16
Iris plantada en la puerta como un centinela en alerta.
—¿Mañana por la noche? ¿Otra vez vienes a invitarnos a cenar? Lo pensaremos, pero ¿no puedes aplazarlo un poco? Julian necesita por lo menos un par de noches más para recuperarse. Esa tos horrible..., va desapareciendo, supongo que gracias a los ponches de huevo que le prepara Lili. No, de verdad que va remontando, solo que está de un humor de perros. No te digo que pases —insistía Iris—, porque apenas ha comido nada y está malhumorado.
Qué grosería, qué marranada despacharla así, una vez tras otra, un día tras otro, como si fuera una mercachifle, ¡una pedigüeña!
—No he podido haceros una visita como es debido, ni siquiera hemos tenido ocasión de hablar un poco. Julian me vuelve la cara.
—Porque pretendes hacerle un informe a mi padre, por eso te vuelve la cara. Interrogatorio en el cuartel general, ¿no es esa la idea? Mira, Julian está bien, se las arregla sin la supervisión de nadie, puedes decírselo a mi padre.
—¿Y de ti qué le digo?
Iris puso los ojos en blanco. ¡Grosera, marrana! Y en su aliento un olor revelador, acre.
—¿No entiendes que no eres más que otra correa? No la necesitamos, hemos estado toda la vida atados a una correa.
—¿Una correa, yo? Durante años no he mantenido ninguna relación con ninguno de los dos...
—Exacto. Y de pronto te presentas aquí y tiras de la cuerda.
—Fuiste tú quien vino a mí —dijo Bea.
—Fui enviada.
¡Qué tozudos eran los dos! Un par de californianos mimados, sin asomo de entereza. Habían vivido sin conocer el invierno. Si alguien llevaba a Julian de una correa, poniéndole trabas a su futuro, cegando su juventud, ¿no era Lili? Enigmática como un oráculo, demasiado ajena para comprender del todo, pero negándose a mentir.
Así que Bea tenía por delante un día franco. Una hora para cambiar el billete de vuelta, ¿y luego qué? Otra visita al Louvre, ¿por qué no?, era inagotable. Una falsa repetición del verano, cuando no se había visto más implicada en aquellas intrigas foráneas que el turista habitual, una profesora soltera de vacaciones («¿no tienes marido, ni hijo?»), un personaje manido, en lugar de lo que ahora era. Una correa. Una lapa. No la querían, recelaban de ella; posiblemente consentirían que los invitara a una comida y luego hasta nunca. La temían: era una mensajera, una emisaria. La tomaban por la suplente de Marvin. Sabían de lo que Marvin era capaz.
La Galerie d’Apollon en su deslumbrante amplitud, un vestíbulo con incrustaciones de oro, y continuar luego por la vastedad de aquellos pasillos esplendorosos que desembocaban en salas aún más esplendorosas en las que cobraban vida etruscos, griegos, romanos con venas de mármol y recios cuellos de piedra en los que antiguamente latía el pulso, y en las venerables paredes reyes y guerreros y damas de alta cuna envueltas en sedas ondulantes, y jinetes bucólicos ensombrecidos por pesadas coronas de árboles. Mil resurrecciones, la Magna Grecia convertida en Nápoles, diosas caídas, jarras de loza veneradas. El polvo al polvo, denigrado. Bea vio un armario de caoba adornado con tallas de vides, hojas, frutos, bestias, una hornacina dentro de la otra, volutas y figuras grabadas en cada rincón. En una pequeña vitrina vio la miniatura de un león bruñido, agazapado y con una pata extendida en la que resplandecían garras doradas. Bea miraba, miraba, miraba con ojos sedientos. En toda aquella proliferación, en la pintura seca desde hacía siglos, en las rodillas de piedra de monarcas muertos, en cada objeto elaborado y conseguido con esfuerzo, se cifraba la humanidad, la civilización...
Un banco vacío; se sentó cansada y contenta ante un tapiz flamenco que iba desde un extremo al otro de la galería. Un millón de hilos teñidos, rostros, manos, esculturas vegetales, senderos minuciosamente empedrados, un arroyo. Pececillos en el agua cristalina. Imaginó a Marvin a su lado, mirando boquiabierto alrededor sin ver nada. Menospreciando lo que no alcanzara a dilucidar. América amnésica, América la Nueva. Todo lo nuevo es bueno, factible, eficiente. Una obra de ingeniería.
Pero ¡ay, de lo que Marvin era capaz!