PRÓLOGO

Lo sé. Hace mucho tiempo que no recurro a tu terapia de cafetería… puede que demasiado.

Aquella locura de arte y cementerios terminó hace ya varios meses y, si te soy sincera, he comenzado a añorar nuestros momentos.

Sin embargo, por mucho que los eche de menos, sé muy bien que ahora no puedo acudir a ti.

No puedo, bajo ningún concepto.

Últimamente he estado metida en algo de lo que no sé si sentirme orgullosa. Ni siquiera tengo muy claro si, a toro pasado, me siento aliviada. A veces pienso que todo esto me ha sabido a poco… que no ha sido suficiente.

«Eres demasiado buena, compañera», me suelta bastante a menudo mi parte emocional.

«Una frialdad admirable la tuya, Ada», contrarresta de vez en cuando mi muchas veces ausente parte racional.

¿Qué me pasa?

¿Realmente me ha sabido a poco?

¿De verdad necesitaba ir más allá?

Y, quizá, la duda más importante: si no me siento saciada, ¿es porque he dejado de ser la persona justa y con buenos sentimientos que siempre he creído ser?