
Muchas horas después, cuando los primeros rayos del Sol amenazaban con sorprenderlos, se acercaron a uno de los ventanales para contemplar por última vez aquellas maravillosas vistas y despedirse de su Mirador Romántico.
Al apoyarse en la balaustrada, Sara se dio cuenta de que el poyete estaba grabado con infinidad de nombres de personas que habían querido inmortalizar su paso por aquel emblemático lugar. Con su dedo índice, repasó el contorno de uno de ellos al azar.
—Creo que deberíamos hacer algo antes de irnos —dijo Gabriel, separándose de ella y yendo a buscar uno de los cuchillos que habían quedado olvidados en la mesa—. Propongo que escribamos nuestros nombres.
A Sara le pareció que era la mejor idea del mundo.
—Sé que no deberíamos —Gabriel continuó hablando mientras comenzaba a hacer incisiones en la blanda arenisca—, pero ¿qué clase de mirador romántico sería este si no lo hiciésemos?
Sara dirigió sus ojos hacia la lejanía. Había muchas cosas que la preocupaban, pero podrían aclararse al día siguiente. Sin embargo, la necesidad de hablar sobre una de ellas se hizo apremiante.
—Lo que hemos estado haciendo es muy peligroso —musitó con preocupación en la voz—.Yo no tomo la píldora.
—Ya lo sé. —Su reacción no fue la que ella esperaba. La calidez de sus ojos reflejaba la seguridad y la emoción contenida tras el significado de sus palabras—. Siempre lo he sabido. Te aseguro que, pase lo que pase, no será un problema para mí. Mira.
Gabriel no había escrito sus iniciales. En su lugar, las palabras «Luján – McCarthy» aparecieron ante la vista de Sara unidas por primera vez.
—Esta será la prueba. Si alguno de nuestros nietos nos sale un listillo, siempre podrá venir a comprobar que sus abuelos pasaron aquí una noche maravillosa. ¿No te parece?
De esta forma respondió Gabriel a la pregunta no formulada por Sara. «Nuestros nietos». Sintió vértigo. ¿Cuándo habían llegado a ese nivel en la relación? Se suponía que después de la boda cada uno seguiría con su vida de forma independiente a la del otro. Ella quedaría libre. Él también. Estaba claro que la atracción sexual que existía entre ellos era muy fuerte y que las revelaciones de Gabriel de aquella noche podrían dar un giro a las cosas, pero de ahí a plantearse un futuro juntos por el resto de sus vidas había un abismo. Todavía tenían que aclarar muchos detalles de sus respectivos pasados y, quizá, las verdades de ambos se interpusieran dolorosamente entre ellos.