Capítulo 7

Aunque no nos hiciera ninguna gracia, Hal y yo nos reunimos en el aula de la señora Watson después de clase. El injusto castigo que nos habían impuesto consistía en limpiar la parte de debajo de todos los pupitres, donde lo mínimo que podías encontrarte era chicles pegados, si no algo peor.

—¿Dónde se ha metido la gente? —pregunté—. Igual ha habido un cambio de planes…

Me asomé al pasillo justo para ver a Callie doblando la esquina junto a la sala de informática. Venía corriendo hacia nosotros.

—¡Tengo buenas noticias! —exclamó.

—¿Cuáles? —pregunté, deseando escuchar por fin algo positivo.

—Ya no estamos castigados —dijo Callie, que se detuvo a recuperar el aliento—. Nos hemos librado.

—¿Cómo? —quiso saber Hal.

Callie había hecho magia, literalmente. No solo llevaba los pantalones de chándal de Hal (había estirado las cuerdas de la cintura y de los tobillos al máximo antes de atarlas en un nudo para que no se le cayeran), sino que además había conseguido librarnos milagrosamente de la tarea que nos había encomendado la señora Watson.

—Le he prometido que participaré en un torneo de mates con el que me lleva dando la lata desde hace un tiempo —explicó Callie.

Se encogió de hombros como si no fuera gran cosa, aunque yo sospechaba que no era así para nada. Tenía que haber alguna razón por la que un genio como Callie no hubiera aceptado hasta ahora ninguna de las tentadoras propuestas de Watson.

—¿La liga de matemáticas? —pregunté, imaginándome a la extrovertida y exuberante Callie uniendo fuerzas con un puñado de cerebritos armados con calculadoras—. Vaya, eso sí que no me lo esperaba… ¡Estoy impresionada!

Callie estaba saliendo poco a poco de esa coraza que se había creado.

—¡Ya ves! Qué guay, Callie —añadió Hal dirigiéndole una sonrisa—. Y gradas por la parte que nos toca.

—De nada —respondió nuestra salvadora, también sonriente.

—Bueno, chicos, manos a la obra. Tenemos una llamada pendiente — dije sacando el móvil, dispuesta a resolver de una vez esa parte del misterio.

Todos estuvimos de acuerdo y empezamos a andar hacia la salida del edificio.

—Espera, una pregunta —me paré en mitad del pasillo—. ¿Y qué pasa con Traci y Heidi?

—Ah, ellas —dijo Callie intentando contener una risita—. Bueno, mi oferta no llegaba tan lejos…

Hal se empezó a reír.

—En otras palabras, que las dos se pasarán la tarde sacando brillo a los pupitres.

—Eso me temo —suspiró Callie.

La vida no era tan injusta, después de todo.

Nos sentamos en el suelo, bajo el sol, detrás del estadio de fútbol, una zona que normalmente no estaba muy concurrida. Puse el manos libres del móvil para que Hal y Callie también pudieran escuchar la conversación.

—No olvides llamar desde un número oculto —dijo Hal.

Asentí, pulsé la combinación apropiada para ocultar mi número y a continuación marqué el teléfono de la tarjeta.

—Sección de tés e infusiones, ¿dígame? —respondió una voz de mujer grave y áspera.

Me quedé desconcertada. ¿Habría marcado mal el número?

—¿Hay alguien ahí? —insistió la mujer.

—Hola, ¿podría hablar con Waverly Valentino? —dije al fin.

—¿De parte de quién? —contestó la voz finalmente.

Abrí la boca, pero no conseguí articular palabra alguna.

—Desea algún té, ¿no es así? —preguntó la mujer para llenar el vacío—. El té medicinal está de moda esta temporada. Contiene flores de saúco y equinácea. Es ideal para aliviar los síntomas de la gripe y del resfriado.

—Querría hablar con Waverly Valentino, por favor.

—Estoy segura de que será de su gusto —prosiguió, como si no me hubiera oído—. Ayuda a reforzar el sistema inmunitario.

—¿Waverly? —insistí, intentando determinar si era la misma mujer que había hablado con Cisco en la puerta de mi casa.

—Me alegro de que se haya decidido a llamar. Por lo que veo, tiene usted los nervios a flor de piel. Tenemos un delicioso té de rosas que va muy bien para el estrés.

—Pero no tengo nada que darle a cambio —dije, refiriéndome a la caja de Amanda.

—No se preocupe. Podemos reunirnos para valorar sus necesidades. Seguro que encontraremos una solución para esa sinusitis que tanto le molesta. ¿Siente congestión o alguna otra clase de dolor? Tengo la impresión de que quiere saber más cosas sobre la sinusitis, ¿no es así?

Negué con la cabeza, desesperada por leer entre líneas y descifrar su código, para saber si aquella desconocida podría ayudarnos a encontrar a Amanda.

—¿Trabaja allí alguien que se llame Ariel? —me aventuré a preguntar.

—Vaya, veo que le gustan los sabores, digamos… atrevidos. ¿No es así? —dijo—. Pero debo advertirle que los tés más especiados pueden causarle ciertos efectos secundarios.

—¿Qué clase de efectos?

—Si quiere mi consejo, señora Rivera, no debería abusar de unas hierbas tan fuertes.

Me estremecí al escuchar mi nombre. Estaba segura de que no se lo había dicho. Además, había llamado desde un número oculto.

—¿Dónde puedo encontrarla? —pregunté, ansiosa por mantenerla a1 teléfono hasta que se me ocurriera algo más que decirle.

—En la calle Girasol.

Volví a mirar a los chicos, desconcertada. En todo el tiempo que llevaba viviendo en Orion, jamás había oído hablar de esa calle.

—Estoy segura de que la localizará sin problemas. Eso sí, no olvide traer una caja grande y robusta para guardar sus tés. Espero verla pronto, señora Rivera.

—Un momento, ¡no cuelgue! —exclamé—. ¿Qué número de la calle Girasol? ¿Está en Orion?

Pero la comunicación se cortó. Me quedé mirando el teléfono por unos instantes que me parecieron eternos. Al comprender que la conversación había llegado a su fin, me guardé el móvil en el bolsillo.

—Bueno, no hay duda de que era Waverlv —dijo Hal.

—Y tampoco hay duda de que quiere la caja —añadió Callie.

—Según me ha parecido entender con eso de la sinusitis, nos ofrece información a cambio de la caja —razoné—. Aunque no se la daría ni en sueños.

—¿Por qué pensáis que nos ha hablado en clave? —preguntó Hal—. Puede que no estuviera sola. 0 tal vez sospeche que su teléfono, o el tuyo, podrían estar pinchados…

—No tengo la menor idea —respondí—. Pero si está en un lugar donde no puede hablar libremente, ¿para qué me dio el número de ese sitio?

—Cierto —dijo Callie—. ¿Por qué no te dio el teléfono de una tienda en vez de un número privado?

—¿Y cómo sabía que eras tú? —preguntó Hal.

—¿Quién más podría ser? —señaló Callie—. Aquella mujer le dio su tarjeta a Cisco. Es evidente que estaba esperando una llamada de Nia. No creo que Waverly Valentino sea su verdadero nombre. Seguro que es un alias. Además, ¿cuánta gente joven pensáis que llama a una tetería?

—Para el carro. Dijo «sección de tés e infusiones». Igual hay más secciones dentro del mismo establecimiento —apuntó Hal.

—O puede que ese sea el nombre de la tienda —sugirió Callie—. No es muy original que digamos, pero…

—Entonces, ¿por qué no viene el nombre en la tarjeta? ¿Y por qué hay un ojo en lugar de una taza de té? —dije observando el campo de fútbol, donde Cisco y algunos de sus compañeros habían salido a entrenar—. ¿Pensáis que de verdad espera que nos plantemos allí?

—¿Que nos plantemos dónde exactamente? —preguntó Hal—. Porque no hay ninguna calle Girasol en Orion. ¿Y cuándo se supone que hemos quedado con ella?

Solté un bufido. Todo aquello era una locura. ¿Por qué esa tal Waverly quería que fuéramos a una tetería ficticia en una calle que ni siquiera existía?

—Indagaré un poco —dijo Hal—. Revisaré todas las calles en un radio de treinta kilómetros. También comprobaré las tiendas de la zona donde se pueda comprar té.

—No te olvides de los herbolarios —añadió Callie—. Esa mujer habló de un tratamiento a base de hierbas, como si fuera herborista o algo así.

—¿Sabéis lo que creo? —dijo Hal con una gran sonrisa—. Que Amanda hizo muy bien en juntarnos —dijo, y extendió una mano en el aire—. Formamos un buen equipo. Por una vez, Heidi tenía razón: ¡somos los tres mosqueteros!

—Uno para todos… —asintió Callie alegremente poniendo la mano encima de la de Hal.

Dejé escapar un suspiro por lo cursi que sonaba aquello. Aunque, en vista de todo lo que nos estaba pasando, tal vez un poco de cursilería no nos viniera nada mal.

—Y todos para uno —terminé la frase colocando mi mano en lo alto.

Y en ese momento, una oleada de calor me recorrió la piel.