18
Después de que Bea se marchara, se quedaron todavía un rato. Las botellas vacías estaban tumbadas sobre la mesa. La patata que Lili no se había comido seguía sobre la salsa coagulada y fría del plato, como una cabeza guillotinada. Siguiendo el reguero de salsa que Julian había derramado sobre el mantel, la mancha aceitosa seguía penetrando en la tela. Iris habló, levantando la barbilla por encima de los despojos del festín.
—¿Crees que papá la volverá loca? Loca ya lo está. Cuando estuve en Nueva York, en ese apartamento diminuto que tiene, me ofreció su cama...
—Seguro que había puesto un guisante debajo del colchón, como en el cuento —se burló Julian.
—Y justo antes de eso pensé que iba a matarme. Había un trasto enorme con pies de cobre, ¡no, garras!, uno de esos pianos que solo esperas ver en un escenario, y lo único que hice fue tocarlo, solo una nota, de verdad, resultaba extraño verlo allí, ocupando prácticamente toda la habitación...
—¿No había estado casada con un músico?
—Un solo dedo, puse un solo dedo encima y se quedó petrificada, mirándome furiosa, quiero decir que casi violenta, con ojos de loca. Como si lo hubiera estropeado o se pudiera romper por tocarlo, o fuera a salir un rayo si pulsabas la tecla equivocada. Como si se tratara de un objeto sagrado. Y justo después, con la mayor amabilidad posible, me dijo que podía dormir en su cama.
—Para estrangularte mejor en mitad de la noche —dijo Julian—. Y qué, ¿lo hiciste?
—¿Si hice qué?
—Dormir en su cama.
—Lo hice, ¿por qué no? En lugar de aquel sofá cama mugriento, con aquellas estúpidas garras prácticamente debajo de la nariz.
—En esa casa tal vez cometiste un pecado —dijo Lili.
—¿Por consentir que durmiera ella en aquel catre mugriento? Lo que de verdad quería era irme a un hotel decente, pero claro, es la hermana de mi padre, había que hacer los honores a la familia, total solo era pasar la noche y además quería que me ayudara...
—Iris en su versión más angelical —dijo Julian.
—¿No es un pecado tocar un objeto sagrado? —sentenció Lili.