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16 de noviembre

Querida tía Bea:

Sé que te sorprenderá saber de mí después de lo mal que Julian y yo nos portamos. Mucho peor en mi caso, ¡qué mala fui! Aunque el comportamiento de ambos ha sido horrible, no juzgues a Julian con demasiada severidad, pues su vida está tan revuelta en estos momentos que quién sabe en qué anda metido realmente. He ido a verle dos veces, la primera estaban los dos y la segunda ya se habían ido. ¡Qué mal te tratamos! Fue por miedo. Más asustada estaba yo que Julian, pues por alguna razón él se ha liberado de todo. Salvo por las cosas que escribe y que guarda para sí, Lili es lo único que le importa. Cuando estuviste aquí todo pasó muy rápido. No fueron más que cuatro o cinco días, en los que tratamos de ocultar lo de Julian y Lili, pero luego resultó que Lili lo dijo de todos modos, así que aquella última noche en que nos invitaste a cenar ya estabas al corriente. Supongo que a estas alturas se lo habrás contado todo a mi padre, lo de Julian y Lili, y dónde estábamos viviendo, en casa de Phillip, me refiero. Yo sigo aquí, ayudando a Phillip en el consultorio, así que si mi padre hubiera escrito me habría enterado, pero lo más curioso del caso es que no lo ha hecho. Al principio me inquieté pensando que quizá hubiera estallado de algún modo horrible, ¿no es verdad que a algunos hombres de la edad de mi padre les da un ataque al recibir una impresión demasiado fuerte? No me quitaba esa posibilidad de la cabeza, que al enterarse de que Julian se había casado se muriese, como si todo lo que ha pasado antes con Julian no le hubiera causado ya bastante disgusto.

Sin embargo, si crees que ahora te escribo para preguntarte cómo se lo está tomando mi padre, ¡te equivocas! Y eso por tres razones:

1. Ya no tengo miedo.

2. Lo que mi padre piense no importa.

3. He dejado de preocuparme.

Pueden parecer la misma razón, pero son un poco diferentes. Supongo que si tuviera que verme con él cara a cara seguiría teniendo miedo, pero mi padre está en Los Ángeles y yo en París. Y pienso quedarme todo el tiempo que me venga en gana. No en París solamente, o mejor dicho, en París solo por ahora; también habrá otros lugares, y mi padre no puede hacer nada. ¡De aquí a seis semanas estaré contemplando los Alpes! Y todo gracias a que he visto con mis propios ojos, o quizá Julian me ha hecho ver, lo fácil que es librarse del yugo. Basta con soltarse, ya está. Ahora que me lo he quitado de encima, me doy cuenta de lo asustada que estaba cuando pasabas por aquí fugazmente, y Julian y yo creíamos que querías husmear para complacer a mi padre... Bueno, a eso viniste, ¿no? ¿Recuerdas cuando Alicia, en el País de las Maravillas, muerde la seta y se encoge tan rápido que se golpea la barbilla con el zapato? Así de rápida fuiste tú, entraste y saliste, llegaste y te marchaste, sin detenerte siquiera a respirar el aire de París. Culpa nuestra, lo admito, por las prisas que teníamos en perderte de vista, pero en el último momento de la cena, cuando estaba ya un poco achispada, me dio la sensación de que eras tú la que querías librarte de nosotros. De pequeños, mi padre no soportaba vernos con Alicia y esa clase de libros fantasiosos. Julian se quedaba embelesado sobre todo con el Libro amarillo de las hadas, nunca entendí por qué, pero mi padre se lo arrancaba de las manos y se lo cambiaba por Cómo funciona la electricidad o algo por el estilo, y en broma le decía que solo a los cobardes les gusta el amarillo. Entonces Julian se echaba a llorar y mi padre le decía: «¿Lo ves?». Esa es la cara malvada de mi padre, y yo también la tengo, porque de lo contrario no habría sido tan pérfida, incluso a tus espaldas. He sido pérfida con todo el mundo, tal vez incluso con Lili. No conseguí ganarme su simpatía ni acercarme a ella, y no fue por falta de intentos. Ella no se parece a nadie que hayamos conocido antes. Y Julian se comporta con ella de una manera rarísima, mimándola y sin quitarle ojo. Ella tampoco le quita ojo, desde luego, los dos forman una especie de sociedad secreta, ¡y eso no les hace ningún bien! El día que fui a verlos a la pensión a la que se mudaron cuando volvió Phillip, eran cerca de las seis de la tarde y Lili estaba hecha un ovillo en la cama; allí solo había esa cama, una cómoda y un ropero con las puertas desvencijadas, y la pena casi podía palparse. Esperaba que Julian se quedara de piedra al ver que no me había ido de París, pero estaba tan absorto en Lili que me echó de cualquier manera, incluso cuando le dije que seguía con Phillip. Por cómo me lo explicó, no supe si Lili había dejado su trabajo o por alguna razón la habían dispensado. Estaba tumbada sin decir una palabra, con su tez morena, arrugada y envejecida, así que di media vuelta y me fui, ¿qué otra cosa iba a hacer?, y Julian no trató de detenerme en ningún momento. Después un hombrecillo raro se presentó en la clínica preguntando por ella, puede que fuese un conocido de Lili del trabajo, pero no conseguí averiguar qué quería exactamente. Volví a la pensión al día siguiente, Phillip me acompañó, pero ya se habían ido. La casera se puso a chillar, diciendo que de haber sabido que eran un par de vagos irresponsables (Phillip habla un francés de primera, así que lo pilló todo) hubiera alquilado la habitación a alguien más solvente. Phillip preguntó si sabía adonde habían ido, y ella dijo que el diablo se los llevara dondequiera que estuvieran, pero se lo volvió a preguntar y entonces le dijo que esperaba que se hubieran ido al lugar al que pertenecen los estafadores de su calaña, le pays des Juifs. Así que no entendimos si se trataba de una maldición o de algo más, si realmente se proponen ir a visitar al tío de Lili, que por lo visto vive en algún lugar próximo a Tel Aviv, no sé cuál con exactitud. Por supuesto a esa mujer no le han causado perjuicio alguno, más que la obligada espera hasta que aparezca otro inquilino.

Te habrás dado cuenta de que me refiero a él por su nombre de pila, Phillip. Al cabo de un día o dos pareció absurdo seguir llamándole doctor Montalbano. Cuando lo conocí no me encontraba bien, pero me hizo descansar y enseguida me puso a punto con unos polvos mezclados en la leche, además de canela y otras cosas. Te revitaliza con una rapidez asombrosa. Luego me enseñó a prepararlo, dice que tengo buena mano para el laboratorio, un comentario que podría ser de mi padre. Soy su ayudante oficial (ese «oficial» es una especie de broma), pero no recibo un verdadero sueldo porque... Pues porque cuando estoy con Phillip no necesito nada ni pido nada, por primera vez en mi vida soy completamente feliz. En serio, nunca me he sentido tan plena al mirar hacia el futuro tan pleno, ni he visto el mundo con tantas oportunidades como ahora, en lugar de aquella vieja trampa rancia que me esperaba si volvía a casa. Phillip es una maravilla, no sabes cuánto, la combinación más dulce entre un emprendedor (¡a mi padre le gustaría esa faceta!) y un nómada, la faceta que a mí más me gusta. Va a enseñarme toda Europa, no solo los lugares donde tiene sus otros consultorios, sino lugares cargados de historia, leyendas y mitos. Si esos rasgos lo dibujan como una especie de poeta, eso es exactamente, ¡pero un poeta que se gana bien la vida! (Recuerdo que así definió mi padre en una ocasión un fenómeno empíricamente imposible.) Vamos a visitar el Coliseo donde los leones devoraban a los cristianos, y Phillip dice que conoce el punto exacto donde estuvo el Oráculo de Delfos... Sé que hay cosas que inventa, pero ¡qué divertido es! Lili siempre receló de Phillip, pero Lili sospecha de todos y de todo, y me temo que ha contagiado a Julian de esa suspicacia. La corroen los prejuicios: Julian me contó que detesta Europa, ¡incluso París! Así que ¿quién sabe adonde habrán ido?

Con esto llego a la razón de esta larga carta; demasiado larga, creo, en vista de lo grosera que he sido contigo. Dos razones, en realidad, puesto que la primera no es otra que expresar mi pesar y mis disculpas: no paramos hasta que te fuiste. O hasta que sentiste la necesidad de huir de nosotros, con lo que estamos en las mismas, ¿verdad? Y la segunda, pues, es pedirte un favor, el último con el que te molestaré de ahora en adelante, te lo prometo. Me doy cuenta de que el silencio de mi padre solo puede significar algo terrible. Y también doy por hecho que el disgusto ya se lo ha llevado, tú fuiste la emisaria y solo por eso te estoy agradecida. Julian no se hubiera atrevido a darle a mi padre la terrible noticia acerca de Lili. Y ahora es mi turno: no me veo capaz de escribirle; para ser sincera, tía Bea, no pienso hacerlo, ¡me he liberado de él! No puedo brindarle ningún consuelo o ayudar a que lo acepte, de manera que te pido que le hagas saber que me quedo aquí, que estoy en muy buenas manos y que soy absolutamente feliz.

Apenas despunta la mañana, he salido al balcón y escribo con el cuaderno apoyado en las rodillas. La mitad del cielo está teñida con el alba rosada y azul, mientras un sol invernal asoma por un extremo. Veo lo justo para poder escribir, aunque va clareando por momentos. ¡Y hace frío! Llevo puesto un abrigo nuevo, el regalo más bonito que me ha hecho Phillip. Él está dentro, en la cocina, preparando café para los dos y sus cataplasmas especiales, y yo me dispongo a entrar y empezar a remover las fórmulas. No me inquieta que algunas de las personas que acuden aquí estén convencidas de que Phillip es doctor en medicina, porque en cierto sentido trascendente es mucho más que eso y se dedica a hacer el bien. He visto cómo les toma las manos, les habla con comprensión y solemnidad, aunque con una chispa de ligereza, y siempre consigue llegar al fondo de las cosas. Yo misma lo he experimentado: enseguida supo que tenía que quedarme aquí, que volver ahora sería la mayor equivocación que podía cometer. Me dice que no tengo por qué sentirme responsable de los problemas de mi hermano, o los de mi madre o los de mi padre. Eso debería bastar para que veas que es un hombre práctico (¡este abrigo!) y nada melifluo; me ha enderezado, me ha hecho valiente. Nunca he sido valiente, siempre he vivido acogotada por el miedo, y ahora me doy cuenta de que esa misma cobardía fue lo que me hizo ser tan desagradable contigo.

Mi abrigo nuevo, por cierto, va rematado con un cuello de pieles grises, ¡algo de escasa utilidad en Los Ángeles! Cuando llegué aquí hacía calor y nunca pensé que a mediados de noviembre iba a estar sentada en el mismo balcón estrecho, con las dos viejas sillas que pasan todas las estaciones a la intemperie, donde Julian y yo hablamos por primera vez... Parece que haga una eternidad. Creo que casi desde el principio supe que mi hermano no iba a volver nunca a casa. Y ahora tampoco yo voy a volver, aunque quizá con el tiempo lo haga. Phillip dice que él no ha sentido en ningún momento deseos de volver, pero me percaté una vez de que todavía lleva la llave de su casa de Pittsburgh en el bolsillo. Él se ríe y dice que es para recordar por qué se marchó. Así que, por ahora, este es mi lugar, y en la próxima hora y media la sala de espera se llenará de los clientes de Phillip y empezará el día. ¡En París los días empiezan siempre tan deliciosamente!

IRIS