oso de peluche que Carmen lleva a todas partes, ella llevaba un vestido tan ceñido que ha debido de dejar bizcos a todos los hombres. Cada vez me inclino más a pensar que nos convendría casarnos en Las Vegas como hicieron ellos.

—Y yo. Ah, a propósito —dijo él—, he hablado hoy con mi madre. Y está empeñada en que vayamos a verla a Nueva York. Me gustaría ir antes de empezar a rodar.

Eso significaba tener que dejar Los Ángeles antes de dos semanas. Allie no quería ni pensarlo. Estaba en plena organización de la gira de Bram Morrison.

Supervisar las medidas de seguridad previstas para cada una de sus actuaciones y examinar con lupa la letra pequeña de sus contratos necesitaba más tiempo del que La boda

tenía. Además, Tony Jacobson, el amigo de Jeff que iba a coproducir una película con él, había llegado de Nueva Inglaterra. Allie sabía que tendrían los dos mucho que hacer antes del rodaje. No imaginaba de dónde iba a sacar Jeff el tiempo para visitar a su madre en Nueva York.

—No sé, Jeff, pero lo intentaré, te lo prometo.

—Le he prometido que iríamos el último fin de semana de abril, ¿qué te parece? —propuso Jeff, que esperaba que Allie aceptase, pues su madre estaba muy molesta porque no le hubiese consultado sobre la boda.

—No sé cómo, pero me las compondré —le aseguró ella.

Faltaban sólo dos días para el primer concierto de la gira de Bram. Por suerte estaba programado en una pequeña localidad, pero aun así implicaba mucho trabajo.

—Si quieres, podemos reducir el viaje al mínimo y volar de noche para aprovechar más el tiempo —sugirió Jeff para facilitar las cosas.

Allie no podía negarse. Jeff era siempre muy comprensivo con ella, y debía corresponderle.

—Podríamos regresar vía Boston para que veas a tu padre —añadió él, aunque regresar «vía Boston» era un eufemismo, porque no les venía de camino.

En realidad era mejor ir primero a Boston.

—Charles Stanton no es mi padre —replicó ella.

Jeff estaba muy intrigado por saber a qué se debía su hosca actitud, pues no habían vuelto a comentar nada desde el día en que surgió el tema. Jeff no quiso presionarla en aquellos momentos. Pero por la noche, mientras preparaban juntos la cena en la cocina, volvió a intentarlo.

Habían llegado a un acuerdo para repartirse el trabajo en la cocina, él ejercía de maestro asador de todo tipo de carnes y ella de maga de las salsas. Y

funcionaba.

Allie guardó silencio de nuevo.

—Bueno... no lo preguntaré más si no quieres —dijo Jeff, porque ella llevaba dos semanas eludiendo el tema—. Pero me gustaría saberlo, porque si es algo que te afecta tanto también es cosa mía. ¿Qué opina tu psicóloga? ¿Lo has hablado con ella?

—Sí. Y me ha aconsejado que te lo cuente.

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Pero Allie siguió en silencio mientras servía arroz y coliflor en los platos y él añadía sendas chuletas. Resultaba apetitoso. Ella también había preparado pan con ajo y una ensalada.

Voilà —dijo él con un floreo al sentarse.

Allie le sonrió. Pensaba en Charles Stanton. Era como si Jeff le leyese el pensamiento.

—¿Por qué lo odias tanto? —le preguntó él con delicadeza—. ¿Te hizo algo a ti o a tu madre? —añadió, suponiendo que debía de ser algo horrible.

Allie se encogió de hombros.

—No hizo realmente nada... entonces —contestó al fin—. Se trata más bien de lo que no hizo a partir de entonces. Yo tenía un hermano llamado Patrick. Lo llamábamos Paddy. Era mi héroe, cinco años mayor que yo. Me adoraba, yo era su princesita. Muchos hermanos pegan a sus hermanas pero él nunca me pegaba. Me arreglaba las muñecas cuando se me rompían, me ponía los guantes, me ataba los cordones de los zapatos, hasta que...

Los ojos de Allie se humedecieron. Cuando hablaba de Paddy nunca podía contener las lágrimas. Aún conservaba una fotografía suya en uno de los cajones de su mesa del bufete, porque si la tenía a la vista rompía en sollozos.

—Paddy murió cuando yo tenía cinco años —prosiguió con voz entrecortada—, de leucemia. En algunos casos ahora logran curarla, pero entonces era mortal de necesidad. Paddy sabía que iba a morir y siempre me decía que iría al cielo y me esperaría.

Jeff dejó de comer y tomó su mano entre las suyas.

—Lo siento —le dijo con un nudo en la garganta.

Quizá la doctora Green tuviese razón, pensó Allie, y ya que había empezado a contárselo, decidió continuar. Era mejor hacerlo de un tirón.

—Yo le decía que no me dejase —continuó Allie—. Pero él me contestaba que tenía que dejarme. Sufrió mucho al final de su enfermedad. No lo olvidaré nunca. Una no suele recordar cosas de cuando se tienen cinco años o, por lo menos, no se recuerda demasiado. Pero yo lo recuerdo todo acerca de Paddy. Recuerdo el día que murió... —Tuvo que interrumpirse. No le salían las palabras.

Jeff le tendió un pañuelo de papel para que se secase el llanto. Ella le sonrió.

Ojalá Jeff hubiese conocido a Paddy. Se habrían llevado muy bien.

La boda

—Creo que mi padre se volvió medio loco al morir mi hermano. Ya a la desesperada, en las últimas fases de la enfermedad, mi padre decidió someterlo a un tratamiento que estaba en fase experimental. Yo no lo sabía pero mi madre me lo dijo después. Pero no sirvió de nada. Entonces no había ningún remedio, ninguna esperanza. Pero era la especialidad de mi padre y lo destrozó no poder curarlo. A mí nunca me hizo mucho caso, quizá porque aún era muy pequeña, o porque era niña o... no lo sé... Apenas tengo recuerdos suyos de entonces, sólo de Paddy. Mi padre no paraba en casa, siempre estaba trabajando. Y al morir mi hermano se desmoronó y la emprendió con mi madre. Siempre le gritaba, la culpaba de cualquier cosa. En cierto modo, como todos los niños, yo creía que era por mi culpa. Pensaba que había hecho algo muy malo para que mi hermano muriese y mi padre nos odiase. Sólo lo recuerdo chillando. Estuve así cosa de un año. Creo que mi padre bebía mucho. Reñían cada día con mi madre y su matrimonio se destrozó. Yo solía esconderme en un armario y llorar toda la noche para no oírlos.

—Debió de ser terrible —dijo Jeff compadecido.

—Terrible, sí. Terminó por pegar a mi madre. Y yo siempre temía que me pegase a mí también, y me sentía culpable por no poder evitarlo. Pero qué podía hacer yo. Pensaba que si Paddy no hubiese muerto nada de todo aquello habría ocurrido, aunque quizá sí. Empezó a acusar a mi madre de todo tipo de cosas, incluso le llegó a decir que Paddy había muerto por su culpa y ella le decía que iba a dejarlo. Él replicaba que, si lo dejaba, se desentendería de nosotras y nos veríamos en la calle y sin tener que comer. Mi madre no tenía familia y supongo que tampoco dinero ahorrado. Mucho tiempo después, me contó que empezó a enviar cuentos a las revistas. Ahorró unos miles de dólares. Y una noche, después de que mi padre le hubiese pegado, se marchó de casa conmigo. Recuerdo que estuvimos en un hotel en el que hacía mucho frío y que yo tenía mucha hambre, y que ella me trajo donuts. Probablemente la aterraba quedarse sin dinero y no quería gastar ni un dólar. Creo que estuvimos allí ocultas una temporada y mi padre no nos encontró. Pero luego ella fue a verlo a su despacho conmigo. Todo el mundo lo trataba como si fuese un Dios. Era todo un personaje en la facultad de medicina de Harvard. Nadie sabía que pegaba a mi madre, sólo sentían pena por él a causa de lo de Paddy. Mi madre le dijo que quería marcharse de allí y él le replicó que, si lo hacía, no volvería a vernos a ninguna de las dos y que, por él, podíamos morirnos; que si nos marchábamos dejaría de considerarme su hija.

Allie rompió a llorar de nuevo y Jeff siguió apretándole la mano en silencio.

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—Eso fue lo que nos dijo —prosiguió—, que ya no me consideraría su hija, que para él habríamos muerto. Y eso es lo que quería yo: morirme. No me dijo ni adiós, ni me dio un beso de despedida. Nos trató como si nos odiase. Supongo que odiaba a mi madre y me asociaba tanto a ella que me incluía en su odio. Mi madre me dijo que cambiaría de opinión dentro de un tiempo, que yo siempre sería su hija, que se había vuelto medio loco a causa de lo de Paddy y que por eso se comportaba así. Me dijo que iríamos a California, y fuimos en autocar. Lo llamó varias veces en las paradas pero él no quiso hablar con ella; le colgaba. Cuando llegamos a Los Ángeles, empezó a trabajar para la televisión. Creo que tuvo la suerte de acertar con unos guiones. Luego vendió una historia a un productor. Yo estaba con ella el día que hablaron y ella se echó a llorar y él la escuchó. Creo que le dio mucho trabajo. Y, cuando llevábamos seis meses así, conoció a Simon. Yo había cumplido los seis años en Boston. Lo recuerdo porque el día de mi cumpleaños lo pasamos en aquel gélido hotel. Pero no lo celebramos, y no tuve pastel ni regalos. Mi padre nunca me felicitó. Pero después de todo lo que nos había ocurrido el año anterior, yo tenía la sensación de no merecer nada. No sé por qué, pero me culpaba a mí misma de todo. Durante años le estuve escribiendo cartas, pidiéndole que nos perdonase. Pero nunca contestaba, hasta que un día sí lo hizo y me dijo que mi madre había hecho una canallada imperdonable, que no tenía que haberlo dejado, que había ido a Hollywood a prostituirse, que lo había abandonado, que yo llevaba una vida disoluta en California y que no quería saber nada de mí. Rompí la carta para no tener que verla nunca más. Estuve semanas inconsolable, sin parar de llorar. Pero para entonces Simon ya era como un padre para mí. Y al final decidí olvidarme de Charles Stanton. Sin embargo, un día vino a verme, o quizá tuvo que venir a California y aprovechó la ocasión. Yo tenía quince años y muchos deseos de verlo. Pero fue más de lo mismo. Fuimos a tomar café al Bel Air. Me llevó mi madre en el coche y él no hizo más que hablarme pestes de ella. No me preguntó nada sobre mí ni mis estudios. No se excusó por no haberme visto durante tanto tiempo ni haber escrito. Lo único que hizo fue decirme que lamentaba que yo fuese igual que mi madre. Me dijo que las dos habíamos sido muy injustas con él y que algún día lo pagaríamos. Fue una tarde horrible y regresé a casa sin aguardar a que mi madre fuese a recogerme. Sólo quería perderlo de vista. No volví a saber nada de él hasta que siete años después cometí la estupidez de invitarlo a mi graduación. Fue a Yale y volvió a la carga como la vez anterior. Insultó a mi madre en plena ceremonia, y yo me harté y le dije que no quería volver a verlo. Tiempo después me envió una felicitación de Navidad, Dios sabrá por qué, y yo le contesté y le dije que estaba en la facultad de derecho. Pero no me escribió; se olvidó por completo de mí. Aunque mi madre lo abandonase yo La boda

no dejaba por eso de ser su hija. No tenía por qué borrarme de su vida de esa manera. Y durante años siempre tuve la obsesión de querer verlo, de saber de él, de ir a su lado. Pero ya lo he superado. Ya no me importa lo más mínimo. Se acabó.

Ya no lo considero mi padre. Y ahora no se le ocurre a mi madre otra cosa que incluirlo en la lista de invitados a la boda. Es increíble, pero no pienso tratarlo como si fuese mi padre porque no lo ha sido, ni ha querido serlo. Lo único decente que podía haber hecho por mí habría sido renunciar por completo a ser mi padre y dejar que Simon me adoptase, pero cuando se lo pedí, el día que nos vimos en el Bel Air, cuando yo tenía quince años, me dijo que eso sería una humillación y que nunca lo haría. Es un cabrón egoísta. Me importa un pito lo respetable que pueda ser profesionalmente y que sea un buen médico. Como persona es un canalla y lo repudio como padre.

Charles Stanton la había abandonado emocionalmente y ella había tenido que sufrirlo durante veinticinco años. No estaba preparada para perdonar y dudaba que lo perdonase alguna vez.

—Ahora me explico por qué le guardas rencor, Allie. Es humano. ¿Por qué habrías de invitarlo a tu boda? Lo entiendo perfectamente. No tienes por qué hacerlo —dijo él.

Jeff se sentía plenamente solidario con ella, dolido de que la relación con su padre fuese tan negativa. Aunque hubiese tenido una infancia feliz con Simon Steinberg, era obvio que la prematura muerte del hermano y el rechazo del padre la habían hecho sufrir mucho y le habían dejado profundas heridas. Puede que fuese cierto, como Allie le había dicho que opinaba su psicóloga, que durante años Allie siempre se hubiese sentido atraída por hombres que la rechazaban como si, de algún modo, quisiera perpetuar la figura paterna. Pero al fin, después de muchos años de asistir a la consulta de la doctora Green, había logrado romper ese círculo vicioso.

—¿Tú crees que es normal que mi madre se empeñe en que lo invite a la boda? —se quejó Allie exasperada—. Es inconcebible. Está loca. A lo mejor quiere compensar sus remordimientos a mi costa. No voy a prestarme a ese juego, entre otras cosas porque me parece una estupidez. Si Charles Stanton muriera en la puerta de casa no me asomaría a verlo. No lo quiero en mi boda.

—Pues no lo invites y listo.

—¿Y mi madre? No me deja vivir con este asunto. No hace más que preguntarme si lo he llamado; y ya me duele la boca de repetirle que no voy a hacerlo.

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—¿Qué opina Simon?

—No se lo he preguntado, pero en estas cosas es muy convencional. Ya sabes, siempre hay que hacer «lo correcto», etc. Por eso invité a mi padre a mi graduación. Simon me dijo que no era correcto no invitarlo, que mi padre se sentiría muy orgulloso de mí. Pero le importó un pito. Asistió y estuvo de lo más desagradable con todo el mundo, incluso con Samantha, que sólo tenía diez años.

A Scott le cayó fatal desde el primer momento. No sabía quién era y no entendía de qué iba la cosa. No quise que mi madre y Simon se lo contasen. Se limitaron a decir que era un viejo amigo. Ahora mis hermanos lo saben, pero me costó mucho reconocer ante ellos que Simon no es mi padre. Temía que eso me convirtiera en una Cenicienta, que ya no me quisiesen como a una hermana. Pero la verdad es que Simon no ha hecho nunca ninguna diferencia entre nosotros. En todo caso, me ha tratado mejor a mí.

Sonrió y suspiró. Se dio un respiro y atacó la chuleta. Después de tomar un bocado volvió a mirar a Jeff.

—La verdad es que, salvo en los primeros años de mi infancia, he tenido mucha suerte —le aseguró ella. Aunque también era cierto que aquellos años, aunque fuesen pocos, la traumatizaron de tal modo que había tardado muchísimos más en recuperarse—. En fin, ¿qué crees que debería hacer?

—Lo que desees hacer de verdad —contestó él—. Es nuestra boda. Has de hacer lo que tú quieras, no lo que quiera tu madre.

—Creo que a veces se siente culpable por haberlo abandonado; y quizá quiere tratar de compensarlo de alguna manera. Pero yo no le debo nada a Charles Stanton. Nunca se portó bien conmigo.

—Cierto, no le debes nada. Yo en tu lugar le diría a tu madre que se abstenga de incluirlo en la lista de invitados —dijo Jeff con firmeza.

—Eso haré —dijo Allie, aliviada al comprobar que por lo menos Jeff la comprendía—. No me importa si es correcto o no incluirlo.

—¿Y no se ha vuelto a casar? —preguntó él por pura curiosidad.

Estaba claro que se trataba de una historia trágica para todos los implicados.

La muerte de Paddy debió de destrozarlos a todos.

—No, no se ha vuelto a casar. ¿Quién querría casarse con un hombre así?

—Quizá si se hubiese casado habría tenido otra actitud. Estas cosas traumatizan incluso a los verdaderos culpables.

La boda

—Bueno, ya sabes cómo fue mi primera infancia —dijo Allie, y se recostó en el respaldo con alivio tras haberse desahogado—. Ya conoces todos mis secretos.

Soy Allegra Charlotte Stanton, pero ¡cómo se te ocurra llamarme alguna vez así te mato! —añadió risueña—. Allie Steinberg me encanta.

—Y a mí —dijo él. Se levantó, rodeó por la mesa y la besó.

No terminaron la cena. Salieron a dar un paseo por la playa y siguieron hablando de su padre. Allie se sentía como si se hubiese quitado un enorme peso de encima. Se alegraba de habérselo contado todo a Jeff. El mero hecho de desahogarse y de saberse feliz con el hombre a quien amaba hacía que su rencor no fuese tan intenso y, acaso, que su herida pudiera empezar a cicatrizar.

Al regresar a la casa se quedaron un buen rato en el porche. Hacía una noche espléndida. Bebieron una copa de vino y se relajaron. Pasada la medianoche sonó el teléfono.

—No contestes —le rogó Jeff—. Debe de ser alguien que tiene dolor de cabeza o de muelas y, en lugar de tomarse un analgésico, cree que tú eres una aspirina.

—He de contestar; es mi trabajo. Además, a lo mejor es alguien que me necesita de verdad. ¿Y si es un cliente que ha tenido un percance y está en comisaría?

Pero no era un cliente. Era Samantha, que quería verla, el domingo si era posible.

A Allie le sorprendió la llamada, pero no demasiado. De vez en cuando Sam recurría a ella, sobre todo si la necesitaba para que convenciese a sus padres de algo que le interesaba.

—¿Has discutido con mamá? —le preguntó Allie.

—No, qué va; está demasiado ocupada gritándoles a los jardineros y a los de las obras de la cocina. Cualquier día le va a dar un ataque.

—Ya. Y con lo de mi boda aún debe de estar más nerviosa.

—Ya lo creo —dijo Sam—. ¿Dónde nos vemos?

—¿De qué se trata? —le preguntó Allie, para pensar de antemano en lo que quería plantearle—. ¿Algún contrato para posar?

—No precisamente.

—Pasaré a recogerte a las doce. Jeff ha de almorzar con Tony Jacobson, su Danielle Steel

coproductor. Podemos ir a algún sitio divertido como The Ivy o Nate ‘N Al’s.

—Donde quieras; cualquier sitio donde podamos hablar con tranquilidad — dijo Sam.

—Humm. Me temo que la cosa es seria. Asunto amoroso, ¿a que sí?

—Más o menos.

—Eso me tranquiliza. Es un tema sobre el que voy aprendiendo. Haré lo que pueda.

—Gracias, Allie.

Antes de despedirse y colgar, Allie le reiteró que la recogería en casa a las doce el domingo. Le había conmovido que Samantha la llamase para pedirle consejo en un asunto amoroso (porque estaba segura de que se trataba de eso).

—¿Es que no es posible que nos llamen a horas normales? —se lamentó Jeff al contarle Allie lo que Samantha acababa de decirle.

—Parece preocupada. Debe de tener otro novio.

—Bueno..., pero, por lo menos Samantha es de la familia —dijo Jeff.

Que la llamase su hermana a altas horas de la noche le parecía natural, pero no que Malachi O’Donovan la llamase borracho desde una tasca.

—¿Te importaría que almorzase con ella mañana? —le preguntó Allie minutos después, cuando se disponían a acostarse.

Jeff le había dicho que quería que fuese con él a almorzar con Tony Jacobson.

Tony era muy simpático, un típico neoyorquino, y su padre era uno de los más importantes inversionistas de Wall Street. Lo había ayudado a captar financiación para la película y les había dado también buenos consejos. Aunque Tony era muy distinto de Jeff, a Allie le caía francamente bien.

—No, ¿por qué va a importarme? Podemos vernos después del almuerzo — dijo Jeff—. Quizá podríamos ir los cuatro a jugar un partido de tenis. Tony entenderá perfectamente que primero tienes que almorzar con tu hermana.

Además, Samantha le gustará mucho —añadió con una maliciosa sonrisa.

Allie le dirigió una mirada reprobatoria, de protectora hermana mayor.

—¡Ya verás mi padre, como tu amigo no se comporte! —bromeó Allie.

Todo iba sobre ruedas. Jeff tenía razón. No tenía por qué invitar a Charles Stanton a su boda. Todo lo que tenía que hacer era decírselo así a su madre. Y se lo La boda

diría al día siguiente, después de almorzar con Sam.

Allie sonrió para sí pensando en la llamada de su hermana. Se preguntaba qué clase de consejo querría. Aunque a veces Sam se comportase como una niña malcriada y consentida, la quería mucho.

 

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La boda
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