
No era un mal plan pasar el día de isla en isla, disfrutando del sol, del mar y de música agradable. Tumbada en una hamaca junto a Montse y tomando un cóctel de fresa, Sara pensó que podría acostumbrarse a ese tipo de vida sin ningún problema.
Pero, en el fondo, estaba un poco preocupada. Alejandro todavía no había salido de su habitación, ni Ashley tampoco. Por eso se quedó helada cuando les vio aparecer juntos. De nuevo, la americana venía colgada del brazo masculino y se reía como una tonta.
—¡Perdonad por el retraso, pero nos hemos demorado un poco «en el desayuno»!
Aquella insinuación implícita de que el motivo de su retraso era otro le revolvió las tripas.
—Debo confesar que se me han pegado las sábanas. No he dormido muy bien esta noche —dijo Alejandro al descubrir a la dueña de las gafas de sol tras las que se ocultaba una mirada asesina.
—Sí, a mí me ha pasado lo mismo… —continuó diciendo Ashley, como si aquello fuera el hecho más maravilloso del mundo.
Tenía que ser una broma. Era imposible que, después de haberla besado a ella de aquella forma, se hubiera ido a la cama con… ¡con esa! Sara se dio cuenta de que si permanecía un minuto más con ellos comenzaría a comportarse como una estúpida. No se lo pensó dos veces y se levantó de su confortable asiento.
—Pues cuánto lo siento por vosotros, os habéis perdido parte de un maravilloso día en el mar. Disfrutad juntos lo que os queda de él.
Después se tiró de cabeza al agua, donde estaban divirtiéndose el resto de sus compañeros de viaje. El frescor marino calmó un poco su alteración, pero el dolor que comenzó a sentir en el pecho no tenía pinta de irse tan fácilmente.
Llegaron a Cesme cuando prácticamente ya había anochecido, por lo que no pudieron disfrutar de sus aguas color turquesa, pero sí de los múltiples bares de copas diseminados por el concurrido paseo principal. La fiesta de la noche mediterránea se respiraba allí en todo su apogeo. Iban por el cuarto local cuando Sara consultó su reloj: las 2.00 de la madrugada. Montse le había pedido hacía rato que se quedase con ella un poco más, pero ahora la situación había cambiado. Pepe y su amiga se habían alejado sutilmente del grupo, y parecía que su presencia ya no era necesaria. Sara hizo una señal a Montse y esta asintió, liberándola de su petición anterior. Se despidió de Nicole, Emily y Chema, quien se ofreció a acompañarla, aunque ella declinó la oferta dándole las gracias por el detalle. No estaban muy lejos del barco y en pocos minutos estaría metida entre las sábanas de su espaciosa cama. Sola.
Montse había intentado preguntarle en un par de ocasiones qué había pasado la noche anterior entre Alejandro y ella, pero Sara había conseguido eludir las respuestas. A fin de cuentas, unos besos tampoco significaban nada.
Echó un último vistazo entre el gentío. Alejandro y Ashley hacía rato que se habían ido a pedir una copa y todavía no habían vuelto. Los había estado evitando deliberadamente durante todo el día. Él era libre de hacer lo que quisiera, pero ella no pensaba estar allí para verlo.
Salir de aquel lugar, lleno hasta la bandera de turistas, no parecía tarea fácil. Fue haciéndose camino hacia la salida como pudo, hasta que se topó de bruces con tres tíos robustos que no querían dejarla pasar y le sonreían con una mirada nada inocente. Debían de rondar los cuarenta e iban un poco borrachos. Intentar franquear aquella mole humana no sería una buena decisión. Retroceder y refugiarse un rato con sus amigos parecía mejor alternativa.
No le dio tiempo. Justo cuando se iba a girar para marcharse, notó que un brazo musculoso se cernía sobre sus hombros en ademán protector. Alejandro estaba a su lado con una sonrisa de lo más amistosa. Este ni siquiera la miró, pero comenzó a hablar en inglés a aquellos tres mostrencos en un tono completamente familiar, como si fueran amigos suyos de toda la vida.
—¡Hola! Vaya fiesta, ¿verdad? Lástima que nos tengamos que ir, pero mi mujer se ha empecinado en que nos marchemos ya.
Aquellos tipos contrajeron un poco la cara, pero no se movieron para dejarles pasar. A Sara no le gustaba nada aquella situación. Alejandro siguió hablando.
—Un momento, yo conozco esa camiseta —dijo señalando al del medio, que parecía el cabecilla del grupo—. ¿No seréis alemanes?
Los tres se cuadraron instintivamente e, imprimiendo cierto reto a su voz, el más corpulento contestó:
—¡Por supuesto! ¿Algún problema con eso?
Y, a partir de ahí, Sara ya no se enteró de nada más.
Alejandro comenzó a hablar en alemán. No tenía ni idea de lo que les estaría diciendo, pero pudo comprobar cómo, poco a poco, aquellos hombres se fueron relajando e incluso apareció una sonrisa amistosa en sus rostros. Ahora eran ellos los que hablaban y reían con los comentarios de Alejandro, que no había dejado de abrazarla en ningún momento. Levantó dos dedos de la mano que le quedaba libre mientras daba a sus palabras un toque de dramática resignación. Los tres contrajeron su rostro al tiempo que asentían, dándole a entender que comprendían lo que quisiera que les estuviera contando.
Alejandro siguió hablando y miró a Sara de forma pícara. Luego, se agachó un poco y depositó un ligero beso en sus labios. Los alemanes comenzaron a reír y se apartaron para dejarles el paso libre. Alejandro retiró el brazo de los hombros femeninos y con un movimiento de cabeza la instó a que caminara hacia la puerta. Al pasar, Sara recibió un pequeño azote en el culo de la mano de su supuesto marido, lo que provocó que los alemanes estallaran en carcajadas. El de la camiseta de la selección teutona le gritó algo a Alejandro, al tiempo que marcaba con sus dedos el número tres. Este se volvió para contestarle algo, a lo cual los alemanes respondieron dedicándole un brindis.
—¿Me puedes explicar qué ha pasado ahí dentro?
Sara sabía que debería agradecerle que la hubiera sacado de allí, pero su cabreo previo todavía no había remitido.
—¿Qué les has dicho para que nos dejaran salir del local sin problemas?
—Pues la primera historia que se me ha ocurrido —contestó Alejandro encogiéndose de hombros—. Que estamos casados, que tenemos un par de gemelos que no nos dejan dormir por las noches, que para colmo tu madre vive con nosotros, por lo que nunca puedo acostarme contigo cuando me apetece… Y que, como hoy es nuestro aniversario, he alquilado una habitación en un hotel para que pasemos un par de noches juntos y recuperemos el tiempo perdido.
Sara no podía creerse lo que estaba oyendo.
—Y, cuando nos íbamos —continuó explicando—, uno de ellos, muy amablemente, me ha deseado que atine el tiro y que encargue el tercero, pero que esta vez sea niña.
—¡¿Y tú qué les has respondido a eso?!
—Pues ¡qué les iba a decir! Lo que querían oír… —rio orgulloso Alejandro—, que esta noche tenía pensado meter un gol que no lo iba a parar ni Casillas.
—Pero ¿cómo se te ha ocurrido decirles algo así? —Sara estaba perpleja.
—Y ¿qué querías que les dijese a esas tres mulas borrachas? ¿Tú has visto el tamaño que tenían?
Comparados con ella eran rascacielos, pero, salvo uno, ninguno de los otros era más alto que Alejandro. Eso sí, eran tres y bastante más gruesos.
—Gracias por sacarme de allí —concedió al final Sara—. El problema es que ahora va a ser complicado que no te vean al entrar.
—No tengo intención de volver —aseguró él.
—Y ¿qué va a decir Ashley cuando vea que no estás?
Una vez más, sabía que tenía que haberse mordido la lengua, pero no pudo controlarse.
—¿Me quieres explicar tú ahora a qué viene ese comentario? —la increpó Alejandro molesto.
—No tengo nada que explicar. Lo único que digo es que, si quieres pasar otra noche en su cama, será mejor que vayas a buscarla antes de que otro te la levante.
—¿De qué demonios me estás hablando? —El tono de Alejandro reflejaba a las claras lo que opinaba sobre aquel comentario—. ¿Acaso están insinuando que anoche me acosté con ella?
Estaba cabreado. Sara también.
—Yo no insinúo nada. Esta mañana nos ha quedado a todos muy clarito lo que había pasado entre vosotros cuando os habéis presentado juntitos diciendo que «no habíais podido dormir bien».
Alejandro la cogió por los brazos y la obligó a mirarle a la cara.
—Escúchame bien. Yo estaba desayunando cuando apareció ella recién levantada y compartimos lo que Yadira muy amablemente nos había reservado. —La mirada de Alejandro se había vuelto dura—. Y te aseguro que es verdad que no he pegado ojo en toda la noche, pero no ha sido por Ashley, sino por ti.
Aquello sí que no se lo esperaba. No sabía qué decir, se había quedado cortada. Pero una sonrisa de tonta satisfacción se dibujó en su mente.
—Y ahora, si ya está todo aclarado, vámonos al barco. —La liberó, y comenzó a caminar hacia el punto de amarre sin esperar a que ella le siguiera.
Le debía una disculpa, pero no pensaba dársela. Mejor era cambiar de tema y hacer como si no hubiese pasado nada. Aligeró el paso y se colocó a su lado.
—Y ¿desde cuándo sabes alemán?
Sara supo que el momento conflictivo había pasado cuando Alejandro le contestó mucho más relajado.
—Desde la universidad, aunque luego lo he ido perfeccionando por mi cuenta. En el Colegio Mayor coincidí con un tipo de aquellas tierras. Llegamos a un acuerdo: yo le ayudaba a mejorar y él me enseñaba su lengua materna. Nos hicimos muy amigos.
Entonces, Alejandro comenzó a hablarle de su época de universitario. Había estudiado en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de ICADE, en la Universidad Pontifica de Comillas. Solo mencionó, de pasada, que Gabriel también había estudiado lo mismo que él.
—Y ¿allí coincidiste con Marta? —preguntó Sara, recordando que la que olió en aquel viaje era una antigua compañera de universidad.
—Sí. En aquella época ella salía con un amigo mío. Y tú ¿de qué la conoces?
—Es mi vecina —dijo simplemente Sara.
—¿Fuiste a la universidad? —se interesó Alejandro.
—Sí, estudié biología.
—Vaya, y ¿has podido trabajar en lo tuyo? Porque hoy en día es difícil encontrar trabajo en ese ramo, ¿no?
—Sí, tuve suerte. Entré en una empresa pequeña de investigación cuando todavía estaba estudiando y allí me quedé. Tuve un gran maestro, Marcelo, que me enseñó todo lo que sé. Para mí son como mi familia.
Por un momento, los dos se quedaron en silencio. Después, Alejandro le preguntó con cierto tono de inquietud.
—¿Quién es Marcelo, Sara? La otra noche, lo mencionaste mientras dormías.
El simple hecho de hablar de él le producía un terrible nudo en el estómago, pero sabía que tenía que hacerlo. Sería bueno para ella… Alejandro insistió.
—¿Estás liada con él? ¿Te ha dejado y has venido a este viaje… para olvidar? En tu sueño le pedías a gritos que no se marchara.
Sara se sorprendió de que Alejandro pudiera haber llegado a aquella conclusión. ¡Nada más lejos de la realidad! En aquel momento, decidió que ya era hora de sacar fuera todos los sentimientos que no había permitido que aflorasen hasta entonces.
—Puede que sí haya venido a este viaje para olvidar, pero no porque estuviera liada con él. Marcelo fue mi jefe, mi mentor, mi modelo a seguir. Yo le admiraba por encima de todo. Era el hombre más bueno, inteligente y amable que he conocido nunca.
Alejandro no hizo ningún comentario, pero con su mirada la animó a proseguir.
—Si lo pienso ahora, puede que durante algunos años sintiera por él un amor platónico de los que te inspiran tus ídolos. Nada más. Jamás se me hubiera ocurrido que entre él y yo pudiera existir algo. Maribel, su mujer, era para mí como una madre. Eran tal para cual.
Sara tomó aliento para poder continuar. Su voz se quebró cuando dijo:
—Anoche hubieran celebrado sus cincuenta años juntos.
Alejandro casi susurró al preguntar.
—¿Qué pasó?
Sara se giró, dejando perder su mirada en la oscuridad del mar, y se obligó a revivir los trágicos acontecimientos que se había negado a asumir. Había llegado el momento de afrontar la realidad…
—Toda la empresa estaba en el Círculo de Bellas Artes celebrando la jubilación de Marcelo. Se le veía feliz, ¡aquella noche era su gran noche! En un momento nos quedamos a solas en la terraza y brindamos por su nueva vida. Para mí también lo sería, pero en aquel momento me dio mucha pena perder el contacto diario con aquel hombre que para mí significaba tanto. Es curioso —Sara sonrió levemente antes de continuar—, me echó una especie de sermón sobre el camino que llevaba. Decía que no podía seguir viviendo solo para trabajar y que a la larga me arrepentiría. Él había tenido mucha suerte de encontrar a Maribel cuando eran unos críos en una noche de San Juan, pero, a veces, se le había olvidado anteponiendo el trabajo a su familia. Ahora tendría todo el tiempo del mundo para disfrutar envejeciendo con la mujer que había amado desde siempre.
Un pequeño silencio antes de continuar indicó a Alejandro que lo que venía a continuación le resultaba muy doloroso.
—Maribel condujo de vuelta aquella noche. Antonio, el dueño de mi empresa, iba con ellos porque, al igual que Marcelo, tampoco se encontraba en condiciones de coger su coche. Dos calles más abajo, un joven con el carnet recién sacado y hasta arriba de alcohol y otras cosas se saltó un semáforo en rojo… Los tres perecieron en el acto.
Sara se quedó callada y comenzó a respirar con dificultad. Cerró los ojos y bajó la cabeza. Podía notar en su interior cada una de las fisuras que llevaban tiempo amenazando con estallar. Su corazón se estaba rompiendo por dentro y sabía que, probablemente, no lo soportaría, pero tenía que superarlo y aquel era el camino… aunque fuera tan doloroso.
Entonces, sintió unos brazos fuertes que la abrazaron por la espalda ofreciéndole su calor y consuelo. Al igual que en su sueño, Sara se sintió protegida, como si se estuviera aferrando a un salvavidas. Se dio la vuelta y se refugió en el pecho masculino. Alejandro la envolvió con más intensidad sin decir una sola palabra.
Y por fin ocurrió. Comenzó a llorar. Primero, una simple lágrima. Luego, toda la angustia que había tenido incrustada en su interior afloró de golpe en forma de llanto silencioso. Solo las convulsiones de su cuerpo revelaban el trágico momento por el que estaba pasando. El dolor dio paso a la rabia y a la frustración, por las injusticias de la vida, y empezó a golpear con sus puños cerrados el pecho de Alejandro. Este no se movió ni pronunció palabra alguna, solo la acunó con más intensidad, sirviéndole de apoyo para su desahogo.
Poco a poco los golpes y los llantos fueron cesando. Pudo sentir cómo se deshacía de la pesada carga que llevaba tanto tiempo soportando. Las lágrimas, por fin derramadas, habían liberado su alma del tormento que la aprisionaba.
Entonces cayó en la cuenta de la escenita que acababa de montarle a Alejandro. Había perdido los papeles por completo y el pobre la había tenido que aguantar en aquella situación. Intentó separarse de él, al tiempo que emitía una disculpa:
—Lo siento…
Pero él no se lo permitió. Ni tampoco seguir hablando. Silenció sus labios con el dedo índice antes de rozarlos con un delicado beso. Después murmuró:
—Todo está bien. Ahora vamos al barco, necesitas descansar.
Sara obedeció sin rechistar. Volvieron a la goleta abrazados, sin pronunciar ni una sola palabra, y Alejandro la dejó en la puerta de su camarote.
—Si vuelves a tener pesadillas, no dudes en llamarme.
Le dio un rápido beso de despedida y abrió el compartimento de al lado, que era el suyo.
Sara se metió en la cama mucho más tranquila. Algo le decía que sus fantasmas nocturnos por fin descansarían en paz.