Madrid, 29 de junio

Sara estaba trabajando tranquilamente en su laboratorio cuando sonó el teléfono. Era Rodolfo, el guardia de seguridad del edificio, diciéndole que el señor Luján la estaba esperando en el vestíbulo.

Aquello tenía que ser un error. ¿Qué hacía ese tipo ahí abajo cuando Jorge acababa de irse a sus oficinas para proseguir con las negociaciones del día anterior? ¿Se habría equivocado pensando que la reunión era allí?

Pero, entonces, otro pensamiento se coló en su mente. Un atisbo de esperanza empezó a surgir en su interior. ¿Y si era él? ¿Y si había venido a buscarla? ¿Y si el hombre que seguía sin poder apartar de sus pensamientos era quien estaba esperándola abajo? Con un tono de emoción apenas contenido, logró preguntar al guardia:

—Rodolfo, ¿qué nombre ponía en el DNI del señor Luján?

Este se tomó su tiempo antes de responder.

—Pues no recuerdo bien… Era un nombre compuesto… Pero él me ha dicho que su nombre era Gabriel Luján —terminó Rodolfo, muy complacido consigo mismo por haber recordado aquel dato.

«Y ¿qué esperabas, idiota?», se recriminó a sí misma. Alejandro no tenía forma de localizarla, y, aunque pudiera hacerlo preguntándoselo a Marta, estaba segura de que no lo haría, no después de cómo le había abandonado. Había huido de un hermano y se había topado de bruces con el otro.

Sara confirmó a Rodolfo que bajaba enseguida.

¿A qué habría venido Gabriel hasta allí? Seguro que se trataba de un malentendido. ¡Cualquiera le decía ahora a ese tipo que la reunión era en sus propias oficinas!

Sara salió de las instalaciones de Ednor y avanzó por el pasillo de muro grisáceo hasta el ascensor. Aquel edificio había sido su segunda casa desde hacía muchos años. De hecho, había pasado más horas allí que en lo que ella llamaba «hogar». En ese parque científico se estaba gestando un nuevo tejido empresarial en el que científicos como ella se dejaban la piel cada día en favor de la innovación.

Al llegar abajo, Gabriel la estaba esperando al otro lado del torno de seguridad, con su tarjeta de visita colgada al cuello sobre un inmaculado traje gris marengo. Sara notó cómo su cuerpo se envaraba para enfrentarse a la presencia de aquel hombre. Físicamente era igual que Alejandro, pero la energía que trasmitía no tenía nada que ver. Era un tipo peligroso. Sin saber muy bien por qué, Sara no se fiaba de él.

Desde su lado del acceso, Sara no le dio la bienvenida más cálida del mundo ni la que probablemente él esperase.

—Creo que hay un error en su agenda. La reunión con Ednor se está celebrando en estos momentos en sus oficinas.

Gabriel sonrió con arrogancia.

—Buenos días, señorita McCarthy, yo también me alegro de volver a verla —recalcó Gabriel, exponiendo de forma evidente el comportamiento maleducado de Sara—. Y no se preocupe por mi agenda, mi secretaria es la persona más eficiente del mundo. Jamás comete errores. Le aseguro que, si lo hiciera, no trabajaría para mí.

Después, mientras pasaba su tarjeta por el lector y cruzaba el torno le dijo:

—Ah, por cierto, para su información, ninguna reunión comienza si no he llegado yo.

Aquel hombre no le gustaba nada, nada en absoluto.

—Pues, si no ha venido a una reunión, ¿a qué debemos el placer de su visita?

Sabía que no debía hablarle así, pero no podía evitarlo. La altanería de Gabriel la exasperaba.

—Me gusta ver el entorno de trabajo de las empresas que piden mi dinero. Además, ayer me dio la sensación de que usted no estaba muy conforme con la exposición que realizó su jefe. Quizá quiera comentarme algo al respecto.

El simple hecho de nombrar a Jorge como «su jefe» ya le revolvía las tripas, por lo que, una vez más, su contestación no fue la más educada.

—Hoy estamos muy ocupados. Seguro que «mi jefe» estará encantado de recibirlo otro día. Él podrá enseñarle las instalaciones con sumo gusto.

—Ya, pero el problema es que yo quiero verlas ahora. Pensé que tendría más interés en que me llevara una buena impresión de Ednor, dado el estado incipiente de nuestra negociación. ¿O es que hay algo que no quiere que vea?

—¡Aquí no tenemos nada que ocultar! —se defendió ella.

Gabriel había ganado

—Acompáñeme. Le enseñaré nuestro laboratorio.

Sara le fue explicando que en aquel centro se disponían espacios para la investigación experimental y la innovación. En el alquiler que pagaba su empresa por estar allí, se incluía la zona privada hacia la que se dirigían y otras salas de uso compartido donde se colocaban equipos y cámaras de refrigeración que las pequeñas empresas compartían para llevar a cabo sus estudios y que, de otra forma, no podrían permitirse debido a su elevado coste.

Al llegar a su oficina, le presentó al resto del equipo y todos se sorprendieron al descubrir quién era aquel caballero que acompañaba a Sara. Pero la más asombrada fue ella: con sus compañeros, Gabriel había dejado de ser un gilipollas soberbio para convertirse en alguien normal, interesado por el día a día de los que trabajaban allí. Hizo muchas preguntas. Al principio, se les veía reticentes a contestar por si metían la pata, pero luego se fueron animando. Gabriel les hizo muchas bromas sobre lo poco que sabía de todo aquello y lo extraño de los nombres que empleaban, como llamar «poyata» a una simple mesa de trabajo.

Le explicaron para qué utilizaban los viales, las pipetas, la cabina de flujo laminar… Y le llamó tanto la atención aquella especie de batidora con la que obtenían las nanopartículas de oro que hasta consiguió que le hicieran una demostración en vivo y en directo. Se quedó ensimismado contemplando el proceso. Hirvieron agua destilada y, manteniendo el líquido en movimiento constante en todo su volumen, añadieron la solución de oro. La mezcla tomó un color amarillo claro, a la cual se añadió citrato de sodio. Poco después, el tono comenzó a evolucionar, reflejando la formación de las semillas que se transformarían posteriormente en las nanopartículas de oro. Primero gris. Luego, del azul pasó al púrpura y, finalmente, a un espectacular rojo sanguíneo. Todo ese tiempo, Sara fue incapaz de apartar su mirada de los ojos expectantes de Gabriel. Realmente, parecía un niño pequeño realizando su primer experimento en el laboratorio del colegio, muy lejos del hombre prepotente que ella empezaba a conocer. También se interesó por las placas de cultivo, unos recipientes cristalinos que contenían múltiples puntitos de color violeta.

—Esto son colonias de células tumorales —explicó Álvaro, el segundo de a bordo del equipo.

Gabriel miró a Sara inquisitivamente.

—¿Hacéis investigación contra el cáncer? Ayer hablasteis de vuestros logros en la aplicación de nanopartículas de oro, pero no mencionasteis nada relacionado con esto.

—Ayer solo hablamos de cremas —contestó Sara con bilis en la boca.

—¿En qué más estáis trabajando? —se interesó Gabriel.

Aquel era el momento que Sara había esperado desde hacía mucho tiempo. Pero no había lugar ni para presentaciones en PowerPoint ni para detallados números que respaldaran su propuesta. Tenía dos minutos para captar la atención de Gabriel, dos minutos para hacer un resumen de toda su vida.

—En un compuesto basado en nanopartículas de oro capaz de revolucionar la medicina actual en materia oncológica. La terapia va dirigida única y exclusivamente a las células tumorales sin afectar a las sanas. No tiene efectos secundarios, no produce ninguna alteración ni en el hígado, ni en el riñón ni en ningún otro órgano. Solo se acumula en el tumor.

—Por favor, continúa.

Había logrado que Gabriel se interesara por lo que ella estaba diciendo.

—La eficacia antitumoral de nuestro compuesto es radicalmente superior a la de las drogas utilizadas hasta ahora. ¡Los estudios de eficiencia realizados en ratones demuestran una remisión total de los tumores en el cien por cien de los casos! Sin recaídas.

Sara esperó por si quería comentar algo, pero no lo hizo. Permaneció en silencio, observándola fijamente con interés.

—Y no solo eso. Los estudios que hemos realizado en modelos con metástasis, tanto in vitro como in vivo, han demostrado que nuestro compuesto también acaba con las células madre tumorales, es decir, con las que producen la metástasis y la reaparición de los tumores al cabo de los años.

—¿Cómo lo hace? —se interesó Gabriel.

—Está diseñado específicamente para dirigirse y entrar directamente en las células tumorales y células madre tumorales, que sobreexpresan el marcador específico XR-10. Su reciente descubrimiento en todos los tumores estudiados supuso un antes y un después en nuestras investigaciones. Estamos muy orgullosos de ser los únicos que, por el momento, hemos podido llegar hasta él, a pesar de los esfuerzos realizados por otros grupos de investigación más prestigiosos y con más recursos.

—Pero sigo sin comprender cómo funciona.

—El secreto está en que, al ser tocadas por nuestra molécula, las células tumorales pierden su magia, dejan de ser inmortales. Eso, y un empujoncito al sistema inmune estimulándolo a través de la molécula LYNK1, y la enfermedad desaparece de manera fulminante y definitiva.

Gabriel no hizo más preguntas. Asintió con la cabeza y le dijo que le apetecía ver el resto de las instalaciones del edificio. Sara volvió a sentir que había fracasado, no había sido capaz de suscitar el interés de Gabriel por su trabajo.

En aquella misma planta, le mostró una de las salas donde un montón de máquinas y neveras eran compartidas por todos los integrantes del edificio. La centrifugadora de tamaño colosal y las cámaras frías, a + 4 y - 20 grados, fueron las que se llevaron toda la atención de Gabriel. Después pasaron por otra zona común, esta vez en la planta baja, donde las neveras aguantaban - 80 grados. Allí, las muestras biológicas se mantenían vivas durante varios años.

Lo más llamativo llegó al final. El espacio donde se encontraban los tanques de nitrógeno líquido con temperaturas de casi - 200 grados. Al entrar, dos chicos jóvenes y bien parecidos, ataviados con sendas batas blancas, acababan de sacar unas muestras del interior de uno de ellos. Al verla, se acercaron a ella sonrientes y le hicieron bromas sobre lo tristes que habían estado durante la semana que ella había estado de vacaciones. Gabriel cortó en seco la conversación.

—Señorita McCarthy, ¿le importaría mucho si continuásemos con nuestra visita?

Los chicos se dieron por aludidos y, despidiéndose de Sara, se marcharon de allí apresuradamente.

—¿Qué hay en estos tanques? —preguntó Gabriel.

—Nitrógeno líquido. Nos sirve para la conservación de células y otras pruebas biológicas durante muchos años.

—¿Quema?

—Bueno, debido a su baja temperatura, sí puede quemar si dejas la mano dentro más de un segundo.

—¿Puedo tocarlo entonces? Me gustaría probar.

—Usted mismo… —le dijo abriendo la tapa del tanque blanco—, pero yo ya le he advertido. Si se quema será bajo su responsabilidad.

Sara abrió el contenedor. Un vapor blanco y escandaloso se interpuso entre ellos. Gabriel la miró fijamente a los ojos e introdujo su mano en aquel recipiente.

—Siempre puedo decir que usted no me avisó e incluso que me animó a hacerlo —la retó Gabriel, mientras sonreía y miraba sus dedos por si habían sufrido algún daño.

—Puede decir lo que quiera, pero las cámaras de vigilancia revelarán la verdad. Aquí todo se graba —respondió Sara muy segura de sí misma.

—¿Usted siempre tiene recursos para todo? —ironizó Gabriel.

Sara se puso muy seria. No estaba de humor para aguantar sus estupideces.

—¿Cree que si los tuviera Ednor estaría pidiéndole a su empresa apoyo financiero para continuar con nuestras investigaciones? No, le aseguro que no.

Gabriel debió comprender que estaba moviéndose por un terreno peligroso, porque dio un giro a la conversación.

—Pues, ya que ha sacado el tema…, ¿en qué estado se encuentra el desarrollo del compuesto?

A Sara le pilló de improviso que él se interesara de nuevo por su trabajo.

—Bueno, pues la EMA, la Agencia Europea del Medicamento, nos recomendó que hiciésemos los estudios de eficacia preclínica en nuestro laboratorio, pero que a la vez colaborásemos con el laboratorio de nanotecnología del NCI, el Instituto Nacional del Cáncer, para que ellos caracterizasen nuestro compuesto y comprobasen su eficacia. Sus resultados confirmaron la estabilidad, la eficacia y la seguridad de nuestro EDN42.

—¿EDN42? ¿Qué es eso? —preguntó Gabriel, sorprendido por el nombre.

—Perdón, no me he dado cuenta, es por la costumbre. EDN42 es como llamamos a nuestro compuesto. Las letras, por la empresa, Ednor, y el 42 por el número de candidatos que tuvimos que ir probando hasta dar con este.

—Interesante. Me estaba usted contando que los estudios de eficacia preclínica habían finalizado. ¿Se quedaron ahí?

—No. También confirmamos su seguridad con estudios preclínicos regulados, que, junto con los de eficacia preclínica y los resultados del NCI, nos permitieron obtener la autorización de la agencia europea para comenzar con los estudios en humanos.

—¿Qué tal fueron esas pruebas?

Por extraño que pareciese, aquella conversación tan técnica estaba consiguiendo que Sara se relajase. Estaba en su elemento, hablaba sobre lo que más conocía en el mundo, sobre aquello que le importaba más en la vida. Y Gabriel había dejado de comportarse como un prepotente interesándose de verdad por todo lo que ella decía. Inconscientemente, se sintió como si realmente estuviese hablando con Alejandro, explicándole a él, y no a su hermano, el día a día de su trabajo.

—Pues empezamos con un pequeño grupo de pacientes, que no mostraron ningún signo de toxicidad importante y, además, también reaccionaron extraordinariamente bien a la terapia. En la mayoría de los casos, en los pacientes cuya esperanza de vida era de más de tres meses, se produjo una remisión total sin efectos secundarios importantes. Solo no funcionó con éxito en aquellos pacientes que tenían los órganos vitales demasiado dañados por el cáncer como para superar el tratamiento y la enfermedad.

—Hay algo que no entiendo. Ayer, Jorge no nos dijo que necesitabais capital para financiar este proyecto, sino el de los productos cosméticos. ¿Acaso su empresa lo ha vendido ya a una big pharma?

La simple mención de Jorge volvió a ponerla en actitud defensiva, pero al mirar a Gabriel y ver que su expresión seguía siendo expectante, enseguida volvió a concentrarse en la conversación. Aquella parte no era fácil de explicar.

—Hasta hace poco, siempre nos habíamos financiado con el patrimonio de nuestro antiguo dueño, Antonio Robles. Pero cada uno de nuestros éxitos requería de cuantías más elevadas para proseguir y su situación económica empezó a ser muy crítica durante los últimos meses. Hace un par de años, se me ocurrió que podríamos autofinanciar una parte de nuestras investigaciones creando la unidad de dermatología. La idea era aprovechar algunos descubrimientos con nanopartículas en productos de cosmética que se lanzaran al mercado. Contratamos a Jorge para que se encargara de su comercialización y expansión, pero firmó acuerdos con proveedores equivocados y esto no solo trajo demoras en la producción, sino problemas adicionales de capital. Sigo creyendo que, con la financiación adecuada, es un área que no debemos abandonar por los beneficios que puede reportarnos…, pero esto ya lo explicó perfectamente Jorge en su presentación.

—Sí, bastante bien, pero ¿hay o no hay ninguna big pharma de por medio actualmente?

—No, no. Debo reconocer que en la EMA, entusiasmados con los resultados, nos aconsejaron que lo hiciésemos para avanzar más rápidamente en el proceso, pero eso hubiera supuesto perder el control de nuestro producto. No nos hubieran permitido asegurarnos de que finalizarían su desarrollo con las condiciones que nosotros queríamos.

—¿De qué cantidades estamos hablando? ¿Qué inversión se necesita para pasar a la siguiente fase?

El momento crucial había llegado. Esa era la parte más difícil, pero no se andaría con rodeos. La realidad era la realidad. De aquel hombre podía depender el futuro de mucha gente. Se acercó a Gabriel y le miró a los ojos.

—Siete millones de euros para terminar la fase 2, y… —le tembló la voz. Sabía que lo que iba a pedir era una cifra difícil de afrontar para la mayoría de las empresas, pero no tenía por qué serlo para una compañía que poseía los recursos de Antax Corporation—, unos doscientos en la fase 3. Aquí tendremos que demostrar a gran escala su eficacia, comparándolo con los fármacos actuales, y, si todo va bien, obtendremos la aprobación de la EMA para su comercialización en el mercado.

Gabriel permaneció en silencio un instante.

—Eso es mucho dinero. No tengo claro que el retorno de esa inversión me vaya a compensar.

Sara vio que se le escapaba de las manos la mayor oportunidad que había tenido jamás de alcanzar su objetivo. Cegada por la necesidad que tenía de demostrar que aquello merecería la pena, que la vida de mucha gente estaba en juego, se olvidó completamente de que la figura masculina que tenía delante era Gabriel y no la de su adorado Alejandro. Solo vio sus ojos, del mismo azul intenso que recordaba, su prominente nariz, que les había hecho compartir aquel instante de complicidad, su mandíbula, su boca…, aquella que había saboreado, que había recorrido todo su cuerpo llevándola a alcanzar la cima de un placer que ni ella misma se hubiese atrevido a soñar antes. La adrenalina despertó sus sentidos. La sangre comenzó a fluir con viveza por todo su cuerpo renovando el aletargamiento al que había sido sometido desde que se separó de Alejandro, olvidando que aquel hombre no era él. Cubrió la distancia que los separaba y sus manos cobraron vida propia, aferrándose suplicantes al pecho masculino.

Él no se retiró. Tampoco la tocó.

—Sabemos que necesitamos una gran inversión, pero un poco más y estaremos a las puertas de la comercialización. No va a ser ni fácil ni rápido, pero ¡lo lograremos! Los informes demuestran que los beneficios obtenidos superarán con creces las cifras que hoy parecen tan desmesuradas. Pero hay algo mucho más importante que todo eso: nuestro esfuerzo ayudará a los oncólogos de todo el mundo a no tener que repetir nunca más la fatídica frase de: «Lo sentimos, pero no pudimos hacer nada». Ahora sí podrán. Esta maldita enfermedad no volverá a llevarse a ningún ser querido de nadie. Niños, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, familias enteras estarán a salvo. ¡Habremos vencido! ¡Y todo será gracias a nuestro esfuerzo!

Cuando el momento de éxtasis de su discurso finalizó, Sara se dio cuenta de que aquello se le había ido de las manos. No solo sus dedos habían buscado con desesperación el contacto de Gabriel, sino que su pecho se encontraba casi aprisionado contra el de él, acompasando el ritmo de su intensa respiración. Tan cerca estaban el uno del otro que, si tan solo Gabriel hubiese inclinado un poco su cabeza, no habría tenido ningún problema para besarla. ¿Cómo había sido capaz de tomarse aquellas libertades con ese hombre? ¿Cómo iba a justificar su comportamiento? ¿Qué le iba a decir: «Perdona, pero hace cuatro días me acosté con tu hermano gemelo y todavía me dura el encoñamiento»?

Intentó retirarse de inmediato. Con el corazón en un puño por el bochorno y la cara encendida hasta las capas más internas de su piel, sintió la humillación a la que ella misma se había sometido voluntariamente.

Pero Gabriel no se lo permitió.

Sin previo aviso, capturó una de sus muñecas y la dejó inmovilizada contra su espalda. Aquella posición forzó a Sara a arquearse, movimiento que aprovechó Gabriel para atraerla de forma enérgica hacia él. Sara levantó la cara para enfrentarse a su captor, pero lo único que consiguió fue que sus bocas quedasen todavía más cerca. El recuerdo de los besos apasionados de Alejandro la dejó sin aliento para seguir forcejeando, y a punto estuvo de ser ella misma la que intentara alcanzar aquellos labios, que parecían más duros de lo habitual, pero igual de deseables.

—Siente verdadera pasión por lo que hace, señorita McCarthy, y eso me gusta. Pero tenga cuidado. No vaya a cegarla y cometa un error que luego pueda lamentar.

Gabriel la liberó en el mismo instante en que pronunció la última palabra. Aquello había sido una advertencia. Sara sabía que debía tener cuidado con aquel hombre, pero era imposible obviar el parecido que tenía con Alejandro. «Mantente alejada de él», se dijo a sí misma. Pero otra voz en su interior le contestó: «Eso va a ser imposible, él tiene la llave de tu futuro».

La maldición de los Luján
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