Capítulo 30
Entré a toda velocidad por las puertas del gimnasio, pero la señora Watson me detuvo justo antes de llegar al auditorio.
—La entrada, por favor —dijo.
—¿Habla en serio? —le pregunté jadeando.
—¿Te parece que estoy de broma?
Era difícil responder a eso, teniendo en cuenta que llevaba una peluca de payaso, unos pendientes de lentejuelas en forma de números y un vestido de flores con ecuaciones y fórmulas matemáticas cosidas a la tela. Supuse que se habría vestido así para la función, aunque sospechaba que en el fondo le encantaba el modelito.
—La entrada cuesta diez dólares —dijo—. La función de esta noche es para recaudar fondos, ¿recuerdas?
—Sí, ya lo sé —dije mientras sacaba un par de billetes de la cartera.
La señora Watson me puso el sello de una carita sonriente en la mano, me entregó una papeleta para votar y me dejó pasar. Llegué justo a tiempo para ver a Heidi y sus clones cantarines. Estaban haciendo un playback de It's Raining Men, una canción de los 80. Heidi, Kelli, Traci y Lexi llevaban unos paraguas a juego con los que se protegían de una tormenta de muñecos Ken que caían del techo.
Encantador.
El auditorio estaba abarrotado de gente, y no solo de alumnos y acompañantes. También había una horda de padres que aplaudían con fervor los talentos (a veces dudosos) de sus retoños. El jefe Bragg estaba en primera fila, grabando en vídeo la actuación de Heidi; incluso cazó el momento en el que se le estrelló un muñeco en la cabeza.
Vi a Callie y a Zoe en uno de los laterales, un poco más lejos del escenario. Callie miraba nerviosa de un lado a otro, buscándome, mientras Zoe hablaba con algunos miembros del coro. ¿Acaso había alguien a quien no conociera esta chica? Me abrí camino hasta ellas.
—¿Y bien? —preguntó Callie, que estaba deseando saber qué había descubierto.
—Luego os cuento —dije, porque no me apetecía hablar de ello en ese momento—. ¿Dónde está Hal?
—Entre bastidores, ensayando.
Callie miró a las Chicas I y negó ligeramente con la cabeza. Supongo que se preguntaría cómo podían haber sido sus amigas.
La actuación de Heidi había acabado. ¡Gracias a Dios!
Callie me contó que el monólogo de Cisco había sido increíble y que debería plantearse seriamente la posibilidad de ser actor.
—¿Entonces me lo he perdido? —dije, un poco decepcionada.
Por suerte, ya lo había visto en casa. Podría salir del paso inventándome algunos elogios.
—Estuvo muy bien —dijo Zoe, dejando por un momento a sus amigos del coro. Por lo visto, había puesto la antena hacia nuestra conversación—. Las estrellas de Hollywood deberían andarse con ojo. ¡Mi voto va para él!
A continuación me enseñó su papeleta con el nombre de Cisco en la primera posición.
—Oye, ¿y qué pasa con el grupo de Hal? —preguntó Callie.
—Tienes razón —asintió Zoe—. Creo que necesitaré unas cuantas papeletas más.
Solté un bufido al ver cómo las dos se ponían en plan groupie. Por un lado, Zoe hablaba maravillada de (cito textualmente) «los ojitos sexys» de Cisco; y por otro, Callie describía con mucho detalle cómo se le marcaban los pectorales bajo la toga que llevaba para interpretar a Puck.
Cuando ya estaba a punto de sufrir una sobredosis de comentarios sobre lo bueno que estaba mi hermano, West apareció en el escenario, acaparando por completo mi atención.
El grupo se dispuso a su alrededor: Hal a la guitarra, Kofi Chamblee a la batería, y un chico que se llamaba Charlie Miles al teclado.
West vestía con unos vaqueros oscuros de estilo vintage y una camiseta lisa. Llevaba el pelo engominado y con una especie de tupé, digamos que era una versión moderna del peinado típico de los años 50.
Justo antes de empezar, West me buscó entre el público y se me quedó mirando durante un instante. A continuación pulsó las cuerdas de su bajo…
Y empezó a cantar.
Su voz era suave y aterciopelada, me recordaba un poco a las de Frank Sinatra o Harry Connick Jr. Comencé a balancearme de un lado a otro, embriagada por el momento y por la voz de West.
Sus ojos no se apartaban de mí.
La banda era espectacular, llevaban la música a un nivel mucho más alto gracias a su compenetración. En conjunto, sus voces e instrumentos creaban un sonido maravilloso.
La clave estaba en la unión, lo mismo que nos ocurría a nosotros, como guías de Amanda.
Cuando la canción acabó, los padres de Hal y Cornelia, que estaban sentadas en primera fila, saltaron de sus asientos para ovacionar al grupo.
West se bajó del escenario…
Y vino directo hacia mí.
—Hola —dijo al llegar, sonriente—. Me alegra que hayas venido.
—Bueno, no pensarías que me lo iba a perder… —dije.
—Por supuesto que no —su sonrisa se ensanchó.
—Habéis estado increíbles —comenté.
Quise felicitar también a Hal, pero estaba rodeado de gente, entre ellos su familia.
Apenas un par de segundos después, comenzó la siguiente actuación. Tara Tate y Muriel Spencer salieron a representar una curiosa danza del bien contra el mal, equipadas con tridentes y alitas de ángel.
—Vaya, ¡eso ha debido de doler! —exclamó West después de un desafortunado encontronazo de los tridentes en un momento de la coreografía.
No pude evitar reírme, y me sentó muy bien. Hacía demasiado tiempo que no me reía.
Finalmente, Hal vino a reunirse con nosotros, aunque fue directo hacia Callie. Los dos se rieron de forma cómplice e intercambiaron varias miraditas.
Miré a West. No me hacía ninguna gracia tener que dejarle, pero sabía que teníamos asuntos pendientes que no podían esperar.
—Lo siento mucho —le dije—, pero tenemos que hablar de una cosa…
—No hay problema —respondió mirando el espectáculo, pero se estiró para rozarme el antebrazo, lo cual hizo que el latido de mi corazón aumentara de forma exponencial.
Los cuatro nos dirigimos hacia un rincón de la sala, junto al guardarropa. Traté de explicarles por qué me había marchado antes. Necesitaba tocar algunos de los objetos de Amanda después de la descarga eléctrica que habíamos sentido cuando nos dimos las manos en el granero.
—¿Y viste algo? —preguntó Hal.
—En cierto modo, pero no de la manera que esperaba —les conté lo del cumpleaños de Amanda en el restaurante de sushi y la obsesión que me entró con la pulsera del hospital—. Quería tocarla, para ver si podía ver algo.
—¿Y lo conseguiste? —preguntó Zoe.
Negué con la cabeza.
—Así que —proseguí— empecé a tocar todo, para evitar que el viaje a casa hubiera sido en vano. Pero no conseguí ver nada.
—¿Hasta…? —dijo Hal, como si me hubiera leído la mente.
—Hasta que descubrí que la caja tenía un compartimento secreto. Estaba debajo de la tapa. Había algo escondido bajo el forro de terciopelo.
Entonces saqué el trozo de tela del bolsillo y señalé la A mayúscula y la R minúscula.
—Ni idea, pero está claro que pertenece a su manta de cuando era bebé. Pude ver la escena completa: la cuna, el carrusel, la habitación e incluso a la propia Ariel cuando era bebé.
—Alias Amanda —susurró Callie.
—Alias Ariel Feckerdol —suspiró Hal.
—Chicos, Feckerdol es Beckendorf en realidad, lo que pasa es que con el tiempo se borraron los trazos de algunas letras —dije.
—¿Y por qué estás tan emocionada? Tampoco hemos descubierto nada nuevo —preguntó Hal, un poco irritado.
—Bueno, pero es un nombre menos del que preocuparnos —respondí con una sonrisa optimista.
—¿Crees que todas estas cosas de bebé pueden tener algún significado? —preguntó Callie.
—Bueno, Thornhill dijo que la clave está en el nacimiento de Amanda —les recordé.
En ese momento, Zoe señaló el bordado amarillo que había en el borde rasgado de la tela.
—¿Qué es esto? —preguntó.
Pero antes de que pudiera responder, alguien se chocó conmigo por detrás. Me tambaleé hacia delante y me di la vuelta para ver qué pasaba.
—Perdona —se disculpó una chica a la que no había visto nunca.
Me esforcé por dirigirle una sonrisa educada, como si no hubiera sido para tanto. Pero eso fue antes de darme cuenta de que llevaba el mismo minibolso rosa vintage que Waverly Valentino cuando vino a mi casa.
Era inconfundible.
—¿Qué ocurre? —preguntó Hal, siguiendo la dirección de mi mirada.
La chica llevaba un vestido de cuello alto y unas botas vaqueras de ante. Tenía la piel caoba y unos grandes ojos violetas que hacían juego con el color de su chaqueta.
—¿Qué bolso? —Zoe dio un paso al frente, pero cada vez resultaba más difícil moverse.
El auditorio se iba llenando conforme nos acercábamos al final del espectáculo. Por delante de nosotros pasó una larga fila de participantes, bloqueándonos la vista.
Hal también parecía confuso, pero Callie me entendió de inmediato. Tenía la mirada fija en la flor de cuero que estaba cosida en la parte delantera del bolso.
—No pensarás que es el mismo, ¿no? —preguntó Callie, casi a gritos.
Ahora pasó junto a nosotros una banda de música que tocaba instrumentos de viento a pleno pulmón, mientras se abrían camino hacia el escenario.
Mientras tanto, la chica se alejaba cada vez más.
—Tenemos que hablar con ella —insistió Callie.
Pero antes de que pudiéramos acercarnos siquiera, nos bloqueó el paso un escuadrón de animadoras con uno de sus espontáneos arranques coreográficos. Callie consiguió pasar entre ellas, aunque le estamparon un pompón de regalo en plena cara.
La chica casi había llegado a la salida.
Desgraciadamente, nos pararon en la puerta para que dejáramos las papeletas con nuestros votos antes de abandonar la sala.
Cuando por fin salimos al vestíbulo, la chica había desaparecido.
—¿Dónde se ha metido? —preguntó Callie frotándose el ojo donde le habían dado con el pompón.
Empezamos a mirar por todos lados y, finalmente, atisbamos a una mujer hablando por el móvil, varios metros más allá de la puerta principal.
—Disculpe, señorita —la llamó Callie.
La chica nos miró.
—¿Puedo ayudaros? —preguntó con un deje sureño en la voz.
No tendría más de veinticinco años, con esas preciosas trenzas africanas recogidas en una coleta y unos pendientes que le colgaban hasta los hombros.
—Ese bolso de mano… —comencé a decir señalándolo.
—¿Te gusta? —preguntó, sonriente—. Lo he comprado hace poco en una tienda de segunda mano del centro.
—¿En qué tienda? —pregunté.
La chica se quedó pensativa unos instantes, mirando al techo, mientras intentaba recordarlo.
—La tienda de Sam… Tócala Sam… Algo así.
—Tócala Otra Vez, Sam —susurré.
De repente recordé que Louise me había hablado de alguien peculiar que había entrado en la tienda para comprar algo que luego devolvió. Seguro que se trataba de Waverly Valentino. La pregunta era: ¿qué estaba haciendo allí?
—Sí, ¡esa es! —prosiguió la chica—. Deberíais ir a echar un vistazo, tienen cosas muy monas.
—¿Cuándo dice que estuvo? —preguntó Callie.
—Pues ayer mismo —respondió la chica con una enorme sonrisa, al tiempo que apresaba el bolso bajo el brazo, como si estuviera posando.
—Me gustaría comprarlo —dije de repente.
Callie y Zoe se quedaron sin habla por mi atrevimiento.
La sonrisa de la chica desapareció.
—Eso no va a ser posible. La dependienta me dijo que es un bolso muy exclusivo, no se encuentra en cualquier tienda.
—No, usted no me entiende —insistí, al tiempo que me sacaba la cartera del bolsillo—. Me refiero a que me gustaría comprarle el suyo.
Al darse cuenta de que no me echaría atrás, Callie intentó ayudarme.
—Por favor —le pidió a la mujer, sacando también su cartera—. Ese bolso era de una amiga nuestra.
—O al menos, guarda cierta relación con ella —añadí.
—Diga un precio —dijo Hal, que finalmente nos alcanzó y se había sacado del bolsillo un par de billetes arrugados.
La chica se quedó a cuadros al ver cómo le ofrecíamos al unísono nuestro dinero.
—Bueno, no sé… —titubeó, visiblemente incómoda, y frunció ligeramente sus labios rosados.
—Por favor —dijo Zoe con un tono tranquilo, pero resolutivo, que finalmente consiguió convencerla.
—Está bien —dijo echando un vistazo al bolso-, si significa tanto para vosotros… ¿Qué os parece cuarenta y cinco dólares? Eso es lo que me ha costado.
Cuarenta y cinco dólares. Exactamente 7,75 dólares más de lo que teníamos.
—Está bien, no os preocupéis —dijo la mujer mientras cogía el dinero.
No obstante, rechazó el huevo Kinder que le ofrecía Hal para compensar el dinero que nos faltaba.
—Es lo único que me queda —dijo encogiéndose de hombros.
La mujer empezó a vaciar el contenido del bolso y fue entonces cuando vi el forro interior.
Las letras y la tela rosa y áspera.
Era igualita a la manta de Ariel.