
Sara pensó que estaba viviendo una pesadilla. Oía todo lo que decían, pero su cuerpo estaba casi paralizado.
—¿Qué… me habéis… hecho? —preguntó a duras penas, pero ellas seguían ignorándola. Entonces se fijó en la bandeja de pestiños. Ninguna los había probado.
—En el fondo me da pena por el viejo —continuó hablando Paula, con un desprecio irreconocible en su voz—. No creo que sobreviva a la noticia de que esta ha muerto incluso antes de la boda… Por lo menos, con las otras esperamos a que estuviesen casadas.
—No podemos desaprovechar esta oportunidad —contestó Pilar con el rostro convertido en un témpano de hielo. ¿Dónde estaba la agradable ancianita que la había recibido en su casa hacía tan solo unas horas? —, después de la boda se irán a Madrid y allí será mucho más difícil matarla.
Todavía no podía creerse lo que estaba oyendo. ¿Todo lo que había detrás de la maldición que había aterrorizado a la familia de Alejandro durante años no era otra cosa que unas simples mujeres trastornadas por la locura?
—¿Por qué…? —logró pronunciar.
—¡Porque tú no mereces ser la esposa del marqués de Mondéjar! —le escupió Paula, dirigiéndose al fin a ella—. La sangre de madre Dolores no corre por tus venas.
«¿La sangre de quién no corre por mis venas?», pensó Sara… ¿Madre Dolores? En ese instante, lo comprendió. La mujer que llamaban así debía de ser la misma que había sacrificado su vida en la iglesia del cortijo y por la que había empezado toda aquella locura. Era la primera vez que alguien la llamaba por su verdadero nombre. Dolores. Si el mismísimo don Luis lo desconocía, ¿cómo era posible que ellas lo supieran? «Porque por sus venas sí que corre la sangre de Dolores, la sangre de Mercedes. Porque, seguramente, ellas sí conocen la parte de la historia que se ha ocultado en las sombras durante generaciones», se contestó a sí misma.
—Pero tranquila, Sara, no vas a sufrir. En el fondo, te he tomado cariño estos días —prosiguió Paula, en un tono más dulce pero igual de terrorífico. Después, se acercó a un pequeño mueble que había en la habitación y de un cajón extrajo un trapo de tela en el que había algo envuelto—. ¡Mira qué bonita es! La he conseguido especialmente para ti. Esta preciosidad no puede fallarme.
Una pistola apareció ante los ojos de Sara. ¡Aquella loca pensaba matarla de un disparo! Tenía que pensar en algom y rápido. Apenas podía moverse, pero quizá fuese capaz de alcanzar con su mano el bolso que había dejado colgado del sillón. Desde donde ellas estaban, no podían verlo. Su única esperanza era llegar hasta el móvil.
—No sabes el trabajo que me has dado. ¡Hasta he llegado a pensar que eras inmortal o que de verdad tenías un ángel de la guarda que te protegía! —protestó tontamente Paula, con un brillo sádico en sus ojos—. Mi primera idea fue fantástica. ¡Setas envenenadas en tu gin-tonic! Pero el aguafiestas de David tuvo que presentarse para estropeármelo todo… Luego se me ocurrió lo de las pastillas. Era cuestión de tiempo que el viejo te las ofreciera. ¡A todo el mundo le contaba lo bien que le sentaban a él! Pero, claro, las tuyas eran especiales…
—¿Cómo…pudiste…? —intentó preguntar Sara para ganar tiempo.
—¿Qué cómo pude inducirte una alergia? —rio satisfecha Paula—. Querida, bienvenida al mundo de los negocios. ¿Te crees que eres la única que investiga medicamentos nuevos? No, cielo… Una de mis empresas tapadera lleva años trabajando en ello. Piénsalo por un momento, ¿no te parece extraño lo mucho que se han incrementado las alergias en el mundo actual? Si eres capaz de provocarlas, tienes garantizada la compra de los antihistamínicos que las combaten. Así de simple. Por desgracia, no soy la única que lo hace. Mis competidores cada vez se vuelven más listos. Es pura supervivencia.
Sara no podía creerse lo que estaba oyendo. Solo de imaginarse a Alejandro involucrado en todo aquello, se le revolvía el estómago.
—Sé lo que estás pensando, pero no. El cerebro aquí soy yo. Él es tan iluso como tú —contestó Paula a la pregunta no formulada por Sara—. Reconozco que es un lince para muchos negocios, pero tiene una vena idealista que le hace desaprovechar oportunidades como esta. Afortunadamente, siempre se ha fiado demasiado de mí. Pobre idiota. ¡Si supiera lo que de verdad se investiga en algunas de las empresas que yo gestiono!
Sara cerró los ojos. Todo aquello no podía ser verdad. ¡Era imposible!
—¿Sabes? Mi niña es muy lista —intervino al fin Pilar, con una serenidad demencial—. Y entiende mucho de esas cosas modernas. ¿No te dio miedo cuando hizo que la luz de tu habitación se volviera loca? ¡Lo que yo hubiera dado por verte la cara en ese momento!
A Sara le recorrió un escalofrío por el cuerpo. ¿También habían provocado ellas aquel incidente?
—¡Tenías que haberte visto! —rio Paula—. Me bastó cambiar tu bombilla por una de efectos estroboscópicos y conexión wifi, una simple aplicación en mi móvil para manejarla y la «maldición» cayó sobre ti en el momento preciso. ¡Lo que disfruté viendo cómo te escondías debajo de las sábanas a través de las cámaras que tengo instaladas en tu habitación!
Paula se puso seria antes de continuar.
—Reconozco que también vi otras cosas… No te lo tomes a mal, pero necesitaba entender cómo era posible que Alejandro te hubiese propuesto matrimonio… a ti. Tenía que descubrir qué escondías. Lo más extraño era que tú le llamabas siempre Gabriel, incluso cuando te follaba.
—¡Niña, esa boca! —reprendió su abuela—. Sabes que no me gusta que emplees ese lenguaje nada propio de una señorita.
Sara pensó que el narcótico empezaba a afectarle al cerebro. ¡Paula estaba a punto de asesinarla con una pistola y Pilar la regañaba por haber dicho una palabra malsonante!
—Te confieso que pensé que me lo contarías todo en Casa Edén, pero eres más dura de pelar de lo que yo creía —continuó Paula—. Eso sí, ¡no me eches en cara que no hice todo lo posible para que cancelases la boda! Ahora ya no importa. Te llevarás tu secreto a la tumba.
El momento crítico había llegado. La mano de Sara ya acariciaba el bolso, pero, para llegar hasta el móvil, necesitaría más tiempo.
—No… lo conseguirás —replicó como pudo—. Un disparo… no se puede… hacer pasar… por un accidente.
—¡Claro que se puede! —rio Paula—. Solo hace falta una buena historia que lo justifique. ¿Te la cuento? Sí, por qué no…Todavía queda un poquito para que te duermas del todo… ¿Sabes que últimamente hay muchos rateros merodeando por esta zona? Por desgracia, uno de ellos decidió entrar en casa de mi queridísima abuela a robar, pero no contaba contigo. Cuando tú intentaste defenderla, ¡puf!, se le escapó una bala y te dio de lleno en el corazón. Por supuesto, yo no pude hacer nada, porque en aquel momento me encontraba de camino al cortijo a por mi móvil que se me había olvidado en el salón.
Pilar miraba a su nieta asintiendo en todo momento con satisfacción. Incluso pareciera que el plan hubiese sido ideado por ella.
—Dime, ¿qué te parece? Todos darán por hecho que la maldición ha hecho su trabajo —terminó con orgullo Paula.
Sara estaba a punto de conseguirlo. Las yemas de sus dedos rozaron el móvil. La única esperanza que le quedaba, su única vía de escape… Pero, entonces, sus aletargados músculos realizaron un movimiento brusco que la delató.
Paula saltó sobre ella como una fiera.
—¿Qué escondes ahí? —inquirió con violencia. De un manotazo, le arrebató el bolso, pero en el forcejeo todo su contenido cayó al suelo quedando disperso por las baldosas de la habitación.
Ahora ya sí que no le quedaba ninguna posibilidad. En breves minutos quedaría profundamente dormida y jamás volvería a despertarse. Su hora había llegado… Pensó en Alejandro. ¿Descubriría alguna vez la verdad? Era injusto que todo terminase de aquella manera. Sara tuvo ganas de echarse a llorar. ¡No! ¡No les daría ese placer a aquellas dos malditas mujeres! ¡Había estado tan cerca! Pero había fracasado…
Buscó con la mirada el lugar donde había ido a parar su móvil. Del golpe, la pantalla se le había roto, quedando inservible para los planes de Sara. Entonces la vio. Al lado del terminal inutilizado, su cartera abierta reposaba en el lateral del sillón de Pilar dejando a la vista su foto más querida: la de su abuela María.
Se quedó con la mirada fija en el pequeño trozo de papel. Si iba a morir, ella sería lo último que viesen sus ojos. «Pronto me reuniré contigo», pensó con dolor.
Pero Pilar ni siquiera le concedió ese último consuelo. Se agachó, recogió la cartera y extrajo de ella la foto.
—¡No la toques! —gritó Sara con toda la rabia que llevaba dentro.
Pero ella no la escuchaba. Se había quedado absorta contemplando aquel recorte ajado por el tiempo.
—¿Quién te ha dado esta foto? —preguntó con la voz entrecortada.
No pensaba contestarle. ¡Que se fuera al diablo y se quedase con las ganas de saberlo! Pero entonces Pilar, con una agilidad y fortaleza impropias de su edad, se levantó y, agarrándola del pelo hacia atrás, le preguntó con voz más imperiosa:
—¿Que quién te ha dado esta foto? ¡Contéstame! —gritó.
—¡Mi abuela María, la mujer que sale en ella!—contestó al fin, para que la soltara.
La expresión de Pilar cambió en ese mismo instante. Con el rostro demudado y la mirada perdida en el infinito, cayó en el sillón como si, de repente, las fuerzas la hubiesen abandonado. Era la viva imagen de una persona que hubiese perdido la cordura.
—¿Qué te pasa, abuela? —preguntó Paula, agachándose a su lado muy preocupada.
—Niña, tráeme el marco que hay en la mesilla de mi dormitorio —pidió casi en un susurro.
Paula la miró extrañada y replicó casi molesta.
—¿Ahora? ¿Ahora quieres que te lo traiga? ¿No te parece que no es el mejor momento para…?
Pilar no la dejó terminar. Levantó la mano y le asestó tal bofetón que la tiró al suelo.
—¡No vuelvas a responderme así, niña malcriada! ¡Cuántas veces tengo que decirte que me obedezcas a la primera! ¡Quiero que me traigas el marco, y punto! —gritó Pilar, con una autoridad digna de un oficial nazi—. ¿Ves lo que pasa cuando no te portas bien? Tú tienes la culpa. Me obligas a hacerte cosas que yo no quiero.
Sara no podía salir de su asombro. Allí, tirada en el suelo, con la cara contraída por el miedo, estaba la verdadera Paula. Nada que ver con la mujer decidida y arrogante que ella conocía. La hermosa joven, capaz de conseguir todo lo que se propusiese en la vida, se acurrucaba como una niña asustadiza ante los maltratos a los que, seguramente, había sido sometida por su abuela desde la infancia.
Sin volver a replicar, Paula se dirigió hacia la habitación. A su vuelta, trajo consigo un pequeño marco de madera que por su aspecto parecía antiguo. Pilar lo cogió entre sus manos, como si se tratase de una muñeca de delicada porcelana. Después, comenzó a mecerse con él. Adelante y atrás, adelante y atrás. Sin soltarlo.
—¿Dónde está María? —preguntó Pilar en un tono extraño. Aquella, ya no era la voz de una anciana. Se había transformado en la de una niña pequeña, aguda y estridente. Incluso su envejecido rostro suavizó su expresión, tornándose inocente, infantil—. Entonces, ¿no está muerta? Huyó con él… Con el fotógrafo… Mi mamá me dijo que madre Dolores se la había llevado con ella por desobedecerla… Pero era mentira…
Oír a Pilar hablando de su abuela María con aquella vocecilla fantasmal le erizó la espina dorsal. Ni siquiera, al pensar en su propia muerte, Sara había sentido tanta angustia como estaba viviendo en aquel momento.
—¿Qué…significa esto? —increpó, cuando al fin fue capaz de reaccionar— ¿Por qué… habla usted así… de mi abuela?
Y entonces lo supo. Cuando Pilar volteó el marco que reposaba en sus manos, la imagen que vio le impactó de lleno en el corazón. La figura estilizada de su abuela María, que Sara había contemplado miles de veces durante toda su vida, aparecía en ella. Al fondo, se identificaba la fachada del Ayuntamiento de Albalut y la concurrida Plaza Mayor del pueblo.
Aquella era sin duda, una réplica de la foto que ella guardaba en su cartera. Pero esta, estaba intacta. Sin mutilaciones.
Por fin, Sara pudo confirmar que su abuela iba ese día agarrada de la mano de alguien…, pero esa persona no era un hombre como ella siempre había sospechado, sino una preciosa niña.