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¿Qué sería? Capa tras capa, fue deshaciendo el envoltorio, devanándolo como si quitara las vendas de una momia a la que hubieran sellado para emprender el viaje a la eternidad... ¿Qué podía ser?

Llegó a la última capa y la arrancó. Manchas y puntos negros, algunos con frágiles aletas de pez, bailando sobre patas de insecto por las vías paralelas; una boya curvada como una cimitarra, o redondeada como la panza del ampersand, otra similar a una joroba, o a una coma abotargada. Agudos y graves. Allegro, legato, sostenuto, sforzando. Leo hablando en lenguas desconocidas.

En una única hoja inmaculada, Bea leyó:

La espina del ruiseñor

SINFONÍA EN SI MENOR

por

Leo Coopersmith

Un grueso bloc de papel. Pesado. ¡Y grande! ¿Cómo debe llamarse esa clase de cuaderno? ¿Resma? ¿Taco? ¿Mano? (¿Coro? «Coro de enanos.») Y entre los miles de notas, ni una sola palabra, ni una razón, ni una clave de su llegada. Menor..., ¿un reconcomio?, ¿un menosprecio? Qué menor había sido su papel en la vida de Leo. Una mota, una partícula de polvo. Bea era menor, ¿es eso lo que pretendía decir? Había compuesto aquella pieza precipitadamente, ay, a toda prisa; cuando lo sorprendió en su chabacana guarida, saltaba a la vista que Leo no tenía nada entre manos, era una vasija vacía. Sin embargo, ¿cómo podía estar tan segura? Tal vez fuese el trabajo pausado de años, de décadas. Un lenguaje (si lenguaje era) que la dejaba al margen. La música, el lenguaje universal, las vibraciones que hablan por sí solas: qué gran mentira. Las palabras, la soberanía de las palabras, con su excluyente particularidad, eso sí era lenguaje. ¿Cómo se suponía que iba a interpretar ella esas dispersiones de manchas que se movían de arriba abajo por el pentagrama como bichos en una escalera mecánica? ¡Una torre de Babel mutante y sorda! Una materia extraña.

Desplegó las hojas sueltas en abanico sobre la mesa de comedor, igual que si fueran naipes. Eran demasiadas para no solaparse. Negras ampollas que estallaban de tallos desnudos. Negros globos atados a finas varillas. Negros pozos insondables. Cinco rayas, una autopista de cinco carriles que un enjambre de coches negros recorría a toda velocidad, pero en silencio. En silencio.

¿Qué quería Leo de ella, cuando sabía con certeza que no tenía nada que dar? Sinfonía en Bea menor: una de sus ingeniosas ocurrencias, como cuando dijo que el dedo torcido de Bea era un diabolus in música. Ella había vendido el piano de cola y había arrancado su sombra de raíz. ¡Se había deshecho de Leo! Y ahora Leo se proponía restituir el piano, o cuando menos lo que podría haber salido de él, y hacía regresar la mancha que imprimió en la desaparecida moqueta mandándole estos tatuajes a tinta, para invertir el exorcismo con que Bea había conjurado sus demonios. Y pese a todo era un regalo, una especie de regalo. ¡La mente de Leo! Era la respuesta a las esperanzas que Bea había acariciado, hacía mucho tiempo. Siguió pasando una hoja tras otra, escrutándolas, sin conseguir ir más allá de lo que haría un perro al olisquear con el hocico un libro abierto.

Sin embargo sintió el entusiasmo, la soberbia jungla bajo el esternón, el batir del metrónomo en las sienes, que la llevó a las gotas que tantos años atrás habían caído de la cola de una sirena de hielo. A Leo quemándose vivo. Sintió el corazón en su jaula como un cuerpo extraño, sin interés alguno en alimentar este frenesí, este delirio de conocer sin conocer.

Pensó: Qué difícil es cambiar la propia vida.

Y al cabo pensó: Qué tremendamente sencillo es cambiar la vida de los demás.

«Como las moscas en manos de niños crueles.»

A la mañana siguiente, contra todo pronóstico —sus jóvenes bufones pronto serían soldados y se les acabaría la tontería— Bea retomó El rey Lear, e inmediatamente un rumor invadió el aula. Fue interrumpido por un único grito agudo.

—¡Moscas, chicos! ¡La sopa wanton está llena de moscas!

Más tarde, en la sala de profesores, Bea habló con Laura.

—No vas a creerlo, he tenido noticias de tu primo, y parece que ha compuesto una sinfonía entera...

—¿Cómo? —chilló Laura—. ¿Una sinfonía para una película?

«Una sinfonía para la posteridad», dijo Bea para sus adentros. Hubiera sido un comentario mordaz como una espina y para colmo hubiera hecho reír a Laura.

Y sin embargo, en la larga guerra librada con Leo, ¿no era Bea quien salía victoriosa?