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20 de octubre de 1952

Bea:

¿Por qué no me dijiste que al final ibas a ir? Por nada del mundo lo hubiera imaginado, sobre todo después del mal rato que me hiciste pasar con la cantinela de que no podías abandonar a tus monos engominados y todo eso. Muy bien, si querías que me cayera del susto lo has conseguido, y si quieres que me ponga de rodillas, de acuerdo: te estoy agradecido. Y punto. Tu carta por correo aéreo ha llegado esta mañana, así que supongo que ya has vuelto. Mencionas que has estado allí alrededor de una semana, pero ¿dónde demonios es ALLÍ? No me dices nada que valga un pimiento, así que ¿qué sentido tiene que hayas ido, de qué ha servido? Un edificio con portero, muy bonito, pero no me cuentas ni siquiera DÓNDE está viviendo, NI UNA DIRECCIÓN, ni una palabra de cuándo va a volver Iris a sus estudios. Y, en cuanto a Julian, ¿esa chica de la que hablas no tiene nombre? ¿Quién es, qué está pasando? Planeabas llevarlos a cenar fuera, supongo que con esa «novia», ¿y no tienes nada más que decir al respecto? ¿No eres capaz de distinguir si una pelandusca le ha echado el lazo, no tienes ojos en la cara? ¿De qué ha servido todo este trastorno si has vuelto con las manos vacías?

Y algo más: parece que Margaret está empeorando. Fui a verla ayer, no sé qué problema hay con su terapia, no me dieron detalles. Siempre he pensado que toda esa historia de la curación a través del arte era una pamplina y de todos modos no les pago para que intenten convertir a mi mujer en una Picasso femenina; para colmo ahora la han puesto a hacer una especie de cestería estúpida, porque dicen que la pintura la sobreexcitaba. La cuestión es que padece alucinaciones. Dice que te ha visto —a ti, nada menos, con los años que han pasado— y que le contaste que Julian está gordo y, lo creas o no, ¡que se ha casado! Insiste machaconamente; supongo que tiene el matrimonio metido en la cabeza, porque se ha enfadado mucho conmigo y no sé por qué. Al margen de toda esa basura del mimbre y del vudú de la bata blanca, estoy convencido de que se le pasaría en un momento si viera a Julian en persona. TENGO QUE CONSEGUIR A TODA COSTA QUE MI HIJO VUELVA, es preciso. Por Margaret. Me da igual lo que Julian quiera hacer con su vida, que se pase el día tocando un silbato si es lo que quiere. Y qué decir de Iris...; ¡por Dios, esperaba que por lo menos escribiera! ¿Qué aspecto tiene, la viste bien? Y por cierto, ¿de qué viven esos dos allí, del aire? Bea, estoy desesperado, voy a perder la cabeza, me siento solo. ¿Qué ha pasado, qué es lo que sucede? ¡Dímelo!

MARVIN