Capítulo 19
Salimos en dirección a la farmacia donde estuve con Amanda. Yo iba liderando la comitiva. De camino hasta allí, nos detuvimos a examinar los cálices y las serpientes de diversos edificios, incluyendo el banco, la oficina de correos y el antiguo palacio de justicia. Tal como esperábamos, ninguno de ellos tenía el misterioso ojo de ónice.
Tras unos diez minutos de trayecto, llegamos por fin a nuestro destino.
—Vaya, ahora entiendo lo que querías decir, Nia —dijo Callie—. Este sitio parece un bloque de pisos normal y corriente. He pasado por aquí muchas veces, pero jamás me hubiera imaginado que fuera una farmacia.
En cuanto atisbé el símbolo del cáliz y la serpiente, me di cuenta de que le habían quitado el ojo. Pasé por la puerta de la verja y subí los escalones para echar un vistazo más de cerca, convencida de que había distinguido los restos del adhesivo con el que habían pegado la piedra de ónice.
—¿Y bien? ¿Entramos o qué? —preguntó Callie intentando girar el picaporte, pero este no se movió—. Vaya… Está cerrado.
—Espera un poco —le dije.
La vez que vine con Amanda también tardaron un rato en abrirnos, así que no debíamos desesperarnos.
Callie dio varios golpecitos en la puerta.
—¿Seguro que es este sitio? Tiene el símbolo, claro, pero… —farfulló.
Alcé la cabeza hacia las ventanas, para ver si detectaba algún movimiento, alguna luz… Lo que fuera. Pero me temía que si el ojo había desaparecido, la farmacia ya no estaría allí.
Finalmente, la puerta se abrió.
—¿Puedo ayudaros en algo? —preguntó una mujer.
Vestía un traje azul marino y llevaba una carpetita llena de hojas en la mano. Tenía una melena oscura y enmarañada que le caía sobre la espalda como un remolino. Mirándola más de cerca, casi parecía una peluca.
—Estamos buscando a Waverly Valentino —dije.
—Lo siento, pero no puedo ayudaros —dijo sin levantar apenas la vista de sus papeles.
—¿Entonces quizá pueda vendernos algo de té? —se aventuró Callie.
La mujer nos miró desconcertada, con el ceño fruncido.
—Me parece que os habéis equivocado de sitio. Este edificio está vacío y yo soy la agente inmobiliaria encargada de ponerlo en alquiler. Ahora estoy haciendo una valoración del lugar, así que supongo que mañana tendremos listo el cartel de afuera y los folletos con todos los detalles.
—¿Qué clase de propiedad es? —preguntó Hal.
—¿Acaso estás interesado, jovencito? —inquirió la mujer con una sonrisita.
—Yo no… Pero mis padres, igual sí.
La mujer miró a Hal de arriba a abajo, como si estuviera intentando averiguar si le estaba tomando el pelo o no.
—Este lugar tiene muchísimo potencial —dijo la mujer con voz profunda y gutural—. Se puede utilizar para montar un pequeño negocio, una academia… Incluso puede servir de casa para una familia numerosa.
—¿Y para una farmacia? —pregunté, tratando de sacar algo más de información.
La mujer ladeó la cabeza mirándome con curiosidad, pero no dijo nada. —¿Qué había antes en este lugar? —le preguntó Hal.
—Un bloque de pisos, supongo.
—¿Supone? —pregunté.
—Sí, bueno —se justificó—. Ya estaba vacío durante la primera inspección. Por lo que me ha dicho mi jefa, los propietarios son bastante reservados, así que no ha podido darme más detalles. Por lo visto hay ciertos asuntos confidenciales relacionados con esta propiedad, así que los dueños prefieren llevar el asunto con discreción.
—¿Podría decirnos el nombre de los propietarios? —curioseó Callie.
—En este caso, no. Todo se está llevando… en secreto —soltó una risita, como si el comentario hubiera tenido alguna gracia.
—¿En secreto? —pregunté.
—No es habitual hacer las cosas de esta forma, pero a veces ocurre. Y nosotros siempre respetamos los deseos de nuestros clientes. «En Inmobiliarias Ryder estamos a su servicio» —añadió citando el eslogan de su empresa, y señaló el pin de una casita chapada en oro que llevaba en la solapa de la chaqueta—. En cualquier caso, gracias por vuestro interés.
Nos mostró una espléndida sonrisa de vendedora, pero más falsa que Judas. Después se dio la vuelta con la intención de marcharse.
—Espere… —dije.
No podía dejar que se fuera sin preguntarle más cosas.
—Cierto, lo olvidaba —dijo, y acto seguido le entregó a Hal su tarjeta de visita—. Me llamo Whitney Vanderman. Dile a tus padres que me llamen si están interesados. Pero que no se lo piensen mucho, no vaya a ser que os quitemos de la lista.
Pegué un respingo, alarmada.
—¿Cómo ha dicho? —exclamé.
—Me refiero a la lista de interesados en alquilar este edificio —dijo la mujer, que parecía un poco sorprendida por mi reacción—. Tres plantas, calefacción individual, una caldera recién instalada y un sistema de aire acondicionado —prosiguió—. Propiedades así no se ven muy a menudo. Yo le doy dos días en el mercado, a lo sumo.
—Gracias —dijo Hal cogiendo la tarjeta.
La mujer nos deseó un buen día y a continuación cerró la puerta.
—Creo que dice la verdad —dijo Hal.
—Yo también —añadió Callie—. Su historia parece bastante lógica.
—¿¡Pero no habéis oído eso de que podrían quitarnos de la lista!? —exclamé.
—¿Cómo dices? —preguntó Hal frunciendo el ceño.
—Sí, a mí también me ha llamado la atención —dijo Callie—, pero no creo que fuera más que un lapsus…
—Bueno, ¿y ahora qué hacemos? —pregunté—. ¿La llamamos y decimos que estamos interesados en alquilarlo? Podríamos soltarle el rollo de que nos gustaría conocer la historia del edificio y saber qué pasó con la farmacia que había antes aquí. Y una cosa más, ¿os habéis fijado en que esa vendedora y Waverly Valentino tienen las mismas iniciales?
—Anda, ¡es verdad! Bueno, puede ser una coincidencia, tampoco sería tan raro… Además, no creo que esta mujer sepa algo de la farmacia —dijo Callie—. Y aunque lo supiera, me da que ni ella ni su jefa van a soltar prenda.
—Chicos, ¿de verdad pensáis que cerraron todo el chiringuito solo por nuestra llamada? —pregunté.
—No lo sé. Pero igual deberíamos probar a llamar de nuevo a Waverly —propuso Hal—. ¿Y si antes la pillamos en mal momento? Igual ahora se encuentra más dispuesta a hablar. Y otra cosa: ¿cuánto hace que viniste por última vez, Nia? Puede que la farmacia desapareciera hace tiempo.
—Es posible —me puse a pensar en ello—. Han pasado ya unos meses desde que vine con Amanda.
—Venga, hagamos esa llamada entonces —insistió Hal, estirando el pulgar y el meñique de la mano para simular la forma de un teléfono.
Asentí y me senté en los escalones de la entrada, al lado de Callie y Hal. Activé la llamada oculta, encendí el altavoz y marqué el número.
Un tono, dos tonos… Sentí que se me encogía el estómago.
Cuatro tonos, cinco tonos…
—Esto no es buena señal. No lo coge nadie —dijo Callie tamborileando la rodilla de Hal con los dedos.
Al noveno tono, escuchamos un chasquido en la línea y entonces saltó una grabación que nos informaba de que el número marcado había sido desconectado.
—Bueno, no cabe duda de que este era el lugar —afirmé pensando en la calle Girasol.
—Ahora solo nos queda la pista de aterrizaje —apuntó Hal—. Se nos acaba el tiempo, chicas.
—Sí, vayamos mañana —asentí—. Después de clase.
—Me parece bien —dijo Callie mirando su reloj—. Tengo que irme.
Nos despedimos y enfilamos a nuestras respectivas casas. Sin embargo, antes de llegar al final de la calle, me detuve en seco.
Justo delante de mí, en un lateral del edificio de la gasolinera, había un enorme girasol pintado con espray.
Me di la vuelta rápidamente para avisar a los chicos, pero ya habían desaparecido de mi vista.