
El festejo duró más allá de lo esperado. A las 16.30 todavía estaban con los postres y el nerviosismo de Sara se incrementaba por momentos. Tenía el tiempo justo para buscar una excusa para volver a su habitación, cambiarse de ropa y salir pitando a su cita con Alejandro. La inquietud por volver a verlo tampoco ayudaba mucho. Tenía un nudo en el estómago y cada vez le resultaba más difícil seguir el hilo de la conversación.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Gabriel.
—Sí —respondió, intentando forzar una sonrisa. Entonces, se le ocurrió una idea—. Es solo que creo que la comida no me ha sentado bien. Me parece que debería ir a echarme un rato a ver si se me pasa.
—Puede que todavía tengas el sistema digestivo un poco sensible —apuntó David.
—¡Es que la celebración lo merecía! —rio don Luis—. ¿Por qué no te tomas una de esas pastillas de Paula?
—No, no creo que haga falta. Con descansar un poco, será suficiente. —Sara siempre evitaba tomar medicamentos, si no era algo estrictamente necesario.
—Insisto. Tú dices que te funcionan muy bien después de las copiosas comidas con clientes, ¿no? —dijo don Luis, buscando claramente el apoyo de Paula.
Esta miró a Sara y entornó los ojos en señal de resignación. Después, buscó en su bolso y sacó un pequeño pastillero. Todos sabían que, hasta que no se tomara la dichosa pastilla, don Luis no cejaría en su empeño.
—Tranquila, las fabrica uno de nuestros laboratorios. Son bastante naturales, por eso las tomo yo —comentó Paula comprendiendo las reticencias de Sara a tomar un fármaco sin prescripción médica.
Sara comprobó de nuevo el reloj, casi las cinco. No le quedaba mucho tiempo. Tragó la pastilla con un poco de agua y se levantó de la mesa.
—¿Te acompaño? —se ofreció Gabriel levantándose a su vez.
—No, no es necesario —Esperaba que su voz no hubiese sonado demasiado apremiante—. Sé que tenéis trabajo. Si no os importa, esta tarde me gustaría descansar tranquilamente en la habitación. Os veré por la noche.
Se sintió fatal por aquella mentira. No le gustó, pero comprendió que la nueva Sara era capaz de superar muchas cosas que limitaban a su anterior personalidad. Eso sí le gustó.
Lo primero que hizo al llegar a la habitación fue comprobar en Google Maps qué distancia había entre el hotel y la tetería en la que había quedado con Alejandro a las 18.00. Comenzó a sentir mucho calor por todo el cuerpo. Quince minutos era lo que iba a necesitar para alcanzar a pie su destino. Descartó una ducha rápida, no tenía tiempo. Un ligero picor en la garganta la obligó a carraspear dos veces de camino al cuarto de baño. El espejo le confirmó que no tenía buena cara. Su rostro tenía un color rojo que no había visto en su vida. Quizá la sobreexposición al sol en la Alhambra y el aperitivo que habían tomado ese mismo día en la terraza del hotel le estuviesen pasando factura. Su piel, bronceada por naturaleza, siempre había lidiado bien con los esporádicos rayos de sol de la calle, pero no debía fiarse. Empezaría a echarse crema protectora, por si acaso.
No podía volver a ver a Alejandro con esa pinta. Por lo menos se maquillaría un poco para no espantarle. Fue a buscar la pequeña bolsita de pinturas que guardaba en la maleta. Se tocó la cara, cada vez le quemaba más. Entonces, sintió un terrible pinchazo en el estómago que la obligó a doblarse por la mitad. Lo que había comenzado como un ligero escozor de garganta se fue intensificando cada vez más, dificultando por momentos su respiración. ¿Qué demonios le estaba pasando? Un picor insufrible se apoderó de sus manos y de las plantas de sus pies. Multitud de pequeños abones proliferaron por su cuerpo. Quiso gritar, pero su lengua se había hinchado, al igual que sus labios y el resto de su cara. Ya casi no podía ver, sus párpados se lo impedían. Su cuerpo empezó a sufrir convulsiones y comprendió que su única posibilidad sería alcanzar la maldita puerta que la encerraba en aquella habitación. Su presión arterial disminuía rápidamente, la hinchazón de su glotis era cada vez mayor, el oxígeno ya casi no le llegaba a los pulmones…
No quería darse por vencida, pero sabía con certeza científica que solo un milagro podría salvarla de aquella situación.