Capítulo 31

Callie también se había fijado en aquella tela. En cuanto la chica se marchó, empezamos a examinar el forro interior del bolso: la mitad de una R minúscula, una I, una E y una vivaracha L. Las letras se leían con claridad, a pesar del desgaste y del paso del tiempo. Simplemente estaban un poco sucias y tenían algunas costuras deshilachadas.

Pero había algo todavía más fascinante.

En el fondo del bolso, debajo del envoltorio de un chicle, había un girasol bordado al que le faltaba un pétalo.

Zoe sacó el trozo de manta del bolsillo y completó el girasol, uniendo el bordado amarillo que había en el extremo rasgado de la tela.

—Encajan como las piezas de un puzle.

—¿No os viene a la cabeza la calle Girasol? —preguntó Hal.

—Y la exposición de Van Gogh que fui a ver con Amanda —les dije—. Y el girasol de la calle Rantoul.

—¿Cómo has dicho? ¿Nos hemos perdido algo? —preguntó Hal negando con la cabeza.

—El día que intentamos visitar la farmacia —expliqué—, cuando vosotros ya os habíais ido a casa, vi un girasol pintado con espray en un lateral del edificio de la gasolinera. Seguramente tú lo hayas visto —le dije a Zoe—, teniendo en cuenta que nos seguías.

—¿Lo viste? —preguntó Hal.

Zoe no respondió.

—Ocupaba la mitad de la pared del edificio —dije.

—¿Y qué significa todo esto? —preguntó Callie.

—Bueno, hay quien dice que el girasol es un símbolo de poder, porque el sol es todopoderoso y los girasoles lo siguen.

—Mi padre solía contarme esa historia. Es de la mitología griega —dijo Zoe, que también parecía conocer la leyenda.

—Así es —asentí—. A Amanda y a mí nos encantaba analizar los mitos griegos. En resumidas cuentas, había una ninfa llamada Clitia que estaba perdidamente enamorada de Helios, el dios del sol. Hasta tal punto que, según la leyenda, Clitia murió del amor que sentía por él. Hay quien cree que entonces se convirtió en un girasol, para así poder deleitarse con su luz y seguirle a todas partes.

—¿Entonces nosotros tenemos que deleitarnos con la luz de Amanda o algo así? —preguntó Zoe, confundida.

—Yo me quedaría con la primera teoría —dijo Hal—. Tal vez esto tenga algo que ver con el poder. Un poder tan fuerte como el del sol.

—Un poder como el nuestro… cuando estamos juntos —susurré.

—Entonces deberíamos seguirlo —intervino Callie—. Seguirla a ella. Porque vamos por el camino correcto.

—Aun así, sigo sin entenderlo —dijo Hal mirando hacia la salida—. Toda esta escena, todo lo que acaba de ocurrir con el bolso. ¿No os parece demasiado bonito para ser verdad?

—¿Piensas que ha sido algo más que una coincidencia? —preguntó Callie—. ¿Que, de alguna manera, estábamos destinados a ver a esa chica? ¿Como si alguien la hubiera guiado hasta nosotros?

—Alguien como Amanda —murmuré.

De repente, Hal echó a correr hacia la salida y abrió la puerta de golpe, como si de pronto hubiera recordado algo.

—¿Adónde vas? —gritó Callie.

Hal dio unos pasos hacia la rotonda que había frente al gimnasio. Yo me acerqué hasta las puertas de cristal para echar un vistazo también, pero la chica ya se había ido. Un Sedan oscuro salió a la carretera principal y se alejó a toda velocidad con un chirrido de neumáticos.

—¿Quién era? —preguntó Hal, reuniéndose con nosotras en el interior.

—Ni idea —respondió Callie—. No la había visto en mi vida. ¿La habéis visto hablar con alguien?

Negué con la cabeza. Me fastidiaba no haberle hecho más preguntas.

pulsera de cuentas—. Demasiada casualidad que nos cruzásemos con ella aquí…

—Era demasiado joven como para ser la madre de algún alumno —dijo Callie pensando en voz alta—. Y tampoco me ha parecido que saludara a nadie.

—Además, tampoco me trago que, de toda la gente que había en el auditorio, justo se chocara con Nia —prosiguió Hal.

—Sí, ya, ¿pero no os parece un poco arriesgado por parte de Amanda suponer que yo reconocería el bolso del girasol entre tanto barullo?

—Bueno, ahora que lo mencionas, la verdad es que últimamente te has convertido en una experta en accesorios de moda —dijo Callie fijándose en mi nuevo anillo con forma de caimán.

—Todo esto es una locura —suspiró Hal, rendido.

Nos quedamos en el vestíbulo un rato más, hasta que algo nos llevó de vuelta al concurso de talentos.

O mejor dicho, alguien.

Alguien cuya voz era tan suave y melódica como el fluir del agua. De pronto nos convertimos en ratones que seguían en fila al flautista de Hamelín. Fuimos directos a la puerta del auditorio, ansiosos por saber de quién era esa voz.

Y resultó ser Bea.

Estaba cantando la canción que Amanda había elegido para ella.

La última actuación de la noche.

—You’ve Got a Friend —exclamó Zoe—. ¡Tienes un amigo! Es de James Taylor. ¡Me encanta esa canción!

Y ahora que escuchaba a Bea y sentía la calidez de su voz en mi piel, a mí también empezó a gustarme.

La gente del público se balanceaba de un lado a otro al ritmo de la música. Los amigos se abrazaban. Los desconocidos se miraban entre ellos con lágrimas en los ojos.

La gente empezó a aplaudir y Hal se acercó a Callie para cogerla de la mano.

Cuando terminó la canción, el público se puso en pie para ovacionar a Bea. Y no fue ninguna sorpresa cuando minutos después, tras hacer el recuento de votos (nosotros fuimos corriendo a cambiar el nuestro), la señora Bragg, que era la representante de los padres en el concurso de talentos, se puso en pie para anunciar a regañadientes que Bea había ganado.

Lo realmente sorprendente fue que la señora Bragg pudiera mantener la compostura mientras anunciaba que su hija había quedado segunda.

Y todavía hubo más anuncios inesperados.

—Me alegra comunicaros que el club de Historia tiene unas cuantas plazas libres para el viaje a Washington de la semana que viene —dijo— . Es un aviso de última hora, así que si alguien está interesado, que se lo diga al señor Fowler.

—No podemos perdernos ese viaje —dijo Callie, apretando con fuerza la mano de Hal.

A continuación, me dio el bolso y se adentró con Hal en el auditorio para conseguir más información.

Abrí el bolso y pasé la mano por el forro interior.

Una sensación gélida me recorrió la piel, tan intensa que estuve a punto de caerme de rodillas.

—¿Qué te ocurre, Nia? —preguntó Zoe agarrándome del brazo, como si temiera que fuese a desplomarme de un momento a otro.

Un sabor venenoso se apoderó de mí y me entraron ganas de vomitar. Cerré los ojos, intentado apartar aquella imagen de mi mente. Sacudí la cabeza, retrocedí unos pasos e incluso me cubrí los oídos con las manos.

—Nia, ¿qué pasa? —preguntó de nuevo Zoe. Su voz reverberó dentro de mi cabeza.

Al ver que no respondía, me condujo hasta un banco del pasillo, fuera del auditorio, donde me dio unas palmaditas en la espalda.

—Puedes contármelo —insistió—. Soy tu amiga, ¿recuerdas?

Miré el forro hecho con la manta. Mis dedos lo apretaban con fuerza, bañados en sudor. La cabeza me daba vueltas y tenía un mal sabor de boca, como si la tuviera llena de espuma.

—Muerte —alcancé a susurrar—. Lo veo por todas partes.

—¿Qué quieres decir con que la ves? —preguntó Zoe—. ¿Tiene un rostro? ¿Ves algo en concreto? ¿Ves a… Amanda? —le tembló la voz al hacer esta última pregunta.

—La veo —repetí, apretando la tela con más fuerza.

Al hacerlo, las imágenes que se proyectaban en mi mente se volvieron más nítidas: un destello de luces azules, sangre sobre la acera, una cesta tirada en el suelo, un mar de ropas negras y un campo de amapolas rojas.

—¿Nia? —preguntó Zoe, que seguía frotándome la espalda.

—No es Amanda —dije—. Es una muerte del pasado. Estoy segura.

Solté el trozo de tela, pero, por alguna extraña razón, las visiones no desaparecieron.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé —sentencié—. Todo lo que veo procede del pasado.

Sentía una opresión en la garganta.

—Entonces, dime, ¿quién murió en tu visión?

Finalmente la miré a los ojos. Las imágenes seguían flotando en mi cabeza, apenas conseguía ver a Zoe.

—No estoy segura.

Aparté la mirada. Via a Callie y a Hal, que buscaban al señor Fowler, totalmente ajenos a lo que acababa de ocurrir.

A lo que podía ver.

A lo que seguía viendo.

Cerré los ojos creyendo que eso me ayudaría, que así desaparecerían las imágenes.

Pero no fue así.