Cuando por fin salió del baño, Gabriel había desaparecido y no volvió a verlo hasta la hora en la que los cinco se reunieron en torno a la mesa.

El momento trascurrió entre las bromas típicas de David y las preguntas de don Luis sobre la visita a Tokio. Sara permaneció callada la mayor parte del tiempo.

Al terminar, Irene trajo una bandeja con champán. Todos parecieron sorprendidos, pero ninguno tanto como Sara, a la que la presencia de aquella bebida traía recuerdos que levantaban espinas en su conciencia.

—Familia, quiero brindar por el que en breve será el vigésimo cuarto marqués de Mondéjar —dijo don Luis, con la voz teñida por el orgullo y la emoción a partes iguales—. Hoy me han confirmado que ya está todo preparado para la cesión del título.

Vaya, Gabriel estaba en lo cierto. Don Luis iba a ceder su título voluntariamente con tal de romper la maldición a la que tanto temía. Sara sintió una punzada en el pecho. Ella era cómplice en aquel engaño.

Después, el abuelo tomó las manos de Gabriel y de Sara, y las unió en un gesto simbólico. Aquel simple contacto sembró la inquietud en ella. Tan solo unas horas antes, aquella mano había recorrido cada centímetro de su cuerpo desnudo.

—Querido nieto, es un placer para mí saber que muy pronto alcanzarás lo que tanto has deseado desde niño, pero, sobre todo, que lo disfrutarás con alguien tan especial a tu lado.

La primera felicitación vino de David, seguida de la de Paula, pero ninguno de los dos aludidos dijo nada. No había nada que decir, aquello solo era una farsa. Sin embargo, Sara hubiera esperado que Gabriel demostrase más emoción por aquella noticia tan deseada. Aunque, claro, se recordó a sí misma, estaba hablando de un hombre que rara vez dejaba ver a los demás lo que sentía.

El abuelo les comunicó que el viernes siguiente tendrían que ir a Granada para la firma oficial de los papeles. Le hacía mucha ilusión, porque así podría aprovechar para darse una vuelta por su querida Alhambra que, a causa de su enfermedad, hacía mucho que no visitaba.

Y ese fue el momento en que Sara cometió un error.

Cuando don Luis le preguntó qué parte de la ciudad era la que más le gustaba, su respuesta fue que nunca había estado allí. Al anciano se le salieron los ojos de sus órbitas. ¡¿Cómo era posible que su futura nieta no conociera la ciudad más bella del universo?! Aquello había que solucionarlo de inmediato. Con la ilusión de un adolescente, propuso que los cinco hicieran un viaje para disfrutar de unas pequeñas vacaciones en familia.

David protestó diciendo que él no se podía tomar unos días libres así como así, pero el abuelo tiró por tierra sus excusas apelando a su situación de moribundo y a que aquella sería, posiblemente, la última oportunidad que tendría él de disfrutar de su lugar favorito junto a sus seres más queridos. Sara comprendió de quién había heredado Gabriel su vena manipuladora.

—Llevas razón, abuelo —dijo Gabriel, sorprendiendo a todos—. Me parece una gran idea. Pasemos unos días juntos. Si ha surgido la ocasión, no hay que desperdiciarla. Yo invito.

—Ah, bueno —contestó David con su tono humorístico de siempre—. Si se trata de gorronearte a ti, yo también me apunto.

—Vale. No seré yo quien decline una orden del jefe para tomarme unas vacaciones —dijo Paula, guiñándole el ojo a Sara.

—Decidido, entonces —zanjó el tema don Luis, completamente satisfecho por el resultado de los acontecimientos—. El jueves por la mañana nos vamos a Granada. Yo me encargo de todos los preparativos.

—Perfecto. Yo viajo a Madrid esta tarde, pero el jueves al amanecer estaré aquí para unirme a la expedición —dijo Gabriel mirando directamente a Sara.

Así que esa era su forma de decirle que se marchaba. Muy bien. Mejor para ella. Ahora tendría más intimidad para hacer todo lo que tenía en mente.

La maldición de los Luján
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